viernes, 25 de septiembre de 2015

Homilía: “Hacerse niño es descubrir con humildad que necesito de los otros” – XXV domingo durante el año


La película La Teoría del Todo nos cuenta la historia de Stephen y Jane Hawking, basada en algunas historias que ella contó. Hay un momento en el que, estando en la facultad después de que ellos dos se conocieron, a Stephen le avisan de la enfermedad que él tiene y que le queda muy poco tiempo de vida. Entonces, como que se va hacia adentro, se encierra en la casa de sus padres. Cuando se acerca Jane, su novia a la que el ya no quería ver, él le pide que se vaya, que no la quiere ver. Ella le dice que no puede y él le contesta “me quedan solamente dos años de vida, tengo que trabajar” pero ella le afirma que lo ama y quiere estar con él. Él, bien de científico, le dice: “Esa es una conclusión falsa”, pero ella le dice “no puedo estar sin vos, te amo y vos también me amas, quiero que estemos juntos, el tiempo que nos quede, pero quiero compartirlo; así que, si vos no sentís lo mismo que yo, mírame a los ojos y decime que no querés estar más conmigo”. Supongo que conocerán un poco la historia así que sabrán como sigue.

Después hay otra imagen inmediatamente donde ella está con el padre de Stephen, donde el papá la llama para charlar y le dice que no sabe lo que le espera, el paso que está dando, que es muy difícil, que debería tomar otro camino. “Además, en esta lucha que vas a tener, la ciencia está en tu contra y todos vamos a sufrir en este camino” y ella le dice “no sé porque todos me creen débil, yo soy más fuerte de lo que ustedes esperan, yo lo amo, el me ama y vamos a pelear por esto”.

¿Qué es lo que ocurre? Frente a esta circunstancia de la vida en la que Stephen agarra esta enfermedad tan grave, después vivió muchos años más y vive todavía; hay una encrucijada: ¿Qué hago frente a esto? Tenían un deseo, querían hacer un camino, y llega un momento donde hay una encrucijada y tienen que tomar una decisión. Si deciden seguir luchando y peleando ambos por lo que querían, por lo que deseaban, o deciden tomar otro camino, esquivarlo, evadirlo. Los mismos sentimientos que todos los que estamos acá tenemos, desde los más chicos hasta los más grandes. Hay momentos que son cruces de camino en la vida, donde venimos recorriendo algo que hemos elegido y tenemos que decir “¿Qué hago ahora?” A veces porque las cosas se complicaron, a veces porque sucede algo más o menos grave, a veces porque no entiendo lo que me está pasando y son los momentos cuando tengo que descubrir en mi corazón qué quiero hacer. Si quiero seguir apostando por eso, si quiero seguir luchando, si quiero esquivarlo, dar un paso al costado.

Esto sucede en muchas circunstancias de la vida, sucede también en nuestro camino de fe. Para decirlo más claro, tenemos el evangelio que hemos escuchado hoy donde Jesús vuelve a anunciarles lo que le espera que es su pasión, su cruz, su muerte. Ustedes recordaran que hace poco escuchamos la primera vez que Jesús lo dice, que va a tener que morir, dar la vida y Pedro le dice que no, como recordaran, y se come un reto enorme de Jesús diciendo “ve detrás de mí”. Ahora Jesús lo vuelve a anunciar y los discípulos, que aprendieron que hay cosas en las que no tienen que meterse, no comprendían nada, no entendían nada lo que estaba pasando pero dijeron “mejor no nos metamos con este tema, dejemos que la cosa continúe”. ¿Qué es lo que pasa? Esta por ocurrir algo que los discípulos no son capaces de entender todavía ni de comprender. Esa sensación que tenemos nosotros a veces en la vida y en la fe, a veces no lo entendemos a Dios, a veces no lo comprendemos: ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué ocurren estas cosas?”, ¿Por qué no encuentro los caminos? ¿Dónde estás presente? Y a veces nos pasa lo mismo en la vida, no le encuentro sentido, no sé lo que quiero, ¿Por qué está sucediendo esto? ¿Por qué todo me sucede a mí? Un montón de sentimientos que tenemos donde no comprendemos y no entendemos.

Podemos poner la mirada desde dos lugares porque ambos nos pueden servir, la primera desde Jesús: fíjense, Jesús se da cuenta de lo que les pasa a los discípulos pero no les dice nada en ese momento. Deja que pase el tiempo, cuando se iban a un lugar más íntimo, a una casa, ahí les pregunta: “¿De qué hablaban? Cuéntenme”. Por más de que están en polos opuestos, Jesús está hablando de dar la vida y los otros están peleándose sobre quién es el más importante, están en una sintonía un poco distinta, Jesús les tiene paciencia. No los reta, no los apura, no es el momento, descubre. Obvio que los quiere guiar, les quiere mostrar el camino, pero les tiene paciencia sabiendo que hoy no son capaces de vivir esto, ni de entenderlo ni de comprenderlo ni de responderlo.

Esa misma actitud la podemos tener nosotros con los demás, porque muchas veces nos volvemos locos, los papas con los hijos, unos con los amigos, uno con los mismos padres, porque no los entendemos, no los comprendemos, porque no hacen las cosas como uno esperaría que las hagan. En la fe, porque no creen, porque hoy no siguen a Jesús, porque no rezan, no van a misa. La primera actitud no es qué es lo que tengo que hacer, es tener paciencia, tener esa paciencia que tiene Jesús. Esto, en este momento, no lo pueden resolver o vivir, hay que tener la paciencia del que sabe esperar y la confianza del que sabe que va a dar fruto pero no en este momento. Esa es la invitación de Jesús para nosotros, porque si no, nos angustiamos, nos empezamos a pelear con los demás porque pensamos diferente, vemos las cosas de una manera distinta. Hay que tener esa paciencia del que sabe esperar, del que acompaña, del que está al lado, del que dice una palabra para mostrar el camino pero espera el tiempo que el otro necesita.

