viernes, 10 de abril de 2015

Homilía: “Jesús quiere que mi vida resucite hoy” – Domingo de Resurrección

  
En la tercera parte de la película “Los Juegos del Hambre”, Sinsajo, Katniss Everdeen se despierta en el distrito trece y descubren que para llevar adelante la revolución que ellos quieren necesitan de su presencia que es fuerte en los demás distritos. Entonces después de recuperarla, empiezan a hacer unos trailers para hacer propaganda pero lo suyo no es la actuación así que eso mucho no sirve. Hasta que se dan cuenta que lo fuerte de ella es cuando la gente la ve, cuando la pueden ver en acción. Entonces se la llevan a uno de los distritos, al distrito ocho, baja de la aeronave, se encuentra con una comandante llamada Paylor y le dice que que bueno que esté viva y que la va a llevar a un hospital de campaña que tenían ahí para que la gente la vea, que es bueno que les pueda dar esperanza.

En medio de las ruinas, como podríamos imaginarlo después de una guerra, ella es llevada al fondo, corren como un telón y ella se sorprende cuando ve cómo es un hospital de campaña. Muchos muertos apilados, mucha gente muy herida, mutilada; le cambia el rostro, le pide a la gente que la acompaña que por favor no la filme, dice “yo no puedo hacer nada por ellos” y le dicen “solamente dejá que te vean”. Ella empieza despacito, con miedo, a caminar en medio de los enfermos, hasta que la gente se empieza a dar cuenta que está ella, empieza a cambiar el rostro de la gente, y uno de los niños que está ahí le pregunta “¿Katniss Everdeen?”, le preguntan por el nombre, qué hace allí y ella le contesta que fue a visitarlos. Cambia el rostro de ellos todavía más, con una sonrisa y le preguntan si va a luchar por ellos. “Sí, voy a pelear con ustedes”, les dice ella.

Y al ver esa imagen, donde una presencia en un lugar de dolor cambia la vida de la gente que está acá, pensaba yo, cómo cambia la vida de tanta gente a lo largo de la historia la presencia de Jesús. Como cuando Jesús caminaba en medio de la gente, la gente recobraba la alegría, recobraba la esperanza. Cómo esa presencia traía algo nuevo. Esa experiencia la tenemos todos nosotros, supongo ¿no?, porque si no no estaríamos acá. En algún momento de nuestra vida hemos sentido en nuestro corazón cómo la presencia de Jesús trae algo nuevo en nuestro corazón, cómo la presencia de Jesús nos cambia. Es más, aun cuando a veces estamos en un momento duro, vivimos la nostalgia de lo que vivíamos antes: “Quisiera sentir lo que sentía esa vez cuando rezaba en un retiro en ese momento con Jesús”, cuando la presencia de Jesús tocó nuestro corazón. Porque eso es lo que hace Dios en Jesús, que es tocar el corazón de las personas, y por eso la fe se pasa con el testimonio, ¿no? Hay otros que tocan mi corazón, que me muestran esa presencia de Jesús y que es algo muy profundo que, aunque no lo vea de la manera como pensamos que nos vemos nosotros acá, hay un momento donde veo a Jesús, lo descubro presente. Él toca mi corazón y, cuando lo veo, eso me cambia, eso me alegra, eso le da un sentido distinto a mi vida y me invita a vivir de una manera nueva. Tal vez, como primer paso, esa presencia la podemos vivir en la creación, en este Dios que creó el mundo, no solo creó el mundo sino que nos creó a nosotros, nos dio la vida, ninguno de nosotros, creo yo, le dijo “quiero nacer en el año tal, en esta familia, hijo único o diez hermanos…”. Dios me regaló a mi esa familia tan linda, gracias también a mis padres, Dios me dio ese regalo. Y ahí es cuando comienzo a descubrir a ese Dios, con todos esos gestos de amor. Seguramente cada uno de nosotros, con la familia más grande o más chica que Dios nos regaló, descubre esos gestos de amor. Más allá de que, en algún momento, todos vivimos algo difícil en nuestra familia seguramente, si les pregunto “¿Qué quieren agradecer?”, lo que más va a salir acá dicho es “MI FAMILIA”. Ese regalo que Dios me dio, que yo no elegí, pero que descubro que es un don de Dios.

Hoy estamos también celebrando la Pascua y recordamos esa Pascua Judía, ese paso del pueblo de la esclavitud a la libertad. Ese pueblo que, por gracia de Dios, puede vivir en un nuevo estado: Libre. Nosotros hemos nacido libres, pero quién de nosotros no se siente esclavos de muchas cosas, tal vez más pequeñas que no nos dejan ser libres, que nos enojan, que nos ponen mal, que hacen que muchas veces haga lo que no quiera o haga o no haga cosas porque “a ver qué va a decir el otro”; o diga cosas para quedar bien y no lo que pienso o lo que creo y mejor me quedo callado. Y a veces en actos, en palabras, en cosas, en maneras de vivir vamos descubriendo que en muchas cosas somos esclavos, y hay un Dios que continuamente actúa en nuestro corazón para decirnos: Te quiero libre, anímate a ser vos, yo te di la vida y quiero que la disfrutes, que la goces y la única manera en que lo vas a poder vivir así es si te animas a ser libre, amate como sos y vivilo de esa manera.

