lunes, 18 de octubre de 2010

Homilía: "Anímense a creer y a confiar", Domingo XXVII del Tiempo Ordinario.

Cuenta una leyenda que en la época donde los pueblos querían construir sus Iglesias para tener donde encontrase de una manera especial con Dios, un pueblo decidió hacer un templo en una isla a dos millas de la costa. Y después, viéndolo en el lugar donde estaba como pasaban los vientos, decidieron encargarle a un montón de orfebres que diseñaran distintos tipos de campanas que adornaran en ese pueblo esa Iglesia y que ellos pudieran escuchar desde la costa, para que a ellos siempre les recordara y les anunciara esa presencia de Dios a través de la naturaleza, a través de diversas cosas. Y el pueblo se fue haciendo famoso por estos sonidos, estas campanas que retumbaban continuo frente a esos vientos que pasaban. Sin embargo el tiempo fue pasando y como sucede con las islas, esta isla se perdió, se hundió, y se perdió el templo con sus campanas. Pero quedó esa leyenda en que aún un día esa Iglesia se seguía escuchando esos sonidos a través del mar. Y siglos después, un hombre escuchando y admirado por esta leyenda, y con este deseo de poder encontrarse también a través de esos sonidos con este Dios, decidió ir hasta ese lugar para poder escuchar. Se sentó a la orilla y empezó a escuchar con mucha atención, y empezó a escuchar muchos sonidos pero no escuchaba nada de las campanas Entonces decidió seguir viniendo los días sucesivos para aprender a escuchar mejor. Y cada día que pasaba escuchaba cada vez mejor, pero el bramido de las olas, cómo se acercaban, también la bruma, pero no podía escuchar a esas campanas que repiqueteaban. Entonces fue hasta el pueblo, habló con los sabios del pueblo para que ellos le dijeran y le mostraran el camino para poder escuchar estas campanas. Ellos le dijeron que si, que si uno escuchaba con atención podía escucharlas, así que se volvió a poner en ese lugar desde donde observaba el mar, para poder escuchar esos sonidos. Los días siguieron pasando y los sonidos fueron siempre los mismos. Así que un poco decepcionado por no poder escucharlos, decidió irse, dijo “tal vez no se escuchar, tal vez esto es solo un mito o una leyenda, pero no tiene sentido que lo siga haciendo”. Así que fue por última vez a la costa, se tiró tranquilo en la playa a mirar el cielo, y empezó a escuchar de nuevo lo que escuchaba todos los días. Pero en esa tranquilidad, empezó a descubrir que esas olas que a él le hacían enojar día tras día porque no le dejaban escuchar esas campanas, tenían también un ruido muy grato a los oídos. Y entonces se dejó llevar, escuchando cada vez con mayor dulzura el sonido de las olas, hasta que de pronto absorto en medio de las olas, empezó a escuchar en lo profundo esas campanas que sonaban. Y descubrió como esa insistencia y ese dejarse llevar por las olas hizo que escuchara aquello que su corazón estaba esperando.

Y pensaba mientras recordaba esta historia, como también nosotros a lo largo de la vida vamos encontrando muchas cosas que nos alegran la vida y el corazón: sonidos, personas, historias, cosas que pasan en nuestra vida. Y que nos hacen tomar senderos, caminos, que nos hacen seguir caminando con un corazón renovado, pero en el que sin embargo muchas veces empezamos a perder esos sonidos, empezamos a ya no escuchar lo que escuchábamos antes, a no encontrar aquello que buscábamos, a desesperarnos un poco por no hallar lo que queríamos. Y como muchas veces nos vamos enojando, nos va angustiando, y muchas veces vamos abandonando aquello que buscamos. Y como en el camino muchas veces nos vamos dando cuenta que aquello que queríamos ya no es como antes. Ahora, ¿no es como antes porque no es lo queremos o deseamos, o no aprendimos a escuchar de nuevo? O hemos perdido esa sensibilidad para escuchar en lo profundo…porque a lo largo del camino muchas veces, como pasa en esta historia, vamos perdiendo esos sonidos.

Todos creo que en algún momento de la vida nos hemos encontrado con Dios. Si estamos acá es porque hemos descubierto que Él de alguna manera ha tocado nuestro corazón y nos ha llamado, pero cuántas veces también nos hemos perdido en el camino, cuántas veces hemos dejado de escucharlo, cuántas veces hemos dejado de encontrarlo, cuántas veces nos preguntamos si esto vale la pena., si tenemos que seguir caminando con Él o no, si queremos seguir buscándolo o no, y en medio de esos sonidos que hemos perdido nos preguntamos si eso que hicimos también valió la pena. Sin embargo la pregunta es: ¿en qué parte del camino estoy? Porque muchas veces a lo largo del camino, las respuestas que teníamos antes ya no nos alcanzan. Los sonidos que escuchábamos antes ya no nos alcanzan, y tenemos que aprender a escuchar mejor, tenemos que aprender a mirar con una mirada nueva.

