lunes, 7 de septiembre de 2015

Homilía: “Yo quiero gente que se la juegue, quiero gente que se involucre” – XXI domingo durante el año


En la última película de la saga Rápido y Furioso, la siete, Dominic Toretto y Brian O'Conner se reencuentran y tienen una misión. Parece una de esas imágenes espectaculares donde saltan con los autos de un avión en paracaídas y un montón de cosas, una larga persecución y precipicios, se salvan de milagro como muchas veces pasa en la películas, no creo que tanto en la vida real. En un momento, cuando están volando a Abu Dhabi en el avión, se ponen a charlar y Brian le dice a Dominic: “La verdad que esto sí estuvo cerca pero seguimos teniendo valor, coraje para animarnos a estas cosas”. A esto, Dominic le contesta: “Brian, te he visto saltar de trenes, saltar de aviones… -y le empieza a relatar varias cosas espectaculares que ha hecho- pero lo más valiente que te vi hacer fue elegir a Mía y a Jack, formar tu familia, cuídalos”.

Así como relatan en esa pequeña frase, a veces nos pasa a nosotros en la vida que estamos buscando todo el tiempo cosas extraordinarias, cosas novedosas, cosas que nos cambien, que nos vuelen la cabeza, que sea diferente a todo lo que hemos vivido y que nos movilicen completamente. Nos olvidamos que las elecciones más profundas son las que nos marcan el corazón, dejan huella y nos acompañan a lo largo de la vida, las que día a día vamos eligiendo, las que día a día nos animemos a optar. Sin embargo, aun en muchas de las elecciones que nos toca hacer sabemos que es complejo, sabemos que es difícil. Podemos poner algunos ejemplos: cuando uno elige una carrera que quiere, en general, uno se copa, dice “Uy, que bueno”, le pone el corazón, entusiasmo, va con muchas ganas pero llega un momento en el que se complica. Hay materias que no nos gustan, a todos nos pasa, hay profesores que nos gustan menos, hay momentos en los que se me hace arduo, que se me hace largo. Ese es el momento en que aparece una encrucijada, “¿Qué hago con esto?”. En general, lo que nos pasa, es que miramos lo arduo porque, en algún momento, el camino se hace arduo, se hace duro y nos olvidamos de mirar y de recordar y de alimentar aquello por lo cual lo elegimos.

Para poner un ejemplo un poquito más claro: cuando uno elige una chica, o cuando uno comienza a vivir un noviazgo, se enamora, quiere comprometerse; empieza muy entusiasmado, copado, con un montón de ganas. Seguramente, si uno persevera en eso, llega un momento en el que empieza a conocer un montón de cosas del otro que tanto no le cierra. Empieza a conocer cosas que le cuesta, más defectos, más cosas que a uno lo cansan y uno dice “¿Qué hago ahora?”, es una encrucijada. Si yo miro lo que ahora en este momento no me está gustando, no hay ningún noviazgo que resista. ¿Qué es lo que tengo que mirar? Yo, ¿Por qué elegí esto? ¿Qué es lo que el otro me aporta? ¿Cuál es la vida que el otro me da? ¿Por qué quiero volver a elegirlo? De una manera mucho más profunda pero mucho más realista, con lo que me gusta y con lo que no me gusta, con lo que me llena el corazón y con lo que a veces me cuesta. Por eso la elección es mucho más profunda. Podríamos decir que hay mucho más cuando uno se casa, pasa exactamente lo mismo, uno está entusiasmado, hace grandes fiestas, y después, a lo largo del camino, lo cotidiano se hace cansador, cuesta encontrar como profundizar porque hay momentos que son áridos, cómo vivir cada momento, las dificultades. Tengo que animarme a volver a elegir para que eso me siga dando vida.

La gran pregunta es qué es lo que hago en esos momento de encrucijada, pero para poder vivir los momentos de encrucijada tengo que recordar siempre dos cosas: primero, por qué yo elegí este camino y, segundo, qué es lo que me tensiona hacia adelante. Porque, en general, lo que nos pasa es que un escucha dos frases que son sanas en sí mismas pero el problema está cuando se absolutizan. La primera que uno escucha mucho es “quiero un momento de tranquilidad, un momento de paz, quiero estar tranquilo”, uno está lleno de cosas, siempre muy exigido. Obviamente que hay momentos en los que es sano que uno se tome un tiempo de descanso pero la vida no es estar tranquilo, que no pase nada. A veces también decimos “quiero llegar a un equilibrio en mi vida”, ¿es sano el equilibrio? Claramente es sano, no tenemos que ser desequilibrados, pero la vida no se trata de un equilibrio, de que todo esté equilibrado en mi vida, que no pase nada, la vida se trata de una tensión, ¿Qué es lo que me tensiona? Porque cuando yo estoy tensionado en el corazón, eso es lo que me mueve, hay un deseo muy profundo, es decir, hay algo que arde en mi corazón por lo cual no me puedo quedar quieto. Esa tensión es la que me envía hacia adelante y el momento más importante de recordarlo es ese, cuando estoy en medio de los cruces de camino, donde tengo que ver por qué elegí esto y hacia dónde me mueve y volver a recordar ese primer amor, aquello que me movió a jugármela por esto. Porque si no, en la vida, nos la pasaríamos cambiando, como muchas veces pasa, eligiendo siempre nuevas cosas y no terminar de jugárnosla por nada.

