lunes, 15 de noviembre de 2010

Homilia "Date cuenta delante de quien estas" Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Hace dos años salio una comedia con Jim Carrey que se llamó “Si señor”. Esta comienza con un montón de imágenes de nenes chiquitos diciendo la primera palabra que uno aprende, que es ‘no’, entonces pasan todas estas imágenes de chiquitos de todas las veces que dicen “no”. Y ahí hace un flash donde dice: “Sin embargo muchas personas nunca dejan de decirla” y aparece Jim Carrey (Carl Allen), que es un ejecutivo bancario. En esta escena se le acerca otra persona de la empresa y lo invita a una fiesta que iba a hacer. “No”, le responde inmediatamente Jim Carrey, “Pero todavía no te dije cuándo es” le dice su amigo, “Cuándo es entonces”, “El próximo viernes”, “No puedo”, y así siguen un montón de imágenes donde él dice siempre que no. Hasta que sus amigos le dicen que si sigue diciendo todo el tiempo que ‘no’ se va a quedar solo, no va a haber nadie que lo vaya a querer. Y se entera que hay un seminario que se llama ‘Aprenda a decir que sí a todo’, entonces va a este seminario para aprender a decir que si a todo y ahí en el seminario lo convencen de que tiene que decir ‘si’ a todo. Y como son las películas, cambia totalmente y empieza a decir que ‘si’, y le empieza a ir mucho mejor: empieza a ver que agrada mucho más a la gente, que la gente lo quiere más, que eso lo favorece, empiezan a pasar un montón de cosas buenas en la vida, hasta que se da cuenta que tampoco decir que ‘si’ a todo es bueno, y así continua la película…

Sin embargo esto que acá sucede de manera graciosa, es lo que uno desde chico intenta. En general, uno desde chico intenta agradar a los demás, caerle bien a los demás, y según delante de quién estamos es cómo actuamos en la vida. Muchas veces cuando uno es más chico, y hasta a veces de más grande, se da cuenta que actúa diferente delante de distintas personas y se pregunta por qué es esto, y en general es porque buscamos agradar al otro, buscamos caerle bien al otro, entonces actuamos muchas veces de diferente manera. En general, uno tendría que crecer, madurar, tener una buena autoestima y decir ‘Este soy yo’, y manejarse de esa manera. Sin embargo eso nos cuesta muchas veces muchos años y un largo camino en la vida. Y aún sabiendo quienes somos, muchas veces intentamos agradar al otro, y no porque agradar esta mal, esta muy bien intentar caerle bien a los demás, pero muchas veces eso hace que no actuemos desde nosotros mismos, que no seamos realmente quienes somos, y que muchas veces cuando tenemos que decir que ‘no’, no lo hagamos desde lo profundo del corazón o no nos animemos a hacerlo por miedo a lo que el otro nos va a decir.

Esto que nos cuesta muchas veces en la vida y en la relación con los demás, también podríamos planteárnoslo en nuestra relación con Jesús y en nuestra relación con Dios, preguntándonos cómo actuamos, desde dónde actuamos, y de qué manera nos relacionamos con Él.

