sábado, 12 de diciembre de 2009

Homilía: "lean los signos de los tiempos"

Hay una película que salió hace más o menos 10 años, que se llama “Un canto a la esperanza” y que cuenta la historia de un grupo de mujeres de diferentes países, que durante la segunda guerra mundial, vivían en Singapur. Y muestra cuando los japoneses invaden Singapur y ellas se escapan en barco. Pero el barco es alcanzado, las toman presas a las mujeres, y se las llevan a un campo de concentración en Sumatra. Ellas viven ahí, luchando, peleando por su dignidad, por lo que ellas creen. Pero el tiempo empieza a pasar, lo que ellas esperaban que fuera un período corto, algo que solucionara fácil o que se pudiera negociar, no sucede. Más tarde que alguien las rescatara, tampoco sucede, y empiezan a perder la esperanza, empiezan a perder el sentido de por qué están ahí. Muchas empiezan como a querer dejarse morir, ya no tienen ganas de pelearla ni de lucharla.
Y justo una de las mujeres que estaba en el campo de concentración, era directora de un coro. Y encuentra la manera de devolverles la esperanza y de darles una motivación en el día a día. Y no solamente aquella esperanza lejana basada en que algún día las rescaten o esto se termine. Sino también en lo cotidiano de todos los días. Así deciden entre todas, formar un coro. Logra que se animen a cantar. Y empiezan a luchar para que las dejen, empiezan a buscar tener un resquicio para su libertad. En aquel lugar donde habían perdido mucho de su libertad, de lo que querían y podían hacer, encuentran en el canto un espacio para poder ser ellas mismas. Y algo que le devuelve la esperanza para seguir luchando y peleando, algo que les devuelve el sentido a lo que ellas viven y tienen.
Y nosotros muchas veces vamos como perdiendo el sentido de la vida aún en situaciones tal vez menos complicadas y difíciles exteriormente pero en el cual no encontramos qué es lo que queremos hacer. Y no solo no encontramos qué es lo que queremos hacer, que puede ser porque no estamos en una búsqueda, sino como que vamos perdiendo el interés.
Hace poco estaba en una mesa con unos amigos míos, y uno de mis amigos de aproximadamente 30 años dice “bueno, yo ya puedo morir en paz”. Y no dijo ya puedo morir en paz porque vio a su equipo campeón o algo más importante. Sino que nos dice: “no sé por qué luchar, no se por qué vivir en este momento”. No fue necesario que yo diga nada porque el resto de mis amigos saltaron, empezaron a decir cosas, empezaron a cuestionarle cómo podes morir en paz ya, tan joven. Y el decía no, lo que pasa es que todo lo que tenía que vivir lo viví ya en estos 30 años. ¿Cómo puede ser? Puede ser que uno a los 30 años ya haya vivido todo lo que tiene que vivir. No se si en algún momento de la vida uno puede llegar a decir ya he vivido todo lo que tenía que vivir, aún siendo muy grande. Porque sería como cerrar el corazón a las sorpresas, a lo que puede venir, a lo que la vida me puede suscitar. Es verdad que uno puede ser muy agradecido con todo lo que recorrió o vivió, y con todo lo que la vida le dio, pero no decir hasta acá llegamos. Y menos creo que tan joven.
Sin embargo, hoy, esta actitud, de diferentes maneras, la vemos mucho. Cuantas veces vemos gente que esta muy deprimida, muy angustiada, que no encuentra el sentido, que no quiere seguir luchando. Cuantas veces también nos pasa a nosotros, que pasamos momentos duros, difíciles, donde no la queremos seguir peleando, luchando, donde nos sentimos angustiados, donde creemos que todo se cae. Y vamos perdiendo aquello por qué luchar. Y pensaba como esto, tal vez como signo, sucede desde que somos pequeños hoy en día: No creo que antes pasara tanto, y seguramente alguno de los chicos que andan por acá me quieren matar. Hace poquito estábamos en casa, estaban mis sobrinos, y uno de ellos nos dice a nosotros, jugando a la computadora, cómo puede ser que ustedes se divirtieran cuando eran chicos, que no tenían computadora, que no tenían celular, que no tenían un montón de cosas. Y, en vez de contestarle yo le pregunté a mi mamá, diciéndole a mi sobrino, vamos a preguntarle a la abuela: “¿yo me aburría cuando era chico? Para cambiar un poco el foco de la pregunta. Y mamá dijo: “no, no, no me acuerdo que te aburrieras. En general la pasaban bien, se divertían”. Y mirando para atrás yo pensaba cómo, en general, nosotros no nos aburríamos cuando éramos chicos. Sin embargo hoy se escucha mucho de que un chico se aburre: “Estoy aburrido, no se que hacer, qué puedo hacer.” Y no solo los más chicos, sino los más grandes también. A la medida que la vida se va complejizando, se va haciendo más difícil, muchas veces más dura, uno no solo se va aburriendo, sino que va perdiendo las ganas. Va perdiendo aquello que lo motive, y uno se pregunta para qué vive, no encuentra sentido. Y creo que muchas veces no encontramos sentido a lo que hoy estamos haciendo. No encontramos por qué luchar y pelear en lo que día a día nos toca. Y las cosas se hacen difíciles y duras, y se nos complican, y uno siente que no hay ni una luz de esperanza por ningún lado.
