martes, 27 de julio de 2010

Homilía: "Enséñanos a rezar" (Domingo XVII del Tiempo Ordinario)

En el 2004, ganó el Oscar a la mejor película, la película de Clint Eastwood, “Million Dollar Baby”. Una película muy buena, bastante dura, en la que Clint Eastwood, quien también actúa además de dirigir, hace de Frankie, un encargado de un gimnasio que entrena boxeadores. Él está entrenando a Willy, que está haciendo una muy buena carrera y está cerca de pelear por el título mundial. En ese momento, aparece en el gimnasio Maggie (Hillary Swank, ganó el Oscar también por esa actuación), una camarera que tenía 30 años, que le pide que le enseñe a boxear porque quiere ser boxeadora. Frankie, una persona osca, dura, que entrenaba boxeadores, le dice que no. A partir de ese momento Maggie empieza a aparecer todos los días, pidiéndole que la deje boxear, y él sigue diciéndole que no. Hasta que en un momento Dupris, que era uno de sus ayudantes, la deja entrenar en el gimnasio donde él estaba. Frankie se entera de esto y se enoja un poco con su amigo. Dupris intercede y le pide que la entrene a lo que Frankie sigue diciendo no, y se justifica diciendo que es grande, que aparte es mujer, y que no piensa traer mujeres para que boxeen. La cosa sigue avanzando hasta que de pronto Willy (que era entrenado por Frankie), 2 peleas antes de ir por el título mundial, lo deja y se va con otro entrenador. Y ahí, él recapacita un poquito frente a esta insistencia de Maggie, y finalmente decide entrenarla pero hasta la primera pelea, y luego le buscará otro entrenador. Durante la primera pelea, mientras Maggie boxea, él se da cuenta que de hay algo raro: su entrenador había arreglado para que la otra le gane. Ahí se enoja, echa a ese entrenador, y se ponen a entrenarla a Maggie para que gane esa pelea. De a poquito, frente a esa insistencia de ella, él decide acompañarla. Después le dice que sólo lo hará por un tiempo, y así va creciendo esta relación y este vínculo entre ellos dos. Vínculo que creció gracias al deseo que Maggie tenía. Pero no sólo fue el deseo, sino que luchó incansablemente para conseguir eso que buscaba en el corazón y deseaba.

Nosotros también hacemos cosas como estas cuando tenemos muchas ganas de algo, sea o no importante, incansablemente luchamos hacia eso. Los más chicos son especialistas, que a veces taladran a los grandes y uno dice: “Bueno, ya está”, no tiene más ganas de seguir luchado por eso. Los jóvenes también, no veo a ningún joven que cuando quiere ir a bailar y le dicen que no, diga “si, papá o mamá, te entiendo, tenés razón. Está todo bien, hoy no me toca”. Lo más común es empezar a insistir, a buscar la manera, “es la mejor fiesta del año, no puedo no ir” y todas esas cosas que dicen ustedes, ¡porque yo ya las pasé! Así podríamos buscar distintos ejemplos, frente a diferentes cosas en las que incansablemente pedimos algo. Ahora, la primera pregunta que podríamos hacernos es: ¿cuán central es esto que perseverantemente pedimos hoy? ¿Por qué peleamos mucho por esto? ¿Qué es esencial hoy? ¿Es central esto por lo que lucho en mi vida, esto por lo que me peleo a veces con amigos, familia, novio/a, u otras personas? ¿Es algo que realmente deseo, o es secundario? Porque justamente, por lo que uno tiene que luchar incansablemente es por aquello que uno descubre que es lo que realmente quiere, y por eso va a pelear hasta que eso, de alguna manera, se pueda dar. En este caso, lo que hacía Maggie, siguiendo aquel deseo que tenía de ser boxeadora. Lo mismo pasa con nosotros. La idea es que corramos por aquellos deseos profundos, y no que los dejemos a la primera de cambio, cuando nos frustramos, cuando fracasamos, sino que nos animemos a levantarnos y a seguir caminando detrás de ellos. Ir incansablemente, insistentemente detrás de esto que queremos.

Esto es lo que hace Abraham. Se pone delante de Dios en la Primera Lectura, y quiere interceder en Sodoma, y entonces empieza a hablarle a Dios: “¿Cómo vas a destruir esto?”. Sodoma y Gomorra, eran unas de las peores ciudades, y él quiere interceder: “ya hay 50, 45, 40”, uno no sabe dónde va a terminar la oración, pero se quedan 10. Él insistió en aquello que quería, en aquello que deseaba. Lamentablemente, para Abraham no va a ver ni 10 justos en esa ciudad, pero lo central es que él pidió con insistencia aquello que él quería, buscando que esa ciudad no sea destruida.

Jesús, en el Evangelio, nos pone como ejemplo otra persona que es insistente, pero que tiene algo que pasa casi desapercibido. Es este hombre que va a medianoche a pedirle algo a un amigo. Y la medianoche de ese momento no es la de hoy en que los chicos se juntan a veces para empezar a salir, sino que era el momento en donde todos ya estaban durmiendo. Sin embargo, ésta persona le dio un lugar, lo recibió, él se lo da por supuesto. Podríamos pensar nosotros qué haríamos si estamos durmiendo y nos cae un amigo así. No sólo lo recibió en su casa, si no que al no tener nada, se preocupó por él. No le dijo: “es tarde, ándate a dormir. Mañana vemos”, sino que fue hasta lo de otro amigo para poder recibirlo bien y hacerle un lugar. ¿Fue un poco incómodo? Seguro que fue incomodo. Levantarse a la noche, cambiar sus planes, ir a lo de su amigo o vecino que no lo atiende, golpearle la puerta ocho veces para que le de los tres panes, pero lo hizo. ¿Por qué lo hizo? Porque lo quería, porque lo deseaba, y por eso buscó aquello que descubría en el corazón, que era ser hospitalario con el otro.

