sábado, 12 de diciembre de 2009

Homilía: "felices ustedes"

Este ultimo tiempo me han pasado, regalado varias películas, no se bien por qué. Una de ellas que no paso por el cine acá se llama, “Gifted hands “, y es de difícil traducción. Algo así como “manos sanadoras”, “manos consagradas”, una película muy linda que trata la vida real de, Ben Carlson, un neurocirujano muy famoso de los Estados Unidos. Y muestra, cuando comienza la película, que le piden si puede llevar adelante un caso difícil de unos niños, hijos de una pareja alemana, que han nacido siameses, unidos por la cabeza, por el cerebro. Ben mira el caso, lo lee, se lo devuelve a su director y le dice, mira esto no tiene solución, nunca nadie lo ha podido hacer hasta hoy en el mundo. Y el director le contesta: “por eso te lo están dando a vos, para ver si lo podes solucionar, por eso te llamaron hoy a vos”. Ben empieza a estudiar el caso y empieza a recordar una frase de su madre que le dice de chico: “tenés que aprender a mirar más allá”. Podríamos decir: “tenés que aprender a mirar más en lo profundo”, no quedarse solamente con lo que uno ve. Y a partir de ahí empieza a mostrar la vida de esta persona desde niño, y es curioso, porque Ben que es uno de los doctores más importantes del mundo, comienza siendo una persona muy pobre, que le cuesta mucho todo en el colegio, que sus compañeros se ríen de él. Una persona de raza negra que tiene que luchar contra las adversidades. Y en una escena le entregan prueba de matemática en la que se saca cero, todos se burlan por eso. Y ahí está su madre, insistiéndole para que no deje de estudiar, para que no baje los brazos y gracias a esa insistencia, descubrirá que el problema no es el estudio sino su visión: necesita anteojos para ver mejor. Y entre esa vista que mejora, y el que empieza a esforzarse, empieza a crecer en la escuela. Hasta que un día va a una iglesia, y el pastor da un sermón y el vuelve muy contento a su casa, porque Ben siempre le decía a su mama que nunca podía trascender, ver más allá como ella le pedía. Y le dice: “mamá ya sé qué quiero ser”. Ella le pregunta: “¿qué querés ser?”.
- Quiero ser un doctor misionero como nos enseñó el pastor de la Iglesia, ¿voy a poder?
- Y la madre le contesta: “podés ser lo que quieras ser, siempre y cuando trabajes en aquello que deseas”.
Y creo que en dos frases resume una enseñanza central: “todos tenemos deseos en nuestro corazón, pero para poder llevarlos adelante tenemos que trabajar en ellos”. El deseo no cae como arte de magia, el deseo no se concreta sin esfuerzo. Generalmente aquello que deseamos con ansias en lo profundo del corazón es aquello por lo que tenemos que trabajar más, aún cuando el principio se dé fácilmente. O, cuando desde el principio sentamos que las cosas no resultan sencillas. Y tengamos que poner nuestro esfuerzo, o tengamos que poner nuestras ganas, tengamos que luchar.
Todos tenemos deseos en el corazón. No sólo los más jóvenes, desde los más chicos hasta los más grandes. No importa la edad. En cada momento descubrimos deseos profundos, a veces renovando los deseos que traemos desde hace tiempo y descubriendo que queremos seguir caminando en ese deseo que nos viene acompañando. Otras, en aquel deseo que todavía no se concretizo pero que descubro que es donde tengo que redoblar la apuesta para que se pueda concretizar. O por lo menos para poder vislumbrar aquello que buscamos.
