En la película 2012, que lleva el nombre de ese año,
un grupo de geólogos descubre por enésima vez en la historia, que se está por
acabar el mundo, que en el 2012 el mundo va a terminar, en consonancia de lo
que es para algunos, el término del calendario maya en diciembre de este año,
así que nos queda poquito. Y lo que empiezan a hacer son unas grandes barcas
para poder salvar a una minoría. Para poder salvar a un grupo de humanos,
donde, en paralelismo con el Arca de Noé, todo comenzará. Sin embargo, es un
poco complicado, porque la entrada para esta arca salía mil millones de euros,
así que empiecen a ahorrar. Bueno, comienza a pasar toda una serie de
cataclismos, de cosas que venían esperando, con efectos especiales de todo lo
que va a pasar.
Hubo dos cosas que me llamaron mucho la atención
de la película. En primer lugar, cómo todo siempre lo queremos controlar
nosotros. En la película Dios no aparece. Es cómo los hombres podemos controlar,
aun lo que parece que es el fin del mundo, lo que no podemos controlar. En cada
una de las muchas películas en las que pasa esto, siempre hay una manera que
parece que tengo que acceder y descubrir, para poder salvar aunque sea a un
puñado de la humanidad, y para poder volver a comenzar.
En segundo lugar, parece que la salvación es
siempre para los ricos. Uno se ríe de esto, y piensa, no es tan así, pero casi
aparece hasta en la Biblia, cuando Jesús dice al joven rico, qué difícil es que
un rico entre en el Reino de los Cielos, ¿quién se va a salvar?, preguntan los
discípulos. Pareciera que la salvación es para algunos, y nada más que para
aquellos que tienen plata.
Sin embargo, la vida y el camino de Jesús nos
muestran cómo esto es totalmente distinto, nos viene a decir, a diferencia de
muchas de las sectas y religiones: Yo quiero que todos se salven. El deseo de
Jesús es cómo todos podemos poner el corazón en ese regalo que Jesús quiere
hacer de la salvación.
En segundo lugar, siempre empieza por los más
pobres. El camino de Jesús siempre es por aquellos que menos tienen, por
aquellos que son necesitados en todo sentido, no sólo en lo económico, sino de
aquel que tiene esa apertura de corazón a Dios, aquel que sabe poner la vida en
Aquel que viene a nosotros.
Esto es lo que sucede en este evangelio donde la
gran pregunta frente a esto y frente a Jesús es cuándo se va a acabar el mundo,
cuándo va a terminar. Porque va a terminar, eso es algo que sabemos, no sólo
por la fe, sino que lo dicen los geólogos, los que estudian. Nuestro mundo en
algún momento se va a acabar. Pero nosotros queremos, como decía antes,
controlar todo. Saber el momento, la hora, casi como si nos pudiéramos preparar
para esto. Como si sabiendo que van a ocurrir, pudiéramos prepararnos en el
corazón para las cosas importantes.
Ahora, la gran pregunta es ¿yo me preparo para las cosas importantes en la vida porque sé cuándo
van a ser? O ¿voy toda la vida caminando en eso, voy poniendo el corazón en
aquello que es importante? ¿Tengo que saber cuándo va a ocurrir o voy caminando
de esa manera y en ese sentido? Porque pareciera que solamente me preparo
de esa manera cuando llega el momento. Eso hace lugar a otra pregunta, hacer
eso es un esfuerzo, pareciera que las cosas importantes no son tan importantes
porque me preparo cuando llega el momento, pero el resto del tiempo no importa,
necesito hacer otras cosas. Que sí decimos, bueno, son más triviales, mundanas,
cotidianas, no tan importantes, pero a las cuales nos aferramos más. A las
cuales las tomamos más en nuestra mano. Porque, como decía antes, necesitamos
saber el momento, la hora, en que las cosas van ocurriendo.
Sin embargo, sabemos que la vida no es así, que la
vida nos va sorprendiendo constantemente, que a lo largo del camino, cuánto más
queremos controlar las cosas, menos lo podemos hacer. Es por eso que tenemos
que animarnos a poner el corazón en aquellas cosas que llenan nuestra vida.
Como hemos hablado varias veces, la urgencia de lo cotidiano, el deseo muchas
veces mundano de que pareciera que si no hago algo se acaba el mundo y por eso
lo tengo que hacer hoy sí o sí, no nos deja poner el corazón muchas veces en
aquello que verdaderamente le da sentido a nuestra vida, que nos colma, que nos
da plenitud. Y es por eso que creo que tenemos
que frenar un poquito en nuestro correr cotidiano para ver qué es lo central y
lo importante en lo cual tenemos que poner nuestro corazón, nuestra vida, y
caminar.
Esta tensión que nosotros sentimos entre el querer
saber, y que no podemos saber no sólo el día final de la historia, sino qué va
a ocurrir mañana con cada uno de nosotros, pasa también en la Biblia. Tal es
así que si uno lee con detenimiento, acá hay cosas que son contradictorias
porque en un versículo dice: “no pasará esta generación sin que Dios haya
vuelto, en Jesús”, y no pasó esa generación, sino que pasaron ciento cincuenta
generaciones después de esa. Y a los dos versículos dice, “nadie sabe ni el día ni la hora”. Es decir, esa tensión es siempre
nuestra. Y cuando se recicla, como se recicló en el año 2000, como se recicló
en el 2012, como no va a pasar nada el mes que viene y va a reciclarse no sé cuándo,
queremos saber siempre, queremos
controlar las cosas.
