lunes, 19 de noviembre de 2012

Homilía: “Nadie sabe ni el día ni la hora” – domingo XXXIII durante el año


En la película 2012, que lleva el nombre de ese año, un grupo de geólogos descubre por enésima vez en la historia, que se está por acabar el mundo, que en el 2012 el mundo va a terminar, en consonancia de lo que es para algunos, el término del calendario maya en diciembre de este año, así que nos queda poquito. Y lo que empiezan a hacer son unas grandes barcas para poder salvar a una minoría. Para poder salvar a un grupo de humanos, donde, en paralelismo con el Arca de Noé, todo comenzará. Sin embargo, es un poco complicado, porque la entrada para esta arca salía mil millones de euros, así que empiecen a ahorrar. Bueno, comienza a pasar toda una serie de cataclismos, de cosas que venían esperando, con efectos especiales de todo lo que va a pasar.
Hubo dos cosas que me llamaron mucho la atención de la película. En primer lugar, cómo todo siempre lo queremos controlar nosotros. En la película Dios no aparece. Es cómo los hombres podemos controlar, aun lo que parece que es el fin del mundo, lo que no podemos controlar. En cada una de las muchas películas en las que pasa esto, siempre hay una manera que parece que tengo que acceder y descubrir, para poder salvar aunque sea a un puñado de la humanidad, y para poder volver a comenzar.
En segundo lugar, parece que la salvación es siempre para los ricos. Uno se ríe de esto, y piensa, no es tan así, pero casi aparece hasta en la Biblia, cuando Jesús dice al joven rico, qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos, ¿quién se va a salvar?, preguntan los discípulos. Pareciera que la salvación es para algunos, y nada más que para aquellos que tienen plata.
Sin embargo, la vida y el camino de Jesús nos muestran cómo esto es totalmente distinto, nos viene a decir, a diferencia de muchas de las sectas y religiones: Yo quiero que todos se salven. El deseo de Jesús es cómo todos podemos poner el corazón en ese regalo que Jesús quiere hacer de la salvación.
En segundo lugar, siempre empieza por los más pobres. El camino de Jesús siempre es por aquellos que menos tienen, por aquellos que son necesitados en todo sentido, no sólo en lo económico, sino de aquel que tiene esa apertura de corazón a Dios, aquel que sabe poner la vida en Aquel que viene a nosotros.
Esto es lo que sucede en este evangelio donde la gran pregunta frente a esto y frente a Jesús es cuándo se va a acabar el mundo, cuándo va a terminar. Porque va a terminar, eso es algo que sabemos, no sólo por la fe, sino que lo dicen los geólogos, los que estudian. Nuestro mundo en algún momento se va a acabar. Pero nosotros queremos, como decía antes, controlar todo. Saber el momento, la hora, casi como si nos pudiéramos preparar para esto. Como si sabiendo que van a ocurrir, pudiéramos prepararnos en el corazón para las cosas importantes.
Ahora, la gran pregunta es ¿yo me preparo para las cosas importantes en la vida porque sé cuándo van a ser? O ¿voy toda la vida caminando en eso, voy poniendo el corazón en aquello que es importante? ¿Tengo que saber cuándo va a ocurrir o voy caminando de esa manera y en ese sentido? Porque pareciera que solamente me preparo de esa manera cuando llega el momento. Eso hace lugar a otra pregunta, hacer eso es un esfuerzo, pareciera que las cosas importantes no son tan importantes porque me preparo cuando llega el momento, pero el resto del tiempo no importa, necesito hacer otras cosas. Que sí decimos, bueno, son más triviales, mundanas, cotidianas, no tan importantes, pero a las cuales nos aferramos más. A las cuales las tomamos más en nuestra mano. Porque, como decía antes, necesitamos saber el momento, la hora, en que las cosas van ocurriendo.
Sin embargo, sabemos que la vida no es así, que la vida nos va sorprendiendo constantemente, que a lo largo del camino, cuánto más queremos controlar las cosas, menos lo podemos hacer. Es por eso que tenemos que animarnos a poner el corazón en aquellas cosas que llenan nuestra vida. Como hemos hablado varias veces, la urgencia de lo cotidiano, el deseo muchas veces mundano de que pareciera que si no hago algo se acaba el mundo y por eso lo tengo que hacer hoy sí o sí, no nos deja poner el corazón muchas veces en aquello que verdaderamente le da sentido a nuestra vida, que nos colma, que nos da plenitud. Y es por eso que creo que tenemos que frenar un poquito en nuestro correr cotidiano para ver qué es lo central y lo importante en lo cual tenemos que poner nuestro corazón, nuestra vida, y caminar.