Ese salto que hace con el pueblo en cada Pascua lo quiere hacer con cada uno de los que estamos acá para que podamos ser más libres, porque cuando no somos libres se podría decir que no la pasamos del todo bien, nos cuesta; y Dios quiere que seamos felices, alegres, que podamos vivir esa libertad. Y no solo eso, sino que esos dones que día a día nos da Dios, esos regalos, que a veces no nos damos cuenta que los tenemos; por más que a veces hay cosas que nos cuestan y tenemos que lucharlas, descubrimos que Dios nos da muchas cosas en el día a día que no valoramos porque siempre estamos peleando por los que no tenemos. Siempre nos estamos comparando con el que tiene más, nunca con el que salió más desfavorecido porque eso hace que tenga que agradecer por lo que tengo. Entonces cuesta, y Dios nos dice: “Bueno, contentate con lo que tenés”, alégrate por todo lo que Dios te da, y si a veces la tenemos que luchas, porque a veces pasamos momentos duros y difíciles en lo económico, en lo familiar, bueno, que lindo luchar por aquello que puede dar vida. Esa es la invitación de Jesús, ¿Por qué luchar? Porque el primero que lucha por nosotros es Jesús, eso fue la vida de él, y lucha por amor, y pone gestos y gestos y gestos y sigue luchando por amor para que nosotros lo descubramos. ¿Vieron cuando uno pone muchos gestos de amor y el otro no responde? Que uno dice:Basta, no tengo más ganas, no quiero recibir tantos cachetazos, no quiero, me cansé.Bueno, Jesús nunca se cansa y sigue y sigue y sigue y está dispuesto a dar la vida, y eso celebramos en la Pascua, porque quiere luchar por nosotros, porque quiere que en algún momento ese amor que nos tiene nos entre en la cabeza y en el corazón y, que a partir de ahí, nos sintamos amados. Porque la vida que Dios crea, la de cada uno de nosotros, es ese regalo y es valioso. Dios no crea algo así nomás, cuando da la vida pone toda su vida y, cuando crea, AMA, y nos dice a nosotros “amate, amate como yo te amo”.

Los que son papás y mamás saben cómo le cambia la vida a uno cuando tiene un hijo, como cambia en el amor uno cuando tiene un hijo. Así ama Dios, y mucho más a cada uno de nosotros y así nos invita a amarnos nosotros. El problema es que, en general, tenemos un montón de quejas para darle a Dios, casi que es como si quisiéramos escribir. En realidad, si nos ponemos a agradecer, podemos escribir como una carilla; si nos ponemos a pedir, vamos a escribir bastante más; pero si nos ponemos a quejar vamos a escribir como una enciclopedia más o menos. Yo me imagino que, si llego al cielo, lo primero que voy a hacer, a parte de varias preguntas que le voy a hacer a Jesús, es, tal vez, quejarme de muchas cosas. Y yo creo que lo que Dios me diría es: Mirá, la verdad que el libro de quejas del cielo está completo, ya varias bibliotecas tenemos acá, así que dejá de quejarte y animate a tomar la vida en tus manos; yo ya di la vida por vos, ya está, todas la quejas fueron a la cruz y resucitaron en la pascua. Hoy viví eso, no esperes al cielo para vivir eso, vivilo hoy, viví la Pascua. No queremos recordar algo, queremos vivirla hoy pero, para eso, tengo que animarme a descubrir este paso en mi corazón. Jesús quiere que mi vida resucite hoy, no que esté tirando, no que ande con piloto automático, no que me queje solamente, y a veces hasta con razón, sino que pueda vivir la alegría de la vida que se me dio, que pueda luchar por ella, que pueda disfrutarla, esa es la invitación, por eso Jesús da la vida, en eso se eleva. Uno cuando se imagina la vida de Jesús, se imagina un Dios que amó, que fue, que caminó hasta dar la vida y aun eso lo hizo con alegría, más allá del dolor. No es que no sufrió, eso es lo que quería.

Hoy nos dice a nosotros: “Viví como resucitado”, ¿qué significa esto? Tomá la vida en tus manos, hacete cargo, luchá por ella y da vida a los demás a partir de ella. Ahora, yo no voy a poder terminar de dar vida si primero no me quiero, si primero no me amo; y esa es la invitación de Jesús.

Los discípulos en el evangelio van al sepulcro porque tiene una intuición. Aun en un momento duro y difícil hay un Jesús que les dio vida, y por eso lo siguen acompañando, y Dios les va a dar mucho más con la resurrección de él. A nosotros nos dice lo mismo, aun si estamos pasando un momento difícil: Mira, yo te voy a dar muchos más, anda a tu sepulcro y descubrí la resurrección de Jesús, y descubrí que da vida. Eso es lo que nos regala en la Pascua, en la Pascua Jesús da vida, vida que desborda, da vida en abundancia; y esa es la vida que quiere que descubramos, que vivamos y sintamos como Iglesia. Hay una Pascua de Jesús, una vida en abundancia que desborda nuestro corazón, y cuando verdaderamente podamos sentir eso vamos a descubrir que esa vida se la queremos dar a los demás, que NATURALMENTE se la damos a los demás, porque desborda. Cuando algo desborda, como la vida de Jesús, se transmite. Cuando nuestra vida desborda de experiencia de Jesús, se transmite.

Abramos entonces el corazón en esta Pascua a este Jesús que desborda vida para que también nuestra vida pueda desbordarse a los demás.

Lecturas
- Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43
- Salmo 117
- Colosenses 3,1-4
- Evangelio según san Juan 20,1-9

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