sábado, 12 de diciembre de 2009

Homilía: "lo miró con amor"

Hace poco salió una excelente película argentina que se llama “El secreto de sus ojos”. Quédense tranquilos que no les voy a contar el final. En ella Benjamín Espósito, protagonizado por Ricardo Darín, trabaja en un juzgado, tribunal penal. De pronto llega a trabajar una joven mujer, Irene, Soledad Villamil, que viene como secretaría del juez. Y en un momento hay una escena en la que él entra al despacho de esta mujer, que siempre estaba con anteojos, de mirada bastante seria y le dice que necesita decirle algo importante, necesita que para eso abra el corazón, y por favor no lo interrumpa, que lo escuche. Y uno empieza a ver como se empieza a transformar la mirada de esta mujer, se saca los anteojos, empieza a mirar con una mirada nueva, le cambia totalmente la cara. Lo empieza a mirar con un amor muy profundo, alegre y contenta, esperando lo que ella cree que Benjamín le va a decir. Le pide que cierre la puerta del juzgado que siempre tenía abierta, y cuando va a cerrar la puerta aparece otro de los empleados. Ella lo reta porque se esta metiendo en un momento íntimo y personal, o lo que ella creía que era un momento íntimo y personal pero el le dice: “no, él me va a acompañar en este momento”. Bueno, obviamente, toda esa magia que parecía que había entre ellos se perdió en cuestión de segundos. El no pudo percibir esa mirada profunda que ella tenía sobre él, esa mirada nueva. Y los ojos de ella decían lo que su corazón sentía, también lo que él estaba esperando.
Y cuanto nos dicen las miradas. Esas miradas que no tienen sentido, que están como perdidas o esas miradas que uno siempre busca desesperado que es la mirada de aquella persona que ama. La mirada de aquella persona que lo puede mirar en profundidad, que casi como que nos desnuda con la mirada, que puede mirar nuestro corazón. Esa mirada en la cual nos sentimos amados. Esa mirada que buscamos toda la vida porque es justamente lo que nos cambia la vida. Esos ojos que se miran y se hablan através de esa mirada. Esta fue la mirada que Jesús tuvo justamente con este hombre en este Evangelio. Porque por algo Marcos se detiene a decirlo: “Jesús lo miró con amor”. Tal vez no parecía lo más importante, lo leemos casi al pasar. Pero nos muestra que más importante que lo que le tenía que decir era la manera como miraba su corazón. Era la manera como miraba la vida de este hombre en aquel momento donde le tenía que pedir algo. En este momento, en el que la persona descubría que tenía que dar un paso, descubría que quería crecer pero que para eso necesitaba ser sostenido. Para eso necesitaba a alguien que lo mirara de una manera diferente. Seguramente como muchas personas se sintieron miradas por Jesús a lo largo de la vida.
Cómo le habrá cambiado la vida a Zaqueo cuando Jesús lo miró de una manera especial, a la mujer adultera cuando Jesús la miró de una manera especial, a los discípulos cuando Jesús los miró de esa manera especial. Como habrá sido de amorosa y penetrante esa mirada de Jesús que hizo que hombres y mujeres cambien rotundamente de vida por siglos, por encontrar con aquella persona, alguien que les decía que los amaba, alguien que se los mostraba con sus ojos. Y esto es lo mismo que hace en este Evangelio.
Porque el amor implica siempre renunciar a algo. Para amar, tengo que renunciar. Desde lo más simple como es cuando uno se enamora y tiene que renunciar al resto de las mujeres o varones por ese amor, o un montón de renuncias cotidianas que uno va haciendo por amor. En la familia cuando se aman y se quiere y tiene que aprender a consensuar entre ellos, aprender a pensar en común. En las parejas, los novios, los matrimonios que tienen que ir aprendiendo a crecer juntos, que tienen que aprender a quererse, a esperarse, a tenerse paciencia. A descubrir qué es lo que el otro necesita, qué es lo que quiere el otro. Como tiene uno que ir aprendiendo a vivir esos momento. Y aún aquel fruto mayor del amor como son los hijos, donde uno renuncia tal vez a un montón de comodidades que tiene, en el cual la vida ya casi no alcanza, porque para colmo me tengo que levantar también a la noche, cuando estoy cansado, tengo que ir a trabajar. Y que uno elige cuando se descubre amado, cuando descubre aquello que es fruto del amor. Porque eso es lo que le da un sentido, el amor es lo que le da sentido a todo lo demás. El sentirse querido, amado, valorado, hace que yo camine y deje cosas atrás, a veces hasta casi inconcientemente no me doy cuenta de las renuncias que hago. ¿Por qué? Porque lo que hay ahora en mi corazón me hace feliz. Esto que encontré y descubrí.
Y esta es la manera con que lo mira Jesús a este hombre cuando le tiene que pedir que de un paso más en la vida. Este hombre que se acerca a Jesús y que le hace tal vez la pregunta más profunda que podemos hacer los cristiano: ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?, ¿qué tengo que hacer para ir al cielo?, diríamos de manera simple. Sabiendo la respuesta que Jesús le va a dar: “tú conoces los mandamientos”. Pero ya acá aparece la primera curiosidad, porque Jesús no nombra a todos los mandamientos, nombra solo algunos mandamientos. Solamente aquellos que tienen que ver con la relación con el prójimo. No nombra los mandamientos que tienen que ver con la relación con Dios. Solamente los mandamientos que tienen que ver en mi vínculo con el otro. Esos son los que nombra Jesús, y le dice: “eso es lo que vos tenés que hacer”. Y se ve que este hombre, que se ve que era bastante bueno, más bueno que yo porque le contesta: “esto lo cumplo desde mi juventud”, a mí me cuesta bastante cumplir todo eso que dice ahí, ahora va y da un paso más. Y lo da porque lo necesita, el hombre necesita entregarse de una manera nueva. No se queda tranquilo con lo que Jesús le dice, y Jesús descubre en el corazón de este hombre que este hombre necesita dar otro paso. Como muchos pasos que nosotros queremos dar en la vida. Como cuando encontramos que queremos dar saltos aunque nos de miedo, aunque nos cueste. Y es ahí como decía antes, donde Jesús lo mira con amor. Y lo primero que le pide es que vaya, que venda sus bienes y que los de a los pobres. Lo invita a profundizar en aquello que el ya hacía.