Y esto es lo que, de a poquito, Jesús nos va pidiendo a nosotros, que aprendamos a descubrir cuáles son las verdaderas cosas que nos ayudan a crecer, y por las que tenemos que insistir. En este caso, escuchamos hoy que los discípulos le preguntan por la oración: “¿Cómo podemos crecer en la oración? Enséñanos a rezar”, le dicen a Jesús. Esta pregunta que podríamos hacer tan nuestra hoy. Muchas veces no encontramos cómo rezar o cómo relacionarnos con Dios. Y también lo primero central en esto es que los discípulos encontraron en Jesús una persona de oración. El Evangelio continuamente dice: “Jesús se retiró a orar”, “Jesús pasó toda la noche en oración”. También encontramos algunas oraciones que sabemos que Jesús hizo, por ejemplo en Getsemaní nos dice que Jesús ora al Padre, nos dice lo que Jesús dice rezando al Padre; en la Cruz, cuando Jesús está por morir, tenemos las frases que Él dice, ante ese momento tan crucial en la vida. Esto seguramente fue un ejemplo para ellos, y por eso le piden: “Enséñanos a rezar”. Algo que hace varios años atrás, casi se dio por supuesto en la época de la cristiandad, la gente sabía rezar: “si querés rezar, tenés que hacer esto, esto y esto”, y la gente lo hacía. Sin embargo, hoy encontramos que esto entró en crisis. ¿Cuántas veces nos encontramos con que no sabemos rezar, que la oración es un misterio para nosotros? Y esto que podría parecer malo, en primer lugar es bueno, ¿por qué? Porque no se puede esquematizar una relación, un vínculo. Para nosotros es más fácil, nos da una seguridad: “esto es así, se reza y se hace así”. Para los chicos es más fácil: “rezo a la noche, rezo el Ángel de la Guarda, el Padrenuestro, el Avemaría”, pero luego descubrimos que eso está en crisis en nosotros. ¿Por qué? Porque tenemos que profundizar, no nos alcanza con esa manera, como no nos alcanza hablar cuando éramos chicos. Si yo sigo manteniendo el mismo vínculo con mi padre que con un amigo que tenía cuando tenía 8 años, mi papá va a estar conmigo porque es mi papá, pero en lo demás no… es decir, tenés que crecer, tenés que madurar.

Lo mismo pasa en nuestra relación con Jesús. Si es un vínculo, tenemos que alimentarlo, y tenemos que hacerlo crecer. Y que la oración entre en signo de pregunta es parte de ese camino, es parte de descubrir que es algo que yo tengo que alimentar, y que es algo en lo que yo tengo que insistir, no hay una forma, no hay una manera. Sí, nos pueden mostrar los caminos, pero tenemos que aprender a descubrir que hay un lugar en el que tenemos que aprender a encontrarnos con Jesús. Lo difícil de esto es que el lugar del encuentro con Jesús en la oración, es en el corazón, y muchas veces nos cuesta poner el corazón en Dios. Hemos aprendido durante tanto tiempo, que la oración casi pasaba sólo por la cabeza, y era algo mental: “repito esto, hago esto, digo tal cosa”, y hoy, que tenemos ese deseo tan profundo de encontrarnos corazón a corazón con el otro, en este caso con Jesús, muchas veces no le encontramos la vuelta. Y casi como que queremos despertarnos y decir: “yo quiero encontrarme con Jesús”, pero nos cuesta.

El camino es el que nos dice Jesús: insistir, animarnos a ponernos en oración. Muchas veces nos preguntamos ¿cómo puedo aprender a rezar? Rezando, no hay muchas vueltas. Tomarse un momento, el que sea y como sea, para encontrarme con Jesús, para aprender a dialogar con Él, para aprender a encontrarlo en mi corazón, para dejar que mi corazón se despierte. Tal vez el problema en ese encuentro con Dios es que durante mucho tiempo nuestro corazón estuvo dormido, iba casi con piloto automático, y tenemos que aprender a encontrarnos en el corazón con él. Aprender a descubrir cuánto lo queremos, cuánto lo amamos, cuánto queremos compartir la vida, y abrirle el corazón.

Ese es el camino: bucear en lo profundo de nuestras vidas. Cada uno encontrará la forma, la manera, compartiremos experiencias. A los jóvenes les gustará rezar de una manera, a los más grandes de otra, a algunos les gustará hacer adoración, a algunos rezar el rosario, otros abrir el corazón, cantarle solo o con otros, o hacer un desierto. Lo central es que nos encontremos con Él, con aquel que justamente, nos da Vida. Y en esta insistencia lo importante es que confiemos en Él.

Y eso es lo segundo que nos dice: “Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá”. Confiar. Y a veces cuando no vemos, o no encontramos lo que buscamos, se trata de volver a confiar y decir: “yo confío en este Dios. En aquel que me dio la vida, en aquel que encontré a lo largo de mi vida, y en aquel con el que quiero ir profundizando día a día”.

Esta es la experiencia que podemos compartir, que tenemos un Dios que nos busca y nos invita a buscarlo. Abrámosle, entonces hoy nosotros el corazón a Jesús como sus discípulos, digámosle que no sabemos, que necesitamos que nos enseñe a rezar, que nos enseñe a orar, que nos muestre los caminos para encontrarnos con Él. Para que así, buscándolo, por medio del corazón descubramos toda la vida que Jesús tiene para darnos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario