sábado, 12 de diciembre de 2009

Homilía: "que quieres que haga por ti"

Los invito hoy a empezar la homilía de una manera particular. Vamos a hacer un pequeño ejercicio. Los invito a todos a cerrar los ojos durante un minuto, para poder pensar e imaginar lo que sentía este hombre que estaba al borde del camino en el evangelio. Imaginémonos que esta es nuestra manera de nuestra manera de percibir la realidad, el no poder ver lo que sucede. Imaginémonos que generalmente vivimos en esta oscuridad, que no podemos ver nada en nuestro alrededor. No podemos distinguir los colores, no podemos distinguir lo que pasa. No nos damos cuenta si algo se mueve, quien está a nuestro alrededor. No podemos ver a quien queremos, a aquel que amamos. No podemos percibir hacia dónde vamos, cuál es nuestra dirección. No podemos distinguir de pronto por qué alguien se ríe, de una mueca, por algo que pasa, por algo que sucede. Y como esta oscuridad nos va aislando de los demás, nos va dejando de lado, casi como si estuviésemos al borde del camino, sin estarlo. Porque hay algo que nos separa del otro.
Los invito, ahora, a abrir los ojos. Después si quieren pueden seguir haciendo el ejercicio un rato en su casa, pero me parecía bueno hacerlo para empezar a entender lo que le sucede al hombre en este evangelio. Ya que nosotros, en general, tenemos la gracia de poder ver. Algunos mejor que otros. Yo bastante bien gracias a la operación que tuve hace poquito. Podemos conocer y distinguir a los demás. Podemos hasta pasar un largo rato delante de la televisión, como hacen muchos, mirando. Podemos mirar los paisajes, podemos mirar los colores. Y como esa oscuridad del ejercicio o cuando vivimos en oscuridad, nos cuesta. Cuántos, de chiquitos, le teníamos miedo a la oscuridad. Cuántos le pedíamos a papá o a mamá que prendan la luz, que dejen la puerta abierta, que estén a nuestro lado hasta que nos durmamos. Cuántos, cuando se empieza a hacer oscuro tenemos miedo en nuestro corazón, porque no podemos ver, porque no podemos percibir lo que sucede.
Ahora, la ceguera no es solamente ver o no ver lo que pasa a nuestro alrededor, sino también es no ver en lo profundo. Porque a todos nos gusta poder ver o poder saber. Y cuando no vemos la realidad o con claridad, cuando no sabemos con claridad, no nos gusta. Para poner un ejemplo claro, cuando el gobierno nos dice que según el Indec la inflación fue tanto y cada vez que vamos al supermercado nos damos cuenta que las cosas subieron bastante más, no nos gusta, porque decimos esta no es la realidad, esto no es lo que está pasando, esto no es lo que sucede. Uno quiere poder ver con claridad, más allá de que las cosas cuesten o no. Pero para alejarnos tanto y agarrárnosla con el gobierno miremos en nuestra propia vida. Cuando uno no puede ver con claridad lo que le sucede al otro, lo que le pasa al otro, nos cuesta. Cuando vemos a alguien que sufre, alguien que queremos, alguien que amamos, pero no lo podemos ayudar, nos duele. Cuanto nos cuesta, cuanto nos duele en el corazón cuando no podemos ver con claridad. Cuando estamos en conflicto con los demás y no vemos la salida, cuando nos encontramos frente a un problema que tenemos en nuestra vida, cuando no vemos como caminar mejor, cuando no encontramos solución a los problemas, cuanto nos cuesta. Y la mejor manera es aprender a mirar con ojos nuevos. No eludir la realidad. Esto es lo que está pasando, esto es lo que nos pasa. Esto es lo que nos sucede.
Hay un conflicto en nuestra familia, no busquemos esquivarlo, no mirarlo, taparlo, sino animarnos a enfrentarlo, animarnos a ser transparentes, animarnos a decirnos lo que nos pasa. No dejar las cosas de costado o de lado, porque sino la realidad nos vuelve a nosotros. Para poner un ejemplo desde lo social. A veces uno escucha muchas veces que frente a todos estos barrios más pobres, muchas veces llamados barrios de emergencia o villas, en vez de preguntarnos como podemos hacer para promover a esta gente, para que a esta gente le vaya mejor, para que pueda tener una vida más digna; uno lo que escucha es, como podemos trasladar a este barrio, como podemos hacer para no verlo, para esconder esta realidad. Después lo sentimos todos, por ejemplo, en toda la inseguridad que vivimos. Nos vuelve efecto boomerang. Pero igualmente, en vez de buscar cual es el bien que hay detrás buscamos como podemos apartar todo esto de nuestra vida. Y ese no es el camino, porque eso nos aparta de los demás, nos aleja de los demás. Y deja muchos al costado del camino. No solo en lo social, sino también en nuestra vida. Porque cuando no nos animamos, como decía antes, a mirar con claridad en nuestro corazón y en el corazón del otro también eso nos va distanciando, también eso no nos deja terminar de reconocer el corazón del otro, aunque lo veamos con nitidez.
