miércoles, 19 de agosto de 2015

Homilía – “Síganme por lo que yo significo en la vida de ustedes” – XVIII domingo durante el año


Hay una película que hace poco se hizo una nueva versión que se llama El Juez en la que un hombre, un abogado, Hank Palmer, vuelve a la ciudad, a la casa de sus padres, porque falleció su mamá. Vuelve para el velorio, para el entierro, pero quiere volver rápido a su casa porque tiene una muy mala relación con su padre, un vínculo muy pobre que, cuando uno empieza a ver en la película la personalidad de los dos, entiende por qué tienen este vínculo. El padre es un Juez, una persona adulta, totalmente estricta, totalmente rígida y el hijo es un adulto que es totalmente adolescente, no ha crecido como tenía que crecer. Si tenemos dos personas tan distintas, es muy difícil que puedan tener un vínculo maduro. Hay una frase que una amiga, Samanta, le dice a Hank que es muy gráfica, le dice: “Me encanta cómo podés ser, al mismo tiempo, la persona más egoísta y más generosa”. Quiero centrarme en esta frase, “pobre persona”, podríamos decir: Una persona adulta debería tener una personalidad, más allá de que todos tenemos incoherencias en la vida, no podemos tener una doble personalidad, tenemos que ir creciendo y ser maduros. Tal vez, es una de las cosas que más cuesta en la vida hoy, encontrar personas íntegras, y no hablo de personas íntegras que viven los valores, sino de personas en el sentido de maduras, que vivan la edad que tienen. Hoy, nos encontramos con que las edades se estiran mucho más, con adultos que siguen siendo adolescentes o, como en el caso de este juez, mayores que, en vez de ser más pacientes, más bondadosos, sigue siendo más duro, más estricto, como que no terminó de madurar y de crecer. Todos somos seres humanos y tenemos nuestro límite pero lo que más nos cuesta tal vez hoy en día es crecer, es madurar, es descubrir que hay diferentes momentos y diferentes etapas en la vida. Lo que a uno lo ayuda a crecer es, justamente, dar esos pasos que conllevan cada momento de la vida.

En la primera lectura de hoy el pueblo era esclavo en Egipto y lo que le pedía, lo que le reclamaba a Dios, era ser libres y Dios los libera. Pero, cuando van caminando por el desierto, el pueblo comienza a quejarse, “volvamos a Egipto, no tengo para comer, ¡Cuánto pan tenía en Egipto!”. Es decir, por algo totalmente menor, como es la comida, prefiero volver a ser esclavo. En vez de vivir la libertad, el don de la libertad con las dificultades que conlleva, prefiero volver a lo infantil de lo anterior, me mantengo como esclavo. Lo que le podría haber dicho Dios a Moisés era “¿ustedes creyeron que iba a ser fácil ser libre?”. No tenemos que ir si o si a esta lectura donde ponen este ejemplo tan claro, ser libre verdaderamente cuesta, hacernos cargo de la libertad cuesta. Vivimos en un mundo que ensalza la libertad, pero ¿Qué tipo de libertad ensalza? La libertad infantil, en la que yo puedo hacer cualquier cosa, no la libertad en la que yo me hago cargo de lo que elegí, de mis opciones y que intento vivirlas con madurez. Elegir verdaderamente, no a medias, porque muchas veces con las cosas que elegimos dejamos puertas abiertas a otras cosas, por las dudas, eso es ser infantil. Ser maduro es intentar crecer, según la edad que tengo, en esas elecciones que yo voy haciendo, ese es el camino de la vida, animarme a tomar la vida en mis manos y, en el fondo, eso es lo que me va a hacer feliz. Esto es lo que le pide Jesús a su pueblo también.

El fin de semana pasado escuchamos en el evangelio que Jesús multiplica los panes y los peces y que la gente come pan hasta saciarse. Vamos a empezar a escuchar, a partir de este domingo, toda una reflexión de Jesús en torno a esto. En este caso, comienza con toda la gente que lo sigue a Jesús, Jesús se va a otro lado y, cuando llega, está lleno de gente y Jesús, que no es inocente, les dice “ustedes me siguen porque comieron pan hasta saciarse, por lo que yo les doy, ¿me seguirían por otra razón que no sea esa gratificación inmediata, que tienen pan hasta saciarse?” Aquí comienza este dialogo: “¿Cuál es la obra? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?” y Jesús les dice que lo que tienen que hacer es creer en él, dar ese paso y, por eso, termina diciendo “yo soy el verdadero pan de vida”. Es cuando uno termina eligiendo al otro, para decirlo más claro, no es que lo sigo a Jesús por lo que él me puede dar. Como Jesús me da gratificaciones, porque Dios me da cosas, o por miedo a que no me las dé, lo sigo. ¿Lo sigo a Jesús por quién es? ¿Por lo que significa en mi vida? ¿Me animo a dar ese paso? Esto que nos pasa en la fe, nos pasa muchas veces en la vida, elegimos cosas, personas, amistades, distintos vínculos, por lo que ese vínculo me puede dar en ese momento. Ahora, ¿termino de elegir al otro por lo que significa? En el fondo, ese es el paso del amor, aprendo a trascender lo que yo hago y lo que el otro hace, por lo que yo soy y por lo que el otro es y ese es el paso tal vez más central en la vida y en la fe, no lo que uno hace sino quién es uno y quién es el otro. Por eso me animo a dar ese salto, ese es el salto que te pide Jesús, “no me sigan porque yo les doy de comer pan, síganme por lo que yo significo en la vida de ustedes, por lo que yo soy.