En segundo lugar, esa sensación de los discípulos que dice: “no comprendían lo que pasaba”. Creo que es un aliciente de alguna forma para nosotros que muchas veces no comprendemos lo que pasa. No entendemos y nos peleamos, nos rompemos la cabeza porque queremos entender y no podemos. Creo que lo primero que podemos rescatar es que se quedaron ahí, no se fueron corriendo, no evadieron el problema, se quedaron con Jesús a pesar de que no entendían. Estuvieron ahí, pensando “yo lo dejé todo, llegué hasta acá, ya no entiendo cómo sigue esto pero voy a permanecer. Hasta que no descubra qué es lo que pasa, me voy a quedar en este sitio”. Van a tener la paciencia del proceso que va a tener que llevar en su corazón. Para esto, Jesús les da dos claves:

Primero, les dice cuál es el camino del cristiano, que es hacerse último poniéndose al servicio de todos. Digo esto junto porque hacerse ultimo no es no querer hacer lo que a uno le toca o no valorar lo que uno hace ni valorar a los demás ni ser agradecido ni esquivar ciertas responsabilidades que a uno le pueden tocar. Sino, desde donde yo estoy y lo que tengo que hacer, ponerme al servicio de los demás. Para poner el mejor ejemplo, este Jesús que es el más importante en la fe, no esquiva lo que tiene que hacer en la fe. Sin embargo, uno descubre que se pone al servicio de los demás, es paciente, es atento, es generoso, escucha. Nosotros, desde el lugar que nos toque, desde un trabajo, un colegio, el rol que tengamos; no es esquivar ese rol sino evangelizar ese rol. Pensar cómo lo puedo vivir desde el servicio, cómo ser un buen padre, un buen jefe, un buen compañero, un buen coordinador, un buen amigo, pedirle a Jesús que vaya purificando mi corazón, que me vaya regalando esos sentimientos que el tiene y que me ponga al servicio de los demás. Que yo descubra que el ser cristiano implica, no ser el más grande sino ocupar el sitio que tengo que ocupar ayudando a los otros.

En segundo lugar, dice que pone un niño y le dice que hay que recibirlo a ese niño como si se lo recibiera a él. Esto podemos leerlo desde los dos lugares, esa necesidad de ponerse al servicio pero también uno hacerse niño. Hacerse niño es descubrir con humildad que necesito de los otros, que no puedo solo. ¿Por qué dice esto? Porque cuando en general nos hacemos los más grandes, soberbios, orgullosos, perfectos, que todo lo podemos y ahí, como que no necesito del otro, me autoabastezco. Es el problema claro de los fariseos, ¿Cuál? ¿Que no esperan el Mesías? Si lo esperan ¿Que no son religiosos? Son re religiosos ¿Que no viven su fe? La viven. El problema de ellos es que no lo necesitan a Jesús, se bastan a sí mismos, pueden hacer su propia religión más o menos, adorándose, para exagerar un poquito.

La actitud del cristiano es la que con humildad descubre que necesita a Jesús y necesita a los demás y por eso, cuando uno vive estas dos cosas, se pone al servicio y se deja servir por los demás. Cuando uno vive esto aprende a vivir en comunidad. Cuando nos alejamos de esto empezamos a vivir solos, empezamos a querer hacer la nuestra, tanto en la vida como en la fe, nos olvidamos, el otro me incomoda de alguna manera. La actitud de Jesús es la del que tiene que vivir esto. Se va a poner en juego muchas veces en las situaciones más difíciles, cuando estamos en esa encrucijada donde pensamos ¿y ahora qué hago? No entiendo al otro, no me entiendo a mí, me siento desbordado, hasta acá llegué. Llegué a esta situación límite y ahora ¿Qué hago? Es lo que pasa en esta primera lectura donde dice “bueno, este es justo, probémoslo, a ver ¿hasta dónde lo probamos? A ver si se mantiene ahí”. Casi como si se estuviera jugando con él. A veces vamos a tener esa sensación de que hasta acá llegamos pero hay que intentarlo. Intentá que crezca tu paciencia, intentá que crezca tu servicio, intentá permanecer, ser generoso. Ahí es donde nuestro corazón, en esa situación, va a crecer. Va a ser un parto, sí claramente, la vamos a tener que pelear pero ahí es donde damos pasos. En lo otro vamos caminando cómodos, ahí es cuando uno hace un salto, pero los saltos llevan tiempo, implican lucharlo, implican animarse, implican confiar en Dios. Esa es la invitación, Jesús está con ellos y los acompaña y lo mismo nos promete a nosotros.

Tal vez nosotros descubramos hoy cosas que nos están costando, cosas en las que dudamos, cosas que no entendemos, que no comprendemos. Tal vez tengamos dudas, nos cueste ponernos en algunas cosas al servicio de los demás o a ciertas personas. Pongamos eso en oración, pongámoslo en manos de Jesús. Así como los discípulos le abrieron el corazón, le dijeron “mirá, estamos discutiendo sobre quién era el más grande”, hagamos lo mismo nosotros, digamos “Jesús, me está pasando esto, ayúdame”.Pongamos con confianza nuestras vidas en las manos de Dios sabiendo que nos va a guiar y que son las mejores manos.


Lecturas:
*Sabiduría 2,12.17-20
*Salmo 53
*Carta del apóstol Santiago 3,16–4,3
*Marcos 9,30-37

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