miércoles, 26 de agosto de 2015

Homilía: “El salto siempre es una decisión personal” – XIX domingo durante el año


Hace unos años salió una nueva saga de películas de Star Trek, El futuro Comienza se llamaba la primera. James Kirk es un joven adolescente que vive acá en la tierra y su vida es un poco desordenada, podríamos decir. En un momento, entra a un bar y empieza a hablar con una chica y se arma una trifulca, una pelea con varios oficiales. Lo están castigando bastante y entra el comandante Christopher Pike quien frena la pelea y se queda hablando con él. Cuando se pone a hablar con él le cuenta que conoció a su padre, que estudió sus vuelos, su vida, empieza a intentar motivarlo un poco, le pregunta por qué no se anima a algo más pero a James mucho no le importa. El comandante le dice “bueno, veo que te gusta hacer pavadas, ratería, pequeñas cosas, ¿Por qué no buscas trabajar en la flota estelar, dar un paso más?” Pero le contesta que no es algo que le interesa y Pike sigue intentando transmitirle algo pero no puede. Entonces, James Kirk le dice “¿ya acabaste?”, “si, ya acabe”, le contesta. Cuando se levanta le indica “te espero, si querés, mañana en los astilleros Riverside a las ochocientas”. Antes de irse, como ultima motivación, le dice “Tu padre fue comandante de una nova por 12 minutos, en esos 12 minutos salvó 800 vidas incluida la tuya y la de tu madre, te invito a superarlo”. ¿Qué es lo que busca desde su experiencia? Primero, invitarlo a dar un paso en su vida, busca motivarlo. Para dar un paso, para animarme a caminar, necesito una motivación, necesito que alguien me ayude, es más, creo que es una de las cosas que más está de moda. Uno ve en las empresas, a los jugadores de futbol dando charlas motivadoras, hay que motivar a las personas. La pregunta no es si es necesario o no motivar sino el cómo, cómo lo logro yo. Pensemos, ¿Cómo se transmite una experiencia? Una de las cosas que hemos escuchado que está en crisis es la educación, ¿Cómo yo transmito esto? ¿Cómo lo invito al otro a que crezca? ¿Cómo le transmito aquello que yo he aprendido?

Hace un tiempito atrás, me pidieron en uno de los colegios en los que ayudo a que motive a los chicos y a las chicas que se estaban por ir a misionar porque en el transcurso de la preparación les estaba costando y estaban perdiendo la motivación. Yo me puse a hablar con ellos y les pregunté si ellos habían ido a Pascua Joven, les puse eso como ejemplo y me dijeron que sí. Les pedí que se imaginaran cómo harían si quisieran invitar a otros a Pascua, ¿Cómo harían? Y me dijeron algunas cosas pero lo primero que descubrieron es que no era tan fácil con algo que a ellos les gustaba. Con esto pasa lo mismo pero tiene otra problemática que es que Pascua es un retiro que uno va o no va, en el momento decide pero esto tiene toda una preparación y la preparación se hace a veces un poco más pesada, pero una cosa es la preparación y otra cosa es la misión. Es difícil para uno transmitir una experiencia de lo que vive, pero los invito a charlar con cualquiera que haya misionado y van a ver que lo vivieron con mucho gozo y con alegría y que lo quisieron repetir y les van a transmitir esa experiencia. Lo que les aseguro es que, si se van, no se van a arrepentir.

¿Cómo transmito algo profundo, algo que yo viví? En primer lugar, la primera dificultad es que a veces no me es fácil porque transmito algo que yo pienso pero ¿Cómo transmito sentimientos? ¿Cómo transmito lo que me está pasando? A algunos eso nos cuesta mucho, después, que se logre hacer ese puente, que el otro pueda tener esa empatía, que lo entienda, que vibre con lo mismo. Es tan difícil que, a veces, hay cosas que vivimos que cuando alguno queda afuera le cuesta entenderlas, desde algo muy simple como unas vacaciones, un momento que, los que estuvimos, nos ponemos a charlar y el otro se siente afuera, “¿Qué paso acá? ¿Por qué me lo perdí?”. Porque es difícil transmitir una experiencia profunda vivida en el corazón. Esta dificultad que tenemos nosotros es también la dificultad que tiene Jesús, Jesús tiene la experiencia de estar con el Padre, de vivir con el Padre y eso es lo que quiere transmitir a sus discípulos. Sin embargo, no le es fácil y busca las maneras, las formas pero la enseñanza que nos deja en primer lugar Jesús es que lo primero que hay que hacer siempre es ponerse a la par del otro, descubrir por dónde puedo empezar, porque si no el salto se hace muy grande. En la fe siempre va a haber un salto, siempre me tengo que animar a saltar, a soltar las cosas pero, para transmitir algo, yo tengo que llegar al otro, encontrarme con el otro y eso es lo que busca Jesús. Sin embargo, después va a buscar algo más.

Hace dos semanas escuchábamos que Jesús multiplicaba los panes, la gente estaba feliz, se acercaba a él, él se quiere ir y la gente lo sigue. Escuchamos la semana pasada que Jesús les dice “ustedes solo me siguen porque comieron pan hasta saciarse” y la invitación de Jesús es “ahora crean en mí, den este salto, ya no me sigan por lo que les doy sino que anímense a creer y a confiar en mí, yo tengo esta vivencia de Dios y los invito también a ustedes a vivirla”. Pero eso es lo difícil porque Jesús dice “ahora den un paso más, no se queden con lo anterior” y lo difícil es que ahora yo tengo que creer en la persona del otro. Cuántas veces ustedes, cuando quisieron invitar a alguien a algo y como les cuesta les dicen “confiá en mí, cree en mí, no tengo otra manera de demostrarte esto, yo te invito a que des este salto”. Jesús hace lo mismo y eso es lo que construye porque eso es lo que forman los vínculos. La fe no es algo que uno tiene, una propiedad, por más que yo diga “tengo fe”, no es de mi propiedad.

Muchos tienen amigos o están casados. No es que uno tiene un amigo o tiene una esposa, por más que lo digan así, no es que yo lo puedo poseer como un objeto o como algo mío, sino que, en un vínculo en el que vamos creciendo, nos animamos a dar un salto. Yo creo en vos y vos crees en mí y, por más que lo quiera dejar atado, no hay posibilidades, tengo que alimentar ese vínculo y volver a confiar y volver a creer y dar pasos y, a veces, sanar. Todo es parte de una dinámica, es algo dinámico, no es algo que a mí me pertenece. En la fe pasa lo mismo, es el vínculo que yo voy haciendo con Jesús y por eso la invitación es a confiar en él, creer en él y continuamente, en ese camino, Jesús me va mostrando la puerta. Me dice: “Ahora vos la tenés que cruzar y vos tenés que animarte a dar este salto” y eso es continuo y esa invitación en Jesús va a ser constante para mí. Ese es un paso que voy a tener que dar en el corazón, por eso, vivir la fe conlleva siempre un riesgo. Todo vínculo conlleva un riesgo, lo tengo que cuidar, lo tenemos que alimentar y todos descubrimos que tenemos nuestros momentos, momentos en los que fluye más, momentos donde nos cuesta, momentos donde, en ciertas circunstancias de la vida, tengo que dar esos pasos en la fe. La fe la tengo que madurar, la tengo que pensar, ¿para qué? Para poder hacerla crecer, si no, es como algo que tengo y que no quiero perder y me pongo duro hasta que, en algún momento, explota. La invitación de Jesús siempre es a caminar, vayan dando pasos.

La primera lectura ejemplifica esto con Elías. Elías vive como en los dos polos al mismo tiempo porque acaba de tener el éxito más grande en su misión como profeta, acaba de vencer a los 400 profetas de los paganos. Cuando está en el sumo porque los venció, en vez de tener éxito, lo empiezan a perseguir, se va y no tiene más ganas de nada. Dice “si cuando me va bien pasa esto, ni hablemos de cuando no me escuchan y me va mal” y tiene que dar un salto, tiene que ir más allá del éxito que pueda tener y Dios lo invita a eso, “animate, levántate, come”. El salto siempre es una decisión personal.

Pongamos unos ejemplos frente a Jesús en el Nuevo Testamento, casi contrarios en su comienzo porque todos conocerán la historia del joven rico, ese hombre que se acerca a Jesús y le dice que quiere heredar la vida eterna, “¿Qué tengo que hacer?”, le pregunta. Jesús le dice lo que tiene que hacer y le contesta que eso lo ha vivido desde su juventud pero Jesús le pide un paso, “ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres” y no pudo dar ese salto. El descubría que tenía que dar un salto pero no se animó a darlo.

Por el contrario, podemos poner un caso que se da más tangencialmente como el de Zaqueo: Va, se sube a un árbol para ver a Jesús, Jesús le dice “Quiero ir a tu casa” y, sin que Jesús le diga nada, este hombre se convierte. “Si a alguien perjudiqué, le voy a dar tres veces más, voy a vender mis vienes y dar la mitad a los pobres”, él pudo dar un salto frente a la personar de Jesús, ¿por qué? Porque Jesús le muestra la puerta, a veces más explícitamente y a veces más implícitamente y ahora me dice “ahora te toca a vos, ahí está tu libertad, animate a confiar y a creer, animate a descubrir que hay una promesa adelante”, esa es la invitación de Jesús. “Yo soy el pan de vida, ahora crean en mi”, eso lo hace porque fue lo que fue mostrando durante el camino. Es verdad que hay que dar un salto, pero Jesús fue haciendo madurar, pero nunca quita que, de nosotros, tenemos que aprender a confiar, tenemos que aprender a creer, esa es la invitación. Eso es lo que nos ayuda a crecer en la vida, en el vínculo con los demás, eso es lo que nos ayuda a crecer en la fe.

Pidámosle hoy a Jesús, a este pan de vida que nos alimenta para que nuestra fe día a día crezca, que nos animemos a confiar, que nos animemos a creer, eso es lo que construye. Eso es lo que construye en una familia, en una comunidad, en una institución, en un país, en nuestra vida con Dios. Pidámosle a Jesús que ese alimento nos anime siempre a dar esos saltos.


Lecturas:
*Primer libro de los Reyes 19,4-8
*Salmo 33
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,30–5,2
*Juan 6,41-51

No hay comentarios:

Publicar un comentario