viernes, 22 de octubre de 2010

Homilía "Oren incesantemente, no se desalienten". Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

En la película “Sueños de libertad”, Andy Dufresne es encarcelado, y acusado de matar a su mujer y su amante. Después de un período difícil en la cárcel logra la confianza del jefe de los carceleros que le enseña algunas maniobras financieras para que no le quiten tantos impuestos. Y así se empieza a ganar la confianza de cada uno de los que trabajaba ahí en la cárcel, hasta que llega al alcalde de la prisión, y empieza a ayudarlo con ciertos negocios financieros. Y en medio de esa confianza le pide si puede pedirle al Estado (mandándole una carta) para que le permitan poner una biblioteca en la prisión para los presos. Él le dice que sí y manda una carta. Pasa el tiempo y, obviamente, no obtiene ninguna respuesta. Entonces le pregunta al alcalde qué es lo que pasó, si sabe algo, él dice: “No, no, no te van a escuchar estos”, y Andy le responde: “Ya que no me van a escuchar, voy a empezar a mandar una carta por día”. Entonces todos los días empieza a mandar una carta, esperando respuesta. Pasa el tiempo, un año, dos años… hasta que un día, aparece alguien en la prisión y le dice: “Tu pedido encontró eco”, y va, y encuentra varias cajas con cheques viejos, y un cheque por 300.000 dólares para armar la biblioteca. Y el alcalde le dice a Andy: “Espero que estés contento ahora”, y él le dice: “¿Con esto? No, a partir de ahora voy a empezar a mandar 2”, y todos los días empieza a mandar dos cartas, hasta que le piden (mandándole libros de regalo, etc) que por favor no mande más cartas. Esta insistencia de él logró que algo que era justo (que lograran tener una biblioteca), algo para pasar el tiempo, educarse, recrearse, se pudiera hacer una realidad. Algo que parece simple y justo, pero que no es tan simple cuando se lleva a la vida real.

Es algo que nos pasa a nosotros en muchas situaciones. ¿Cuántas veces vemos muchos dolores que de nuestra sociedad en la televisión, o que sufrimos nosotros mismos cuando participamos de alguna marcha pidiendo justicia, pidiendo mejores condiciones para trabajar, para mejorar distintas realidades de nuestro país, esperando y luchando para que las cosas se hagan de diferente manera? Pero, ¿cuántas veces también nos cansamos en ese camino, y en ese buscar aquello que nos parece justo y está bien, y tendemos muchas veces a bajar los brazos? Y lo que es seguro es que cuando bajamos los brazos, eso que anhelamos se acabó, no sabemos cuándo va a llegar y cuánto tenemos que insistir, pero muchas veces sabemos que es la única forma de que alguna vez eso sea escuchado.

Hace un tiempo atrás cuando estaba en la parroquia del Huerto de los Olivos, me tocó visitar en un barrio muy carenciado a una persona que me pidió la unción para un hijo de ella muy chico, que tenía una enfermedad muy grave, y para eso necesitaba una silla especial (cosas que pasan a menudo). Me hablaba muy bien del Intendente porque le había conseguido la silla, y mi primera pregunta fue cuánto tiempo había tardado en llegar al intendente: “como 2 años y medio” me contestó. Pero justamente yo decía que consiguió esta silla por la insistencia, lo que tendría que haber sido algo tal vez más simple, tuvo que ser un insistir e insistir todos los días para poder conseguirlo.

Algo similar a lo que sucede en este Evangelio: una mujer viuda, desprotegida (como lo eran en esa época) pidiéndole a un juez que haga lo que tenía que hacer: impartir justicia. Algo simple para ver que muchas veces no se da como se tendría que dar. Insiste, insiste e insiste hasta que este hombre, cansado de su insistencia, le da la razón y no porque era su deber, sino porque la mujer lo cansó, lo aburrió. Es ahí donde consigue aquello que merecía, pero tuvo que trabajar con constancia para conseguirlo.

