En la película Avatar, Jake Sculley, llega a este
planeta, Pandora, y después de tomar el cuerpo de un avatar, comienza a tener
toda una experiencia nueva en el mundo de los naví. Y ahí empieza a tener como toda una experiencia nueva, su
mundo empieza a cambiar, desde aquel hombre paralítico, apesadumbrado, que no
tenía muchas ilusiones de vivir, pasa a descubrir todo un mundo nuevo. Algo
totalmente diferente a lo que él conocía. Y con mucho entusiasmo quiere
aprender, descubrir, gozar, de todo lo que va viendo día a día. Tal es así, que
en algún momento él dice, para esto he nacido, esto es lo que a mí me gusta, lo
que yo he buscado, podríamos decir, toda la vida. Y llega un momento en la
película, se acuerdan que él a la noche cuando se dormía volvía como a su mundo
real, en el que dice: “ya no sé distinguir. El otro mundo, el más fantástico,
parece mi mundo real, y este parece mi fantasía”. Ha puesto tanto el corazón en
aquello nuevo que está viviendo, que siente algo nuevo. Porque ahí siente que
todo le desborda, que en esto nuevo que ha empezado, descubre algo que le llena
totalmente el corazón. Tal vez en palabras de esta parábola, descubrimos que en
este algo nuevo que casi comienza por casualidad él descubre como ese ciento
por uno. Al haberse metido en eso, al haberse comprometido y vivido de corazón,
descubre que hay un montón de cosas que lo desbordan y que le llenan el alma y
la vida.
Esto que también descubrimos nosotros a lo largo
de la vida cuando nos animamos a hacer pasos -obviamente mucho más reales que
el de la película que es ficticio- y nos lanzamos hacia delante. Seguramente
podríamos mirar momentos en nuestra vida donde a veces, casi sin esperarlo, buscando
una meta, un objetivo, algo que teníamos ganas, hemos descubierto el ciento por
uno. Por ejemplo, en algunas cosas que tienen que ver con nuestra vida de fe;
cuando vamos a misionar, uno va queriendo dar algo, y todos los que hemos
misionado descubrimos que recibimos más de lo que dimos. Pero no solamente
cuando uno va a misionar, cuando uno hace un retiro, y dice: uh, me tengo que
perder un fin de semana, tengo tantas cosas que hacer, ¿valdrá la pena? Y después
cuando uno vuelve dice, qué bueno que me tomé este fin de semana, qué bueno que
pude darme este momento; y descubre que las cosas desbordan. O cuando uno
coordina un grupo de catequesis, o de confirmación, y a veces ya está harto, y
todas las semanas uno tiene que preparar la ficha y reunirse y hasta hay
momentos en los que se hace difícil. Y cuando llega la confirmación dice, qué bueno
que preparé este momento, que di este paso, que me animé a hacer esto. Porque
uno siente que lo que dio es muy poco en comparación con lo que recibió.
Eso mismo sucede también en la vida, cuando nos
animamos a caminar detrás de nuestros deseos y también a dar esos saltos.
Cuando nos animamos a dar pasos. Muchas veces cuando nos comprometemos con los
demás, cuando hacemos algún trabajo social, hasta en cosas más cotidianas,
cuando estudiamos para un examen y nos va muy bien y uno se pone contento, y
ese premio a uno le llena el corazón. Y así podríamos mostrar un montón de
cosas en la vida, desde las más cotidianas, también a las más profundas. De las
más cotidianas como decir, doy una mano en casa y pongo la mesa y hago algo
sencillo, y vemos que eso muchas veces me alegra, me llena el corazón si lo
hago con ganas. Y las cosas más profundas, como cuando me animo a dar un salto
en una amistad, o en un noviazgo para que uno se case, en aquellos vínculos
profundos que tenemos. Ahora, porque llega
un momento en la vida donde el corazón me pide algo más, y la única manera de
que yo me realice y de que yo pueda ser feliz, es que me anime a escuchar eso
que mi corazón clama, casi grita.
