lunes, 31 de agosto de 2009

Homilía: "Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna"

En la película Corazón valiente, William Wallace, después de varias vicisitudes, empieza a reunir gente y tratar de liberar al pueblo escocés, que estaba, después de la muerte del último rey de Escocia, bajo el imperio británico de Eduardo I, más conocido como longshanks. Como saben el pueblo era maltratado, oprimido pero de a poco comienza a generarse una gesta para liberarse. Empiezan a querer tomar en sus propias manos aquello que le correspondía. Sin embargo, después de que vencen al ejército del norte, llega esta famosa batalla en Falkirk, donde Wallace intenta unir a todos, en especial a los nobles, para poder lograr aquella libertad, aquella independencia que ellos querían. Comienza la batalla, y en medio de esa feroz batalla, los nobles junto con la gente que había llevado, empiezan a irse y los a dejan solos. Y cuando ya la derrota es inminente, frente al ejército que se iba despedazando, William Wallace va hacia donde estaba el rey Nunca va a llegar, ya que antes empieza a pelear con una persona. Y cuando lo esta por matar ve que es Robert Bruce, aquel a quien él le había pedido que una a los nobles, aquel en donde él había depositado la esperanza para que puedan pelear unidos contra Inglaterra. Y lo que uno esperaría, que es ver la bronca en el rostro de Wallace después de lo que pasó, pasa a ser una decepción y una tristeza muy grande por lo que siente en el corazón. Uno ve en ese rostro, en esos ojos, la tristeza de quien se siente decepcionado, de quien no entiende lo que esta pasando. De quien no entiende lo que el otro ha hecho, lo que el otro eligió, por qué el otro no vive, no vibra con lo que uno esta viviendo en ese momento en el corazón. Es más, no lo mata lo deja con vida.
Y podríamos pensar en nuestras vidas, cuántas veces frente a elecciones que hemos hecho, frente a momentos difíciles o encrucijadas de la vida, nos hemos sentido también tristes porque no hemos encontrado respuestas en los demás. No la bronca y el enojo de lo que el otro hizo, sino la tristeza de que muchas veces hay cosas que no podemos compartir, cosas que el otro no entiende, cosas que el otro no comprende. Como si el otro no pudiera mirar y ver dentro de nuestro corazón. Y es mucho más profundo que la bronca, porque cuando a uno le agarra bronca, de última se rompe la mano contra la pared, aunque sea una fiaca. Sin embargo la tristeza deja como un gusto feo en el corazón. Deja una desazón muy profunda. Porque uno no encontró la respuesta de aquello que esperaba. En el fondo porque uno se siente desilusionado, se siente como impotente, no tengo ni como pelearme frente a esto. Y eso parte de algo muy bueno en general, que es que yo ya elegí. Más allá de que después me venga la tristeza de lo que el otro hace o elige, parto de la noción de que yo ya se que es lo que quiero, que ya encontré en mi corazón qué es lo que buscaba. Lamentablemente, a veces del otro lado no encuentro respuesta, pero si yo se cuál es mi camino, y se que es lo que quiero vivir, se lo que quiero elegir. Y esto continuamente se nos pide en la vida, que nos animemos a elegir y a tomar opciones que broten de lo profundo del corazón. Opciones que broten de lo que he vivido, y que me proyecten hacia adelante.
Esto es lo que sucede en la primera lectura que acabamos de escuchar. El pueblo conoció a este Dios, llega a la tierra prometida y Josué le dice al pueblo: “ahora tienen que elegir, ¿quieren servir al Señor, o no? No hay nadie que va a elegir por ustedes, son ustedes los que tienen que decidir en el corazón si quieren servir a este Dios. “Nosotros lo vamos a hacer, ahora les toca a ustedes”. Y el pueblo, que conoció y descubrió a lo largo del desierto a este Dios que lo liberó de la esclavitud, a este Dios que lo protegió, a este Dios los trajo a esta tierra, va a elegir. Es curioso porque el camino en el desierto es un problema para Israel. Pero ahora escuchamos después del camino que el pueblo dice este Dios que nos liberó, este Dios que nos protegió, este Dios que nos trajo hasta acá, es nuestro Dios. Sin embargo durante todo el desierto tuvieron que pelearse contra ese Dios, tuvieron que encontrar los caminos, tuvieron que ir hacia adelante, volver a intentarlo, Dios los tuvo que ir corrigiendo, Moisés les tuvo que ir mostrando el camino, pero a la larga, ven el camino recorrido y se alegran por esa opción y la vuelven a tomar.