Esta tensión que nosotros sentimos entre el querer saber, y que no podemos saber no sólo el día final de la historia, sino qué va a ocurrir mañana con cada uno de nosotros, pasa también en la Biblia. Tal es así que si uno lee con detenimiento, acá hay cosas que son contradictorias porque en un versículo dice: “no pasará esta generación sin que Dios haya vuelto, en Jesús”, y no pasó esa generación, sino que pasaron ciento cincuenta generaciones después de esa. Y a los dos versículos dice, “nadie sabe ni el día ni la hora”. Es decir, esa tensión es siempre nuestra. Y cuando se recicla, como se recicló en el año 2000, como se recicló en el 2012, como no va a pasar nada el mes que viene y va a reciclarse no sé cuándo, queremos saber siempre, queremos controlar las cosas.
Ahora, la vida no se da en el controlar sino en el confiar, en el abrir el corazón y abrirnos a los demás. El confiar se da en las cosas importantes. Acá, dice Jesús que “cielo y tierra pasarán”, es decir, todo pasa, “pero mis palabras no pasarán”. Hay cosas en la vida que no pasan, hay cosas en la vida que perduran, y eso que la vida no perdura para siempre. Un día va a terminar. Todos vamos a morir algún día. Nosotros, sus hijos, nietos, algún día va a pasar. Pero lo que va a quedar es verdaderamente aquello que hayamos sembrado. Y lo que vamos a sembrar no es aquello que queremos controlar y que queremos tener perfectito sino aquello que nos animamos a dar. Aquel amor, aquel cariño, aquel gesto.
Creo que todos tenemos la experiencia, por lo menos los que somos un poco más grandes, de haber perdido seres queridos, o si no tenemos esa experiencia de que amigos o personas que estuvieron muy cercanas a nosotros en algún momento no están, o están lejos, o no los podemos ver tanto. Y ¿qué es lo que nos queda en el corazón? Nos quedan aquellas cosas importantes que supimos sembrar. Nos queda el cariño, nos queda el amor, nos queda lo que día a día pudimos irnos dando uno al otro, y justamente, lo que no podemos controlar. Porque el amor por definición es: yo me quiero dar. Y para amar tengo que confiar en el otro y el otro tiene que confiar en mí. Porque el amor se basa en la libertad, en el querer entregarme con todo el corazón, y eso es lo que no va a pasar. Es por que a lo que Jesús nos invita es a poner el corazón en aquellas personas que llenan nuestra vida.
Si yo les preguntase, y me lo preguntase hoy, “miremos para adelante en el futuro, ¿en qué pensamos?” Muchas veces lo que llena mucho nuestra cabeza son las cosas materiales, cómo puedo lograr esto, cómo puedo llegar a esto, eso va a pasar todo, no va a quedar nada, ni las cenizas van a quedar. Sin embargo, nos perdemos el pensar, cómo quiero estar o cómo quiero caminar con aquellas personas que amo, con aquellas personas que me quieren y que me aman.
Ahora, el problema es que cuando miramos el futuro, no pensamos en el otro. Jesús les dice, Yo soy el futuro. El que va a venir es el Hijo del Hombre, no es que va a venir plata, cosas, Yo voy a venir a ustedes. Para vivir ese futuro tenemos que aprender a vivirlo hoy. Para encontrarnos con la alegría de que Jesús viene a nosotros, tengo que encontrarme con la alegría de que Jesús vino a mí hoy, que hoy me pude encontrar, que hoy lo pude disfrutar, que hoy lo pude compartir. Y eso es lo mismo con los demás. Es aprender a encontrar, día a día en el corazón, aquello que me da. Porque algún día lo voy a perder, y no tengo que ser Nostradamus ni nada para darme cuenta de eso. El problema es que la tensión es siempre la misma, me vuelvo a aferrar a lo cotidiano, a lo urgente, a lo que creo que hoy es importante y voy dejando de lado aquello que sí verdaderamente es importante, aquello que puede llenar el corazón, aquello que no va a pasar.
Me pasa a veces cuando hablo con personas mayores, que les pregunto, cuando están un poco desilusionadas ya con el paso del tiempo, qué es lo que esperan. Y siempre me dice: espero encontrarme con mi marido o con mi mujer en el cielo. Es decir, cuando todo va pasando y ya no me puedo aferrar a nada, lo que quiero es encontrarme con aquel que amo, con aquel que quiero. Lo lindo sería que podamos disfrutarlo antes acá, no que me dé cuenta cuando todo se está perdiendo y cuando se me acaba el tiempo, sino que desde hoy lo pueda gozar e ir tomando como herencia día a día y de ir acumulando en mi corazón todos aquellos gestos de cariño, de amor que verdaderamente no pasa, que trasciende todo, y que aun cuando yo o el otro no estén lo vamos a recordar, lo vamos a tener siempre. Por eso no importa el día ni la hora. Lo que importa es lo que hago, lo que vivo y cómo vivo, eso es lo que no pasa, eso es lo que perdura. Ese es Jesús. Esos son los que queremos y los que amamos.
Pidámosle hoy a Jesús, aquel que dio la vida por nosotros, aquel que no le importó el día ni la hora en la que tenía que dar porque lo hizo amando, que también nosotros no pongamos la atención en aquellas cosas que son curiosas, que no valen la pena, que pasan, sino aquellas cosas que nos pueden dar plenitud, que nos alegran, que podemos disfrutar, que llenan nuestro corazón.

Lecturas:
*Dn 12, 1-3
*Sal 15, 5-11
*Heb 9, 24-28
*Mc 13, 24-32

No hay comentarios:

Publicar un comentario