miércoles, 26 de agosto de 2015

Homilía: “El salto siempre es una decisión personal” – XIX domingo durante el año


Hace unos años salió una nueva saga de películas de Star Trek, El futuro Comienza se llamaba la primera. James Kirk es un joven adolescente que vive acá en la tierra y su vida es un poco desordenada, podríamos decir. En un momento, entra a un bar y empieza a hablar con una chica y se arma una trifulca, una pelea con varios oficiales. Lo están castigando bastante y entra el comandante Christopher Pike quien frena la pelea y se queda hablando con él. Cuando se pone a hablar con él le cuenta que conoció a su padre, que estudió sus vuelos, su vida, empieza a intentar motivarlo un poco, le pregunta por qué no se anima a algo más pero a James mucho no le importa. El comandante le dice “bueno, veo que te gusta hacer pavadas, ratería, pequeñas cosas, ¿Por qué no buscas trabajar en la flota estelar, dar un paso más?” Pero le contesta que no es algo que le interesa y Pike sigue intentando transmitirle algo pero no puede. Entonces, James Kirk le dice “¿ya acabaste?”, “si, ya acabe”, le contesta. Cuando se levanta le indica “te espero, si querés, mañana en los astilleros Riverside a las ochocientas”. Antes de irse, como ultima motivación, le dice “Tu padre fue comandante de una nova por 12 minutos, en esos 12 minutos salvó 800 vidas incluida la tuya y la de tu madre, te invito a superarlo”. ¿Qué es lo que busca desde su experiencia? Primero, invitarlo a dar un paso en su vida, busca motivarlo. Para dar un paso, para animarme a caminar, necesito una motivación, necesito que alguien me ayude, es más, creo que es una de las cosas que más está de moda. Uno ve en las empresas, a los jugadores de futbol dando charlas motivadoras, hay que motivar a las personas. La pregunta no es si es necesario o no motivar sino el cómo, cómo lo logro yo. Pensemos, ¿Cómo se transmite una experiencia? Una de las cosas que hemos escuchado que está en crisis es la educación, ¿Cómo yo transmito esto? ¿Cómo lo invito al otro a que crezca? ¿Cómo le transmito aquello que yo he aprendido?

Hace un tiempito atrás, me pidieron en uno de los colegios en los que ayudo a que motive a los chicos y a las chicas que se estaban por ir a misionar porque en el transcurso de la preparación les estaba costando y estaban perdiendo la motivación. Yo me puse a hablar con ellos y les pregunté si ellos habían ido a Pascua Joven, les puse eso como ejemplo y me dijeron que sí. Les pedí que se imaginaran cómo harían si quisieran invitar a otros a Pascua, ¿Cómo harían? Y me dijeron algunas cosas pero lo primero que descubrieron es que no era tan fácil con algo que a ellos les gustaba. Con esto pasa lo mismo pero tiene otra problemática que es que Pascua es un retiro que uno va o no va, en el momento decide pero esto tiene toda una preparación y la preparación se hace a veces un poco más pesada, pero una cosa es la preparación y otra cosa es la misión. Es difícil para uno transmitir una experiencia de lo que vive, pero los invito a charlar con cualquiera que haya misionado y van a ver que lo vivieron con mucho gozo y con alegría y que lo quisieron repetir y les van a transmitir esa experiencia. Lo que les aseguro es que, si se van, no se van a arrepentir.

¿Cómo transmito algo profundo, algo que yo viví? En primer lugar, la primera dificultad es que a veces no me es fácil porque transmito algo que yo pienso pero ¿Cómo transmito sentimientos? ¿Cómo transmito lo que me está pasando? A algunos eso nos cuesta mucho, después, que se logre hacer ese puente, que el otro pueda tener esa empatía, que lo entienda, que vibre con lo mismo. Es tan difícil que, a veces, hay cosas que vivimos que cuando alguno queda afuera le cuesta entenderlas, desde algo muy simple como unas vacaciones, un momento que, los que estuvimos, nos ponemos a charlar y el otro se siente afuera, “¿Qué paso acá? ¿Por qué me lo perdí?”. Porque es difícil transmitir una experiencia profunda vivida en el corazón. Esta dificultad que tenemos nosotros es también la dificultad que tiene Jesús, Jesús tiene la experiencia de estar con el Padre, de vivir con el Padre y eso es lo que quiere transmitir a sus discípulos. Sin embargo, no le es fácil y busca las maneras, las formas pero la enseñanza que nos deja en primer lugar Jesús es que lo primero que hay que hacer siempre es ponerse a la par del otro, descubrir por dónde puedo empezar, porque si no el salto se hace muy grande. En la fe siempre va a haber un salto, siempre me tengo que animar a saltar, a soltar las cosas pero, para transmitir algo, yo tengo que llegar al otro, encontrarme con el otro y eso es lo que busca Jesús. Sin embargo, después va a buscar algo más.

Hace dos semanas escuchábamos que Jesús multiplicaba los panes, la gente estaba feliz, se acercaba a él, él se quiere ir y la gente lo sigue. Escuchamos la semana pasada que Jesús les dice “ustedes solo me siguen porque comieron pan hasta saciarse” y la invitación de Jesús es “ahora crean en mí, den este salto, ya no me sigan por lo que les doy sino que anímense a creer y a confiar en mí, yo tengo esta vivencia de Dios y los invito también a ustedes a vivirla”. Pero eso es lo difícil porque Jesús dice “ahora den un paso más, no se queden con lo anterior” y lo difícil es que ahora yo tengo que creer en la persona del otro. Cuántas veces ustedes, cuando quisieron invitar a alguien a algo y como les cuesta les dicen “confiá en mí, cree en mí, no tengo otra manera de demostrarte esto, yo te invito a que des este salto”. Jesús hace lo mismo y eso es lo que construye porque eso es lo que forman los vínculos. La fe no es algo que uno tiene, una propiedad, por más que yo diga “tengo fe”, no es de mi propiedad.

