viernes, 2 de noviembre de 2012


Homilía: “Jesús siempre lo que nos presenta son las máximas y los ideales, tenemos que caminar detrás de ellos.” – XXVII domingo durante el año

Hace unos años salió una película que se llama The Last Night, que trata de la vida de un matrimonio joven, un hombre y una mujer, los dos muy exitosos en su carrera, que comienzan a tener como una mini crisis, un pequeño problema. Dentro de los muchos diálogos y de las cosas que suceden, algunas cosas más leves, otras más complicadas, se da como una conversación rutinaria, que cualquiera de nosotros podría tener, donde se empieza a discutir por cosas menores, y en esa discusión, ella, Johanna, le dice a Michael, su marido, que el problema es que se casaron demasiado jóvenes, demasiado pronto. ¿Nunca has considerado esto? Y Michael le contesta que no, no lo ha considerado porque no tuvo la necesidad de hacerlo, “aparte no me parece que nos hayamos casado demasiado pronto porque estuvimos cuatro años de novios”. Y ella le contesta: sí, bueno pero estuvimos peleados un tiempo dentro de esos cuatro años, y además no lo digo por la cantidad de tiempo sino por la época en que estuvimos de novios, que fue en la facultad. - ¿No crees que antes nos amábamos más?. Y él le dice, “No, creo que ahora nos amamos más”. Ella se enoja porque piensa que él la está cargando, pero él le dice que no, que eso es lo que él siente, que no necesariamente coindicen, pero eso es lo que él cree y siente. Ella no puede creer que él sienta eso, y él contesta: “No puedo creer que por una noche hace dos semanas en la que no nos llevamos bien, vos pienses que ahora todo anda mal”. Y esto va tomando impacto en lo cotidiano, cada vez empiezan a discutir más, a levantar la voz.
Esto que también nos puede pasar a nosotros. No significa que han pasado cosas graves a veces para que discutamos o nos peleemos. No pensemos solamente en un vínculo matrimonial, sino en una amistad, o en la relación con un papá o con una mamá, con un hermano. ¿Cuantas veces cuando nos damos cuenta no sabemos cuándo empezamos, ni por qué, pero lo que vamos viendo es que eso fue escalando? Tal vez porque no estoy en un buen día, tal vez porque el otro no está en un buen día, por una cosa menor, o porque no supe disculparme, tal vez porque yo no supe escuchar o darme cuenta de lo que le estaba pasando al otro, muchas veces empiezan las cosas a ponerse más difíciles. A veces porque no hablé cuando tenía que hablar, porque no dije lo que tenía que decir en el momento adecuado. Todas estas cosas nos muestran la dificultad y la fragilidad de los vínculos, y por eso el cuidado que tenemos que tener por ellos. Todos tenemos en el corazón una necesidad de estar con los otros, no nos gustaría estar solos. Más allá de que en algunos momentos queremos estar más tranquilos, necesitamos de los demás, porque este es un deseo que está impreso en el corazón del hombre, y por eso el autor del Génesis lo narra desde el principio de la creación: Dios creó al hombre y a la mujer para que no estuvieran solos. Le creó compañía adecuada para que se sintiera acompañado, y todos descubrimos esa necesidad intrínseca que tenemos de los demás. Pero al mismo tiempo descubrimos la dificultad que esto acarrea, y por eso los tenemos que trabajar, tenemos que tener cuidado para poder llevarlo adelante.
En este caso, en el evangelio, se le presenta a Jesús una de las dificultades que surgían en esa época con el vínculo matrimonial, vínculo que hoy también está en crisis, en el cual se le pregunta si es lícito al hombre redactar un acta de divorcio. Para ponernos en época, acá se dan dos cosas; como ustedes saben los derechos más importantes los tenían los varones, no las mujeres. Sin embargo, esta acta que se redactaba, también era un derecho para la mujer, porque la mujer sin esta acta, no podía buscar otro marido. La mujer tenía la necesidad de que un marido la acogiera, le diera un hogar, la sustentara, sobre todo para los más pobres. Y es por eso que esta acta le permitía poder buscar otro hombre. Pero más allá de que pudiera defender este derecho, había una desigualdad que se medía de distinta manera según la escuela que se siguiera. Como pasa hoy, algunos son más estrictos, otros son más laxos, en esa época había una escuela que se llamaba Shammai, que era muy estricta y sólo por adulterio se podía redactar un acta de divorcio. Había otra escuela que era mucho más laxa, y se podía redactar un acta de divorcio por prácticamente cualquier cosa – dependía de la postura que cada uno tomara. Obviamente que una cosa eran los papeles, y mucho más difícil era todo en la praxis. Pero lo que sucedía era que tenían distintas posturas, y por eso se le acercan a Jesús para preguntarle si es lícito, para ver por qué corriente termina inclinándose. Sin embargo, como pasa muchas veces con Jesús, Él eleva la pregunta a otro nivel, y no responde a lo que está pasando. Dice que eso lo hizo Moisés, por la dureza de sus corazones, y que Dios creó al hombre y a la mujer para que se busquen, para que se casen y estén juntos, y terminen juntos. Jesús plantea ese deseo profundo que cada uno de nosotros tiene en el corazón, que es la búsqueda del otro, y cómo tenemos que caminar, cuidar, y trabajar por eso. Todo parte de ese deseo, y como decíamos ante con los vínculos, no basta con ello, sino con cuidarlos.