Podríamos decir que de la misma manera que Josué les dice ahora ustedes tienen elegir, Jesús les dice a sus discípulos, “¿ustedes también quieren irse?”. Y llega el momento de la elección. Después de todo ese camino los discípulos tienen que elegir si se quieren quedar con Jesús o no, si quieren seguirlo. Y seguirlo con todo lo que eso implica, Y implica lo que venimos hablando las últimas semanas: no entienden nada, no saben donde están parados. Han ido conociendo a este Dios, han ido haciendo camino, pero no saben ni hacia dónde van a ir. Y Pedro le contesta, “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” No le contesta qué haremos. Podrían haber hecho muchas cosas los discípulos. Podrían haber vuelto a pescar, podrían haber vuelto con sus familias que habían dejado atrás, podrían haber hecho un montón de cosas. Pero lo que cambió el corazón de los discípulos es una persona. ¡¡Es Jesús!! Y aunque no entienden qué es lo que Jesús esta haciendo en ese momento, encuentran que esa persona es la que cambió su corazón. Y por eso le dicen, mira no tenemos otro a quién ir. Han descubierto alguien que los amó, que los quiso de una manera especial, y por eso ellos se arriesgan a seguir a esa persona que les cambió el corazón.
Esto es lo que se nos pregunta y se nos va a preguntar a nosotros muchas veces a lo largo de la vid: ¿ustedes también quieren irise? Porque muchas veces a lo largo de la vida el lenguaje va a ser duro. Que duro este lenguaje, dicen los discípulos. Qué difícil que es seguir a Dios de esta manera.
En los evangelios siempre la dificultad se va a dar cuando sucedan dos cosas, en general. Una cuando Jesús hable de la cruz. Cuando Jesús diga, “Yo tengo que morir, dar la vida”, como leímos hace poco en Marcos. “No”, van a decir. “Vos no vas a hacer eso”, le va a decir Pedro. Cuando Jesús este por dar la vida, Pedro va a hacer lo mismo, “no yo no lo conozco”. La otra cuando Jesús habla de la Eucaristía como escuchamos acá, la otra entrega que Jesús hace. También acá: “este lenguaje es muy duro”. Cuando vienen los momentos donde uno tiene que entregarse más, cuando vienen los momentos donde uno tiene que darse más desde lo profundo del corazón, ahí viene las preguntas: ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Qué es lo que queremos dar? ¿De qué manera queremos seguir a Jesús? Mientras comieron panes, peces, mientras fue una fiesta para ellos, todos estaban contentos con seguir a Jesús. Mientras vivimos esa alegría en el corazón que Jesús nos transforma, nos va cambiando, nos trae consuelo, nos trae paz, es más fácil seguir a Jesús y ojala sea la mayor parte, el 90% de la vida nuestra. La de ustedes los más chicos y jóvenes. Peor no siempre va a ser así. Y muchas veces vamos a encontrar que el lenguaje de Jesús es duro para nosotros. O porque no lo entendemos, o porque no comprendemos por qué actúa de esa manera. Porque sentimos que no nos escuchó, porque sentimos que no hizo lo que queríamos, porque sentimos que en este momento de la vida es difícil. “No, ahora tengo un montón de cosas”. “Bueno, cuando yo crezca, cuando este más tranquilo, cuando las cosas cambien, ahí estaré”. Ese es el momento cuando Jesús nos pregunta ¿A dónde queremos ir? ¿Qué es lo que queremos hacer?”. Ahora, para poder responder en ese momento, para no alejarnos a la primera de cambio, tenemos que caminar con Jesús, y tenemos que ir abriendo el corazón antes. Eso es lo que hicieron los discípulos, fueron caminando con Jesús. Fueron descubriendo quién era Jesús. Para que cuando llegara el momento de crisis, cuando llegara el momento en donde no era tan fácil, lo reconocieran y supieran qué era lo que querían elegir en el corazón. Perdón, a quien querían elegir. Por eso se quedaron, porque sabían quien era Jesús. O más o menos sabían quien era Jesús, pero sabían que lo querían elegir.
Bueno, esa es la pregunta que se nos va a hacer a nosotros. En los momentos difíciles, en los momentos de crisis, animarnos a elegir a ese Dios que nos ama, animarnos a elegir a ese Dios que nos invita a vivir de una manera diferente. Vivir en el servicio, en la comprensión, en el amor como dice Pablo en la segunda lectura. Este es el camino de descubrir a quién quiero seguir. Y de qué manera quiero seguirlo.
Abramos entonces en este tiempo el corazón a Jesús, dejémonos inundar en el corazón por ese Dios que nos ama, por ese Dios que nos quiere, por ese Dios que nos habla, que nos alimenta, que nos acompaña; para que también nosotros, cuando llegue el momento, como Pedro, podramos decirle: “¿Señor a quién iremos? Tú tienes palabra de vida eterna”.
(Domingo XXI durante el año, lecturas: Jos 24, 1-2a.15-17.18b; Sl 33; Ef 5,21-32; Jn 6, 64b.69b)

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