Muchos tienen amigos o están casados. No es que uno tiene un amigo o tiene una esposa, por más que lo digan así, no es que yo lo puedo poseer como un objeto o como algo mío, sino que, en un vínculo en el que vamos creciendo, nos animamos a dar un salto. Yo creo en vos y vos crees en mí y, por más que lo quiera dejar atado, no hay posibilidades, tengo que alimentar ese vínculo y volver a confiar y volver a creer y dar pasos y, a veces, sanar. Todo es parte de una dinámica, es algo dinámico, no es algo que a mí me pertenece. En la fe pasa lo mismo, es el vínculo que yo voy haciendo con Jesús y por eso la invitación es a confiar en él, creer en él y continuamente, en ese camino, Jesús me va mostrando la puerta. Me dice: “Ahora vos la tenés que cruzar y vos tenés que animarte a dar este salto” y eso es continuo y esa invitación en Jesús va a ser constante para mí. Ese es un paso que voy a tener que dar en el corazón, por eso, vivir la fe conlleva siempre un riesgo. Todo vínculo conlleva un riesgo, lo tengo que cuidar, lo tenemos que alimentar y todos descubrimos que tenemos nuestros momentos, momentos en los que fluye más, momentos donde nos cuesta, momentos donde, en ciertas circunstancias de la vida, tengo que dar esos pasos en la fe. La fe la tengo que madurar, la tengo que pensar, ¿para qué? Para poder hacerla crecer, si no, es como algo que tengo y que no quiero perder y me pongo duro hasta que, en algún momento, explota. La invitación de Jesús siempre es a caminar, vayan dando pasos.

La primera lectura ejemplifica esto con Elías. Elías vive como en los dos polos al mismo tiempo porque acaba de tener el éxito más grande en su misión como profeta, acaba de vencer a los 400 profetas de los paganos. Cuando está en el sumo porque los venció, en vez de tener éxito, lo empiezan a perseguir, se va y no tiene más ganas de nada. Dice “si cuando me va bien pasa esto, ni hablemos de cuando no me escuchan y me va mal” y tiene que dar un salto, tiene que ir más allá del éxito que pueda tener y Dios lo invita a eso, “animate, levántate, come”. El salto siempre es una decisión personal.

Pongamos unos ejemplos frente a Jesús en el Nuevo Testamento, casi contrarios en su comienzo porque todos conocerán la historia del joven rico, ese hombre que se acerca a Jesús y le dice que quiere heredar la vida eterna, “¿Qué tengo que hacer?”, le pregunta. Jesús le dice lo que tiene que hacer y le contesta que eso lo ha vivido desde su juventud pero Jesús le pide un paso, “ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres” y no pudo dar ese salto. El descubría que tenía que dar un salto pero no se animó a darlo.

Por el contrario, podemos poner un caso que se da más tangencialmente como el de Zaqueo: Va, se sube a un árbol para ver a Jesús, Jesús le dice “Quiero ir a tu casa” y, sin que Jesús le diga nada, este hombre se convierte. “Si a alguien perjudiqué, le voy a dar tres veces más, voy a vender mis vienes y dar la mitad a los pobres”, él pudo dar un salto frente a la personar de Jesús, ¿por qué? Porque Jesús le muestra la puerta, a veces más explícitamente y a veces más implícitamente y ahora me dice “ahora te toca a vos, ahí está tu libertad, animate a confiar y a creer, animate a descubrir que hay una promesa adelante”, esa es la invitación de Jesús. “Yo soy el pan de vida, ahora crean en mi”, eso lo hace porque fue lo que fue mostrando durante el camino. Es verdad que hay que dar un salto, pero Jesús fue haciendo madurar, pero nunca quita que, de nosotros, tenemos que aprender a confiar, tenemos que aprender a creer, esa es la invitación. Eso es lo que nos ayuda a crecer en la vida, en el vínculo con los demás, eso es lo que nos ayuda a crecer en la fe.

Pidámosle hoy a Jesús, a este pan de vida que nos alimenta para que nuestra fe día a día crezca, que nos animemos a confiar, que nos animemos a creer, eso es lo que construye. Eso es lo que construye en una familia, en una comunidad, en una institución, en un país, en nuestra vida con Dios. Pidámosle a Jesús que ese alimento nos anime siempre a dar esos saltos.


Lecturas:
*Primer libro de los Reyes 19,4-8
*Salmo 33
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,30–5,2
*Juan 6,41-51

miércoles, 19 de agosto de 2015

Homilía – “Síganme por lo que yo significo en la vida de ustedes” – XVIII domingo durante el año


Hay una película que hace poco se hizo una nueva versión que se llama El Juez en la que un hombre, un abogado, Hank Palmer, vuelve a la ciudad, a la casa de sus padres, porque falleció su mamá. Vuelve para el velorio, para el entierro, pero quiere volver rápido a su casa porque tiene una muy mala relación con su padre, un vínculo muy pobre que, cuando uno empieza a ver en la película la personalidad de los dos, entiende por qué tienen este vínculo. El padre es un Juez, una persona adulta, totalmente estricta, totalmente rígida y el hijo es un adulto que es totalmente adolescente, no ha crecido como tenía que crecer. Si tenemos dos personas tan distintas, es muy difícil que puedan tener un vínculo maduro. Hay una frase que una amiga, Samanta, le dice a Hank que es muy gráfica, le dice: “Me encanta cómo podés ser, al mismo tiempo, la persona más egoísta y más generosa”. Quiero centrarme en esta frase, “pobre persona”, podríamos decir: Una persona adulta debería tener una personalidad, más allá de que todos tenemos incoherencias en la vida, no podemos tener una doble personalidad, tenemos que ir creciendo y ser maduros. Tal vez, es una de las cosas que más cuesta en la vida hoy, encontrar personas íntegras, y no hablo de personas íntegras que viven los valores, sino de personas en el sentido de maduras, que vivan la edad que tienen. Hoy, nos encontramos con que las edades se estiran mucho más, con adultos que siguen siendo adolescentes o, como en el caso de este juez, mayores que, en vez de ser más pacientes, más bondadosos, sigue siendo más duro, más estricto, como que no terminó de madurar y de crecer. Todos somos seres humanos y tenemos nuestro límite pero lo que más nos cuesta tal vez hoy en día es crecer, es madurar, es descubrir que hay diferentes momentos y diferentes etapas en la vida. Lo que a uno lo ayuda a crecer es, justamente, dar esos pasos que conllevan cada momento de la vida.

