Hay personas que tienen una presencia
especial y que uno las escucha con mucha atención. En el cúmulo de palabras que
decimos y escuchamos durante el día, muchas pasan desapercibidas, pero hay
personas que cuando se acercan, uno las escucha de una manera especial. A veces
tiene que ver con su manera de ser otras con el cariño que uno les tiene.
También hay personas que nos dan una seguridad especial. Cuando estamos con
ellos, nos sentimos cuidados, protegidos, queridos, más amados. La presencia de
ellos nos transforma, nos da una fuerza nueva. Cuando nos sentimos solos,
desprotegidos, cuando necesitamos de alguien, su presencia nos da una
convicción distinta.
Esta presencia especial, esta
seguridad, es la que da Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar. Se da
también en un lugar especial: la sinagoga, lugar donde los judíos se reunían
fuera de Jerusalén, a practicar y escuchar la Palabra de Dios. Allí va Jesús a
enseñar. Ahora, lo primero que uno esperaría de este evangelio, es que nos diga
qué es lo que Jesús enseñó. Sin embargo, no sabemos nada de lo que Jesús dijo.
El evangelio nos cuenta que Jesús enseñó con autoridad. No dice sus palabras,
ni qué es lo que dijo. No se acuerdan, o no les resultó importante como para
escribirlo. Lo importante es la convicción con que les enseñó, la fuerza de la
presencia de la Palabra que estaba con ellos. En la sinagoga se leía la
Palabra, y alguien predicaba. Por eso, uno esperaría que el evangelio nos diga
qué es lo que Jesús dijo, qué es lo que Jesús transmitió. Sin embargo, lo que
quedó marcado es que Jesús enseñaba con autoridad. Hay algo nuevo que está
pasando, hay una persona que va más allá de lo que puede decir, más allá de sus
palabras. Tiene una presencia tan fuerte que transforma la vida de ellos.
Esta presencia puede percibirse
plasmada en un acto. Se acerca un hombre poseído por un espíritu malo, que le
dice: ‘¿qué quieres de nosotros?’ El mal se da cuenta de que hay algo distinto
que empieza a pasar, de que la presencia de Jesús trae algo diferente. ‘¿Vienes
a acabar con nosotros?’ El mal percibe de que hay alguien que no está dispuesto
a dialogar con ellos, a tranzar con ellos, a dejarlos entrar. Por eso se acerca
casi como asustado, con miedo. Lo único que hace Jesús es decirle que salga:
‘Vete de aquí’. En este corto texto, nos encontramos con alguien que enseña con
autoridad y que trae vida. A ese hombre que estaba poseído por el mal, Jesús le
devuelve la vida. A partir de ahí, ellos descubren, por medio de palabras, por
medio de gestos, alguien que con autoridad les trae algo diferente.
La presencia de Jesús cuando uno lo
deja entrar en su vida de una manera especial, trae algo diferente. Jesús
enseña de una manera nueva, Jesús trae una vida nueva. Lo que nos pide a
nosotros es que nos dejemos transformar con Él, que nos dejemos tocar por Él.
Muchas veces nosotros nos llenamos de palabras, buscamos un montón de
respuestas, pero no terminamos de encontrarnos verdaderamente con Jesús, con
aquél que puede transformar nuestra vida. Es más, a veces frente a las crisis
religiosas que se viven en nuestras familias, en nuestras comunidades, en
nuestro país, tendemos quizás a ser más autoritarios, pensamos en cómo llenar
todo de palabras, cómo convencer al otro; y lo central es que tengo que ponerlo
frente a Jesús. Lo que nos dice el evangelio es que hay una persona que
trasciende todo, que cuando nos logramos encontrar con Él nos trae un modo de
vivir y una presencia nueva. Uno se siente atraído por eso.
El Papa decía en su exhortación que el
cristianismo no se transmite por adoctrinamiento, sino por atracción. Hay
alguien que me atrae, no sé por qué. Es como cuando alguien viene y nos dice:
“me enamoré de este chico”, y uno mirando desde afuera podría hasta decir: ¿de
éste?, ¿por qué de este? Y porque hay algo que me atrajo, me encontré con el
corazón del otro, no es algo que pueda poner en palabras. Hay algo que tocó lo
profundo y que va mucho más allá de lo que yo puedo explicar. Para
ejemplificarlo si quieren pónganse a explicarle al que tienen al lado qué es el
amor. Es muy difícil explicar algo así, lo profundo. No es para explicarlo, hay
que vivirlo; lo siento, lo descubro. Con Jesús pasa lo mismo. Es encontrarme en
lo profundo de mi corazón, sentirme atraído y enamorado por Él, eso es lo que
se necesita.
Lo mismo piden los judíos a Moisés en
la primera lectura: Necesitamos alguien que nos transmita esa Palabra de Dios
para que la podamos escuchar; alguien que se pare con autoridad, y nos sintamos
atraídos, eso es lo que buscamos. Pero para eso yo tengo que estar convencido.
Me tengo que sentir enamorado de Dios, tocado por Él, con una alegría especial,
que lo quiera transmitir, que lo quiera llevar a los demás, que quiera que el
otro diga: yo también quiero vivir eso, yo también quiero tener esa experiencia
en lo profundo del corazón. A partir de ahí, sí ir transmitiendo ese mensaje de
Jesús.
Creo que Jesús en este tiempo nos llama a una
conversión pastoral. Pensar: ¿De qué manera lo llevamos a los demás?, ¿de qué
manera lo transmitimos?, ¿de qué manera lo vivimos en nuestra vida?, para que
también otros puedan sentir que hay un Jesús que se les acerca, que hay un
Jesús que toca su corazón.
Por Terminar, un ejemplo de esto es
María. No hay muchas palabras de María en el evangelio porque lo importante no
es lo que decía, sino lo que vivía. Tenía una presencia especial. ¿Por qué?
Porque se dejó transformar por Jesús. María nos puede enseñar eso. No es todo
lo que podamos decir para convencer, sino lo que podamos transmitir, con
nuestros gestos, y con nuestras acciones. Pidámosle a María, la gran discípula
de Jesús, que nos enseñe a hacer experiencia, a dejarnos habitar por Jesús, y a
transmitirlo.
Lecturas:
*Deut 18, 15-20
*Salmo 94
*1Cor 7, 32-35
*Mc 1,21-28
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