lunes, 12 de noviembre de 2012

Homilía: “¿Estoy dispuesto a darlo todo?” – domingo XXXII durante el año



Mi hobbie de las películas ya lo conoce, pero voy a hablar de otro que es el deporte, junto con la lectura. El año pasado leí una biografía de Rafael Nadal, supongo que la mayoría lo ubican, uno de los tenistas más importantes de este momento. Y una de las cosas que a mí siempre me llamó más la atención de su figura es la humildad que él tiene cuando declara, cuando habla, cuando habla muy bien de los demás, cuando reconoce lo que el otro ha hecho, cuando dice, esto es fruto del trabajo de un equipo, de mucha gente. A uno le puede gustar más o menos su juego, pero en la manera de proceder, de referirse al otro, siempre es una persona muy correcta. Y leyendo su biografía uno encuentra un poco de donde nace eso, y en una de las partes cuenta su madre que le pasa mucho que la gente se le acerca y que le dice, “te felicito por tu hijo”. Y ella, la respuesta que da es, “¿Por cuál de los dos?” En realidad es muy claro por quién se lo están diciendo, no sólo por quién es Rafael, sino también porque la otra es mujer. Sin embargo, ella dice que para ella los dos son importantes, y para ella ha sido tan importante cuando Rafael ganó Wimbledon, como cuando su hija se recibió en la facultad. Porque ve todo el camino que hicieron, todo lo que entregaron para poder vivir ese objetivo. Lo que pasa es que uno en general mide de otra manera en el mundo, y no aprende a mirar como mira esa madre, o tal vez todas las madres, que miran el corazón y el esfuerzo que hace. No qué tiene más luz, que da más fama, que es más canchero, sino aquello que es un esfuerzo, y que no importa cuál es el resultado o el éxito a los ojos de los demás. Sino en el camino que uno tiene que hacer. Y aún podríamos decirlo con cosas menores, aprender a mirar el corazón. Estamos hablando de uno de los tenistas más importantes de la historia. Sin embargo, nos muestra cómo lo que va logrando cada uno es tan importante como aquellos que parece que deslumbrasen mucho más, y que lo que hicieron es mucho más importante que los otros. Lo que pasa que para mirar de esa manera, tenemos que aprender a mirar de una forma distinta, y esto es lo que sucede en dos de las lecturas que hemos leído hoy.
En la primera lectura, Elías, en un momento de crisis, de sequía, donde no hay para comer, es enviado a una viuda de la región de Sareptá, de la región pagana. Esto para nosotros es complicado de entender porque para nosotros que nos digan un extranjero, un pagano, es más o menos lo mismo. Sin embargo, para un judío, hablar de los paganos es hablar con desprecio de aquellos que no creen en Dios; no se podían juntar con ellos, tenían que dejarlos de lado. Si bien la ley decía que tenían que acoger y recibir al extranjero, eso no se vivía en la práctica, y los paganos eran rechazados. Y que Elías haya hecho esto, haya ido hasta donde está esta mujer, seguramente porque vio algo en esta persona y por eso fue a alojarse en su casa, siempre fue como un puñal en el corazón para el pueblo de Israel. El pueblo de Israel nunca pudo entender por qué Dios envió a Elías a ese lugar. Tal es así, que Jesús se los va a reprochar en un momento en el evangelio. Va a decir, no sé si se acuerdan pero cuando hubo sequía, Elías no fue a ninguna de las mujeres de este pueblo, sino a una extranjera. Como diciéndoles, fíjense como viven que ustedes que se creen el pueblo elegido, muchas veces no son elegidos por Dios, y Dios se inclina más a los otros, porque mira el corazón.
Esto mismo sucede también en el evangelio, porque en el evangelio tenemos dos imágenes casi contrapuestas, tenemos por un lado a los escribas, aquellos que tienen una importancia muy grande, una fama muy grande, que todos los miran con sumisión y respeto, y sin embargo Jesús les da muy duro, como también les da en otros evangelios; no sólo les dice, cuídense de ser como ellos, porque ellos van a ser tratados con más severidad. ¿Por qué? Porque mira el corazón, y descubre que la forma de vivir y sus intenciones no están de acuerdo con el evangelio. Por el otro lado aparece una pobre mujer, también viuda, que va y deja en el tesoro del templo dos monedas, algo totalmente insignificante, tal es así que pasa desapercibido. Sin embargo, no va a pasar tan desapercibido porque Jesús va a llamar a sus discípulos y les va a decir: miren, miren lo que ha hecho esta mujer, ella lo dio todo. Y uno se puede preguntar ¿en qué? En que dio todo lo que tenía.
