lunes, 14 de septiembre de 2015

Homilía: “Efata ¿A qué me tengo que abrir yo?” – XXIII domingo durante el año


La película Red Social habla sobre la creación de Facebook. En un dialogo entre los creadores, Mark Zuckerberg, caminando y notando unos chicos que salían de un club medio exclusivo, le dice a Eduardo Saverin que quiere hacer algo sustancial, algo que llame la atención para poder ser parte de estos clubes. Eduardo le pregunta por qué y dice que, justamente, porque son exclusivos, porque son divertidos, porque te permiten acceder a un nivel diferente, estar con un grupo distinto. Después le dice: “Cuando yo sea parte de uno de ellos, te voy a dejar participar, vas a venir y vas a ver que yo tengo razón”.

Creo que todos o muchos en la vida tenemos ese deseo de pertenecer a algo más, miramos algo que es exclusivo, solo para algunos, y tenemos ese deseo de acceder, de crecer, de dar ese salto, de dar ese paso. El problema es que eso muchas veces viene unido a una gran tentación en el corazón que es cómo eso me hace acceder a un nivel diferente y me termina distanciando y separando de los demás. Que sea exclusivo ya nos dice algo, pero al mismo tiempo vemos esos pasos en los que el otro no es como yo, es diferente, distinto. La invitación de Jesús es siempre, continuamente, a romper con esto.

No existe o no debería existir en la Iglesia el exclusivismo. Justamente, lo que nos muestra él es que esto es parte de todos, por eso, Santiago hace esta fuerte crítica en la segunda lectura que escuchamos: Entra un rico y un pobre y al primero se le da el mejor lugar y al pobre casi que se le dice “quedate cuidando la puerta” o como gesto de desprecio “sentate a mis pies”, como si fuera un esclavo. Nos cuesta mucho romper con esto, nos cuesta mucho romper en la sociedad, a veces hasta en grupos más pequeños como en los colegios, los trabajos, a veces en la propia familia. Trabajar por la unidad siempre es un camino, cuesta mucho, es un camino largo y es por eso que la invitación es a esa integración, una integración que muchas veces nos cuesta porque tenemos que salir de nuestras propias concepciones o la manera de ver las cosas.

Esto sucede en todo nivel. Me acuerdo que hace unos años un amigo mío en una red social en la que podes poner alguna frase puso “en los barrios privados también hay buena gente”. Obviamente que la frase es fuerte pero lo hacía parafraseando una frase que todos conocerán, “en las villas/en los barrios también hay buena gente” como criticando muy fuertemente esa frase que muchas veces de muchos de nosotros puede salir. Eso termina generando violencia, termina separando, no nos sirve para poder integrarnos los unos a los otros y nos vamos separando de los demás. Muchas veces nos quedamos y terminamos absolutizando un montón de esas frases o creyéndonos la manera en que nos llama a ver las cosas los medios de comunicación. La invitación siempre del evangelio, podríamos decir casi que la invitación humana, debería ser a la integración, a cómo podemos preocuparnos los unos de los otros. Esto es lo que continuamente intenta hacer Jesús.

Hoy vemos en el evangelio como Jesús hace este milagro. Un milagro que llama la atención, en primer lugar, porque no son tanto los milagros en territorio pagano, Jesús se va de su tierra y hace este gesto, ese signo. Llama la atención porque Jesús muchas veces cura a la distancia, diciendo “volvé a tu casa, ya estas curado”, y acá pareciera que el milagro le cuesta un poquito.

Tal vez, lo que nos cuesta también es la comunicación. Lo que nos cuesta es escuchar con atención, poder estar atento al otro, hablar, comunicar lo que nos pasa, nuestra vida, nuestros sentimientos. Jesús tiene en cuenta eso pero con esa ternura dice esta palabra: “Efata”, una de las pocas palabras que nos queda en la biblia del arameo, ábrete. Jesús sabe que el camino de la apertura del oído, de la boca o, más profundo, del corazón, es difícil, es todo un proceso. Por eso lo hace con delicadeza, con ternura, nos va acompañando, va buscando que podamos recorrer este camino, ¿Por qué? Por lo que nos cuesta.