Pero creo que hay algo mucho más profundo que eso, lo que nos pasa en ese momento. ¿Qué es? Que perdemos la esperanza y el por qué luchar mirando un horizonte. ¿Cuál es el horizonte? ¿Qué es lo que nos mueve? ¿Por qué yo lucho hoy mirando hacia delante? ¿Cuál es la esperanza única que tengo en el corazón? Porque, también pasamos momento duros y difíciles todos, en los cuales no bajamos los brazos. En los cuales seguimos caminando con esperanza, en los cuales vemos gente que no sabemos cómo hace para seguir caminando, para seguir peleando. Tener ese optimismo en un momento difícil. Y eso pasa cuando uno no se queda solamente con lo que le sucede en ese momento; sino que mira para adelante, sino que tiene algo mucho más profundo que lo ayuda a caminar, sino que ha descubierto un sentido, el por qué luchar, el por qué seguir creciendo. A veces en los demás, a veces en la propia vida y en el propio corazón.
Esto es de alguna manera lo que Jesús les dice a sus discípulos en este evangelio que acabamos de escuchar. Verán un momento, tal ves oscuro, donde todo sucederán signos, donde parezca que todo se acaba, pero sin embargo viene algo nuevo. Sin embargo alguien viene con una nueva esperanza, con una nueva gloria. Y esto se puede ver desde la vida de Jesús cuando da la vida. Cuando parece que todos los caminos se truncaban, cuando Jesús muere pero vuelve resucitado y de una manera nueva. Como decíamos hace poquito: “¿qué cambió de los discípulos antes de que resucite Jesús y después?” Porque antes de que resucitara Jesús lo seguían, después de que muera Jesús lo seguían. No cambió eso. Lo que cambió es que lo vivían de una manera diferente. Aún lo difícil. Porque cuando Jesús les decía: “Yo tengo que morir, pasar por la Pasión, resucitar”; ellos respondía: “no, no queremos, o no es lo que deseamos, o no es lo que buscamos”. Sin embargo después, y en un contexto mucho más difícil, ya a los discípulos no lo perseguían cuando estaban con Jesús, ellos van a cambiar. A los discípulos se les van a complicar las cosas, y en serio, cuando Jesús muera y resucite. Cuando ahí sí los persigan, los calumnien, los terminen matando. Sin embargo ahí si anunciaban de una manera diferente. ¿Qué es lo que cambia para que hasta en una situación hostil uno pueda vivir de otra manera? Y creo que lo que cambia es una esperanza más profunda, eso que uno encontró y le da sentido a la vida. Algo que nos ayuda a caminar distintos.
No somos idealistas que no sabemos ver que hay veces que las cosas son duras y difíciles. Basta ver nuestro país hoy nomás a grandes rasgos para ver lo duro y difícil que es. Sin embargo no se nos agota todo ahí. ¿Eso es lo único que pasa? ¿O podemos encontrar motivaciones más profundas en nuestro corazón? ¿O Jesús nos invita a encontrar algo distinto en nuestra vida? Algo que le de sentido a qué luchar. Algo que le de sentido a qué caminar. Pero para eso hay que saber leer los signos. Y Jesús pone este ejemplo: “ustedes cuando ven las ramas de la higuera que se pone flexible, que brota, dicen: “está por venir el verano. Esta por tener frutos”. Bueno, por qué no hacen lo mismo con la vida”. Por qué no descubren algo distinto en esa vida donde las ramas se hacen flexibles, donde las cosas están por brotar. Y ese, quizás, flexible que esta por brotar es Jesús. Jesús es el que les trae algo distinto a los discípulos. Y no como un ideal futuro, o como una utopía que el día de mañana vamos a vivir. No es un banquémonosla hoy acá porque el día de mañana cuando lleguemos al cielo las cosas van a ser diferentes. A ver, las cosas son diferentes en el cielo, pero esa esperanza se nos invita a vivir hoy acá. Porque tenemos algo distinto por qué vivir acá. Porque tenemos algo distinto que transmitir. Como les decía, los discípulos aún en un ambiente hostil se animaron a salir y transmitir una esperanza distinta, y decirle a la gente, que había algo distinto por qué ser feliz y alegrarse. Y eso creo que es lo que nos tiene que distinguir hoy como cristianos.