En la primera lectura de hoy el pueblo era esclavo en Egipto y lo que le pedía, lo que le reclamaba a Dios, era ser libres y Dios los libera. Pero, cuando van caminando por el desierto, el pueblo comienza a quejarse, “volvamos a Egipto, no tengo para comer, ¡Cuánto pan tenía en Egipto!”. Es decir, por algo totalmente menor, como es la comida, prefiero volver a ser esclavo. En vez de vivir la libertad, el don de la libertad con las dificultades que conlleva, prefiero volver a lo infantil de lo anterior, me mantengo como esclavo. Lo que le podría haber dicho Dios a Moisés era “¿ustedes creyeron que iba a ser fácil ser libre?”. No tenemos que ir si o si a esta lectura donde ponen este ejemplo tan claro, ser libre verdaderamente cuesta, hacernos cargo de la libertad cuesta. Vivimos en un mundo que ensalza la libertad, pero ¿Qué tipo de libertad ensalza? La libertad infantil, en la que yo puedo hacer cualquier cosa, no la libertad en la que yo me hago cargo de lo que elegí, de mis opciones y que intento vivirlas con madurez. Elegir verdaderamente, no a medias, porque muchas veces con las cosas que elegimos dejamos puertas abiertas a otras cosas, por las dudas, eso es ser infantil. Ser maduro es intentar crecer, según la edad que tengo, en esas elecciones que yo voy haciendo, ese es el camino de la vida, animarme a tomar la vida en mis manos y, en el fondo, eso es lo que me va a hacer feliz. Esto es lo que le pide Jesús a su pueblo también.

El fin de semana pasado escuchamos en el evangelio que Jesús multiplica los panes y los peces y que la gente come pan hasta saciarse. Vamos a empezar a escuchar, a partir de este domingo, toda una reflexión de Jesús en torno a esto. En este caso, comienza con toda la gente que lo sigue a Jesús, Jesús se va a otro lado y, cuando llega, está lleno de gente y Jesús, que no es inocente, les dice “ustedes me siguen porque comieron pan hasta saciarse, por lo que yo les doy, ¿me seguirían por otra razón que no sea esa gratificación inmediata, que tienen pan hasta saciarse?” Aquí comienza este dialogo: “¿Cuál es la obra? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?” y Jesús les dice que lo que tienen que hacer es creer en él, dar ese paso y, por eso, termina diciendo “yo soy el verdadero pan de vida”. Es cuando uno termina eligiendo al otro, para decirlo más claro, no es que lo sigo a Jesús por lo que él me puede dar. Como Jesús me da gratificaciones, porque Dios me da cosas, o por miedo a que no me las dé, lo sigo. ¿Lo sigo a Jesús por quién es? ¿Por lo que significa en mi vida? ¿Me animo a dar ese paso? Esto que nos pasa en la fe, nos pasa muchas veces en la vida, elegimos cosas, personas, amistades, distintos vínculos, por lo que ese vínculo me puede dar en ese momento. Ahora, ¿termino de elegir al otro por lo que significa? En el fondo, ese es el paso del amor, aprendo a trascender lo que yo hago y lo que el otro hace, por lo que yo soy y por lo que el otro es y ese es el paso tal vez más central en la vida y en la fe, no lo que uno hace sino quién es uno y quién es el otro. Por eso me animo a dar ese salto, ese es el salto que te pide Jesús, “no me sigan porque yo les doy de comer pan, síganme por lo que yo significo en la vida de ustedes, por lo que yo soy.

Esto es lo que les pide Pablo en la segunda lectura: “No sean como los paganos que son frívolos, no se dejen guiar por la concupiscencia, por los placeres inmediatos, sino que vivan esa profundidad del vínculo, en Jesús soy un hombre nuevo”. También a nosotros nos pasa en la vida que nos dejamos llevar por los placeres inmediatos, por lo que me puede dar esto hoy y muchas veces echo por la borda procesos, vínculos muy profundos. Esos vínculos, en el fondo, me dan mucho más pero me lo dan más pausadamente, como en la quietud del mar, en lo que hoy puedo vivir y no en lo inmediato que después ni me doy cuenta en dónde me metí. Esa es la invitación de Jesús para su pueblo, esa es la invitación de Jesús para nosotros.

Poniendo otro ejemplo, a veces, vivir la fe es mucho más fácil cuando yo tengo una tarea pastoral, un trabajo pastoral, entonces, como yo tengo algo para hacer, vivo mi fe, tengo que coordinar un grupo, tengo que hacer tal tarea pero ¿sé alimentar mi fe más allá de la pastoral? Porque no es lo mismo la pastoral que la fe. Cuando uno es más joven hace un montón de cosas en la parroquia, sin embargo, hay un momento en el que a uno se le complica. La tarea pastoral ya no es estar haciendo algo acá claramente, es estar educando a sus hijos en su casa. Aun ahí, yo puedo vivir la fe, pongo mi vida en Dios, rezo un Ave María, le pido a Dios que me acompañe, que acompañe a mi familia, educo a mis hijos en la fe, les enseño a rezar, a bendecir la mesa. Voy intentando transmitir los valores que Jesús me transmitió en mi familia, en mi trabajo, ser una persona fiel, honesta, transparente. Eso es vivir la fe, la pastoral tiene sus momentos en nuestra vida, hay momentos en los que puedo trabajar más y momentos en los que no puedo trabajar tanto pero si yo solo vivo mi fe en eso no di ese paso. Es decir, la fe me sirvió mientras yo podía hacer algo y en ese hacer, acompañar a un grupo, a una misión, yo encontraba una gratificación. Ahora, ¿puedo dar el salto a Jesús? No lo que yo hago y la gratificación, si encuentro, sino, quién es Jesús para mí, qué significa en mi vida.

Con las personas mayores o adultas pasa lo mismo, dar ese salto, ¿Cómo yo acompaño a mis papas cuando son más grandes? ¿Cómo yo visito a mis abuelos cuando yo soy un poco más grande? Porque mientras ellos me dan algo, inconscientemente, a veces no me doy cuenta de eso, mientras ellos tienen como un sentido para mí en el cual yo encuentro una gratificación, yo los visito, los acompaño, estoy. Cuando yo dejo de ver eso, me cuesta dar ese paso, ¿los visito por lo que son? Entonces, encontramos un montón de abuelos abandonados, un montón de veces nos cuesta visitar a nuestros papas, ¿Por qué? Porque no encuentro una gratificación inmediata en eso y porque no puedo dar ese salto, ¿Quién es él para mí? No lo visito por lo que me puede dar, lo visito porque me dio la vida, porque es mi padre, porque es mi abuelo.