Este relato que escuchamos en el evangelio hoy, esto que le sucede a los discípulos nos muestra esta realidad en la que nos cuesta ver a los demás. En primer lugar es muy claro cuando los discípulos, a este hombre que está gritando: “Jesús Hijo de David, sálvame”, en vez de ayudarlo lo quieren callar. Y no podemos decir bueno los discípulos son principiantes, es el último milagro que va a hacer Jesús en este evangelio. Es el último milagro antes de la Pasión. Los discípulos vienen caminando hace tiempo con Jesús. Se supone que lo conocen, que saben quien es, y que lo que les ha enseñado es ayudar a los demás. Y en vez de posibilitar que este hombre se encuentre con Jesús cuando empieza a gritar lo quieren callar, lo quieren dejar de lado.
Menos mal que Jesús escucha y que lo manda llamar. Y podemos descubrir como ya desde acá Jesús les empieza a enseñar. Porque lo podría haber ido a buscar él mismo a este hombre. O podría haberlo llamado o podría haber gritado, pero no… a los discípulos que lo están callando, les está diciendo ahora vayan y llámenlo. Y los discípulos, se ve que en ese poquito tiempo algo aprendieron o recordaron, van y le dicen: “ten ánimo, ven, el maestro te llama”. Jesús siempre les está enseñando. Jesús siempre está buscando que cambien esa actitud del corazón, que miren a los otros de una manera nueva. No como alguien que me estorba, que tiene que quedar a un costado, sino como alguien que puedo ayudar, como alguien al que me puedo acercar. Y al acercarlo a Jesús, Él obra este milagro.
Yo creo que el problema que en primer lugar tenían los discípulos es que no sabían quien era Jesús todavía. No habían terminado de descubrir que era lo que Jesús venía a traer. No habían terminado de descubrir de que manera podían y debían acercar al otro. Y esto nos puede pasar a nosotros muchas veces en la vida, que no encontramos cual es la manera que podemos unir o acercar a los demás.
La función de los discípulos con Jesús era la de ser puente. La función de los cristianos es la de ser puente. No somos nosotros los que tenemos que decidir. Jesús no les dijo a los discípulos vayan y decidan si este puede venir a acercarse a mi. Jesús siempre lo que les enseño es que ellos tenían que ayudar a que la gente se encuentre con Él. El que decide siempre es Jesús, el que posibilita siempre el encuentro es Jesús, el que mira al corazón es Jesús. Y el modo de obrar nuestro es el de formar vínculos. Es el de hacer puentes, el de hacer que la gente se encuentre con Él. Y en todas las circunstancias de nuestra vida, con la gente que nos necesita, con la gente que está a nuestro lado.
¿Cómo podemos ayudar a que nos entendamos mejor? ¿Cómo podemos ayudar a que los otros se entiendan mejor? ¿Cómo podemos ayudar a que la gente se encuentre con Jesús? El problema es que muchas veces pensamos, que es lo que tenemos que hacer, que es lo que tenemos que decidir, nos gusta juzgar o nos gusta tomar decisiones. O nos gusta, no sé, sabérnosla todas, tener la última palabra. Bueno, podríamos decir que en la fe, somos aplazados. Nos pasa como a los discípulos. En la medida que nosotros queremos tomar la decisión, nos puede ir mal. En cambio, en la medida que hacemos lo que Jesús nos pide que es posibilitar el encuentro, ayudar llevar al otro; y ahí empezamos a aprobar, porque eso es lo que quiere Jesús, que nosotros ayudemos a que el otro se encuentre con Él. Para que ahí pueda cambiar, para que ahí pueda ver.