Ahora, la vida no se da en el controlar sino en el
confiar, en el abrir el corazón y abrirnos a los demás. El confiar se da en las
cosas importantes. Acá, dice Jesús que “cielo
y tierra pasarán”, es decir, todo pasa, “pero mis palabras no pasarán”. Hay cosas en la vida que no pasan,
hay cosas en la vida que perduran, y eso que la vida no perdura para siempre.
Un día va a terminar. Todos vamos a morir algún día. Nosotros, sus hijos,
nietos, algún día va a pasar. Pero lo que va a quedar es verdaderamente aquello
que hayamos sembrado. Y lo que vamos a sembrar no es aquello que queremos
controlar y que queremos tener perfectito sino aquello que nos animamos a dar.
Aquel amor, aquel cariño, aquel gesto.
Creo que todos tenemos la experiencia, por lo
menos los que somos un poco más grandes, de haber perdido seres queridos, o si
no tenemos esa experiencia de que amigos o personas que estuvieron muy cercanas
a nosotros en algún momento no están, o están lejos, o no los podemos ver
tanto. Y ¿qué es lo que nos queda en el
corazón? Nos quedan aquellas cosas importantes que supimos sembrar. Nos
queda el cariño, nos queda el amor, nos queda lo que día a día pudimos irnos
dando uno al otro, y justamente, lo que no podemos controlar. Porque el amor
por definición es: yo me quiero dar. Y para amar tengo que confiar en el otro y
el otro tiene que confiar en mí. Porque el amor se basa en la libertad, en el
querer entregarme con todo el corazón, y eso es lo que no va a pasar. Es por
que a lo que Jesús nos invita es a poner el corazón en aquellas personas que
llenan nuestra vida.
Si yo les preguntase, y me lo preguntase hoy, “miremos
para adelante en el futuro, ¿en qué pensamos?” Muchas veces lo que llena mucho
nuestra cabeza son las cosas materiales, cómo puedo lograr esto, cómo puedo
llegar a esto, eso va a pasar todo, no va a quedar nada, ni las cenizas van a
quedar. Sin embargo, nos perdemos el pensar, cómo quiero estar o cómo quiero
caminar con aquellas personas que amo, con aquellas personas que me quieren y
que me aman.
Ahora, el problema es que cuando miramos el
futuro, no pensamos en el otro. Jesús les dice, Yo soy el futuro. El que va a
venir es el Hijo del Hombre, no es que va a venir plata, cosas, Yo voy a venir
a ustedes. Para vivir ese futuro tenemos que aprender a vivirlo hoy. Para
encontrarnos con la alegría de que Jesús viene a nosotros, tengo que
encontrarme con la alegría de que Jesús vino a mí hoy, que hoy me pude
encontrar, que hoy lo pude disfrutar, que hoy lo pude compartir. Y eso es lo
mismo con los demás. Es aprender a encontrar, día a día en el corazón, aquello
que me da. Porque algún día lo voy a perder, y no tengo que ser Nostradamus ni
nada para darme cuenta de eso. El problema es que la tensión es siempre la
misma, me vuelvo a aferrar a lo cotidiano, a lo urgente, a lo que creo que hoy
es importante y voy dejando de lado aquello que sí verdaderamente es
importante, aquello que puede llenar el corazón, aquello que no va a pasar.
Me pasa a veces cuando hablo con personas mayores,
que les pregunto, cuando están un poco desilusionadas ya con el paso del
tiempo, qué es lo que esperan. Y siempre me dice: espero encontrarme con mi
marido o con mi mujer en el cielo. Es decir, cuando todo va pasando y ya no me puedo aferrar a nada, lo que quiero
es encontrarme con aquel que amo, con aquel que quiero. Lo lindo sería que
podamos disfrutarlo antes acá, no que me dé cuenta cuando todo se está
perdiendo y cuando se me acaba el tiempo, sino que desde hoy lo pueda gozar e
ir tomando como herencia día a día y de ir acumulando en mi corazón todos
aquellos gestos de cariño, de amor que verdaderamente no pasa, que trasciende
todo, y que aun cuando yo o el otro no estén lo vamos a recordar, lo vamos a
tener siempre. Por eso no importa el día ni la hora. Lo que importa es lo que hago,
lo que vivo y cómo vivo, eso es lo que no pasa, eso es lo que perdura. Ese es
Jesús. Esos son los que queremos y los que amamos.
Pidámosle hoy a Jesús, aquel que dio la vida por
nosotros, aquel que no le importó el día ni la hora en la que tenía que dar
porque lo hizo amando, que también nosotros no pongamos la atención en aquellas
cosas que son curiosas, que no valen la pena, que pasan, sino aquellas cosas
que nos pueden dar plenitud, que nos alegran, que podemos disfrutar, que llenan
nuestro corazón.
Lecturas:
*Dn 12, 1-3
*Sal 15,
5-11
*Heb 9,
24-28
*Mc 13,
24-32
No hay comentarios:
Publicar un comentario