viernes, 18 de septiembre de 2015

Homilía: “Es mucho más fácil decir que tengo fe o predicar la fe que vivirla” – XXIV domingo durante el año


Hoy, en el evangelio, Jesús le pregunta a los demás “ustedes que vienen caminando conmigo, que vienen caminando en la fe, ¿Quién dicen que soy yo? ¿Qué es lo que han escuchado de mí?” Así que yo les voy a preguntar hoy a ustedes, ¿Quién dicen ustedes que es Jesús? Cuando pregunté en misa me respondieron distintas cosas:

  1. “Es el hijo de Dios vivo”
  2. “Es el Mesías que profetizaron todo el Antiguo Testamento y que estamos esperando desde el libro del Génesis”
  3. “Nuestro salvador”
  4. “Jesús es el amor supremo”
  5. “Es el rostro visible de Dios”
  6. “Mi hermano, mi ejemplo”
  7. “El que nos muestra el amor de Dios”
  8. “Un amigo”
Podríamos seguir compartiendo y cada vez animarnos a decir un poquito más, a decir desde nuestro corazón, ¿Cuál es nuestra experiencia con Jesús? ¿Qué es lo que me han transmitido? ¿Qué es lo que Jesús significa para mí? Ese es el primer gran paso, poder vivir, celebrar y alegrarnos por este Jesús que se nos ha dado. Aquella experiencia profunda de lo que significa ser hijo, de ese amor que en Jesús se nos da.

Eso es todo un proceso en el corazón, no alcanza solamente con lo que se nos transmitió y con lo primero que experimentamos. Fíjense lo que le ocurre a Pedro en el evangelio: Después de que contestan qué es lo que escuchan, él dice que es el Mesías y, verdaderamente, Jesús ES el Mesías. Ahora, ¿de qué Mesías estamos hablando y qué significa eso? Porque cuando Jesús dice “si, yo soy el Mesías que va a padecer, que va a morir en la cruz, que va a tener que dar la vida” Pedro dice “hasta acá llegamos” como diciendo “esta parte de ser Mesías ya no me gusta tanto”. Por eso, por cuidar un poco a Jesús lo reprende aparte, se lo lleva aparte y se come el reto más grande de todo el nuevo testamento por no entender lo que estaba diciendo.

¿Qué es lo que le pasa a Pedro? Más allá de que Jesús le dice “ve detrás de mí” que significa “seguí aprendiendo”. Lo que le pasa a Pedro es que, mientras Jesús hace milagros y es aclamado por la multitud, se va haciendo famoso, eso le encanta a Pedro. Cuando eso significa otras cosas que son más difíciles o que no entendemos o que no comprendemos, esa parte le cuesta mucho más. Pero no es solo una experiencia de fe esto, esto es en la vida. Como en el camino del amor, cuando uno se enamora, está copado con el otro pero después cuesta un poquito más, uno empieza a descubrir cosas que no le gustan tanto, cosas que no le cierran. A veces el otro me va a lastimar, yo lo voy a lastimar y ahí cuesta mucho más, pero la elección en el amor es mucho más profunda. Cuando yo aprendo a amar y a querer al otro con lo que me gusta y lo que no me gusta, con lo que me cierra y lo que no me cierra, con sus virtudes y todo lo que me da y con las lastimaduras que a veces me hace, el amor es mucho más entregado y mucho más profundo.

Con Jesús sucede lo mismo. Cuando yo en mi camino de fe puedo integrar toda la experiencia del amor de Dios, de lo que me alegra mi vida, el gozo que me da, de todo lo que me dio, con la experiencia de lo que a veces no entiendo, no comprendo, de que a veces sufro, soy rechazado, esa experiencia es mucho más profunda. Esa es la invitación de Jesús para cada uno de nosotros pero para eso tengo que dar un paso que es aprender a renunciar a veces a esa primera imagen que yo me hice de Dios. Por eso Jesús dice después a la multitud “el que quiera salvar su vida la perderá”, que renuncien a sí mismos, ¿Qué significa eso? Que muchas veces hay que renunciar a lo que pensaba antes o a como creía que eran las cosas para abrirme a algo nuevo***, para descubrir que no es solamente esto, como Pedro pensaba, sino algo mucho más profundo. Cuando Pedro lo acepte e integre es por lo que va a dar la vida, pero para eso tiene que renunciar a lo que pensaba, lo que decía, lo que creía, y esto es un paso muy grande para él y para cada uno de nosotros. En este paso, se incluye esto que Santiago le pide a su comunidad “muéstrame tu fe sin obras que yo con obras te mostrare la fe”. 