Esto es lo que sucede en el evangelio que acabamos de escuchar, terminando de escuchar todo este largo relato del evangelio de Juan que hemos escuchado durante estos domingos. Llama la atención el contraste, comenzamos escuchando que Jesús hace el milagro de la multiplicación de los panes con cinco mil hombres y hoy casi no queda nadie. Tan pocos quedan con él que Jesús le pregunta a los doce, a los apóstoles “¿Ustedes también quieren irse?” Jesús vive en el corazón esa experiencia tan profunda de lo que uno empieza a sentir cuando se queda solo. Yo elegí jugármela por esto y, cuando los otros van conociendo lo que esto significa, lo van dejando. Mientras que aparecen cosas extraordinarias, mientras que me mueve el corazón, siento cosas re profundas, yo lo elijo por esto. Pero cuando tengo que progresar, cuando tengo que profundizar en algo, en este caso, en la fe, empiezo a ver cosas que cuestan un poco más.

Todos tenemos la experiencia de lo que cuesta vivir, por ejemplo, la fe. No solo nosotros sino también en los demás. Uno podría decir que es un poquito más fácil en los chicos, podríamos preguntarles a los papas si siempre es fácil llevar a los chicos a misa, transmitirles la fe. Es difícil cuando uno es chico, es difícil cuando uno es joven, es difícil cuando uno es grande, ¿Por qué? Porque tengo que involucrarme. Vivimos en un mundo donde muchas veces nos dicen “no te la juegues tanto, no te involucres tanto”, pero Jesús dice “yo quiero gente que se la juegue, quiero gente que se involucre”, eso significa creer. Cuando Jesús empieza a contar todo lo que significa seguirlo decimos “hasta acá íbamos bien, ya con esto no”, y por eso aparece esta frase de Jesús, casi desde la tristeza del corazón, como diciendo “¿Hay alguien que me entienda o que viva lo mismo?”. Es una experiencia muy humana que también sentimos nosotros, aun a veces, estando rodeados de gente. Sentimos que nadie nos comprende, nadie entiende por lo que estamos pasando, lo que estamos viviendo, “¿alguien estará sintiendo esto?”.

Por suerte Pedro, seguro confundido como los demás, le dice “Señor, ¿a quién iremos?” porque hay algo que movió el corazón de Pedro y, aun en medio de ese no entender, Pedro descubre que el que movió su corazón, el que tiene palabras de vida eterna, es Jesús, “Yo viví algo profundo con vos y por eso me la juego”. Por eso Pedro, en nombre de los discípulos, le dice “nosotros estamos con vos, nos involucramos y vamos hasta el final con esto”. Esa es también la invitación para cada uno de nosotros, que nos animemos a descubrir en el corazón qué es lo que verdaderamente nos da vida y que nos animemos a jugárnosla por eso y a involucrarnos y a ir hacia adelante en cada uno de esos deseos profundos que teníamos y a no tener miedo. La vida es esa tensión, yo me animo a vivir esto, eso es lo que seguro me va a hacer feliz. Si no me animo a dar esos saltos en el corazón, siempre vamos a sentir ese “hasta acá llegue”. Cuando me animo a pasar esos momentos, en general, profundizo y descubro algo mucho más grande que, a veces, con el tiempo lo olvido.

Esto es lo que pasa en la primera lectura, el pueblo, que vivió la esclavitud en Egipto, ya ni se acuerda. Pasaron más de 40 años, ya nadie de los que salieron de Egipto está vivo. Están en la tierra prometida, ya la tierra es de ellos, están cómodos. Creo que el problema empieza cuando estamos cómodos, cuando está todo tranquilo, “¿Para qué necesito esto? Quiero una buena calidad de vida”, a veces decimos. Pero ¿qué es calidad de vida? ¿Estar tranquilos? ¿Qué nadie me jorobe? ¿Estar bien económicamente? ¿O la calidad de vida de Jesús llama a otra cosa? Llama a una vida mucho más grande y profunda en el corazón, a un corazón que se anime a vibrar, vamos a padecer más seguro, a Jesús esto lo lleva a la cruz, por eso la gente se va, pero les puedo asegurar que vamos a gozar mucho más. Yo no me imagino a Jesús triste dando la vida, sino a un Jesús que gozaba por lo que vivía y que, por eso, estaba dispuesto a jugársela. Eso es lo que le dice Josué al Pueblo: “Ahora ya estamos acá, ¿están dispuestos a servirlo o se van a quedar? Si no lo van a elegir, hagan otra cosa, pero anímense a elegir a Dios.

Lo mismo pasa en el caso de Pablo en la segunda lectura que, a veces en el hoy, suena casi machista, pero fíjense lo que le pide a los maridos, “amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia”. Es decir, si quieren casarse, amen de esa manera, ese es el amor al que nos llama. Este es el misterio que estamos celebrando. Cuando elegís un camino, animate, se valiente, tené coraje, eso es lo que está pidiendo, esa es la invitación continua para nosotros y, tal vez, lo más difícil.

Todos tenemos momentos en el corazón en los que hemos vibrado mucho con la fe, retiros y demás, y los queremos hacer porque nos recuerdan muchas cosas en el corazón. Lo más difícil es lo cotidiano, lo de todos los días, cuando el camino a veces se hace arduo, ¿Por qué? Porque tengo que aprender a mirar, tengo que aprender a descubrir qué es lo que me alimenta en cada momento. Por eso Jesús les habló del pan de vida, esto es lo que les va a dar vida, aliméntense para vivir lo cotidiano. Ahí es donde se juega la vida y eso es lo que verdaderamente llena el corazón. Hoy también Jesús nos pregunta a nosotros como a sus discípulos: ¿También ustedes quieren irse? Y nos invita a poner esto en oración esta semana, a ver qué le respondemos desde el corazón, a ver si, como Pedro, no animamos a involucraron, a jugárnosla, a decirle como él, “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.


Lecturas:
*Libro de Josué 24,1-2a.15-17.18b
*Salmo 33
*Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,21-32
* Juan 6,60-69

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