martes, 6 de noviembre de 2012

Homilía: “Jesús nos llama a dar un salto de fe” – XXVIII domingo durante el año


En la película Avatar, Jake Sculley, llega a este planeta, Pandora, y después de tomar el cuerpo de un avatar, comienza a tener toda una experiencia nueva en el mundo de los naví. Y ahí empieza a tener como toda una experiencia nueva, su mundo empieza a cambiar, desde aquel hombre paralítico, apesadumbrado, que no tenía muchas ilusiones de vivir, pasa a descubrir todo un mundo nuevo. Algo totalmente diferente a lo que él conocía. Y con mucho entusiasmo quiere aprender, descubrir, gozar, de todo lo que va viendo día a día. Tal es así, que en algún momento él dice, para esto he nacido, esto es lo que a mí me gusta, lo que yo he buscado, podríamos decir, toda la vida. Y llega un momento en la película, se acuerdan que él a la noche cuando se dormía volvía como a su mundo real, en el que dice: “ya no sé distinguir. El otro mundo, el más fantástico, parece mi mundo real, y este parece mi fantasía”. Ha puesto tanto el corazón en aquello nuevo que está viviendo, que siente algo nuevo. Porque ahí siente que todo le desborda, que en esto nuevo que ha empezado, descubre algo que le llena totalmente el corazón. Tal vez en palabras de esta parábola, descubrimos que en este algo nuevo que casi comienza por casualidad él descubre como ese ciento por uno. Al haberse metido en eso, al haberse comprometido y vivido de corazón, descubre que hay un montón de cosas que lo desbordan y que le llenan el alma y la vida.
Esto que también descubrimos nosotros a lo largo de la vida cuando nos animamos a hacer pasos -obviamente mucho más reales que el de la película que es ficticio- y nos lanzamos hacia delante. Seguramente podríamos mirar momentos en nuestra vida donde a veces, casi sin esperarlo, buscando una meta, un objetivo, algo que teníamos ganas, hemos descubierto el ciento por uno. Por ejemplo, en algunas cosas que tienen que ver con nuestra vida de fe; cuando vamos a misionar, uno va queriendo dar algo, y todos los que hemos misionado descubrimos que recibimos más de lo que dimos. Pero no solamente cuando uno va a misionar, cuando uno hace un retiro, y dice: uh, me tengo que perder un fin de semana, tengo tantas cosas que hacer, ¿valdrá la pena? Y después cuando uno vuelve dice, qué bueno que me tomé este fin de semana, qué bueno que pude darme este momento; y descubre que las cosas desbordan. O cuando uno coordina un grupo de catequesis, o de confirmación, y a veces ya está harto, y todas las semanas uno tiene que preparar la ficha y reunirse y hasta hay momentos en los que se hace difícil. Y cuando llega la confirmación dice, qué bueno que preparé este momento, que di este paso, que me animé a hacer esto. Porque uno siente que lo que dio es muy poco en comparación con lo que recibió.
Eso mismo sucede también en la vida, cuando nos animamos a caminar detrás de nuestros deseos y también a dar esos saltos. Cuando nos animamos a dar pasos. Muchas veces cuando nos comprometemos con los demás, cuando hacemos algún trabajo social, hasta en cosas más cotidianas, cuando estudiamos para un examen y nos va muy bien y uno se pone contento, y ese premio a uno le llena el corazón. Y así podríamos mostrar un montón de cosas en la vida, desde las más cotidianas, también a las más profundas. De las más cotidianas como decir, doy una mano en casa y pongo la mesa y hago algo sencillo, y vemos que eso muchas veces me alegra, me llena el corazón si lo hago con ganas. Y las cosas más profundas, como cuando me animo a dar un salto en una amistad, o en un noviazgo para que uno se case, en aquellos vínculos profundos que tenemos. Ahora, porque llega un momento en la vida donde el corazón me pide algo más, y la única manera de que yo me realice y de que yo pueda ser feliz, es que me anime a escuchar eso que mi corazón clama, casi grita.