Esto es lo que sucede en el evangelio que acabamos
de escuchar. Se acerca este hombre, que poseía muchos bienes, y le pregunta a
Jesús, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Tal vez la pregunta más profunda que todos
podríamos hacer. ¿Qué tengo que hacer
para ir al cielo? Para decirlo más claro. Jesús le responde, ¿qué dice la
ley? Tú la conoces. Y Jesús le dice, los mandamientos. Pero como verán, no dice
todos los mandamientos, les dice los
mandamientos que tienen que ver con la relación con el prójimo. No aparecen
los mandamientos que tienen que ver con la relación con Dios. Y este hombre le
dice, “todo esto lo he cumplido desde mi juventud”, es decir, esto lo he
vivido. Sin embargo está esperando algo más. Casi como que pregunta, ¿para esto
vine hasta acá? Decime algo más. Su corazón pide algo más. Su búsqueda desde el
corazón clama y grita por algo. Y es ahí cuando Marcos, que en general no da
muchos detalles en su evangelio, pone un detalle muy clave porque dice: “Jesús lo miró con amor”. Y seguramente
Jesús le dio una mirada de aquél que sabe que lo está por pedir es algo
difícil. Porque el otro lo está buscando, pero es ahí donde le está costando. Y
es ahí donde Jesús le dice, bueno, te falta hacer una sola cosa: ve, vende todo lo que tienes, dalo a los
pobres, y ahí sí, sígueme. Es decir, Jesús lo invita a dar el salto, el paso,
que a él le está costando, que es lo que a él le imposibilita que lo pueda
seguir, que uno lo pueda encontrar como uno de sus discípulos, apóstoles, de
los que están viviendo con una mayor cercanía con Jesús. Le dice, quitate esto
de encima y seguime. El evangelio nos dice que este hombre no se animó. Así
como detalla la mirada de Jesús, nos dice que este hombre se fue triste. Y acá
quiero hacer como un paréntesis y una salvedad, nosotros no sabemos lo que pasó
con este hombre, como nos pasa muchas veces en el evangelio. Porque a veces uno
es como muy duro cuando escucha las conductas, positivas o negativas, en el
evangelio. Voy a poner algunas positivas: el hijo menor, en la parábola del
padre misericordioso, que vuelve a la casa, que el padre hace fiesta. ¿Qué pasó
después de esa fiesta? No sabemos. Tal vez el hijo le pidió otra parte de la
herencia, tal vez… no sé, se fue; tal vez le fue bárbaro, tal vez se convirtió.
O por poner otro ejemplo, la mujer adúltera, que Jesús la perdonó, no sabemos
si después se convirtió, cambió de vida. No tenemos ni idea de qué es lo que
pasó, qué vivió. Jesús pone un ejemplo que tiene que ver con algo particular,
con un momento de su vida. Lo mismo pasa en este ejemplo, como en otros, cuando
vemos que ese hombre o esa mujer no se anima a dar un paso, que Jesús lo invita
y no sabemos cómo sigue su camino de fe. Lo que sí sabemos es que en ese
momento él no pudo.
Esto fue tan llamativo que los discípulos se
preguntan, ¿quién se va a poder salvar? Y yo creo que por esto hay dos razones.
Porque este hombre vivía un montón de cosas que no son tan fáciles de vivir,
amar al prójimo, honrar al padre y a la madre, estar atento en todos esos
mandamientos. Pero segundo, como ustedes saben, en el antiguo testamento, también
en el nuevo testamento, en la época de Jesús, los hombres ricos eran los que
eran bendecidos por Dios. Entonces si este hombre no se va a salvar, ¿qué es lo
que ocurre? ¿Quién va a poder? Y es acá donde Jesús da la clave de esta
salvación. Para los hombres es
imposible, pero para Dios, todo es posible, porque justamente, más allá de este
paso que este hombre podría haber dado o no, el signo y la salvación es Jesús.
El que nos salva siempre es Jesús, y
aquél a quien tenemos que abrazar siempre en nuestra vida en nuestro corazón,
es a Él. El problema es el camino que vamos realizando, y en ese camino nos
animamos a dar un salto y a crecer. En general podríamos decir que nuestra vida
se desarrolla en descubrir cuáles son los deseos que tenemos, y animarnos a
recorrerlos, y cuando los recorremos, caminar detrás de esas promesas, pero
para eso tengo que hacer un salto.
Hoy estamos comenzando el año de la fe, el obispo
celebró la misa hace un ratito acá, y hemos elegido esta frase que dice: “la fe es la certeza de lo que no se ve”.
Es decir, camino, doy un salto, me animo a ir hacia ahí, pero no porque soy
masoquista o no sé qué hacer, sino porque la promesa es mucho más grande,
porque si me animo a llegar ahí, descubro algo que llena mi corazón de una
manera mucho más plena. Pedro le dice, “Maestro, Tú sabes que nosotros lo hemos
dejado todo”. Yo no me imagino a Pedro en algún momento de su vida
reprochándose ese haber dejado todo, o en el final de su vida diciendo, “uh,
¿para qué tomé este camino?”, sino feliz por el camino que recorrió. San Pablo
lo dice claramente, terminé la carrera, recorrí la fe, me animé a hacer esto
que llena mi corazón. Y lo mismo en nuestra vida cuando nos animamos a
escucharnos. Lo que pasa es que primero tenemos un problema, muchas veces no
nos animamos a profundizar, pero la vida nos exige y nos pide algo más.
