Hace poco salió una muy buena película que se
llama “Argo”, que cuenta un hecho
verídico; la toma de la embajada estadounidense en Teherán, Irán, en el año ‘79,
y cómo 6 de esas personas que vivían en la embajada se pueden escapar y
terminan viviendo en la casa del embajador canadiense. Me voy a detener en una
imagen solamente, que es que entre los que pudieron escaparse, y estaban ahí y
no podían salir a ningún lado porque eran buscados, estaba un matrimonio. Y el
tiempo va pasando y ellos siguen estando incomunicados, sin poder hablar con
sus familias en Estados Unidos, sin saber qué va a pasar con ellos, y a este
matrimonio, a Joe, le empieza a crecer un cargo de conciencia. Hablando con uno
de sus compañeros, le dice que está muy preocupado por Kathy, por su mujer,
porque está ahí por culpa de él. Y él contesta: bueno, ella lo eligió. Y él le
explica que no, que hace varios meses, cuando empezó a crecer este conflicto, “ella
me pidió que volviéramos a casa, que empezáramos de nuevo, que buscáramos otro
camino, y yo le dije todo el tiempo que no, insistí con que nos quedásemos. Solamente
lo hice por mi propio interés, lo hice por quedar bien con mi jefe, porque iban
a hablar muy bien de mí, y esto me iba a ayudar a crecer en mi tarea laboral.
Ahora por esa tozudez, hoy me puedo quedar sin nada y sin lo que más quiero.”
Creo que esto de múltiples formas y maneras
nos sucede también a nosotros a lo largo de la vida. Muchas veces nos damos
cuenta y valoramos lo que tenemos, o cuando lo perdimos, o cuando estamos cerca
de perderlo. Cuando nos damos cuenta que aquello que valoramos, que queremos,
que amamos, queda como muy frágil, muy endeble, porque yo me empecé a preocupar
por otras cosas y dejé de lado aquellas cosas centrales - como es en este caso
este matrimonio, este vínculo del amor. Por pensar solamente en mí, y no
ponerme a la escucha de lo que el otro busca y necesita, de lo que es bueno, en
este caso, para los dos. Y es por eso que una de las cosas más difíciles en la
vida es tener el corazón puesto en lo central y en lo esencial. Es descubrir
qué es lo que es importante para cada uno de los momentos de nuestra vida. Es
más, esa pregunta nos resuena muchas veces en el corazón, ¿qué es central? ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que busco? ¿Qué es
lo más importante en mi vida? ¿Qué es lo que quiero cuidar? Sobre todo
cuando descubrimos que nos hemos perdido un poco del camino.
Esta misma pregunta es la que le hacen hoy a
Jesús en el evangelio cuando se acerca este escriba. Como ustedes saben, los
escribas eran los doctores de la ley, los que más habían estudiado la ley, y le
preguntan a Jesús cuál es el más importante de los mandamientos. El pueblo
judío tenía toda su ley religiosa y política unida, por eso tenían más de 600
leyes. Y lo que le preguntan a Jesús es qué es lo más importante, a qué le tenemos
que prestar mayor atención. Por eso es acá donde Jesús recita el Shemá, esta oración de los judíos que
aún hoy los más ortodoxos siguen haciendo tres veces al día. Esta oración que
este hombre ya había rezado esa mañana. “Escucha
Israel. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás a tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.” Eso
es lo central. Y lo primero que dice es que lo central es escucha. Ponete a
escuchar; una de las virtudes o una de las consecuencias del amor es aprender a
escuchar al otro. En un mundo donde tenemos tantos ruidos, en un mundo donde
muchas veces a algunos nos cuesta quedarnos callados, no interrumpir al otro
cuando está hablando, no completar su frase; dejarle terminar la idea aun
cuando nos dimos cuenta de qué es lo que nos está diciendo, prestarle la