Jesús nos muestra cómo mira el corazón y nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a no quedarnos en una fachada o en algo exterior, sino a mirar el corazón de los demás, pero en primer lugar a mirar el nuestro. Y para mirar el nuestro tenemos que descubrir cuál es el paso que hoy tenemos que dar. En primer lugar ese paso sería no vivir como los escribas. Creo que el problema de los escribas, a diferencia de esta mujer es que no se comprometen con su fe, sino que juegan con su fe. ¿Qué es lo que a mí me queda bien de esta fe? Y a nosotros también nos pasa mucho esto. ¿En qué lugar yo me acomodo? Generalmente cuando pensamos en los escribas y los fariseos, pensamos, bueno, el problema de estas personas era que eran muy ortodoxas, muy conservadoras; y no es este el problema, el problema es que acomodan su religión. Y nosotros lo hacemos desde ambos lados. Muchas veces vivimos una religión muy dura, muy estricta donde juzgamos a los demás, donde nos creemos mejores que el otro, donde mucha gente que nosotros hemos pedido integrar en las encuestas, como personas homosexuales, divorciadas, separadas, en nueva unión, lo primero que te dicen cuando te vienen a hablar es cómo los trata la familia, no cómo los tratan desde afuera. Y no tenemos esa apertura de corazón para entender al otro. Jesús lo que nos está diciendo ahí es, esta no es la religión mía, eso es una fachada de ustedes, yo no quiero jueces, yo quiero personas misericordiosas, personas que le abren el corazón al otro, personas que entienden el proceso y el camino que el otro hace, y que desde ahí empiezan a vivir lo que les cuesta, que es ese perdón que le tenemos que dar al otro, el intentar acompañarlo, escucharlo, comprenderlo. El mirarlo con amor, el mirar su corazón y no su condición.
Ahora, creo que en nuestros días esto tal vez lo descubrimos, pero tenemos como una nueva especie de fariseísmo o de vivir como escribas que es el relativizar todo, y pareciera que todo está bien y que todo es normal. Ahora, ¿hacer el mal está bien? ¿Hacer el mal es normal? Relativizar lo que yo hago y no sólo relativizarlo sino decir, bueno a Jesús le gusta esto, eso es normal para nosotros pareciese. Podemos poner ejemplos de lo más cotidianos, desde chicos, copiarse en el colegio, total lo hacen todos. O quedo como tonto si no lo hago. ¡Qué bueno! Estaría bueno quedar como tonto por hacer las cosas bien, alguna vez aunque sea. Jesús quedó como tonto muchas veces, eh, les aviso por las dudas, en el evangelio. O hacer un montón de cosas que las hemos relativizado tanto como es el amor por ejemplo. Decimos, bueno, no sé, (yo ya estoy medio perdido en esto, me estoy poniendo viejo), pero salgo, chapo, hago tal cosa, tal otra, está todo bien parece. Ahora ya no sólo está bien, sino que cuento la cantidad, a ver cuántas veces chapé en la noche. Y empiezo a relativizar, y pareciera que Jesús acepta eso. O salgo todas las noches, me emborracho, y digo, no, pero si está bien, si Jesús no mira eso. Y ¿quién dijo que Jesús no mira eso? Porque por lo menos estaría bueno, el decir, esto lo hago yo, y lo elijo yo, pero no es el camino que Jesús quiere para mí, y claramente no es el que quiere.
Entonces, podemos aprender a mirar de qué manera podemos descubrir en el corazón, cuál es el paso que nos da, porque si no jugamos con Jesús, hacemos lo mismo. Y Jesús no quiere personas que jueguen, porque los que juegan son mediocres, porque no se la bancan, porque no dicen, esto está bien y esto está mal, y yo tengo que cambiar en esto. Porque Jesús no tiene problema cuando pedimos perdón eh, y nosotros no nos damos cuenta. Y cuando nos preguntan, no bueno, soy una buena persona, soy normal, y ¿es normal tratar mal a tu mamá? ¿Es normal tratar mal a la gente? ¿Es normal hacer esto mal?