Vivimos en la era de las comunicaciones, en la que pareciera que estamos todos conectados. Sin embargo, las últimas cifras dicen que más del 50% de la población mundial no tiene internet, pero nos creemos que todos estamos conectados. El 45% nunca hizo una llamada por teléfono todavía, algo que nos parece tan cotidiano a nosotros. Pero hablemos de la parte que conocemos porque vivimos de este lado del mundo, olvidémonos un poquito de esa parte. ¿Esa comunicación nos hace llegar más al corazón de los demás? ¿Nos ayuda a abrirnos? ¿A escucharnos? ¿Nos ayuda a integrarnos? ¿A poder ver cuáles son verdaderamente las necesidades de los demás? ¿A estar más unidos en vez de separados como muchas veces parece? Donde nos quejamos, vemos lo que nos distancia, donde nos cuesta integrarnos. Porque esa es la invitación continúa de Jesús.

En estos días, frente a las cosas que estamos viendo en la televisión, sobre todo con el problema de la inmigración, leía en algunas redes sociales algunos que se quejaban diciendo “¿Cómo puede ser que los países que hacen bien las cosas tengan que ocuparse de los países que las hacen mal?”. Al final, comunicarnos no nos sirve para aprender nada, pareciera que nos terminamos alejando de los demás. Lo peor es que eran personas cristianas, nos tendríamos que preguntar: “¿me tengo que preocupar por mi hermano?” Es casi el primer texto del génesis, “¿soy acaso yo guardián de mi hermano?”, “si” dice Dios, no es necesario que venga Jesús para eso. Pero, sin embargo, nos sigue costando y por eso creo que es continua esta necesidad de pedirle a Jesús que nos abra. Pedirle que nos abra el corazón, que nos permita escuchar mejor, escuchar cómo se tiene que escuchar la buena noticia, poder escuchar y ponernos en ese lugar de Jesús. ¿Por qué? Porque si no, nos seguimos dividiendo, nos seguimos distanciando y, cuando pasa eso, todos lo sufrimos.

Como ejemplo concreto, cuando nuestra familia está peleada, esta distanciada, está dividida, nos cuesta a todos, nos duele en el corazón. Lo que queremos es lo distinto, entonces pensemos ¿Cuánto más hay que trabajar por ello? También pasa lo mismo en un colegio, en un trabajo, en nuestro país, pero el camino de la construcción es el otro,¿Cómo comunicarnos mejor? ¿Cómo preocuparnos los unos de los otros? ¿Cómo trabajar por esas cosas que nos cuestan? Pero a veces la tentación es cómo me separo más del otro, cómo me distancio más.

Como ustedes saben, yo hace unos años que coordino Pascua Joven y, después de la primera Pascua que me tocó acompañar, vino una persona a hablar conmigo por alguna pequeña cosa que había pasado en la Pascua. Me preguntó por qué no hacíamos dos Pascua Joven, una de clase media para arriba y otra de clase media para abajo. Pueden imaginarse mi respuesta más o menos pero yo digo “pobre persona”, a lo que lo ha llevado la vida. En vez de buscar caminos de construcción, vamos buscando caminos de separación y de división y eso claramente no es el evangelio. El evangelio nos invita a preocuparnos por el otro, pero no me voy a preocupar en la medida en que no aprenda a escuchar y para eso tengo que abrir el corazón, no hay otra forma, para eso tengo que recorrer todo un camino.

Tal vez hoy nosotros le podríamos decir a Jesús que diga esta misma palabra sobre nuestra comunidad, sobre nuestros grupos, sobre nuestra familia, sobre cada uno de nosotros: “Efata” ¿A qué me tengo que abrir yo? ¿Qué es lo que me distancia del otro? ¿Dónde encuentro esas frases que son violentas, que no construyen, que no ayudan? Pedirle, “abrime de mis inseguridades, abrime de mis miedos, abrime de mis egoísmo, abrime de esto que no construye. Abrime a poder encontrarme con el otro, romper esas barreras de la división y de la enemistad y aprender a comunicarnos, aprender a hablar de aquello que verdaderamente puede llenar el corazón. Aprender a hablar de nuestros sentimientos, de lo que nos pasa, aprender también a poder estar cerca del otro cuando lo necesita.

Cuando pasa eso, podemos tomar la imagen de Isaías en la primera lectura que es como un oasis en el desierto: Cuando dejamos que Dios se haga presente, eso nos sacia. Cuando verdaderamente nos encontramos y podemos vivir en común, uno es feliz, es alegre, por eso esta invitación de Jesús. Abramos entonces en estos días el corazón a Jesús, pidámosle poder escuchar con atención, poder vivir en nuestro corazón aquello que él nos invita y poder también anunciarlo.


Lecturas:
*Isaías 35,4-7a
*Salmo 145
*Carta del apóstol Santiago 2,1-5
*Marcos 7,31-37

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