Esto es lo que sucede en el evangelio que acabamos de escuchar. Se acerca este hombre, que poseía muchos bienes, y le pregunta a Jesús, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Tal  vez la pregunta más profunda que todos podríamos hacer. ¿Qué tengo que hacer para ir al cielo? Para decirlo más claro. Jesús le responde, ¿qué dice la ley? Tú la conoces. Y Jesús le dice, los mandamientos. Pero como verán, no dice todos los mandamientos, les dice los mandamientos que tienen que ver con la relación con el prójimo. No aparecen los mandamientos que tienen que ver con la relación con Dios. Y este hombre le dice, “todo esto lo he cumplido desde mi juventud”, es decir, esto lo he vivido. Sin embargo está esperando algo más. Casi como que pregunta, ¿para esto vine hasta acá? Decime algo más. Su corazón pide algo más. Su búsqueda desde el corazón clama y grita por algo. Y es ahí cuando Marcos, que en general no da muchos detalles en su evangelio, pone un detalle muy clave porque dice: “Jesús lo miró con amor”. Y seguramente Jesús le dio una mirada de aquél que sabe que lo está por pedir es algo difícil. Porque el otro lo está buscando, pero es ahí donde le está costando. Y es ahí donde Jesús le dice, bueno, te falta hacer una sola cosa: ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y ahí sí, sígueme. Es decir, Jesús lo invita a dar el salto, el paso, que a él le está costando, que es lo que a él le imposibilita que lo pueda seguir, que uno lo pueda encontrar como uno de sus discípulos, apóstoles, de los que están viviendo con una mayor cercanía con Jesús. Le dice, quitate esto de encima y seguime. El evangelio nos dice que este hombre no se animó. Así como detalla la mirada de Jesús, nos dice que este hombre se fue triste. Y acá quiero hacer como un paréntesis y una salvedad, nosotros no sabemos lo que pasó con este hombre, como nos pasa muchas veces en el evangelio. Porque a veces uno es como muy duro cuando escucha las conductas, positivas o negativas, en el evangelio. Voy a poner algunas positivas: el hijo menor, en la parábola del padre misericordioso, que vuelve a la casa, que el padre hace fiesta. ¿Qué pasó después de esa fiesta? No sabemos. Tal vez el hijo le pidió otra parte de la herencia, tal vez… no sé, se fue; tal vez le fue bárbaro, tal vez se convirtió. O por poner otro ejemplo, la mujer adúltera, que Jesús la perdonó, no sabemos si después se convirtió, cambió de vida. No tenemos ni idea de qué es lo que pasó, qué vivió. Jesús pone un ejemplo que tiene que ver con algo particular, con un momento de su vida. Lo mismo pasa en este ejemplo, como en otros, cuando vemos que ese hombre o esa mujer no se anima a dar un paso, que Jesús lo invita y no sabemos cómo sigue su camino de fe. Lo que sí sabemos es que en ese momento él no pudo.
Esto fue tan llamativo que los discípulos se preguntan, ¿quién se va a poder salvar? Y yo creo que por esto hay dos razones. Porque este hombre vivía un montón de cosas que no son tan fáciles de vivir, amar al prójimo, honrar al padre y a la madre, estar atento en todos esos mandamientos. Pero segundo, como ustedes saben, en el antiguo testamento, también en el nuevo testamento, en la época de Jesús, los hombres ricos eran los que eran bendecidos por Dios. Entonces si este hombre no se va a salvar, ¿qué es lo que ocurre? ¿Quién va a poder? Y es acá donde Jesús da la clave de esta salvación. Para los hombres es imposible, pero para Dios, todo es posible, porque justamente, más allá de este paso que este hombre podría haber dado o no, el signo y la salvación es Jesús. El que nos salva siempre es Jesús, y aquél a quien tenemos que abrazar siempre en nuestra vida en nuestro corazón, es a Él. El problema es el camino que vamos realizando, y en ese camino nos animamos a dar un salto y a crecer. En general podríamos decir que nuestra vida se desarrolla en descubrir cuáles son los deseos que tenemos, y animarnos a recorrerlos, y cuando los recorremos, caminar detrás de esas promesas, pero para eso tengo que hacer un salto.
Hoy estamos comenzando el año de la fe, el obispo celebró la misa hace un ratito acá, y hemos elegido esta frase que dice: “la fe es la certeza de lo que no se ve”. Es decir, camino, doy un salto, me animo a ir hacia ahí, pero no porque soy masoquista o no sé qué hacer, sino porque la promesa es mucho más grande, porque si me animo a llegar ahí, descubro algo que llena mi corazón de una manera mucho más plena. Pedro le dice, “Maestro, Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo”. Yo no me imagino a Pedro en algún momento de su vida reprochándose ese haber dejado todo, o en el final de su vida diciendo, “uh, ¿para qué tomé este camino?”, sino feliz por el camino que recorrió. San Pablo lo dice claramente, terminé la carrera, recorrí la fe, me animé a hacer esto que llena mi corazón. Y lo mismo en nuestra vida cuando nos animamos a escucharnos. Lo que pasa es que primero tenemos un problema, muchas veces no nos animamos a profundizar, pero la vida nos exige y nos pide algo más.