Yo escuchaba, o leía el Evangelio, y me retumbaba esta frase que hemos puesto: “Auméntanos la fe”. Los discípulos o los apóstoles pidiéndole a Jesús que les aumente la fe. Yo decía, si ellos le pidieron que les aumente la fe, no se que queda para mi… porque si estos hombres que dejaron todo, lo encontraron a Jesús y lo siguieron, y en un momento del camino le empiezan a pedir y le dicen que no les alcanza la manera en que creen, como que ya no escuchan de la misma forma y manera. Ellos podrían haber dicho “nos decepcionamos frente a este Jesús”. Sin embargo no dicen eso, y le piden a Jesús que los ayude a poder creer de nuevo, que los ayude a confiar más, que les aumente aquello que les dio en un momento. Y esto frente a un pedido o a una pregunta que Jesús les responde: “Si tu hermano se equivoca, peca frente a ti, repréndelo”. Tal vez lo primero que hablo es explicar esto, ‘si tu hermano peca, repréndelo’, no dice ‘si te molesta lo que hace tu hermano o si no te gusta’ sino que si hizo algo que esta mal, uno tiene que corregirlo, uno tiene que enderezar. Ahora si se arrepiente, perdónalo; y si sigue viniendo arrepentido, perdónalo. Ahora la pregunta sería hasta cuándo, porque cuántas veces nos cansamos de un montón de cosas, no solo de los demás, si no también muchas veces de nosotros mismos, y también de cosas que pasan. Y tenemos la tentación de abortar todo, de dejar: “esto no es como yo quería” “esto no es como yo pensaba”. O me desilusiono, frente a las instituciones, frente a la Iglesia, frente a las personas que me mostraron el camino, y tengo esa tentación en el corazón de decir ‘hasta acá llegué’. Sin embargo los discípulos en vez de decir “yo no puedo” “me frustro frente a esto” “no me da la vida”, lo que le piden a Jesús es que les aumente la fe, que les enseñe a confiar más. Y en ese pedido de los apóstoles, de que los haga creer en este convencimiento y en esta fe, Jesús les pide que ‘aprendan a escuchar’. Les dice que si ‘tuvieran fe como un grano de mostaza’, ellos podían pedir que esa planta se plante en el mar y se halaría… yo lo he intentando, pero hasta hoy no lo he logrado, ni tampoco el mover montañas, así que mi fe es más chiquita que 2 mm de diámetro, como mide un grano de mostaza por si no lo conocen. Ahora la pregunta es: ¿una fe mueve solo eso? ¿o una fe puede mover también el corazón de las personas? No solo lo he hecho yo, si no que no conozco a nadie que haya podido hacer eso, pero si que he visto mucha gente que a lo largo de la vida y de la historia que fue transformando su vida por medio de la fe. He visto mucha gente que ha podido superar un montón de cosas por medio de la fe. He visto mucha gente que le cambió la vida a la otra por medio de la fe, por confiar en Dios, por confiar en el otro, y por confiar en ellos, por seguir insistiendo, por no cansarse, por decir “yo pongo mi fe en esto”. Es decir, he visto cómo el corazón se transforma cuando uno empieza a creer de nuevo, cuando uno se anima a confiar y a creer, y cómo uno puede lograr muchas más cosas de las que esperaba, de las que quería, de las que pensaba cuando se anima a creer.

Eso es lo que nos invita Jesús: “Anímense a creer y a confiar”.

“Si yo les dijera que haga eso, lo haría”. Tal vez lo que nos esta diciendo a nosotros es anímense ustedes a hacerlo, anímense ustedes a mover su corazón, anímense ustedes a mover sus pensamientos, a ponerse en camino, a ser como ese hombre, ese esclavo que cuando se le dice algo, lo hace solamente porque le toca hacerlo… Y entonces “ustedes confíen en mi”. ¿Por qué? Porque a lo largo de la vida no todo nos cierra, a lo largo de la fe no todo nos cierra. Algunas cosas las entendemos y las comprendemos, y otras cosas no las comprendemos ni las entendemos. Algunas cosas de las que nos pide Jesús nos cuestan, y en algunas otras decimos que si, que mas o menos nos cierra, y otra nos resulta dificilísimo. Sin embargo Jesús nos vuelve a decir: “Anímense a confiar, y sigan buscando”.

Me venía a la cabeza un genero de película que es el de aventura, como la película “Indiana Jones”, buscando toda la película hasta que encuentra algo… ¿de qué manera nosotros buscamos a Jesús? ¿hasta cuándo buscamos a Jesús? ¿o cuánto tiempo nos animamos a decir que perdemos (si se puede decir así) buscando a Jesús? ¿acaso, pienso yo, una madre o un padre dejaría de buscar a su hijo si no lo encuentra? ¿acaso alguien que ama dejaría de buscar ese amor si no lo encuentra? De la misma manera Jesús nos invita a buscarlo a Él, nos invita a caminar incansablemente, y cuando sentimos que nuestro brazo se cansa, que estamos quedándonos ya sin fuerzas, Jesús nos dice “vuelvan a confiar”.

Eso es lo que nos pide Jesús. Eso es lo que le pide Pablo a Timoteo: “Se digno de fe. Haz lo que se te pidió. Transmite lo que Jesús te mostró y lo que otros, te mostraron”. A nosotros se nos invita a confiar, y en segundo lugar se nos invita a transformar a los demás mostrándole nuestra fe, mostrándoles de qué manera se puede creer, y de qué manera se puede buscar, aun cuando uno no escucha más, aun cuando uno no ve, animarse a caminar en esa noche oscura.
Una vez les dije que si hay una cosa que me llamo mucho la atención en la cantidad de historias de vida de los santos que leí, sobre todo cuando estaba en el seminario, era cómo todos inexorablemente pasaron por momentos en los que no creían, momentos en los que no veían, años y años. Y sin embargo se animaron a decirle a Jesús: “Aumenta mi fe”…

Hoy nos invita a nosotros a mirar en nuestro corazón de qué manera lo buscamos y de qué manera creemos. Y animarnos a pedirle como los discípulos que aumente nuestra fe, para que podamos buscarlo y para que podamos encontrarlo.


Primera Lectura: Habacuc 1,2-3
Salmo: 94, 1-2.6-9
Segunda Lectura: Segunda Carta a Timoteo 1, 6-8.13-14
Evangelio: Lucas 17, 3b-10

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