lunes, 18 de octubre de 2010

Homilía: "Jesús resucitó para mostrarnos el camino, para hacernos desde acá hombres de Dios", Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

En el año 2008 ganó el Óscar a la mejor película Slumdog Millionaire, acá llamada “¿Quién quiere ser millonario?”. La película comienza con Jamal Malik, un niño de la calle, a punto de responder la última pregunta por 20 millones de rupias. Y aparece un cartel, como si fuese una pregunta del programa para que la resuelva el espectador: Jamal Malik está a una pregunta de ganar 20 millones de rupias ¿Cómo lo hizo?
A-Hizo trampa B-Tiene suerte C-Es un genio D-Está escrito
Y empieza a mostrar como las personas toman diferentes posturas frente a él. Muchos no le creen, ya que como puede ser que un chico humilde y sencillo sepa más que ingenieros, abogados, gente formada. Por otro lado, todo el pueblo más carenciado toma partido por él, lo tiene como bandera. Y la película juega entre estas dos posturas, no sólo por una pregunta sino por toda una ciudad, Bombay dividida. Es como un juego de contrastes continuamente, donde viven juntos, o uno al lado de otro pero donde pareciera que hay un abismo entre unos y otros. En la forma de vivir, pensar, sentir…

Abismos que vivimos a diario nosotros también. Cuan diferentes nos sentimos de muchos que viven a nuestro alrededor. Cuantos lugares de nuestros barrios no queremos pasar ni siquiera con el auto. Por no hablar de diferencias, abismos enormes que hay en salud, educación, situación social. Pero que se nos hacen tan cotidianos que vamos haciéndonos insensibles frente a ellos. Casi nos pasan desapercibidos.
Hasta abismos más cercanos a nosotros que tienen que ver con lo vincular. Cuantas veces sentimos que hay abismos entre nosotros y las personas que queremos. No nos entendemos, no nos comprendemos, no sabemos que es lo que quiere el otro, que le pasa, como llegar a él. O nos sentimos aislados, incomprendidos, alejados de todos. Pareciera que no solamente tiene que haber un precipicio enorme para que haya un abismo sino que aún en la cercanía esto se puede dar.

Como pasa en el evangelio. Miremos esta diferencia: en medio de los tormentos, este hombre que la tradición llamo epulón (en griego comilón), ve a la distancia a Abraham y a Lázaro y por primera vez en su necesidad lo nombra y pide que le haga y un favor. Lo que nunca se percató en la cercanía, un hombre pobre, que no tiene que comer, que vive a su puerta y que es tratado con indiferencia, ahora lo descubre en una situación contraria. El evangelio nos muestra dos hombres en posiciones totalmente contrarias que viven uno al lado del otro, en el que no hay ningún vínculo, como si hubiese un abismo entre ellos. Y uno de ellos que es juzgado por no haber tomado la iniciativa, por no haber hecho algo con lo que Dios le dio frente a la necesidad del hermano.
Porque ese es el camino de Jesús. Si queremos pensar en alguien que no necesitaba salir de sí mismo e ir al encuentro del otro es Dios. Sin embargo al ver nuestra necesidad, sale de sí mismo y viene a nuestro encuentro. No sólo nos da la vida, sino que al ver que estamos extraviados, que necesitamos alguien que se acerque, nos comprenda, nos sane y nos salve, se encarna para venir a nuestro encuentro. Como leímos hace poco somos esa oveja perdida que Jesús va a buscar. No se queda indiferente sino que se compromete. Y nos invita a nosotros a entrar en esa dinámica. Si queremos vivir ese encuentro, ese vínculo profundo con Dios en el cielo, tenemos que aprender a vivirlo con nuestros hermanos acá.

Epulón descubrió en la otra vida que quería comenzar, de alguna forma, a vivir lo que no había vivido acá, pero ya fue demasiado tarde. Por eso se nos invita a nosotros a seguir otro camino. Este hombre ya en esa situación pide a Abraham que envié a Lázaro para que sus hermanos lo escuchen, y este le contesta que tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen, o mejor dicho que abran el corazón frente a lo que sucede. A lo que Epulón contesta que si alguien resucitará ellos creerían. Lo que es rechazado también por Abraham, ni siquiera así creerían.

Hoy somos nosotros esos cinco hermanos de la parábola, con una gran ventaja. No sólo tenemos a Moisés y los profetas, sino que tenemos a Jesús que resucitó para mostrarnos el camino, para hacernos desde acá hombres y mujeres de Dios. Como le dice Pablo a Timoteo, hombre de Dios practica la justicia, la fe, el amor, la constancia, la verdad… pelea el buen combate para conquistar la vida eterna. Hoy nos lo dice a nosotros ser hombre de Dios, es animarse a vivir una tensión: mirar el horizonte y comprometerse hoy. Durante mucho tiempo sólo se miraba al futuro olvidándose de vivir el día a día en el presente. Hoy muchas veces se mira solamente al presente, a mi comodidad, a que quiero y que me interesa hoy sin mirar hacia el futuro, sin tener algo por lo que luchar o comprometerse. Y en la fe no se pueden eliminar las tensiones, aunque podríamos ser más amplios, en la vida no se pueden eliminar las tensiones. Si queremos ser cristianos, hombres y mujeres de hoy como nos invita Pablo tenemos que empezar a vivirlo ahora: la fe, el amor, la justicia…

Esa es la invitación de Jesús animarnos a romper las distancias, a cruzar los abismos, a vincularnos los unos a los otros, como lo hizo el con nosotros, a tener una mirada distintas. A abrir los ojos de nuestro corazón para ver las necesidades de los demás.


Primera Lectura: Amós 6,1a.4-7
Salmo: 145, 7-10
Segunda Lectura: Primera Carta a Timoteo 6, 11-16
Evangelio: Lucas 16, 19-31

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