Ustedes han escuchado seguramente muchas veces “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, porque nos cuesta poner en acto nuestras palabras. Es mucho más fácil enseñarles a los demás que el tener que vivirlo, dar el ejemplo en cada una de las cosas diarias y de la vida. Esto es lo que está diciendo Santiago, es mucho más fácil decir que tengo fe o predicar la fe que vivirla, porque ese es un paso mucho más complejo pero mucho más grande. ¿Qué es mejor? ¿Decir “Jesús nos enseña a perdonar”, “Jesús me pide personar”, “hay que perdonar” o PERDONAR?. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de que hay momentos en la vida en que nos cuesta mucho perdonar. Pongo perdonar como ejemplo pero hay otras cosas que cuestan también como ser generoso, ese paso del dicho al hecho cuesta.

Pongamos un ejemplo más actual, todos nos hemos sentido dolidos, lastimados, a veces hasta indignados esta última semana con estas dos imágenes que vimos en los medios: Una, este chiquito que murió en la playa, inmigrante lamentablemente y otro, un chiquito en nuestro país, en chaco, desnutrido. Estamos todos indignados, que está muy bien, pero ese es el primer paso porque es muy fácil hablar de lejos. Es muy fácil ser bueno a la distancia, cuando las cosas pasan muy lejos de mí.

Ahora, ¿cómo soy yo con los que están cerca de mí? ¿Cómo me comporto? Ahí, ¿paso esa fe, eso que digo, en obras? ¿Soy de incluir? ¿Mirar a los otros con los ojos de Jesús? En mis barrios, en lo que sea que tengo cerca, ¿tengo esa mirada discriminatoria, que rechaza al otro, que no lo incluye, que se queja, que hasta habla mal del otro y lo prejuzga? ¿ayudo al que lo necesita al lado mío? ¿Me preocupo por el que está en mis barrios, por el que está cerca de mí, por el que toca mi puerta o no lo hago? Porque, en el fondo, es ese el salto, es mucho más fácil saberlo que vivirlo. Lo más difícil siempre es lo cotidiano, eso es lo difícil en la fe, eso es lo que le va a costar a Pedro. Lo extraordinario es mucho más fácil. Cuando las cosas fueron extraordinarias a Pedro le encantaron, pero el vivirlo en cada día y en cada momento es lo más complejo, pero es lo central, cómo vivo mi fe, dando testimonio en las cosas cotidianas, en las cosas de cada día, en las cosas sencillas. A veces nos es mucho más difícil encarnar eso, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en el día a día. Esa es la invitación constante de Jesús, a que aquello que vamos aprendiendo lo podamos traducir en nuestra vida, en palabras de Santiago, a que nuestra fe se transforme en obras, en actos.

Para eso, podríamos usar las palabras de Isaías, cuando las cosas se le hacían difíciles dice “el señor viene en mi ayuda, él es el que me va a ayudar”. Cuando yo no puedo, cuando veo que hasta acá llega mi humanidad, que tira, que cuesta, que a veces te enoja; que el señor te ayude, que el señor la transforme, con esa confianza puesta en él, con esa confianza que ayuda a traducir esa fe que pongo en obras. También, muchas veces como ejemplo para los demás.

Miremos entonces en nuestro corazón en estos días quién es Jesús para nosotros, animémonos a responder esa pregunta, también a poder ponerla en práctica, en obras, en acciones frente a los demás.


Lecturas:
* Isaías 50,5-9a
*Salmo 114
*Carta del apóstol Santiago 2,14-18
*Marcos 8,27-35

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