Lo que nos pasa es que hoy en día muchas veces se nos invita a descubrir que uno no tiene que pelear mucho por las cosas. Y entonces casi que nos volcamos en deseos que son superficiales; como si estuviésemos en el mar y no nos animáramos a bucear, sino que vamos haciendo snorkell, nos mantenemos en la superficie o bajamos un poquito y subimos. Entonces eso que vivimos, una noche, un momento, un rato con alguien, nos da un rato de felicidad en el corazón, pero no nos termina de colmar. Y descubrimos que nos falta algo más. Descubrimos que nuestra vida no es plena así, que necesitamos y buscamos algo más para nosotros. Y es por eso que tenemos que animarnos a bucear. Buscar en lo profundo para encontrar aquello que realmente anhelamos y deseamos. En el fondo creo que es lo mismo para todos, que es ser feliz. Creo que en general, salvo que estemos pasando un mal momento, muy deprimidos, todos queremos ser felices en la vida. Todos buscamos y luchamos por eso. Es más, nos merecemos eso, ya que para eso Dios nos trajo a la vida. Pero para eso nos tenemos que animar a buscar con ganas aquello que nuestro corazón quiere, necesita. Y aquello que Dios quiere también para nosotros.
Escuchamos hoy este evangelio del sermón de la montaña, tal vez el sermón más importante que Jesús dio, y fíjense la palabra que se repite todo el tiempo: “felices, felices, felices, felices…”. Felices ustedes cuando hoy. No pone el felices más allá. Jesús pone aquello que nos puede hacer felices hoy. Y nos puede traer aquella paz al corazón hoy. ¿Por qué? Por lo que nos dice Juan: “miren como nos amó el Padre, o cuánto Dios nos ama”. Y Dios nos quiere y nos ama tanto que como dice Juan nos ha hecho hijos. Hijos e hijas. Tal vez esto lo podrían expresar mucho mejor los padres que están acá o las madres, y decir lo mucho que uno quiere y ama, y lo que busca para su hijo o hija. Que es que sea feliz. Y aún cuando uno tiene que elegir poner un límite uno busca eso. Seguro que también los más jóvenes cuando uno le da un consejo a un amigo, o una amiga, o a alguien es: “hace esto porque esto es lo que te va a traer felicidad al corazón”. Y cuando uno busca aun equivocándose, llevar adelante aquello que le de plenitud en el corazón, uno está buscando la felicidad.
Dios nos ama como a hijos y a hijas. ¿Por qué? Porque lo somos, dice Juan. Y porque lo somos quiere darnos aquello que merecemos, aquello que todo padre quiere, que es que seamos felices. Y por eso Jesús nos invita a buscar ese camino. Pasa que a veces nos ha costado transmitir esto como Iglesia. Parece que en la Iglesia aquello que vale es aquello que es muy sacrificado, que cuesta, que duele, que se sufre; que a veces toca, pero que no es lo que Dios quiere para nosotros. Lo que Dios quiere para nosotros es que seamos felices. Y parece que eso a veces chocaría con Jesús. Pero Jesús también quiso ser feliz, creo que fue feliz. Ser feliz lo llevó a dar la vida porque eso era lo que llenaba su corazón. Y por eso nos invita a nosotros a que descubramos aquello que deseamos en lo profundo para que también seamos felices. Porque Dios no quiere personas triste, angustiadas, deprimidas. Y a veces lamentablemente tenemos que vivir eso. Dios lo que quiere son personas que puedan vivir con gozo y alegría aquello que les toca. Que sean cosas buenas, que sean cosas lindas, y darnos la fuerza para poder luchar en los momentos difíciles. Y los invita a aquellos que lo están escuchando a que vivan esa felicidad, como les decía, hoy. Felices ustedes los pobres, felices ustedes los que lloran, felices ustedes los pacientes. Pasa que nos cuesta. Siempre vemos esto como algo muy lejano, difícil. Pero tal vez podríamos intentar traducirlo en nuestra vida.
Empecemos con la primera bienaventuranza. Creo que gracias a Dios todos nosotros no somos pobres con la primera acepción que significa esa palabra. Pero podríamos decir tal vez, felices ustedes cuando se contenten con lo que tienen, cuando saben ser agradecidos, cuando saben también dar a los demás. Cuando no nos ponemos en una carrera loca en la que siempre deseamos más, más, más y nunca nos conformamos con lo que tenemos. Y eso nos hace angustiarnos, eso nos hace vivir siempre a la carrera, eso no nos deja gozar de aquello que tenemos hoy, porque siempre estamos buscando más. Siempre parece que la meta está lejos. Y no podemos gozar y contemplar aquello que Dios nos ha dado.
