miércoles, 22 de julio de 2009

Homilía "...como elegidos de Dios..."

En el comienzo de la trilogía de Matrix, Mister Anderson se encuentra un poco perdido. No entiende lo que le está pasando a su vida, cuando le empiezan a llegar una serie de mensajes, los cuales no sabe de donde vienen. De pronto se le acercan unos agentes de negro, le hacen una serie de preguntas y le empiezan a su suceder cosas raras. Luego es casi como secuestrado por unas personas que recién ahí le empiezan a explicar lo que está sucediendo. Y una de esas personas, Morfeo, le dice que él es el elegido; que él es aquel que va a traer una nueva paz, un nuevo orden, aquel que va a hacer que las cosas sean de una manera nueva. Pero Mister Anderson no termina de comprender lo que significa esa elección, no termina de comprender porque es elegido y va a tener que hacer un largo camino en su corazón para descubrir justamente que es lo que esto significa, que es lo que tiene que hacer. Para animarse a aceptar esta vocación, esta misión que tiene y para poder vivirla.

Y es curioso porque comienza casi como queriendo rechazar esta misión que le toca. Y en general, podríamos decir, uno en la vida quiere ser elegido. Desde chiquito cuando comenzamos a jugar en la escuela o en el colegio, uno quería que lo eligieran, uno quería que optaran por uno. Y quedar hasta lo último para ser elegido no nos gustaba a nadie. Preferíamos que nos dijeran, vos son importante, a vos te necesito, de distintas formas y maneras. Pero no sólo con esto tan simple como es en la época escolar sino también cuando uno va creciendo. Desde cosas como puede ser un trabajo, crecer en ese mismo trabajo; hasta ser elegido por aquella persona que uno empieza a descubrir que significa algo distinto para uno. Por esa persona que uno ama. Uno quiere en la vida sentirse, justamente, amado, respetado, sentir que vale, sentirse importante. De múltiples maneras podríamos decir, sentirse elegido.

Sin embargo eso no siempre sucede de la manera que queremos. Y hasta esa elección que tanto deseamos, descubrimos que en medio del camino se nos empieza a complicar. Aquello que nosotros elegimos, aquello que queríamos; aquella persona con la que nosotros queríamos compartir, en cualquier tipo de vínculo, entra en crisis el medio del camino, descubrimos que las cosas no son tan fáciles. Y empezamos a preguntarnos muchas veces en el corazón si elegimos bien o si valía la pena esa elección. Pero si tomamos decisiones a las apuradas, la mayoría de las cosas que comenzamos las empezaríamos a abortar. Y es por eso que tenemos que animarnos a hacer un camino, tenemos que animarnos a volver a profundizar en aquellas elecciones que hemos hecho en la vida o en aquellos que nos han elegido para distintas cosas.

Y esto que sucede en nuestra vida diaria, sucede también en nuestra relación con Jesús. La segunda lectura de hoy, esta carta, comienza diciendo: “como elegidos de Dios”. Todos nosotros también en Jesús hemos sido elegidos. A cada uno de nosotros, Jesús nos ha elegido desde antes, desde el principio, desde antes que existiéramos nos dice. Es más, podríamos decir que en realidad existimos porque Dios nos eligió. Existimos porque Dios nos amó. Podemos caminar, gozar de esta vida, porque justamente Dios a querido, nos ha querido y nos ha regalado este don.

Sin embargo muchas veces nos cuesta descubrir esta elección que Dios hace de nosotros. Nos cuesta descubrir a este Dios que nos elige para diversas cosas. Y esto que nos cuesta a todos, le costó también a los discípulos. Si fuéramos unos capítulos atrás en el evangelio de Marcos, Marcos dice que eligió a los doce para que estuvieran con Él. En primer lugar para que estuvieran, para que lo conozcan, para que descubran a este Jesús. Bueno, también nos eligió a nosotros para eso. Para que estemos con Él, para que descubramos quien es, para que lo vayamos conociendo. Pero después de haber recorrido un camino, después de haber recorrido un tiempo con Jesús, viene la segunda parte, que dice “y para enviarlos a predicar”. Bueno ese enviarlos a predicar va a tardar en el evangelio y va a llegar en este momento. Después de que ellos de a poco fueron descubriendo a este Jesús. Y nos dice que los envió de dos en dos para que fueran a anunciar. Y lo primero que uno esperaría es que aparezca qué es lo que tienen que anunciar, qué es lo que le tienen que decir a los demás. Sin embargo no dice nada de lo que tienen que decir. Lo único que les dice es cómo tienen que ir. Les dice que lleven solo un bastón, un par de sandalias, que no se preocupen por que van a comer, por lo que van a hacer. Les da algunas indicaciones según lo que suceda en las casas. Ellos tienen que haber aprendido en el encuentro con Jesús qué era lo central, qué era lo esencial

Ahora esto que es tan simple de decir, en la vida cuan complejo es aprender a descubrir las cosas verdaderamente importantes. Aprender a descubrir las cosas esenciales. ¿Cuánto nos cuesta a todos nosotros? Desde chiquitos nos van enseñando a aprender a justamente dejar de lado las cosas que no son tan importantes. Yo que sé, cuando uno se pelea con un amigo nos dicen: “ bueno pero es tu amigo, anda, acercate, eso es lo importante”. Cuantas veces vamos perdiendo el centro. Cuantas veces a lo largo del camino lo que era importante deja de serlo, se empieza como a tapar de otras cosas. Y por eso tenemos que empezar a preguntarnos, ¿por qué yo elegí este camino?; ¿O por qué yo hice este camino con esta persona?; ¿O por qué yo estoy en esta senda? Es como que lo esencial se hace casi oculto, como dice Saint-Exupery en el Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”.