La segunda lectura dice que la Palabra es como una
espada afilada que puede penetrar en todo. Y la Palabra de Dios es así. Nuestra
vida es así. En algún momento de la
vida, algo grita, algo clama, y nos dice, no me sirve estar así cómodo, tengo
que ir por algo más. Esto que le pasa a este hombre. Vive un montón de
cosas, es una persona muy buena. Pero él problema es que él quiere algo más, él
necesita dar ese paso. Y si miramos, nuestro corazón también en algún momento
de la vida va a decir lo mismo, y nos va a llamar a dar un paso. Y la única
manera de salir de la comodidad, a veces podríamos decir hasta de la
mediocridad, es dar ese paso. Si no me voy a quedar. Y en algún momento me voy
a poner de mal humor. En algún momento todo me va a molestar, en algún momento
todo va a ser como un corsé.
Voy a poner un ejemplo, que puede ser
cuestionable, que es que por diversas razones, a todos nos cuesta el poder
partir de la casa de nuestros padres. Hoy, por diferentes razones, el partir
cuesta mucho, a veces porque uno está cómodo, a veces porque uno busca un
montón de seguridades, pero eso es un problema. ¿Por qué es un problema? Porque
no deja que ninguno de los miembros de esa familia, pueda crecer. Si yo me
quedo por siempre en mi casa, si no me animo a partir, voy a poner a una edad,
25 años por ejemplo, no puedo crecer, no puedo dar un salto. Es muy cómodo
estar en casa, pero ¿puedo madurar si hago eso? ¿Puedo crecer? ¿Puedo tomar la
vida en mis manos? Cuesta, la vida cuesta. Es exigente. Pero no sólo esa
persona, ese hijo, no puede crecer, los padres tampoco pueden crecer. Los papás
también necesitan que los hijos partan y relacionarse desde otro lugar. Ahora,
si nos acomodamos en eso, ninguno madura. Y uno tiene que dar un salto.
Obviamente que las circunstancias tienen que ver, obviamente podemos correr la
edad, corranlá para donde quieran, pero en algún momento esto tiene que
suceder, y el péndulo se fue para el otro lado, eso es claro.
Esto sucede en muchas cosas de nuestra vida,
sucede con el estudio cuando no nos comprometemos, sucede con el colegio,
cuando no me animo a vivirlo de verdad, sucede con nuestros trabajos, sucede
con nuestra vida de fe, cuando no me animo a exigirme y a comprometerme. Y
cuando no lo hago, en algún momento algo hace ruido, y siento como un corsé, y
siento que mi vida no es plena, me aprieta, necesito algo más. Obviamente que
el camino es exigente, siempre es exigente, pero la promesa es grande. La
herencia en Dios, aún acá en nuestra vida es gigante, es el ciento por uno.
Pero para eso tengo que hacer un salto, para eso tengo que caminar hacia
delante. Eso es a lo que nos invita Jesús, eso es a lo que nos invita la vida.
En el fondo
creo que es lo que dice la primera lectura, que es lo que Salomón le pide a
Dios. Porque Salomón le pide a Dios algo muy profundo, le pide sabiduría y
prudencia. Yo creo que nunca en mi vida le pedí a Dios sabiduría y prudencia,
tal vez alguno de ustedes lo hizo. Creo que en general le pido cosas mucho
menores, a veces necesarias, pero menores. Pero no me animo a pedirle a Dios,
muchas veces, cosas que son mucho más profundas, cosas que son muchos más
necesarias. Profundizar en aquello que puede llenar totalmente mi vida y mi
corazón. Me quedo ahí. Bueno, Salomón se animó a hacer ese salto. A nosotros
también nos invita a hacer ese salto. Ese salto en la fe del que confía y del
que profundiza, del que le pide a Dios cosas grandes.
Animémonos
entonces a escuchar a ese Jesús que nos llama al corazón. Animémonos a escuchar
a ese corazón que grita, que busca algo más. Animémonos a caminar detrás de esa
promesa que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Lecturas:
* Sab 7, 7-11.
* Sal 89, 12-17
*Heb 4, 12-13
*Mc 10, 17-30
No hay comentarios:
Publicar un comentario