martes, 13 de julio de 2010

Homilía: "Ve, obra tú de la misma manera" (Domingo XV del Tiempo Ordinario)

Este año salió una serie llamada “Flash Forward”, y en uno de sus capítulos hacen como un retroceso en el tiempo, 2 años atrás, en la cual McBenford le da la bienvenida a los nuevos agentes del FBI, aquellos que habían sido elegidos. Les dice el siguiente discurso: “Hoy es el primer día de sus carreras. Hoy, además de una placa y de un arma, van a empezar a escribir una historia sobre sus carreras. Cada agente especial tiene una historia. Algunas son graciosas, algunas son trágicas, otras aburridas. Pero sin embargo, hoy no es el día más importante de sus carreras. Eso vendrá más adelante. No lo verán venir. Se les acercará despacio, y seguramente será un momento anónimo, una encrucijada en la que van a tener que hacer algo. Tendrán que hacer algún tipo de sacrificio personal por alguien más, y seguramente esa persona no conozca sus nombres, no conozca sus caras, ni siquiera sepa qué es lo que hicieron. Pero ustedes sí lo sabrán. No es para ser tomados en cuenta que están acá, sino para hacer las cosas bien cuando sea necesario, es decir, siempre. ¡Bienvenidos al FBI!”. Uno ve la cara de alegría de todos esos hombres y mujeres que han cumplido un largo camino en sus deseos y en su historia, que comenzaron sus carreras, pero tienen que empezar su trabajo. Y como Marc les dice, “los días más importantes están por venir”, y son como encrucijadas. Como cuando uno tiene que tomar decisiones importantes; en este caso, para poder ayudar a otras personas.

Lo mismo sucede en nuestras vidas. Muchas veces los momentos centrales de nuestras vidas son encrucijadas, momentos donde tenemos que tomar decisiones y no es tan simple. En estas situaciones tenemos que aprender a jugarnos, a descubrir qué es lo queremos, y tomar una decisión según lo que creemos, esperamos y deseamos. Es más, sacando algunas palabras, Jesús nos podría haber dicho lo mismo a casa uno de nosotros: “¡bienvenidos al cristianismo!”, como diciéndonos que acá comienza una historia, un camino, donde habrá muchos momentos con encrucijadas. Es en esos tiempos donde se va a ver qué es lo que decidimos, y si podemos ser tomados en cuenta para hacer las cosas bien cuando llegue el momento, para vivir según lo que creemos y según lo que Él nos enseñó. Ese es, en el fondo, el deseo que todos tenemos, lo que queremos y esperamos. Pero también es siempre un interrogante pensar cómo lo vamos a vivir.

Para poner un ejemplo, tenemos la Primera Lectura, el pueblo de Israel puede caminar durante 40 años por el desierto, y Moisés les dice: “Ahora van a entrar en la Tierra Prometida, y Dios les va a dar un montón de dones, les va a regalar un montón de cosas, y ustedes lo que tiene que hacer es vivir como Él los invitó. Esto no es algo lejano, no es algo que está en el Cielo, imposible de alcanzar, algo en el medio del mar que uno no puede llegar. Esto es algo que está al alcance de ustedes, en sus palabras y en su corazón, que se hará según lo que se animen a decir, cómo se animen a vivir, y cómo se comprometan con eso”. Sin embargo después, la historia hay que escribirla, y en los momentos de encrucijadas será verá de qué manera pueden vivir eso.

En el Evangelio sucede algo similar también. Se acerca este doctor de la ley, y le pregunta a Jesús: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida Eterna?”. Tal vez, esta sea la pregunta central en nuestra vida de cristianos que en algún momento, explícita o implícitamente, nos hacemos. ¿Qué tengo que hacer para hacer lo que Dios me pide? ¿Para estar con Jesús, con Dios el día de mañana? Si bien esperamos que sea bastante más adelante, creo que es el deseo que todos tenemos. Jesús no le responde al doctor algo muy distinto a lo que dice la Primera Lectura: “¿Qué está escrito en la ley?”. A él, que era un doctor de la ley, que conocía eso y lo estudiaba, le pregunta qué es lo que sabe según la ley. Como alguna vez hemos dicho la ley en esos tiempos era larguísima, había más de 600 prescripciones, y este hombre la resume en 2 renglones: “Hay que amar a Dios para toda la vida, y al prójimo como a nosotros mismos”. “Muy bien, has respondido exactamente. Ve y obra”, le dice Jesús. Sabemos que eso no es fácil, entonces el doctor de la ley se animó a preguntarle algo más: “¿Quién es mi prójimo? ¿Quién es aquella persona a la que tengo que amar?”. Casi como midiendo, ¿hasta dónde, hasta quién, de qué manera, cuándo? Y es acá donde aparece esta parábola, tal vez una de las más lindas de todo el Evangelio, que todos conocemos, donde hay un hombre que es asaltado y abandonado medio muerto. Nos muestra que cuando llegó el momento, la encrucijada, en el que había que hacer las cosas bien, hubo hombres que pasaron de largo (un sacerdote, un levita, los hombres religiosos de la época), que no se preocuparon, no hicieron lo que tenían que hacer. Sorprendentemente, el que obra según lo que espera Dios, fue del que menos se esperaba este gesto, un samaritano, que como sabemos estaban peleados y en guerra con los judíos. Sin embargo, cuando llegó ese momento, se preocupó por su hermano, por el otro. Lo curó, lo puso en su montura, lo llevo a un albergue, pagó por él, y no se desentendió, sino que dijo: “Lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. Muestra esa preocupación hasta el extremo por el que ni siquiera conoce, y del que, según el texto, no supo nada, ni lo vio, ni supo su nombre, absolutamente nada. Al terminar esto, Jesús le pregunta al doctor: “¿Quién te parece que se comportó como prójimo de este hombre herido?”. “El que lo ayudó”, responde el hombre. Caía de madura esta respuesta, y Jesús lo invita a vivir de la misma manera.