Y no solamente porque lo esencial es invisible a los ojos, sino porque aún no lo podemos ver, porque nos queda oculto. Y nos empezamos a preguntar, ¿qué era lo central en esto? Y cuantas veces por eso abortamos cosas, nos peleamos, nos separamos. Una de las cosas que más me llama la atención es, cómo uno de afuera ve las cosas mucho más simple que las que uno ve desde adentro. Cuando a uno se le acercan a charlar uno ve muy claramente lo que le esta pasando al otro, y uno empieza a decirle, bueno, sin decirlo así: “¡no te ahogues en un vaso de agua! Mira que esto no es tan importante, mira que le estas dando valor a cosas que no valen la pena, mira que por esto podés perder un montón de cosas grosas, importantes en la vida”.

Sin embargo cuando uno está del otro lado uno no las ve. Toda la habilidad que uno tiene para ver las cosas en los demás se empantana cuando toca nuestra propia vida. Y aquellas cosas que nosotros aconsejamos, que pareciera que las sabemos todas, que parecemos que la tenemos “re clara”, empiezan a oscurecerse. Y justamente uno necesita también la ayuda del otro, el animarse a cotejar con el otro para descubrir por donde me desvié, ¿dónde perdí lo central y lo esencial? ¿dónde cambié el camino? Esto es lo que les está pidiendo Jesús a los discípulos. Lleven lo esencial. Una de las cosas que uno valora es el desapego de los discípulos, es la pobreza con que se animan a predicar. Pero la pobreza más esencial es saber que la riqueza es Jesús; saber que no tengo que llevarle nada más al otro, sino lo central que descubrí en ese camino con Jesús, lo que Él nos predicó.

¿Por qué no dice nada Jesús? Porque eso es lo que tienen que vivir ellos, porque eso es lo que tendrían que haber aprendido: que el verdaderos tesoro es sus vidas, era Jesús. Y eso, llevarlo y transmitirlo a los demás. Con lo que ellos son.

Bueno, esto también es lo que se nos invita a descubrir a nosotros. Que lo verdaderamente central en este camino, es Jesús. Y que no importa cuan preparados estamos, si ya llegamos a donde queríamos, o que temas todavía tenemos que aprender. Lo importante es si queremos compartir lo valioso que es Jesús en nuestra vida. Estar con Él para después ser enviado.

Y una de las cosas más interesantes de este texto es esto de que los envió de dos en dos. Ustedes saben, como muchas veces hablamos, que lo primero que uno dice es que en el pensamiento judío tenía que haber dos personas para que un testimonio fuera valedero, lo siento mujeres, tenían que ser dos y hombres. No es culpa mía, es que era así en esa época. Ahora uno también siempre dice que Jesús no se atuvo a todas las leyes de la época. Entonces, ¿solamente por eso envió a dos? Esta bien, uno puede decir también porque el otro, el que recibía el mensaje, necesitaba eso y en parte es verdad. Pero creo que también había una verdad mucho más profunda que es que Jesús quería que de a dos aprendieran a vivir el evangelio, que compartiendo con el otro empezaran a poner en práctica esto que tenían que transmitir.

Aprender a vivir la alegría, la humildad, aprender a cotejar con el otro, aprender a respetar y vivir los tiempos del que tengo a mi lado, aprender a perdonarlo, aprender a darle lugar, aprender a hacer camino juntos. Esto que muchas veces tanto nos cuesta. En la fe no se puede ser Don Quijote, no se puede ir solo hacia adelante. Si me olvido de los demás, me olvidé de Jesús. Lo dejé atrás ya. Ya no estoy en este camino. Y por eso Jesús los envía de a dos, para que nunca pierdan de vista esto, para que aprendan de entrada a vivir el evangelio. Eso es lo que no invita a nosotros, a ir juntos, con otros, caminando en la fe. La fe que no se comparte, no es verdadera fe. La fe que no se transmite, no creció, me quedé en la primera etapa, aprender a estar con Jesús. Hasta que no viva la segunda, no di ese paso, de llevar a los demás aquello que es valioso para mi.

Pidámosle entonces hoy a Jesús el descubrirnos elegidos, el descubrirnos que Dios nos quiere, nos ama, y que por eso nos llamó a todos a comenzar esta historia con Él, y a compartirla. Y habiendo comenzado a compartir esta vida, animémosnos también a llevar a los demás, junto con nuestra comunidad, junto con nuestras familias a este Jesús que tenemos en el corazón.

(Domingo XV durante el año, lecturas: Am 7, 12-15; Sl 84; Ef 1,3-14; Mc 6,7-13)

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