Estos días, en las vacaciones de invierno, por esas maravillas del Whatsapp, mis papás mandaban fotos con mis sobrinos que los estuvieron llevando al parque de la costa, al teatro y estaban felices y yo decía “pensar que dentro de unos años esto les va a costar un montón y eso hay que educarlo”. Llega un momento en la vida que uno tiene que educar, “visitá a tus abuelos” les decís, y te dicen que les da fiaca, pero yo tengo que educarlos, decirles “ya no los visitas porque te divierte salir con ellos, los visitas por quienes son, por lo que significan en tu vida. Eso no solo les cuesta a los adolescentes y a los jóvenes, nos cuesta a nosotros como adultos muchas veces, me hago presente en la vida del otro por quien es, porque aprendí a amarlo, más allá de lo que me da en ese momento. Ese es el paso que Jesús les está pidiendo y por eso es el paso más difícil y más profundo, “yo soy el pan de vida, vení a mí, no vas a encontrar esa gratificación inmediata por el pan que comés, pero vas a encontrar algo mucho más profundo, una vida en profundidad y una vida en abundancia”. Eso pasa lo mismo con nuestros papas, con nuestros abuelos, con todos nuestros vínculos, ese paso de dejar el que es lo que puede hacer a que es lo que vivo en ese momento, quiero vivir en el amor este vínculo hoy.

Pidámosle a Jesús, aquel que es el verdadero pan de vida, que nos ayude a poder descubrirlo, a descubrir aquello que nos da una vida y una vida profunda en el cada día y a poder gozarlo, vivirlo, contemplarlo. Pidámosle a ese pan de vida que podamos cada día vivir esto.


Lecturas:
*Libro del Éxodo 16,2-4.12-15
*Salmo 77
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,17.20-24
*Juan 6,24-35

lunes, 10 de agosto de 2015

Homilía: “Animémonos a dar de lo que tenemos” – XVII domingo durante el año


Hay una película que se llama El Justiciero en la que Robert McCall, después de que se retiró de trabajar para el gobierno, trabaja desinteresadamente para una ferretería que se llama Home Mart. Ahí, se hace amigo de Ralphie, un muchacho joven que trabaja reponiendo las góndolas y demás y quiere dar un examen para poder trabajar ahí como seguridad. Robert lo va a ir entrenando para eso. En un momento se juntan a almorzar, cada uno saca su comida, Ralph saca su sándwich y Robert le pregunta qué es lo que tiene su sándwich y casi que era un sándwich vegetariano, sin nada. Cuando lo muerde hace un ruido fuerte, un crack y Robert le vuelve a preguntar qué tiene su sándwich y cuando lo abre tenía varias cosas más, entre ellas papas y cosas así. Entonces Ralph le saca las papas y lo cierra y Robert le dice “muy bien, buscamos progreso, no perfección” como diciendo “damos un paso, esto suma”. Podríamos decir que eso es lo importante en muchas cosas de la vida, a veces nos volvemos locos porque miramos el ideal nada más, y el ideal esta lejísimos, siempre, por eso es un ideal, no es medible. Tenemos que siempre ponernos en camino y ver cuál es el paso que podemos dar, así es mucho más fácil crecer en la vida, es mucho más fácil educar, es mucho más simple dar pasos.

Esto es lo que hace Jesús también con sus discípulos: Si uno mira su vida, les va teniendo paciencia y ellos, de a poco, van dando pasos de crecimiento. Eso es también lo que van haciendo los papas con sus hijos y es lo central para que ellos puedan madurar, crecer. De alguna manera, esto sucede también en el evangelio que acabamos de escuchar porque nos dice que la gente acudía a Jesús porque sanaba a los enfermos, los curaba. Es más, podríamos pensar, cada uno de nosotros, ¿Cuáles son las razones por las cuales yo me acerco a Jesús? Seguramente cada uno tenga razones diferentes, hasta en distintos momentos de la vida tendremos razones diferentes por las cuales nos acercamos a Jesús. A veces le queremos dar gracias por momentos que estamos viviendo, a veces queremos pedirle ciertas cosas, a veces por lo que significa para mí, por el vínculo en el que quiero crecer, porque quiero vivir mi fe; puedo tener diferentes motivaciones, ninguna es mejor que otra. En ese momento en el que me acerque, Jesús siempre va a invitarme a que yo de un pasito más, a que haga ese progreso, a que vaya creciendo. La gente se acercaba porque Jesús curaba pero Jesús no se pone a curar ahí, se pone a enseñarles, seguramente les habló de Dios, les contó sobre su padre, los invitó a crecer en la fe.

Llega un momento en el que se hace tarde, la mayoría de la gente tiene hambre y, frente a esto, como nos podría pasar a nosotros, hay distintas posibilidades. ¿Vieron cuando hay gente que viene a tu casa y cae de improviso y uno dice “qué hago”? Una de las posibilidades es ver cómo sacártelo de encima y que no se dé mucho cuenta que me lo quiero sacar de encima, que pase desapercibido. Otra posibilidad es la que tuvo Felipe, ¿Cómo compro algo? Para que se den una idea, 200 denarios era más o menos el sueldo de seis meses y medio de una persona y dice que eso no alcanzaba. Esa es una tentación muchas veces en muchas cosas de la vida, muchas veces sentimos que la plata lo soluciona todo, todo se puede comprar, todo se hace con plata. Jesús no toma ninguna de estas, ni se saca el problema de encima ni quiere resolver las cosas con dinero sino que busca otro camino. Acá, Andrés, el hermano de Pedro, acerca a este niño que tiene cinco panes y dos pescados, panes de cebada, cuando el pan importante era el pan de trigo. La imagen que a mí me viene cuando este chico trae esto tan pequeño para tanta gente es como cuando uno estaba en el colegio y tenía algo para comer y pensaba en qué momento sacarlo sin que se le abalancen todos, uno buscaba cómo comerlo sin que los otros se dieran cuenta. Pero este niño tiene esta actitud desinteresada y ahí comienza este gesto de Jesús. Yo creo que seguramente otros se sumaron viendo lo que este niño hacía, pusieron lo que tenían y, a partir de ahí, Jesús va a poder hacer este signo en el que estos 5000 hombres, más las mujeres y los niños, pueden alimentarse, comenzando con estos cinco panes y dos peces.