Y una imagen que se me venía a la cabeza cuando pensaba en este texto, es la imagen de los chicos cuando empiezan a pedir algo, esto que las madres y los padres conocen mejor que yo, este gran trabajo en el cual empiezan a insistir, pedir y pedir, taladrar hasta que uno dice “basta”: con tal de tener un poco de paz muchas veces uno empieza a ceder.

Y sin embargo es esa insistencia en la que se logra lo que uno quiere. Acá Jesús nos invita justamente a descubrir cuáles son las cosas por las que tenemos que insistir verdaderamente. Tal vez todos nosotros, desde los más jóvenes hasta los más grandes, podríamos pensar cuáles son las cosas por las que luchamos, nos peleamos e insistimos tantas veces en nuestras casas, en nuestros hogares: los más grandes en la educación, los más jóvenes con los profesores o en su casa para salir… Y así empezar a descubrir y mirar al mismo tiempo en el corazón cuáles son las cosas que yo verdaderamente quiero, cuáles son las cosas que en lo profundo de mi corazón me doy cuenta que deseo, y cuánto insisto y lucho por ellas. Porque, muchas veces, si uno se frena a mirar, descubre que uno insiste un montón por cosas que en el fondo no son tan importantes pero que las quiero ahora, y me olvido de luchar y pelear e insistir por cosas que para mí son centrales, por cosas que uno quiere con todo el corazón. Y cuando hago esto, como muchas veces hablamos, termino abortando a veces mis deseos, mis valores. ¿Cuántas veces pensamos que pelear por este valor, por este ideal no tiene sentido? Y tendemos a bajar los brazos, tendemos a veces a dejarnos llevar por la corriente, por lo que todos hacen aunque no esté de acuerdo, y no luchamos por aquello que verdaderamente vale la pena, y no vamos creciendo en aquellos valores que nos pueden ayudar a crecer y madurar en la vida.

Esa es la invitación de Jesús: “Oren incesantemente, no se desalienten”. Porque en primer lugar, esa oración los va a ayudar a encontrarse con Dios. ¿Qué es lo primero que hace la oración? Ponernos en dialogo con Jesús. Y cada vez que nos ponemos en oración con Jesús, nos ayuda a descubrir que somos hijos, y que hay un Dios que también quiere entrar en diálogo con nosotros. Esto no siempre llegará de la manera que esperamos o que queremos, pero nos anima a crecer y profundizar en ese vínculo de amor.

Esta es muchas veces una tarea ardua, nos cansamos porque a veces no llegan las cosas como esperamos o queremos, porque a veces nuestra oración se hace árida, se hace difícil. Sin embargo la única manera de crecer y progresar es animarnos a ponernos en oración, animarnos a insistir en este vínculo con Jesús.

La imagen que pensaba para esto de por qué, muchas veces, las cosas no son como uno quiere o como uno espera, la pensaba también para la relación padres e hijos. ¿Cuántas veces uno como padre o como madre no puede responder a todo lo que un hijo le pide? Hay veces que quisiera pero esta más allá de lo que se puede, a veces porque en ese momento no es bueno.

Creo que, analógicamente, muchas veces esto también pasa en la relación con Dios. La certeza que nos invita a tener Jesús es que Dios es fiel a sus promesas, y que de una u otra forma aquello se va a cumplir en algún momento, y por eso nos invita a crecer en ese vínculo y a mantener la fe.

La pregunta de Jesús es si quedará fe cuando Él llegue, si nos animaremos a caminar con insistencia… Los discípulos lo habían dejado todo y lo siguieron, la pregunta de Jesús es sí esto va a ser para siempre. Y la pregunta para nosotros es la misma. De distintas formas y de distintas maneras lo hemos seguido, y hoy nos pregunta a nosotros si también nos animamos a crecer, a orar, a rezar sin desalentarnos, sin desanimarnos, a hacerlo con confianza y con insistencia, para que también cuando Él vuelva encuentre esa fe en nuestro corazón.

Pidámosle a Jesús que escuchando esta pregunta en el corazón, la dejemos resonar. Miremos de qué manera queremos rezar, acercarnos a Él, hacer crecer nuestra fe, seguirlo y encontrarnos también con Él y con nuestra fe cuando Él venga.

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