Tal vez si hay algo más característico o es una de las características de la sociedad de hoy, es que muchas veces se es muy pesimista, muy negativo. Pensamos, por ejemplo, en nuestro país que nunca van a cambiar las cosas, que todo siempre va a ser así, para qué lucharla. Y pensaba, ¿cómo cristianos eso es lo que queremos transmitir hoy? Muchas veces decimos falta fe. Entonces, respuesta, transmitamos la fe. Pero la gente en general cree, tal de diferentes maneras o en diferentes cosas. Pero creo que ha algo especial que Jesús nos invita a transmitir hoy y es la esperanza. A un mundo donde tal vez ya no espera nada, a un mundo que muchas veces baja los brazos, Jesús como cristianos, nos invita a ser hoy hombres y mujeres de esperanza. Y a decirles que hay alguien distinto a quién esperar, que hay alguien que aunque parezca que todo se acaba, como en la muerte, trajo algo nuevo, que es la vida. Y si pudo vencer con la vida a aquello donde parece que todo termina, cuánto más puede hacer en los momentos duros y difíciles de nuestra vida. Cuánto más nos puede traer como esperanza al corazón aún en los momentos que parece que todo se cierra.
Creo que en este tiempo, donde nos acercamos al adviento, Jesús nos viene a renovar en la esperanza y a que nos animemos a transmitir esa esperanza. Esa esperanza que Él nos trae y que quiere que llevemos a los demás. Y hoy vamos a poner un signo de esa esperanza que hoy Jesús quiere transmitir, que es un sacramento, la unción de los enfermos. Mucha gente se me acerca y me dice Padre ¿puedo recibir la extrema unción? Que era como se llamaba o lo llamaban antes: “La extrema unción de los enfermos”. Cuando uno se estaba por morir se acercaba a recibir la extrema unción, como the last chance, la última oportunidad. Pero sin embargo uno fue profundizando y ve que Jesús quiere algo más. No solamente trasmitirnos algo para el final de nuestra vida. Sino en un sacramento mostrarnos que Él quiere traernos una vida más plena, una vida más profunda. Que no quiere el sufrimiento y el dolor para nosotros, aunque sin embargo muchas veces lo pasamos y tenemos que aceptarlo. Y ese es el sentido de la unción. Cuando uno esta viviendo una enfermedad importante, cuando ya esta muy mayor y necesita que Dios le de fuerza, un Dios que en ese momento difícil y duro, nos quiere volver a devolver la vida. Nos quiere volver a dar esperanza. Eso es lo que nos quiere traer a nosotros. Y eso es tal vez lo que podemos llevar a los demás. Ser hombres y mujeres de esperanza que transmitan la alegría de lo que Jesús nos trae.
Muchas veces nos preguntamos, ¿qué testimonio podemos dar? Porque cuesta dar testimonio hoy como cristianos. Bueno, transmitámosle la alegría a los demás de lo que vivimos. Mostrémosle que tenemos una esperanza que supera ese pesimismo que muchas veces se vive en nuestro trabajo, en nuestras comunidades, en nuestros hogares. Llevemos aquello que Jesús nos trae.
Pidámosle entonces, en esta noche a Jesús, que nos renueve en la esperanza, que nos ayude a que pongamos la mirada en Él, y que renovados en el corazón por esa esperanza que Él nos trae, nos animemos también a llevarla y transmitirla a los demás.
(Domingo XXXIII, lecturas: Dan 12,1-3; Sl 15, 5. 8. 9-10. 11.; Hb 10,11-14.18; Mc 13,24-32Mc 12,38-44)

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