Hay muchas ocasiones en la vida en la que sentimos que nosotros no podemos hacer nada y que lo que hacemos no vale la pena, que es insignificante, ¿Qué puedo cambiar yo con esto? Este gesto nos muestra como lo pequeño es lo que va marcando la diferencia, cómo ese pequeño gesto, cuando yo lo pongo en manos de Jesús, aunque parezca que no vale nada, va a llegar a mucho más, y esta es la invitación que Jesús nos hace. Esto marcó el corazón de los discípulos, quedó grabado en sus pupilas porque es el único milagro que está narrado en los cuatro evangelios. Jesús hizo milagros mucho más extraordinarios que esto, resucitó gente, pero ninguno de esos está en los cuatro, el único que está en todos es la multiplicación de los panes. ¿Por qué? Seguramente, en primer lugar, por la unión que hicieron con la eucaristía pero también por las actitudes, cómo Jesús de lo poco sacaba mucho, cómo tenía esos gestos con la gente, cómo la gente aprendía a compartir estando con él. Eso era algo diferente, acá notan algo distinto y en el mundo de hoy, como cristianos, también estamos llamados a algo distinto.

Vivimos en un mundo que es muy individualista, en el que lo mío es mío y de nadie más, ¿Por qué tengo que abrirme al otro, compartir? Un mundo en el que muchas veces nuestra propia humanidad nos lleva a ser egoístas. Jesús, con paciencia, nos va llamando a que hagamos ese progreso de compartir, de abrirnos. Esto lo vemos en los niños, hay chicos que les sale más fácil y hay otros que les cuesta y uno los va educando, les va diciendo que le dé a los demás, que compartan. Esto no solo le cuesta a los niños, les cuesta a los jóvenes, a veces a los adultos, compartir de lo que tenemos, de las cosas, de los dones y de la propia vida, animarnos a dar ese paso. Romper con ese mundo en el que muchas veces terminamos siendo islas, aislados de los demás. Romper con este mundo en el que son cada vez menos los que tienen más y son cada vez más los que tienen menos, donde las desigualdades son muy grandes, donde cuando uno quiere decir algo para que el otro tenga ese espíritu de compartir, ya lo tildan de otra manera para descalificarlo y que sea más fácil. Podemos poner el ejemplo del papa que esto lo denuncia, que hay cada vez mayor aglomeración en pocas manos, este capitalismo desencarnado que en vez de decir “¿Cómo me llama esto a la conversión?” decimos “Este es marxista, este es socialista, descalifiquémoslo para que no me obligue a mí a tener que cambiar”, eso es más fácil. El papa es cristiano, eso es lo que pasa, esto lo dijo Jesús hace muchísimos años antes, dijo “hay que compartir, hay que dar lo que tenemos”. Pero cómo dar pasos en el corazón, sobre todo en un mundo en el que es tan contrario y que este valor es tan contracultural a lo que se vive, es tan difícil, mejor es criticarlo para que eso no me llame a la conversión. Jesús, con paciencia, sigue buscando y nos sigue diciendo lo mismo, “animémonos a dar de lo que tenemos, animémonos a compartir”.

Pensemos en nuestro país, una de las cosas que muchas veces escuchamos es la riqueza que tenemos, tanto materiales como humanas y como, a pesar del esfuerzo que hemos hecho muchas veces por fundirlo, no hemos logrado hacerlo todavía. Jesús nos dice “anímense de nuevo, busquen de nuevo, den un paso”. Jesús siempre nos da otra oportunidad, a ver si de alguna vez por todas pensamos en el otro, trabajamos por el bien común, nos animamos a abrir el corazón. Podemos empezar por lo más pequeño, por nuestra familia, por nuestro trabajo, ¿Qué es lo que me cuesta compartir un poco? De las cosas y de mi vida, ¿Cuál es el paso sencillo que puedo dar? ¿En qué soy egoísta? ¿Cuál es la invitación que me hace hoy Jesús? Así se empieza. Aunque pensemos muchas veces que no vale la pena, que es insignificante, Jesús nos vuelve a decir “eso es lo que marca la diferencia”. Esto es lo que le dice Pablo a su comunidad, “yo ya estoy preso” y así fue hasta el fin de su vida, “ahora les toca a ustedes, permanezcan unidos”. Ahora, para permanecer unidos, uno tiene que animarse a vivir esto en la propia casa, no se puede hacer todo lo que yo quiero, salvo que uno viva solo, ¿Cómo arreglo con el otro? Tengo que consensuar, a veces yo tengo que ceder, a veces tiene que ceder el otro, a veces, como dice Pablo, lo tengo que soportar, el otro me tiene que soportar a mí, tengo que perdonarlo, me tiene que perdonar, todos ayudamos; eso es lo que hay que hacer para permanecer unidos. Si me vuelvo totalmente egoísta me voy aislando, entonces anímense a poner todos estos valores para caminar juntos, esto es lo que les enseña Jesús, esto es lo que enseña Pablo, esto es a lo que nos invita a nosotros.

Pidámosle entonces a este niño que se animó con esos cinco panes y esos dos pescados a compartir, a marcar la diferencia, que también nosotros podamos hacer lo mismo para que, poniendo lo que tenemos en manos de Jesús, siempre él nos dé mucho más.