Acá encontramos, tal vez, el primer cambio que hace Jesús. Frente a la pregunta de este hombre “¿Quién es mi prójimo?”, Jesús le dice que no es así como se deben ver las cosas, sino que hay que preguntarse ¿quién se comportó como prójimo del otro? Es decir, de quién somos nosotros prójimos, porque cuando nos ponemos nosotros como centro siempre vamos midiendo: ¿hasta dónde, hasta dónde tengo que amar, de qué manera, cuándo es necesario, cuándo el otro se lo merece, ¿lo tengo que hacer o no lo tengo que hacer?, ¿me tengo que jugar o no?, ¿le doy otra oportunidad ono? Sin embargo, nos dice Jesús que no es esa la medida, no es esa la manera. La encrucijada será en el momento en el que yo tenga la oportunidad de hacer las cosas bien por alguien, y lo haga. Y no sólo en situaciones donde nos cuesta, donde muchas veces sentimos que pasamos de largo frente a la gente necesitada, frente a la gente que nos para o situaciones donde nos da miedo, si no en el día a día. ¿Cuántas veces sentimos que en lo cotidiano pasamos de largo? Que no resolvemos como hubiéramos querido, y después nos quedamos pensando “¿por qué conteste así?” o “¿por qué traté así a esta persona, por qué no ayudé, por qué no tomé yo la iniciativa?” ¿En cuántas cosas diarias nos pasa que no terminamos de amar como Jesús nos invita y no ponemos toda nuestra vida? Pero para eso tenemos que animarnos a descentrarnos, porque excusas vamos a encontrar siempre: “no puedo, estoy cansado, no tengo ganas, tengo ganas de hacer otra cosa”… sin embargo, Jesús nos invita a dar un paso más, y animarnos a jugarnos, saliendo de nosotros mismos, descentrándonos un poco, para así sí aprender a amar a Dios, y aprender a amar al otro.