Esto es lo que les pide Pablo en la segunda lectura: “No sean como los paganos que son frívolos, no se dejen guiar por la concupiscencia, por los placeres inmediatos, sino que vivan esa profundidad del vínculo, en Jesús soy un hombre nuevo”. También a nosotros nos pasa en la vida que nos dejamos llevar por los placeres inmediatos, por lo que me puede dar esto hoy y muchas veces echo por la borda procesos, vínculos muy profundos. Esos vínculos, en el fondo, me dan mucho más pero me lo dan más pausadamente, como en la quietud del mar, en lo que hoy puedo vivir y no en lo inmediato que después ni me doy cuenta en dónde me metí. Esa es la invitación de Jesús para su pueblo, esa es la invitación de Jesús para nosotros.

Poniendo otro ejemplo, a veces, vivir la fe es mucho más fácil cuando yo tengo una tarea pastoral, un trabajo pastoral, entonces, como yo tengo algo para hacer, vivo mi fe, tengo que coordinar un grupo, tengo que hacer tal tarea pero ¿sé alimentar mi fe más allá de la pastoral? Porque no es lo mismo la pastoral que la fe. Cuando uno es más joven hace un montón de cosas en la parroquia, sin embargo, hay un momento en el que a uno se le complica. La tarea pastoral ya no es estar haciendo algo acá claramente, es estar educando a sus hijos en su casa. Aun ahí, yo puedo vivir la fe, pongo mi vida en Dios, rezo un Ave María, le pido a Dios que me acompañe, que acompañe a mi familia, educo a mis hijos en la fe, les enseño a rezar, a bendecir la mesa. Voy intentando transmitir los valores que Jesús me transmitió en mi familia, en mi trabajo, ser una persona fiel, honesta, transparente. Eso es vivir la fe, la pastoral tiene sus momentos en nuestra vida, hay momentos en los que puedo trabajar más y momentos en los que no puedo trabajar tanto pero si yo solo vivo mi fe en eso no di ese paso. Es decir, la fe me sirvió mientras yo podía hacer algo y en ese hacer, acompañar a un grupo, a una misión, yo encontraba una gratificación. Ahora, ¿puedo dar el salto a Jesús? No lo que yo hago y la gratificación, si encuentro, sino, quién es Jesús para mí, qué significa en mi vida.

Con las personas mayores o adultas pasa lo mismo, dar ese salto, ¿Cómo yo acompaño a mis papas cuando son más grandes? ¿Cómo yo visito a mis abuelos cuando yo soy un poco más grande? Porque mientras ellos me dan algo, inconscientemente, a veces no me doy cuenta de eso, mientras ellos tienen como un sentido para mí en el cual yo encuentro una gratificación, yo los visito, los acompaño, estoy. Cuando yo dejo de ver eso, me cuesta dar ese paso, ¿los visito por lo que son? Entonces, encontramos un montón de abuelos abandonados, un montón de veces nos cuesta visitar a nuestros papas, ¿Por qué? Porque no encuentro una gratificación inmediata en eso y porque no puedo dar ese salto, ¿Quién es él para mí? No lo visito por lo que me puede dar, lo visito porque me dio la vida, porque es mi padre, porque es mi abuelo.

Estos días, en las vacaciones de invierno, por esas maravillas del Whatsapp, mis papás mandaban fotos con mis sobrinos que los estuvieron llevando al parque de la costa, al teatro y estaban felices y yo decía “pensar que dentro de unos años esto les va a costar un montón y eso hay que educarlo”. Llega un momento en la vida que uno tiene que educar, “visitá a tus abuelos” les decís, y te dicen que les da fiaca, pero yo tengo que educarlos, decirles “ya no los visitas porque te divierte salir con ellos, los visitas por quienes son, por lo que significan en tu vida. Eso no solo les cuesta a los adolescentes y a los jóvenes, nos cuesta a nosotros como adultos muchas veces, me hago presente en la vida del otro por quien es, porque aprendí a amarlo, más allá de lo que me da en ese momento. Ese es el paso que Jesús les está pidiendo y por eso es el paso más difícil y más profundo, “yo soy el pan de vida, vení a mí, no vas a encontrar esa gratificación inmediata por el pan que comés, pero vas a encontrar algo mucho más profundo, una vida en profundidad y una vida en abundancia”. Eso pasa lo mismo con nuestros papas, con nuestros abuelos, con todos nuestros vínculos, ese paso de dejar el que es lo que puede hacer a que es lo que vivo en ese momento, quiero vivir en el amor este vínculo hoy.

Pidámosle a Jesús, aquel que es el verdadero pan de vida, que nos ayude a poder descubrirlo, a descubrir aquello que nos da una vida y una vida profunda en el cada día y a poder gozarlo, vivirlo, contemplarlo. Pidámosle a ese pan de vida que podamos cada día vivir esto.


Lecturas:
*Libro del Éxodo 16,2-4.12-15
*Salmo 77
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,17.20-24
*Juan 6,24-35

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