Lecturas:
*Segundo libro de los Reyes 4,42-44
*Salmo 144
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,1-6
*Juan 6,1-15

viernes, 7 de agosto de 2015

Homilía: “Las cosas que uno vive es bueno que las haga decantar” – XVI domingo durante el año


Hay una comedia que se llama El Descanso en la que Amanda e Iris, dos mujeres, una en Gran Bretaña y otra en Estados Unidos, están cansadas del trabajo y de todo lo que están viviendo, están estresadas. Ambas, de alguna manera, tienen distintas desavenencias amorosas, entonces, frente a todo lo que les está pasando, deciden tomarse vacaciones, un tiempo de descanso. Entran a una de las páginas de intercambio de países y deciden intercambiar lugares y una se va para EEUU y la otra para Gran Bretaña diciendo lo mismo: “Frente a todo lo que está pasando, necesito un tiempo de descanso, necesito vacaciones”.

Creo que esa es una de las sensaciones más cotidianas que nos pasan muchas veces a nosotros, no solo a los más chicos. Eso creo que nace de una de las respuestas más comunes que escuchamos cuando le preguntamos a uno cómo está, que la respuesta que más veces se da es “bien”. La segunda respuesta que más veces escuchamos es “cansado”, parece que uno siempre está cansado. Esto creo que nace de una exigencia muy grande que todos tenemos, en primer lugar, de uno mismo, que uno siempre se está exigiendo más. Como alguna vez hemos hablado, las 24hs no bastan pero tampoco bastaría si hubiera 36 o 48 porque siempre estamos buscando más y haciendo cada vez más cosas. Pero no solo nos sentimos exigidos por nosotros mismos sino también por los demás, que todos de todos lados nos tironean, uno siente que siempre lo están exigiendo: la familia, un amigo, novio o novia, marido o mujer, hijos, padres, hermanos, el trabajo, todos me están pidiendo algo más. Creo que eso nace, en general, no porque todos seamos exigidos de todos lados, sino también porque vivimos en un estado casi crítico. Si midieran mi nivel de tolerancia o de cansancio o de estrés, estamos como superando el rojo ya más o menos. Entonces, cualquier cosa que nos piden o nos exigen, aun cuando es buena para nosotros, ya sentimos ese “una cosa más” “¿tengo que hacer algo más?”. Siempre nos sentimos cansados, porque nuestro nivel de tolerancia ya está en el máximo y cualquier cosa hace que lo supere. Es por eso que siempre estamos pensando o deseando ese momento de descanso, que llegue, pero a veces sentimos que nunca llega o, después que pasaron, ya estamos pensando en la próxima. A los dos días ya nos sentimos cansados de nuevo porque vivimos de esa forma y de esa manera. Tal vez, porque no terminamos de encontrar esos momentos de descanso en el día a día, en lo cotidiano de todos los días y por eso nunca nos alcanza.

Hoy, esa es la invitación de Jesús a sus discípulos en el evangelio. Después de ir a misionar, como hemos escuchado la semana pasada en el evangelio, cuando los discípulos regresan, lo primero que les dice Jesús es “vengan ustedes solos a descansar”. Lo que descubre que necesitan es un tiempo de descanso. En primer lugar, porque descubre que estaban cansados de su misión y, en segundo lugar, porque se necesita de un tiempo también para hacer decantar las cosas en el corazón. Tal vez, más allá del descanso, los discípulos estaban muy entusiasmados por lo que habían vivido, es más, seguramente había más gente para misionar, dice que estaban rodeados de gente que no los dejaban tranquilos ni para comer. Pero Jesús dice: “las cosas que uno vive es bueno que las haga decantar, ahora tómense un rato, miren en su corazón y descansen”. Viendo a sus discípulos, Jesús descubre cuál es la necesidad que tienen ellos, no qué es lo que tenemos que hacer o toda la pila de cosas que tengo y que nunca llego, sino, en este momento se necesita eso. Eso implica, en general, una opción fuerte. El evangelio lo dice claro: “no tenían tiempo ni para comer” pero Jesús dice “ahora vamos a otro lugar, no es el momento de esto”. Uno podría preguntar “¿Qué es más importante que evangelizar?”, Jesús dice: “No, no es qué es más importante sino qué es más necesario ahora, y el tiempo de ahora es que ustedes descansen”. Eso lo ve mirando el corazón de sus discípulos. Paradójicamente, cuando llegan al otro lado de la orilla, hay un montón de gente esperándolo y, en vez de tener la misma sensación que tendríamos nosotros que es “Uy, una cosa más, quiero descansar, no me dejan ni un momento”; Jesús vuelve a mirar a la gente que se le acerca y descubre que ellos necesitan también a Jesús, que lo necesitan a él. Es por eso que va, se compadece de ellos, los escucha y les enseña.

En ambos casos, lo que hace Jesús es ver cuál es la necesidad del otro, mirar y descubrir qué es lo que necesita, si uno necesita descansar, que descanse; necesita ser escuchado, lo escucho; necesita una palabra de aliento, un consejo, una enseñanza, también lo hago. Jesús mira el corazón de cada uno y va a esa necesidad profunda que tenemos en el corazón.

Creo que nos podríamos preguntar cada uno de los que estamos acá: Si Jesús estuviera acá, viniese con nosotros, nos mirara como mira a sus discípulos, ¿Qué nos diría? ¿Qué descubriría que nuestro corazón necesita? Porque, en general, cuando pensamos en que Jesús se nos haga presente y me pida algo, casi que pensamos que nos pide algo heroico o que nos pida algo moral, cambiar algo, una exigencia, que mejoremos en algo. En este evangelio no aparece nada de eso. Jesús mira y dice “esta persona necesita descanso, esta, ser escuchada; esta, ser enseñada; esta, una palabra de aliento”. Si Jesús se hiciera presente hoy en mi vida, ¿Qué descubriría? ¿Cuál sería la necesidad en mi corazón? Jesús nos invita hoy a eso, se hace presente para que yo mire en lo profundo y descubra qué es lo que hoy me hace bien. 