atención que el otro se merece y necesita. Jesús
dice que lo primero y esencial es abrir nuestros oídos, para aprender a
escuchar al otro, para poder aprender a escuchar nuestro corazón, para aprender
a escuchar a Dios. Esta oración que tal vez tan de largo le pasaba y por
eso Jesús le pide que preste esta atención. Esto que es lo primero y básico de
la vida; porque cuando uno nace no habla, y aprende a escuchar, aprende a
hablar porque escucha. Uno va aprendiendo en la vida, se va educando, cuando
tiene esa capacidad de atención. Es más, esto lo podrían explicar mejor los
papás y las mamás, pero uno también aprende a escuchar a ese niño, cuando
presta atención y lo escucha con suma atención. Por eso los padres pueden
distinguir los distintos llantos y saber si tienen hambre, sueño, etc., cuando
para un extranjero estos llantos son exactamente iguales. Presta atención
porque conoce y ama a esa criatura a la que le dio vida. Y ellos van creciendo,
se van conociendo en ese aprender a escucharse, en ese amarse, y prestarse
atención. Por eso, el amor nace de un
corazón que quiere escuchar al otro, que le presta atención, que quiere
comunicarse y dialogar. Y ese es el amor en que, también en todas las facetas,
Jesús le invita a crecer a este hombre, ese amor a Dios, con el amor al
prójimo. En eso se resume todo, dice Jesús, en aprender a querernos y
amarnos. Y este hombre le dice que sí, que él ha descubierto en su vida que
tiene razón Jesús, que esto es lo que tenemos que hacer, que esto es en lo que
tenemos que crecer, que de esta manera tenemos que aprender a dar pasos.
Creo que si nos preguntasen a cualquiera de
nosotros qué es lo más importante en la vida, y seguramente la mayoría
diríamos: amarnos. Ahora, saberlo no significa vivirlo. Y muchas veces hay una
distancia muy grande entre lo que sé y lo que voy aprendiendo. Entre el camino
que busco y el camino que recorro. Entre lo que se me invita a hacer y lo que
yo realizo. Y es por eso que continuamente tenemos que volver al centro de
nuestras vidas. Más hoy, cuando nos sentimos tan exigidos por el mundo. En
general uno se siente tan exigido, los chicos desde el colegio, que llegan muy cansados
a casa, cuando vuelven unos de la facultad, otros de su trabajo, desde las
familias, amigos, distintos lugares, que a veces perdemos lo central. Y cuando
nos cansamos en general perdemos las ganas de hacer aun aquello que más
queremos. Y cuando estamos tan exigidos vamos perdiendo el foco, y nos vamos
alejando de aquello que verdaderamente nos da vida. Y cuando queremos volver
muchas veces es imposible, porque nos hemos alejado tanto de ese centro, de eso
importante en la vida, que el camino para recorrer es tan grande, es tan
lejano, que es muy difícil volver. Por eso creo que esto es una exigencia que
todos tendríamos que tener, como animarnos
a frenar, y decir bueno, ¿qué es lo central en mi vida? ¿Por qué es lo que
quiero luchar? ¿Dónde quiero poner la mayoría de mis fuerzas y energías? Y
debería ser en el amor. Y ese amor implica que yo tenga esa capacidad de
abrirme al otro, y uno de los gestos del amor, es escuchar.
No sé si recuerdan, pero el domingo pasado a
Jesús le acercan un ciego, Bartimeo. Y Jesús cuando se lo acercan, le dice ¿qué
quieres que haga por ti? Y uno dice, perdoname, pero Jesús es medio tonto,
porque a ver es obvio lo que quiere. Quiere que lo cure. Sin embargo, Jesús le
pregunta. Es el otro el que tiene que decir qué es lo que necesita, Jesús no da
por supuesto qué es lo que el otro quiere. Y por eso le pregunta, aun lo que
pareciese más evidente. Cuando el otro expresa su necesidad, ahí Jesús cumple y
hace ese milagro.