Es muy claro que este hombre lo que necesitaba era ver. Cuando Jesús le dice que quieres que haga por ti, el hombre le dice Maestro que yo pueda ver. Pero acá el único ciego no es Bartimeo. Este es el único milagro de este evangelio que sabemos el nombre de la persona a la que Jesús le hizo el milagro. Es el único milagro así con nombre y apellido, en el cual nos dice claramente que es lo que Jesús quiere hacer, pero no solamente con este hombre sino por todos. Este “¿Que querés que haga por ti?”, que Jesús le pregunta a Bartimeo es lo que también le podría preguntar a los discípulos, ¿Qué quieren que yo haga por ustedes? O ¿Qué es lo que necesitan ver de una manera nueva? Y cada uno de nosotros podría pensar cuales son nuestras cegueras, que es lo que no sabemos ver bien, que es lo que tenemos que mirar con una mirada nueva, cuales son las personas que no queremos ver, cuales son los problemas que no queremos mirar, cuales son las cosas que no queremos solucionar. Y es ahí donde le podríamos pedir a Jesús que nos ayude tener una nueva luz, que nos ayude a iluminar nuestra vida, la vida de los demás, nuestros problemas, de una manera nueva. Que nos ayude a mirar con una mirada nueva.
Esto es lo que hizo con los discípulos, esto es lo que hizo con Bartimeo, esto es lo que quiere hacer con cada uno de nosotros para que de a poquito podamos abrirle el corazón y podamos abrir el corazón a los demás. Yo creo que el problema que tenían los discípulos era que siempre querían ser protagonistas y les faltaba crecer en esa humildad de descubrir que el verdadero protagonista era Jesús. El verdadero hombre que cambiaba las cosas era Jesús. Cuando Pedro le dice a Jesús yo voy a dar la vida por vos, seguramente decía yo quiero tener un protagonismo importante en esto, yo quiero también ser parte de esta salvación, yo soy el que quiero salvar a los demás. Y lo que tenía que aprender era que el único que podía salvar era Jesús. Cuando Jesús le dice a este hombre “tu fe te ha salvado” le está diciendo que por creer, se salvo. Pero por creer en Jesús, por poner su fe en Él. Y la salvación a nosotros viene por lo mismo, el único que salva es Jesús.
Hace poco escuchamos que los discípulos le dicen a Jesus ¿Quién podrá salvarse? Y Jesús responde: “nadie”. Para los hombres es imposible. Pero para Dios todo es posible. Es Dios el que nos puede salvar. Es Jesús es el que nos puede hacer mirar de una manera nueva. Y esto es lo que tuvieron que aprender los discípulos, por eso los discípulos van a vivir esto después de la Pascua de Jesús, después de que aprendan con humildad que el que obra es Jesús. Eso es lo que nos quiere enseñar a nosotros, que tenemos que aprender a mostrar a Jesús, que tenemos que aprender a ver a Jesus en los demás, que tenemos que aprender a mirar de una manera nueva. ¿Para que? Para poder a hacer lo mismo que Bartimeo.
Pasa casi desapercibido pero al final del evangelio Jesús le dice “vete tu fe te ha salvado”. Por creer en Jesús este hombre se salvo. Y Jesús le dice bueno ahora vete, ya esta. Pero el texto no dice que el hombre se fue, dice que se curó y lo siguió a Jesús. Porque justamente se sintió salvado. Y cuando uno se siente salvado, cuando uno se siente amado, cuando uno se siente valorado, cuando uno se siente querido, uno quiere estar con el otro, uno quiere seguir al otro. Ya no es necesario que el otro le diga: “sígueme”.
Al principio del evangelio Jesús les tuvo que decir “síganme”. Ahora cuando Jesús obra, cuando Jesús hace los gestos, cuando Jesús cura, sana, ama, la gente lo sigue. Será porque por primera vez primera, se sintieron queridos verdaderamente. Seguramente sintió algo distinto, diferente.
Esto es también lo que nos invita a nosotros. Ahora para eso tenemos que responderle a Jesús cuando también nos pregunte a nosotros: “¿Qué querés que haga por ti? Tal vez podríamos pensar esta semana que queremos que Jesús haga por nosotros, que queremos que Jesús ilumine, que queremos que traiga de nuevo, que queremos que Jesús salve. Él nos pide una cosa solamente, que creamos en eso. Y que creyendo en eso hagamos lo mismo que Bartimeo, que lo sigamos, que caminemos detrás de Él. ¿Por qué? Porque eso es lo que cambia nuestra vida.
Abrámosle entonces el corazón a este Jesús que nos sale al encuentro, a este Jesús que nos pregunta en el corazón que necesitamos, que queremos y respondámosle con un corazón abierto que creamos en Él. Luego, sigámoslo de una manera nueva.
(Domingo XXX durante el año, lecturas: Jer 31,7-1; Sal 125; Hb 5,1-6; Mc 10, 46-52)

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