U otra, felices cuando trabajen por la paz, dice Jesús. Cuando nos animemos a llevar una palabra de consuelo, cuando le llevamos paz al corazón a aquel que está intranquilo, a aquel que está pasando un momento difícil, cuando lo acompañemos, cuando busquemos que las cosas sean distintas, cuando no devolvamos con violencia aún la violencia que tuvieron con nosotros.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia en un mundo tan duro y tan difícil donde muchas veces parece que le va bien solamente al que hace las cosas mal, al que es corrupto, al que no sigue los caminos que Jesús nos invita. Dios nos dice felices ustedes cuando sigan luchando por el bien, cuando busquen la justicia, cuando hagan lo que es justo.
Felices los misericordiosos, aquellos de los que nos reímos porque parece que no devuelven nunca nada. Aquellos que saben perdonar, aquellos que saben poner la otra mejilla. Aquellos que siguen intentando, casi como tontos, aun cuando el otro muchas veces les dio la espalda.
Y podríamos mirar una por una y descubrir en el corazón cómo podemos nosotros vivir esto hoy. Aquello que nos trae felicidad. Aquello que nos trae gozo. Aquello que Jesús nos invita a vivir.
Una de las cosas que más le criticaron a la Iglesia siempre era que ponía la ilusión en el más allá para olvidarse de lo que se vive acá. Bueno, es verdad Jesús pone el ideal, el deseo en el más allá pero para empezar a vivirlo hoy. ¡Felices hoy ustedes! Se llegará un día a la plenitud en el cielo. Hoy lo que estamos celebrando en la fiesta de todos los santos, pero también en aquellos que hoy lo sepan vivir. En aquellos que hoy descubran algo distinto. Porque esto es lo quiere Jesús. A veces creemos de que los santos son solamente aquellos que hicieron grandes cosas, como San Francisco, San Cayetano, San Don Bosco, Santa Teresa. Pero tenemos muchísimos que día a día la fueron luchando y viviendo. Porque eso es lo que quiere Dios para nosotros, que lo vivamos hoy. La santidad no es algo que se gana, es algo que se regala. Es lo que Dios nos da a nosotros. No hay algo que podamos hacer para eso. Solamente abrir el corazón. ¿A quién? A aquel que nos ama. ¿Y cómo abrimos el corazón a aquel que nos ama? Intentando vivir como aquel que nos ama. Intentando llevar adelante aquello que aquel que nos ama nos pide, aún cuando nos cueste. Y cuando no podamos, abriendole el corazón a Él y diciéndole no puedo.
Cuando uno lee la vida de los santos una de las cosas que más llama la atención, es que los que escribieron sus vidas, terminan relatando como en sus últimos años hasta sintieron que Dios no existía. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, la Madre Teresa ahora casi santa prácticamente. Y uno dice: ¡uh pero yo no tengo tanta fe, a mi me cuesta, yo no me siento tan bueno!. Bueno, tal vez si esos santos estuvieran acá dirían: “bienvenidos al club. Yo cuando veía eso intenté abrirle el corazón a Jesús. Intenté poner la vida en Él.” Eso es lo que quiere Jesús. Hombres y mujeres que intenten vivir en Él lo que les toca hoy, en donde estemos. En el colegio, en la facultad, en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras Iglesias en la calle. Eso es lo que nos pide Jesús. ¿Por qué? Porque eso es lo que le hizo feliz a Él. Porque Él está convencido que es lo que nos va a hacer felices a nosotros. Poder vivir lo que nos toca poniendo nuestra vida en Él. Cuando nos es difícil y cuando no podemos, redoblar la apuesta, poner dos veces la vida en Él, para que Él nos ayude, para que Él nos acompañe, para que Él la cambie.
Pidámosle a Jesús, el único Santo, el Santo de Dios, pero que no quiere quedarse solo, sino que nos quiere regalar todo a los demás, que aceptemos ese regalo que Jesús nos hace. Que lo abramos, que lo descubramos en el corazón, y que con un corazón agradecido por lo que nos da, nos animemos a caminar detrás de Él.
(Todos los santos, lecturas: Ap 7, 2-4.9-14; Sal 23; 1Jn 3,1-3; Mt 5, 1-12)

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