Ahora, creo que muchas veces nos pasa a
nosotros que damos por supuesto qué es lo que el otro quiere de nosotros, qué
es lo que necesita, y no le preguntamos. Estaría bueno muchas veces
preguntarle: ¿qué es lo que querés? ¿Qué es lo que buscás? ¿Qué es lo que
necesitás? ¿Qué es lo que te está pasando? Es más, a veces nos pasa que en
cualquier vínculo, con un hijo, con un padre, con un amigo, esposo, esposa,
novio, novia: pero si yo te doy esto, hago esto por vos. ¿Y vos me preguntaste
qué es lo que yo quería de vos? ¿Vos estás al tanto de lo que a mí me pasa en
el corazón? Y es por eso que el amor implica esa apertura, implica descentrarme
de mí mismo y abrirme al otro. Por eso es tan esencial en la vida, y por eso
muchas veces es difícil. Porque cuando me canso, cuando me alejo, cuando no
busco lo esencial, voy perdiendo esa capacidad de tener esa escucha, esa
generosidad, esa apertura hacia el otro. Esto es lo que fue haciendo Jesús a lo
largo de su vida, ir creciendo, madurando, llevando a plenitud ese amor que el
Padre le había enseñado.
Uno escucha en el evangelio por ejemplo, por
ahí que dice: Jesús se retiró para estar a solas. Y cuando quiere estar a
solas, está lleno de gente, y tiene que igual seguir escuchando, atendiendo al
otro, al que se le presenta. Bueno, ese es el camino que les enseña a los
discípulos. ¿Quieren seguirme? Aprendan
a amar. Aprendan a amar a Dios, y aprendan a amar al otro. Esto nos dice a
nosotros. Y a veces nos podemos preguntar, ¿cómo es esto? Amar a Dios, amar al
otro, ¿a quién primero? En Jesús se acaba esta división, porque Jesús es
hombre, y es Dios. Cuando aprendo a amar a Jesús, aprendo a amar a los hombres,
y aprendo a amar a Dios, y por eso cuando amo a Dios, crezco en el amor a los
demás, cuando amo a los demás, crezco en el amor a Dios, y no los puedo
separar. Es más, esa encarnación de Jesús, hace que Jesús también diga que
cuando yo hago algo por los demás, lo hago por Él; que cuando yo amo al otro,
lo amo a Él. Ese es el paso que Jesús nos pide, esto es lo central de la vida.
Para ir terminando, Jesús no dice cuando le
preguntan qué es lo más importante, que lo más importante es ir a misa, no dice
eso. Tampoco dice, lo más importante es rezar. Nadie dice que eso no sea
importante. Si no, yo sería medio tonto, celebro misa todos los días, rezo. Jesús dice, lo central es aprender a amar.
Entonces si queremos seguir a Jesús, tenemos que empezar por querer abrir el
corazón a Dios y al otro, ese es el camino. Y por valorar lo que tenemos, por
no perderlo, cuidarlo.
Para terminar, les cuento un cuentito muy
cortito que dice que había un hombre que tenía una casa muy linda en los Alpes.
Como estaba cansado y necesitaba la plata, decidió ponerla en venta. La había
puesto en venta durante un tiempo y no la había logrado vender, entonces llamó
a un amigo, que tenía mucha capacidad de escribir, que era poeta, y le dijo: ¿Por
qué no me ayudas y hacemos un anuncio más marketinero así yo puedo vender la
casa? Entonces él agarró y escribió un anuncio muy lindo que decía algo así
como: Vendo una espléndida casa a orillas de las montañas, donde uno puede
amanecer escuchando los pájaros, donde uno puede alegrarse con el ruido de las
aguas que caen de la nieve…, y así siguió escribiendo muy poéticamente, como
para poder vender esa casa. Un tiempo después este amigo llamó al dueño de la
cas para saber qué es lo que había hecho. Y le dijo, “No, no, la vendí.” – “Uh,
¿no sirvió mi anuncio?” Y le contesta, “No, después de leerlo varios días, dije
¿qué estoy haciendo? Estoy vendiendo aquello por lo que trabajé toda la vida, y
estoy por perderlo.”
Bueno, hay cosas mucho más importantes que las
casas, y muchas veces las vendemos por poco precio, las perdemos por pocas
cosas. Pidámosle a Jesús que nos enseñe siempre a cuidarlas y valorarlas.
Lecturas:
*Deut 6,
1-6
*Sal 17,
2-4. 47. 51ab
*Heb 7,
23-28
*Mc 12,
28b-34
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