El domingo pasado escuchábamos que Jesús nos invitaba a orar incesantemente y que terminaba preguntándose sí cuando venga el Hijo del Hombre encontrará fe sobre la tierra. Y hoy continua con otro ejemplo en el que nos pone de frente también la oración, en el cual dos hombres, un fariseo (fiel cumplidor de la ley) y un publicano (una persona odiada por el pueblo judío) van al templo a rezar. Se ponen de pie delante del templo, como rezan los judíos, lo que hoy podríamos decir que se ponen delante de la sinagoga, delante del tabernáculo, lugar donde los judíos guardan el rollo de la ley que tiene una frase en hebreo que dice: “Date cuenta delante de quién estas”, para que la persona que entre descubra con quién esta hablando, se de cuenta con quién se está vinculando o relacionando.
Y es en ese ambiente donde estas dos personas hacen su oración. Una de ellas que lo único que hace, rezando de la misma manera o empezando de la misma manera (“Dios mío”), es compararse con los demás: “Te doy gracias porque no soy como ellos”. Seguramente una persona buena, pero que buscaba qué podía agradar a Dios, y podía hacerlo si era mejor que los demás, o si se sentía mejor que los demás, como esos ladrones, como esos adúlteros, como esos publícanos. Y no solo delante de los demás, sino también delante de la ley: ayuna 2 veces por semana (la ley decía que tenia que ayunar una vez), paga el lismo de todas sus cosas (estaba estipulado sobre qué había que pagar el limbo, y él lo pagaba sobre todo) es decir era más que la ley, y la cumplía más de lo que había que cumplirla. Y de esa manera se pone delante de Dios.
Y encontramos otro hombre, este publicano que también empieza diciendo “Dios mío”, pero que no tiene nada con qué compararse, solo le puede pedir a Dios que tenga piedad de Él. Cuando se pone frente a Dios se da cuenta que no tiene nada para darle, y por eso le pide perdón.
Lo más llamativo es que si uno mira la escena, uno piensa que el bueno es el fariseo y que el malo es el publicano. Sin embargo parece que el Evangelio da vuelta las cosas, porque dice que “Hay uno que se fue justificado, que es el publicano, y que hay otro que no fue justificado, que es el fariseo”. La pregunta es por qué pasa eso, por qué Jesús dice que justamente el que se va perdonado es aquel que a los simples ojos de cada uno de nosotros parece ‘mas malo’, y la respuesta es porque se dio cuenta delante de quién estaba. Ese hombre se puso delante de Dios, y delante de Dios se dio cuenta de que lo necesitaba, que él solo no podía, que su vida no bastaba, y que necesitaba que Dios lo ayude. En cambio el otro hombre no se dio cuenta.
Tal vez para poner otro ejemplo podemos ir a la Segunda Lectura: Pablo al final de su vida, encarcelado, que dice: “He peleado el combate. Conservé la buena fe”. Se pone delante de Dios y por eso se da cuenta que Dios lo perdona, que Dios es generoso, que cuando llegue delante de ese juez no tiene nada que temer, y estamos hablando de Pablo, alguien que descubre que caminar siempre detrás de Jesús fue un combate, fue una lucha. Uno podría decir que si le costo a Pablo, cuánto nos cuesta a nosotros, cuántas veces también tenemos que luchar o combatir. Y uno podría preguntarse cómo puede ser que la fe sea una lucha, sea un combate… Creo que la vida muchas veces es pelearla, lucharla, combatirla. ¿Cuántas veces aún las cosas que más queremos nos cuestan? Si no podríamos pensar cuántas cosas nos cuestan: desde el estudio, colegio, en los trabajos, en las amistades que nos peleamos muchas veces, en el noviazgo, vivir el matrimonio, vivir una vida religiosa, vivir nuestro vinculo con Jesús… ¿Cuántas veces sentimos que estamos en una lucha, en un combate por vivir aquello que queremos?
Pablo le da gracias a Dios porque en ese camino y esa lucha pudo mantener la fe, porque siempre pudo poner sus ojos en Jesús , ponerse detrás de Él y caminar detrás de Él.

Y esa es la invitación para todos. No es si somos mejores o peores, no es compararnos con los demás, es animarnos a ponernos delante de Dios, y a descubrir que todos necesitamos de Dios. El problema del fariseo fue ese, no se dio cuenta que la salvación era un regalo de Dios, y que Él lo necesitaba y que siempre iba a necesitarlo, quiso comprarlo a Dios, quiso agradarle a Dios, quiso poner sus cosas, lo que él hacía en comparación con los demás delante de Él, pero no se puso él, no se puso quién era, puso lo que hacía.

Jesús nos invita a poner nuestras vidas delante de Él, a descubrir que todos lo necesitamos, que todos tenemos que caminar detrás de Él, que todos necesitamos su ayuda para poder combatir ese buen combate por el que Pablo da gracias.

Pidámosle a Jesús en este día, que siempre podamos poner los ojos fijos en Él, que podamos caminar detrás de Él, que podamos regalarle nuestro corazón para que Él lo cambie, para que Él lo convierta y para que Él lo salve.



Primera Lectura: Eclesiástico 35, 12-14.16-28
Salmo: 33, 2-3. 17-18. 19 y 23
Segunda Lectura: Segunda carta a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Evangelio: Lucas 18, 9-14

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