Porque frente a esos escribas hay una mujer que está dejando todo, ese es el problema en el evangelio. El problema del evangelio es que Jesús pone como ejemplo a aquél que está dispuesto a dejar aún aquello que le cuesta. Ahora, cuando Jesús dice esto, abre un amplio abanico porque Jesús es el primero que va a dar todo, y va a dar su vida en la cruz. Ahora, a ninguno de nosotros nos va a tocar dar la vida en la cruz, no creo, tendría que cambiar mucho la vida nuestra, pero el otro ejemplo es esta mujer que puso dos monedas nada más, pero Jesús dice que puso lo que le costaba, puso su vida. Y ahí podemos empezar a pensar nosotros, qué es lo que podemos dar y entregar para también darlo todo en aquello que me cuesta. Porque a veces pareciese que solamente son los grandes gestos, las grandes cosas, lo que deslumbra. Y acá ponen como ejemplo a una pobre mujer. Y podría pensar, no sé, en este mundo en el que tenemos tan poco tiempo, cuál de ese poco tiempo que me queda libre, saquemos estudio, trabajo, estoy dispuesto a entregar, estoy dispuesto a darle al otro. Con esto de que estamos todos tan cansados, llegamos a casa, nos tiramos, no tenemos ganas de hacer nada, bueno, ¿cuánto de mi cansancio estoy dispuesto a darle al otro, cuánto de mi cansancio estoy dispuesto a entregar para que Jesús también me diga a mí, este hombre, esta mujer, lo dio todo? O de escuchar a aquél que no tengo ganas de escuchar, que me está costando, o pensar en los vínculos, cuál es el más difícil hoy para mí, mi papá, mi mamá, mi hijo, mi hija, mi amigo, mi hermano, esta persona en el trabajo. ¿Cómo puedo entregarlo todo? ¿Cómo puedo dar esto que parece pequeño pero que a los ojos de Dios se luce por todos lados, pero que a los ojos de Dios, se mira de una manera nueva?
A veces pareciese que, como decía antes, valen las cosas grandes. Para Jesús no importa si son grandes o pequeñas. Importa si son desde el corazón, y si son verdaderas. Y si desde ahí las vivo y las aprendo a entregar. Creo que todos podemos mirar qué es lo que nos cuesta, desde lo económico, desde lo vincular, desde tener que hacer cosas, desde jugarme en algo y decir, esto es lo que quiero entregar, esto es lo que quiero dar.
Para terminar, quiero hablar de un gesto que vamos a hacer hoy y que creo que tiene que ver con esto, que es la unción de los enfermos. La unción de los enfermos también tiene esto de aprender a darlo todo, aun lo que nos cuesta, que es muchas veces nuestra plenitud física, nuestra plenitud espiritual, nuestra plenitud psicológica. Y desde este lugar que obviamente es mucho más difícil y doloroso, también Jesús a veces me va a pedir que yo dé todo. Y aprender a dar todo desde acá será descubrir que me canso más fácil, que no puedo hacer tantas cosas, que no soy la misma persona de antes. Pero que Jesús no mira la cantidad, sino la calidad de lo que estoy haciendo, y cómo a pesar de este límite yo intento seguir viviendo de acuerdo a Jesús, intento seguir caminando con Él.
Hoy esta mujer les dio un ejemplo a los discípulos de lo que significa dar la vida. Hoy Jesús nos la pone de ejemplo a nosotros, para que también nosotros miremos qué es lo que queremos hacer. ¿Queremos seguir viviendo como los fariseos, jugando, acomodando la fe? ¿O queremos día a día aprender a entregar la vida? Aprender a darlo todo, ir dando pasos, y cuando no podemos, pedirle a Jesús que nos ayude, pedirle perdón e intentar empezar de nuevo.
Pidámosle a esta mujer, aquella que descubrió lo que era el evangelio, aquella que lo vivió hasta entregarlo todo, que también nosotros podamos hacer lo mismo.

Lecturas:
*1 Re 17, 10-16
*Sal 147, 7-10
*St 5, 13-16
*Mc 12, 38-44

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