La segunda lectura dice que la Palabra es como una espada afilada que puede penetrar en todo. Y la Palabra de Dios es así. Nuestra vida es así. En algún momento de la vida, algo grita, algo clama, y nos dice, no me sirve estar así cómodo, tengo que ir por algo más. Esto que le pasa a este hombre. Vive un montón de cosas, es una persona muy buena. Pero él problema es que él quiere algo más, él necesita dar ese paso. Y si miramos, nuestro corazón también en algún momento de la vida va a decir lo mismo, y nos va a llamar a dar un paso. Y la única manera de salir de la comodidad, a veces podríamos decir hasta de la mediocridad, es dar ese paso. Si no me voy a quedar. Y en algún momento me voy a poner de mal humor. En algún momento todo me va a molestar, en algún momento todo va a ser como un corsé.
Voy a poner un ejemplo, que puede ser cuestionable, que es que por diversas razones, a todos nos cuesta el poder partir de la casa de nuestros padres. Hoy, por diferentes razones, el partir cuesta mucho, a veces porque uno está cómodo, a veces porque uno busca un montón de seguridades, pero eso es un problema. ¿Por qué es un problema? Porque no deja que ninguno de los miembros de esa familia, pueda crecer. Si yo me quedo por siempre en mi casa, si no me animo a partir, voy a poner a una edad, 25 años por ejemplo, no puedo crecer, no puedo dar un salto. Es muy cómodo estar en casa, pero ¿puedo madurar si hago eso? ¿Puedo crecer? ¿Puedo tomar la vida en mis manos? Cuesta, la vida cuesta. Es exigente. Pero no sólo esa persona, ese hijo, no puede crecer, los padres tampoco pueden crecer. Los papás también necesitan que los hijos partan y relacionarse desde otro lugar. Ahora, si nos acomodamos en eso, ninguno madura. Y uno tiene que dar un salto. Obviamente que las circunstancias tienen que ver, obviamente podemos correr la edad, corranlá para donde quieran, pero en algún momento esto tiene que suceder, y el péndulo se fue para el otro lado, eso es claro.
Esto sucede en muchas cosas de nuestra vida, sucede con el estudio cuando no nos comprometemos, sucede con el colegio, cuando no me animo a vivirlo de verdad, sucede con nuestros trabajos, sucede con nuestra vida de fe, cuando no me animo a exigirme y a comprometerme. Y cuando no lo hago, en algún momento algo hace ruido, y siento como un corsé, y siento que mi vida no es plena, me aprieta, necesito algo más. Obviamente que el camino es exigente, siempre es exigente, pero la promesa es grande. La herencia en Dios, aún acá en nuestra vida es gigante, es el ciento por uno. Pero para eso tengo que hacer un salto, para eso tengo que caminar hacia delante. Eso es a lo que nos invita Jesús, eso es a lo que nos invita la vida.
 En el fondo creo que es lo que dice la primera lectura, que es lo que Salomón le pide a Dios. Porque Salomón le pide a Dios algo muy profundo, le pide sabiduría y prudencia. Yo creo que nunca en mi vida le pedí a Dios sabiduría y prudencia, tal vez alguno de ustedes lo hizo. Creo que en general le pido cosas mucho menores, a veces necesarias, pero menores. Pero no me animo a pedirle a Dios, muchas veces, cosas que son mucho más profundas, cosas que son muchos más necesarias. Profundizar en aquello que puede llenar totalmente mi vida y mi corazón. Me quedo ahí. Bueno, Salomón se animó a hacer ese salto. A nosotros también nos invita a hacer ese salto. Ese salto en la fe del que confía y del que profundiza, del que le pide a Dios cosas grandes.
Animémonos entonces a escuchar a ese Jesús que nos llama al corazón. Animémonos a escuchar a ese corazón que grita, que busca algo más. Animémonos a caminar detrás de esa promesa que Dios tiene para cada uno de nosotros.

Lecturas:
* Sab 7, 7-11.
* Sal 89, 12-17
*Heb 4, 12-13
*Mc 10, 17-30

No hay comentarios:

Publicar un comentario