Jesús se lo podría haber dicho de entrada a esto, pero primero lo quiere hacer descubrir que tiene un montón de cosas buenas que ya esta haciendo en las cuales él se puede apoyar. Porque sino en la fe es como que siempre nos falta algo. Voy todos los fines de semana a misa menos uno: “no, como puede ser, soy un desastre”. Solamente porque hay uno que no voy. No pienso en todos los que voy. Rezo todas las noches menos una: “me falta rezar más”. Hago tal cosa y ayudo a tal persona pero me falta...
Y el problema no es que uno descubra que le faltan cosas, sino que eso me termina cansado. Cuando yo no encuentro en qué apoyarme, cuando yo no encuentro que es lo que me da fuerza, me canso. De pronto tenemos un montón de desafíos, que tenemos un montón de cosas en que crecer. Pero eso lo voy a poder hacer en la medida en que yo me sienta amado. Porque es el amor el que me ayuda a dar saltos. No el cumplir, no el hacer las cosas bien o mal, porque eso no es lo que me da fuerza, aunque este bueno que haga las cosas bien. Lo que me da fuerza es alguien que me ama, alguien que me agarra, alguien que me ayuda a caminar. Y esto es lo que hace Jesús. Bueno, ahora si da este paso con tu hermano, hace aquello que vos descubrís que hoy querés hacer en el corazón y todavía no te animas a realizar.
Lamentablemente no se animó y por eso no pudo vivir la segunda parte: “después ven, y sígueme”. Porque el seguimiento de Jesús implica el darse. Para seguir a Jesús yo tengo que aprender día a día a darme a los demás. Para seguir a Jesús yo tengo que aprender a entregarme día a día, porque eso es lo que hizo Jesús. Jesús se entregó, Jesús se dio, porque esa es la dinámica del reino. Lamentablemente es difícil para nosotros como era difícil en esa época, porque el paradigma es el poseer. “Se fue triste porque poseía muchos bienes”. Tener, poseer, ser exitoso, ese es el paradigma. Y el camino del reino es el contrario, es el darse, es el entregarse, es el vaciarse. Es el descubrir que con el otro yo me realizo. Porque el amor es un darse, el amor implica reciprocidad, el amor implica al otro y esto es lo que nos invita a hacer Jesús. Pero para eso tengo que renunciar a cosas.
Todos podemos descubrir en nuestra vida un montón de cosas donde podemos darnos, no solo en lo económico donde Jesús nos invita a ser austeros, sino también un montón de dones, de carismas, de cosas que Dios puso en nuestras vidas. Pensemos cuán distinto sería si todos los que estamos acá, no se ni cuántos somos hoy pusiéramos nuestros dones al servicio de los demás, pusiéramos aquello que Dios nos dio para que todos crezcamos como comunidad, como cristianos en la sociedad en donde nos toca. El problema es que muchas veces nos invitan a acomodarnos, no a darnos. Me acomodé acá, hasta acá yo doy. De esta manera me doy. Hasta acá yo crezco.
En el camino de fe nunca termino, en el camino de fe voy a encontrar un Jesús que me mira con amor, que me mira fijamente y me invita a más. Sin embargo nos cuesta mucho darnos. Y ahí aparece, nos aparece, esta pregunta de los discípulos: “entonces ¿quién se va a poder salvar?” Porque si hay que darse así no hay manera. Y es ahí cuando Jesús usa esta frase: “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos” Creo que alguna vez se los dije pero se han escrito libros para ver como hacer que un camello entre por el ojo de una aguja, pero no entra, ni pelito por pelito entra, no hay manera. Porque nosotros intentamos aflojar lo que nos dice Jesús, porque nos encontramos muchas veces como ese abismo. Jesús me invita a hacer tanto y yo no entro ni a place, como dirían en las carreras. Pero por suerte no termina ahí. Porque le dicen: “entonces es imposible”, y Jesús les contesta: “si es imposible”. Para los hombres es imposible.
Por suerte Jesús lo hizo por todos nosotros. Dios lo hizo por todos nosotros en Jesús. Jesús se entregó por las veces que nosotros no podemos entregarnos. Y en ese poquito que muchas veces nosotros damos, ahí Jesús nos da el ciento por uno. Pero para entrar en esa dinámica de recibir el ciento por uno tengo que aprender a darme, tengo que aprender a abrir el corazón, tengo que soltar aquello de lo que me aferro, aquellas seguridades, aquella dureza de corazón para caminar más libre, ablandar mi corazón. Para encontrar o encontrarme con los demás de una manera nueva.
Hoy Jesús nos mira a nosotros con amor y nos mira al corazón de una manera nueva para que nosotros descubramos en qué tenemos que darnos hoy, qué es lo que tenemos que aflojar, qué es lo que Jesús me invita a entregar hoy. De qué manera me invita a caminar hoy con un corazón más libre. Animémonos a escuchar esa pregunta que Jesús nos hace, animémonos a que resuene en nuestro corazón y animémonos a responderle dándonos a los demás.
(Domingo XXVIII durante el año, lecturas: Sab 7, 7-11; Sal 18, 8. 10, 12-13. 14; Hb 4, 12-13; Mc 10, 17-30)

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