Una de las cosas que yo pregunto a los novios que vienen a casarse, es por qué se quieren casar, qué es lo que los motiva a esto, y cómo quieren caminar y trabajar con esto para toda la vida. Y a veces esto de “para toda la vida” da vértigo, bueno, tengo que hacer una promesa que va a durar para todo el tiempo. Y entonces ahí cambio la pregunta y les digo, ¿ustedes se casarían con el otro si fuera sólo por un año, o por cinco, o por diez? No, no, ni loco me casaría de esa forma. Bueno, eso es lo que está buscando Jesús, que ustedes tengan ese deseo en el corazón. Ahora, no alcanza sólo con los deseos, el mundo está lleno de buenas intenciones, el tema es cómo yo lo trabajo, como yo lo vivo día a día, y cómo recíprocamente nos vamos acompañando y trabajando por esto. Las cosas no se dan así nomás, y todos tenemos la experiencia de lo trabajoso que es luchar por los vínculos y llevarlos adelante.
Saliendo de esto, tal vez para muchos que son más jóvenes, uno cree que las amistades son eternas, y muchas veces esas amistades se pierden en el tiempo, se acaban, si yo no las trabajo, si yo no las cuido, si yo no las alimento día a día. Lo mismo pasa con eso, y Jesús nos invita a mirar en el corazón, y a descubrir cómo tenemos que caminar en esto. Ahora, todos entendemos la dificultad que hay acá. Todos tenemos experiencias muy cercanas de la crisis que tiene también hoy el matrimonio, cómo muchas veces los jóvenes, y los no tan jóvenes, deciden a veces directamente irse a vivir juntos y formar una pareja, cómo muchos matrimonios se van separando porque no pueden vivir esto, cómo este camino se dificulta a lo largo del tiempo. Pero lo primero que tenemos que descubrir es cómo Jesús siempre lo que nos presenta son las máximas y los ideales, que no tenemos que perderlos, tenemos que caminar detrás de ellos.
Pero también tenemos que entender las dificultades que muchas veces, para nosotros o para otros, esto tiene. Y para eso voy a poner también otros ejemplos del evangelio: cuando una vez a Jesús, con dureza en el corazón se le pregunta: ¿cuántas veces tengo que perdonar? Jesús dice que hay que perdonar setenta veces siete, es decir siempre. Ahora, ¿podemos vivir esta máxima a la que Jesús nos invita, podemos perdonar siempre? Cuando a Jesús se le pregunta quién es el prójimo, Jesús narra el buen samaritano, como ustedes conocen. Dice que hubo un hombre que lo encontró, lo cargó, lo llevó a una posada, pagó por él. ¿Hacemos eso nosotros por lo que nos necesitan, por los que vemos en la calle? ¿Los levantamos, los llevamos a algún lado, nos preocupamos por ellos, lo que gasten demás? Creo que si todos miramos, tenemos como un debe acá también, lo que pasa es que no nos ponemos tan duros con nosotros en esto.
Cuando preguntamos ¿hasta dónde hay que amar? Jesús dice que hay que amar a los enemigos, y esta máxima también es difícil y muchas veces nos cuesta. Creo que por eso también hay que descubrir como este ideal también muchas veces a nosotros o a nuestros hermanos nos cuesta. Y por eso tenemos que tener un corazón misericordioso, como lo tuvo Jesús. Ustedes recordarán que hay un texto donde a Jesús se le acerca una mujer en adulterio, es más, la quieren apedrear, y Jesús la perdona. Y esa tensión para nosotros es difícil de vivir, la tensión de que tenemos que dar testimonio, y la mejor manera de transmitir ese amor es en la pareja, en la familia, en el matrimonio; la otra es ser misericordioso con el otro, con aquel que no lo pudo vivir bien, con aquel que tiene que comenzar una nueva familia. Aprender a perdonar, a entenderlo, a acompañarlo, a eso nos invita Jesús. Y ese es un corazón que se va pareciendo más al de Jesús. Como pasó en muchos otros.
Tal vez, para ir terminando, cuando uno piensa en San Francisco de Asís, que acogió la pobreza, no piensa en que era muy duro con el que no la vivía. O cuando pensamos en la Madre Teresa, que cuidaba a todos los que se estaban muriendo, no piensa en una Madre Teresa que pensaba mal de toda la gente que no lo hacía. O en algo cotidiano nuestro, cuando alguien ve cómo a alguien le cuesta tener amigos, por ejemplo, no dice, uh, que malo esto, sino: ojalá pudiera vivir esto, ¿cómo lo podría ayudar a esto? Bueno, de la misma manera creo que se nos invita a esto: en primer lugar a dar testimonio de lo que nos toca, en segundo lugar tener una mirada misericordiosa, compasiva, de aquellos a los que les cuesta. Y ambos animarnos a acompañarnos y a estar cerca. Creo que todos queremos caminar por la unión, es más, una de las cosas que más salió en la encuesta que hicimos el fin de semana pasado es la unión. Cómo trabajar por la unión en la comunidad como cristianos.
Pidámosle a Jesús, a aquel que nos hace familia, a aquel que nos enseña a amar, a aquel que nos enseña a ser compasivos y misericordiosos, que con un corazón entregado nos animemos a vivir esto como testimonio del amor que Él nos da.

Lecturas:
*Gen 2, 18-24
*Sal 127, 1-6
*Heb 2, 9-11
*Mc 10, 2-16

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