Cuando termina esta parábola, Jesús le dice al doctor: “Vete y obra tú de la misma manera”, lo invita a dar este salto. Y, si bien no está en los evangelios, hay una historia que cuenta un poquito qué es lo que pasó con este hombre (un mito o una leyenda). Parece que después de escuchar a Jesús, quedó conmovido con todo lo que Él le había enseñado, y con ganas de llevarlo a la práctica (¡como muchas veces nos pasa a nosotros!). Entonces dicen, que se fue, y justo cuando bajaba por un camino, encontró un hombre tirado al borde del camino (también le pareció que estaba medio muerto), entonces pensó que aquella era su oportunidad, que él también podía ayudar a hacer lo mismo que Jesús le enseñó. Entonces fue y se acercó. Dio vuelta al hombre, pero para su sorpresa ese hombre saltó y lo amenazó con un cuchillo. Saltaron dos hombres de unas rocas que había más atrás, lo amenazaron, lo palparon, le pegaron un poco, pero no encontraron nada de valor. Entonces planearon llevárselo “secuestrado” a un aguantadero (¡no había mensajes de textos, ni llamados como se hace hoy para pedir rescate por él!) Pero así la cosa se dilató. Tardaban, no pagaban nada por él. Entonces lo golpeaban un poco y lo iban dejando cada vez peor. Estuvo como un mes así, se dieron cuenta que no podían sacarle nada, entonces lo soltaron en ese estado medio muerto. Dice esta historia que el hombre salió con una bronca bárbara y decía: “¡Las cosas en que me meto por escuchar a Jesús! Yo quiero hacer las cosas que Él me dice, y mirá lo que me pasa. Lo voy a encontrar y le voy a decir que esto que Él está explicando, no va”. Él sabía que Jesús iba para Jericó y por eso se dirigió hacia allí a buscarlo. Llegó y preguntó si no había pasado Jesús por ahí, a lo que la gente le respondía: “¡Ah sí! Un profeta, el nazareno, sí, estuvo acá. Estuvo hablando del amor, haciendo un montón de gestos, de signos, de milagros”. “Del amor habla Jesús, ¡claro! Yo le voy a dar de esas cosas, yo no creo más en esto”, pensaba el doctor. Y se fue a otro pueblo. Así, lo fue siguiendo de pueblo en pueblo, intentando encontrarse con Jesús. Hasta que en un lugar le dijeron que había estado allí un par de días atrás, pero subió a Jerusalén para vivir la Pascua. El doctor se fue hacía allí (ya con mucha bronca acumulada). Se iba acercando a Jerusalén, y le indicaron por dónde Jesús iba a celebrar la Pascua. Llegó a ese cenáculo, y le dicen: “sí, estuvo por acá, pero parece que hubo un problema y se lo llevaron preso”. “Se lo merecía, voy a ver por qué lo metieron preso, qué es lo que paso, pero se lo merecía”, pensaba el doctor. Llegó a la cárcel, donde estaba Poncio Pilatos, y preguntó nuevamente por Jesús. Le contestaron que lo habían metido preso pero que ya lo habían enjuiciado, y se decidió que lo iban a matar. El doctor seguía pensado que no se había portado tan bien, pero que en realidad no era para tanto, no era necesario que lo mataran. Le dicen que a Jesús lo iban a llevar al Gólgota porque iba a ser crucificado, y este hombre fue caminando hasta donde estaba Jesús. Cuando llegó, lo encontró crucificado y no entendió qué sucedía. Se dio cuenta que él quiso vivir el amor y así terminó, y que a Jesús le pasó lo mismo, entonces se acercó a la cruz, y le dice: “Jesús, ¿de qué sirve esto? Vos nos enseñas a vivir el amor, a que tenemos que ser buenos, a que tenemos que hacer las cosas bien, y a mi mirá todo lo que me hicieron, por hacer lo vos dijiste en esa parábola del buen samaritano. Me golpearon, me hicieron de todo, me dejaron medio muerto, y a vos directamente te están matando por hablar del amor. ¿Para qué vale esto?”. Y dicen que Jesús, mirándolo con amor a los ojos, le dijo: “El amor que no se juega, no es verdadero amor”.

Creo que lo que nos pasa muchas veces en la vida es que no terminamos de jugarnos por las cosas que creemos, por las cosas que amamos, por las cosas que Jesús nos invita a vivir. Estamos siempre mirando “hasta donde”. Hasta dónde vamos, hasta dónde damos, qué es lo que tenemos que hacer o no. Y Jesús nos dice que tenemos que animarnos a darnos y a jugarnos. Eso lo llevó a la cruz a Jesús, pero también lo hizo feliz. Y nosotros sentimos, o por lo menos a mí me pasa muchas veces, que cuando no puedo darme o jugarme verdaderamente, me queda un feo gusto en el corazón, no soy verdaderamente feliz porque siento que algo me falta. Como cuando uno tiene un día para descansar, pero no hace nada, y al final del día se pregunta qué hizo hoy, en qué ayudó, en qué se jugó. En la vida tenemos mucho de esos momentos en los que hay que decidir qué es lo que tenemos que hacer. Con Jesús tenemos una ventaja que es que siempre nos invita a empezar de nuevo, siempre nos vuelve a dar una oportunidad. Esa oportunidad es en el amor, para amar más y mejor. Más en calidad, no solo en cantidad, más en profundidad, con un corazón que ame cada día más, en cada circunstancia de la vida…

Eso es lo que hizo Jesús, eso es lo que invitó a hacer a los demás, eso es lo que nos invita hoy a nosotros en donde nos toca. Abrir cada día el corazón y jugarnos. ¿Podremos ser lastimados? Seremos lastimados alguna vez. ¿Podremos ser defraudados? Podremos ser defraudados alguna vez, pero seguramente también seremos felices, cuando podamos tener esa actitud del buen samaritano, que “lo vio y se conmovió”.

Saben, esta palabra “se conmovió” aparece dos veces en el Evangelio: el Buen Samaritano frente al que está herido; el Padre Misericordioso frente al hijo pródigo que vuelve. Algo se le mueve en las entrañas, se conmueve. Por eso, el Padre Misericordioso (Dios) y el Buen Samaritano (Jesús) lo aman y ponen todo.

Hoy nos invita a nosotros a conmovernos, a entregarnos por amor, a hacer lo mismo. Escuchemos, entonces, a Jesús que hoy nos envía y nos dice: “Ve, obra tú de la misma manera”, y animémonos a vivir esto.

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