Esto es muy llamativo a mi juicio porque, en general, cuando uno escucha la vida de Jesús, los evangelios, son cosas extraordinarias que pasan: Jesús muere en la cruz, hace milagros, enseña distintas cosas. En este evangelio no dice casi nada, habla de cosas que son casi como niñas: vuelven los discípulos, van a descansar, se acercó la gente, se compadeció y les enseñó, y cuenta lo que pasó. Yo creo que es porque a los discípulos les llamó mucho la atención la actitud de Jesús, y tal vez la actitud que más cuesta o que nos cuesta a todos nosotros que es la actitud cotidiana, lo de todos los días. Jesús, aun en un día muy complicado, con muchas cosas, miraba a las personas y tenía esa actitud de estar con cada uno, de hacer descansar al que necesita descansar, escuchar al que necesita escuchar, algo muy simple, pero es, tal vez, lo que más nos cuesta. Creo que lo que más nos cuesta, o por lo menos a mí, es lo cotidiano, lo de todos los días, lo rutinario, y aprender a mirar de una manera diferente, aprender a estar de una manera diferente, aprender a descubrir en lo de cada día cuál es la opción, a veces casi drástica, que tengo que hacer para el bien mío, para el bien de mi familia, para el bien de los que me rodean. Como los discípulos descubrieron esto en Jesús, les quedó como grabado en la retina, Jesús vivía así, no solo acordémonos los milagros, no solo recordemos las enseñanzas, sino miremos su forma de vivir, sus actitudes, y eso también es una enseñanza para nosotros, una invitación, a veces en el ajetreo tan drástico que tenemos día a día.

En la primera lectura, Jeremías más o menos que le reprocha eso a los pastores, que llevado a la actualidad se lo diría a los sacerdotes; “ustedes no son pastores según el corazón de Dios, ustedes no guían a su pueblo de la forma que Dios quiere, por lo tanto, Dios vendrá a hacer justicia, a que se viva de esa manera”. Tal vez, traspasando eso al evangelio de hoy, les diría “ustedes no son personas que ayudan a que la gente pueda descansar, a que encuentren una palabra de alivio, a que encuentren una enseñanza, a que descubran a ese Jesús que está al lado”, no solo una exigencia. Podríamos pensar, tal vez más ampliamente, no solo a nosotros los curas que nos llama a una conversión profunda muchas veces el evangelio, sino también como comunidades cristianas, ¿nuestras comunidades son lugares así? ¿Son lugares donde las personas descubren algo diferente del mundo? ¿O son iguales? ¿Son lugares donde las personas se sienten exigidas? ¿Son lugares donde las personas dicen “acá puedo descansar, reposar, acá me escuchan, acá tengo un lugar, acá no me juzgan, acá miran cuál es la necesidad del corazón”? Esa es la invitación de Jesús para sus pastores, esa es la invitación de Dios para cada una de nosotros los cristianos, esa es la manera en la que podemos marcar la diferencia. A veces creemos que marcamos la diferencia cuando somos mejores, y Jesús no nos dice eso, marcamos la diferencia cuando tenemos un corazón más bueno, cuando tenemos un corazón que sabe mirar, que sabe escuchar, de una manera diferente. Cuando sus comunidades, sus iglesias, son un lugar distinto, un lugar diferente, un lugar donde todos se sienten entendidos y encuentran sitio. Esto es lo que le dice Pablo a la comunidad de Éfeso, “Cristo es nuestra paz, en él encontramos paz, en él encontramos reposo” pero para eso tenemos que aprender a vivir eso y aprender a transmitirlo.

Pidámosle entonces a Pablo, a aquel que quiso transmitir esa paz de Jesús, que nos ayude hoy a cada uno de nosotros, a descubrir que Jesús es nuestra paz, a descubrir que Jesús es nuestro lugar de descanso, de reposo, donde nos sentimos acompañados, comprendidos, entendidos y que, descubriendo eso en el corazón, también podamos vivirlo y transmitirlo.

Lecturas:
*Jeremías 23,1-6
*Salmo 22
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2,13-18
*Marcos 6,30-34

lunes, 3 de agosto de 2015

Homilía: “La manera con la que yo me presento tiene que ver también con el mensaje que yo anuncio” – XV domingo durante el año


Hay una película no muy conocida que se llama Coach Carter de Básquet, que habla de un profesor de un colegio de Richmond que llega como entrenador del equipo de Básquet, está basada en un hecho verídico. Cuando este profesor se encuentra con los chicos, ve que son bastante irresponsables e irrespetuosos y él llega y pone una disciplina muy férrea, pone muchas condiciones que tienen que cumplir para jugar en el equipo de básquet del colegio. Esto lleva a tensiones, algunos abandonan porque no están de acuerdo con todo lo que se tiene que hacer pero comienza el torneo y el quipo empieza a ganar muchos partidos, para sorpresa de todos, rinde mucho mejor que todos los últimos años. En medio de esa racha triunfal él se entera que los chicos no estaban cumpliendo una de las condiciones que él había puesto para que jugaran en el equipo de básquet que era que tenían que asistir a clase y tener cierta categoría de calificación. Entonces se frustra porque ve que lo que estaba queriendo hacer no lo lograba, aparte los profesores no le blanqueaban del todo la situación para no poner en evidencia eso y él se enoja y clausura el gimnasio, dice que no se va a jugar más hasta que los chicos no levanten sus notas. Esto convulsiona toda la comunidad del colegio, se junta el consejo escolar, vota y, como al equipo le iba tan bien, deciden que se tiene que seguir jugando igual con ese entrenador o sin él. Lo lindo de esto es que los chicos, que se habían empezado a transformar y habían empezado a entender lo que este profesor hacía, deciden no jugar, dicen “hasta que él, que es nuestro coach, no nos autorice, no vamos a jugar”.

Todo proceso de transformación en la vida es arduo, es difícil, porque tenemos que cambiar algo, cotidianamente escuchamos que, de pronto, este valor no se vive, de pronto esto cuesta vivirlo, que esto no se ve más. Si algo que creemos que es esencial no se vive, tenemos que caminar hacia eso, tenemos que ver cómo llegamos a que haya más respeto, que haya una educación, a ser más generosos, podríamos pensar un montón de valores. Pero también, ¿Cuál es el camino que vamos a recorrer para llegar a eso? A veces, nosotros queremos, como hemos hablado hace poco, que las cosas ya estén dadas, que las cosas estén hechas, que no haya que hacer un proceso. Todo en la vida lleva tiempo, más aun si quiero transformar algo, si quiero cambiar, si quiero llegar a cierto punto. Para eso, tengo que tener primero la certeza de hacia dónde quiero caminar, segundo la paciencia de lo que toda transformación conlleva y caminar, pelear, luchar por eso que yo veo en el corazón. No solo es importante el hacia donde quiero ir sino que es importante el camino que utilizo para llegar a eso, las formas no son secundarias sino que hacen al objetivo o al fin que yo busco.

Hoy escuchamos en el evangelio que Jesús toma a los doce, a aquellos que han estado con él, y los invita a anunciar la buena noticia, los manda como misioneros, de dos en dos. Antes, les da indicaciones que no tienen que ver con lo que van a decir, con el contenido, eso ya lo saben los discípulos. Tiene que ver con cómo van, con las formas. Les dice que vayan de dos en dos, que lleven solo una túnica, un solo bastón, un par de sandalias, que se queden en la casa en que los alojen, como diciendo que esa es la forma, la manera en la que se tiene que llevar esa buena noticia. Primero, poniendo esa confianza en Dios, que la palabra tiene su propio peso y no poniendo la seguridad en que tal vez, como haríamos hoy, me armo una valija cada vez más grande cada vez que me voy de vacaciones sino con que uno pone su seguridad en Jesús. La manera con la que yo me presento tiene que ver también con el mensaje que yo anuncio. Como anécdota de estos últimos años, cuando vamos a misionar nosotros cargamos cada vez más el auto, casi como pasa en las vacaciones, decimos “bueno, estaría bueno llevar el cañón para mostrarles algunas imágenes a los chicos y estaría bueno llevar tal cosa…” y antes íbamos con un bolsito y ahora cada vez el auto va más cargado. Claramente uno no vive lo que dice este evangelio, estamos bastante lejos de ir con una sola túnica, un solo bastón, esperar que nos alojen en una casa. Pero creo que si Jesús nos hablase hoy no nos va a decir “esta es la manera” sino cuál es la forma que hace que ese evangelio pueda llegar mejor a los demás, cuales son las actitudes que yo tengo que tener, en ese caso, siempre la austeridad es un buen signo. También podríamos pensar otros hoy que son necesarios para transmitir la palabra. Podríamos empezar por el dialogo, cuánto soy capaz yo de dialogar con el distinto, con el diferente, de tenerle paciencia, a escuchar cuáles son las razones del otro. Dialogar con aquel que me cuesta un poco más, no con aquel que piensa como yo y que ahí dialogamos todos, esa parte nos es a todos muy fácil. Entrar en un dialogo también desde la fe, esperando el tiempo que le lleva madurar al otro en el corazón, los procesos que tiene que hacer, en eso hablamos de una transformación y esto como comunidad cristiana cuando yo llevo la fe.

A veces nosotros pedimos ciertas cosas que adentro no somos capaces de vivir. Por ejemplo, muchas veces escuchamos que a los gobiernos se les pide mayor transparencia, mayor dialogo, escuchar al otro, y nosotros, no solo como persona sino como comunidad cristiana, ¿vivimos eso? ¿Somos personas transparentes, dialogantes con el otro, que escuchamos y entendemos al que vive otra fe, al que es diferente? ¿Somos capaces de transmitir lo nuestro sin querer pisar al otro o imponernos? Muchas veces nos sentamos a decir cómo se tienen que hacer las cosas pero no las encarnamos nosotros. La invitación de Jesús es a mirar de qué manera yo llevo el evangelio y eso es todo un proceso de transformación pero ese proceso se hace cuando yo puedo encarnar esos valores del evangelio, vivirlos en mi vida para poder transmitirlos y llevarlos a los demás. Fíjense un ejemplo en la primera lectura, Amos es enviado al templo a decirle al sumo sacerdote que lo que está haciendo está mal y, obviamente va y le dice “mira, anda a denunciar a otro lado esto, acá no te toca, acá me ocupo yo” como diciendo “este es mi cuartito, acá es donde a mí me eligieron para esto”. Amos, con la libertad que tiene, se lo refuta: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta, a mí me llamó Dios y me dijo ‘Eso es lo que se tiene que hacer acá, así no se vive, estos no son los valores que yo quiero’” y de esa libertad, él puede denunciar, desde la libertad de que no está atado a otras cosas y de que sabe aquello que quiere anunciar.

Creo que la invitación para nosotros es animarnos a vivir los valores del evangelio desde nuestra humanidad, desde nuestra dificultad pero tener esa convicción y, desde esa convicción, poder llevarlo a los demás. En estos días en los que el papa está visitando algunos países de Latinoamérica, una de las cosas que hizo fue pedir perdón, como también lo hizo Juan Pablo II en su momento, por los atropellos que la evangelización tuvo en algunos pueblos latinoamericanos. A veces uno escucha, en vez de vivir la alegría que una Iglesia que sabe vivir, de que a veces tiene que pedir perdón porque somos seres humanos y de hacernos cargo de lo que hicimos mal, quejas: “no, cómo va a pedir perdón por esto”. Si no somos capaces de pedir perdón, no entendimos el evangelio, todavía no dimos ni un paso, de que a veces nos equivocamos y que el ejemplo es pedir perdón también. Como eso, podríamos encontrar un montón de ejemplos, en los dones que tenemos, cosas que tenemos que transformar, tenemos que ser capaces de ser personas que llevan el evangelio a los demás, de ser personas alegres, de saber que tenemos algo valioso, de entrar en dialogo con el otro, de tenerle paciencia, de ser más abiertos, de tener ese corazón generoso y bueno que sabe incorporar al otro.

Hoy también Jesús nos envía a nosotros de dos en dos para vivir el evangelio. Creo que la certeza que tiene Jesús cuando los envía de dos en dos es que cuando uno está con el otro, siempre tenemos que consensuar, no se puede hacer lo que yo quiero, me tengo que sentar con el otro, charlar, ver que es lo que el otro quiere, como entre los dos podeos llegar a un acuerdo. Es decir, empezar a vivir el evangelio con el que tengo al lado, para así, cuando llego a la casa, también aprendo a vivir el evangelio con el que está ahí. A nosotros también nos envía como comunidad, de dos en dos, a que seamos testigos de su buena noticia. Vivamos en el corazón este regalo, este tesoro que es tener a Jesús en nuestras vidas. Animémonos nosotros también a ser testigos de su evangelio.

Lecturas:
*Profecía de Amós 7,12-15
*Salmo 84
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,3-14
*Marcos 6,7-13