miércoles, 7 de noviembre de 2012

Homilía: “Lo central es aprender a amar” – domingo XXXI durante el año


Hace poco salió una muy buena película que se llama “Argo”, que cuenta un hecho verídico; la toma de la embajada estadounidense en Teherán, Irán, en el año ‘79, y cómo 6 de esas personas que vivían en la embajada se pueden escapar y terminan viviendo en la casa del embajador canadiense. Me voy a detener en una imagen solamente, que es que entre los que pudieron escaparse, y estaban ahí y no podían salir a ningún lado porque eran buscados, estaba un matrimonio. Y el tiempo va pasando y ellos siguen estando incomunicados, sin poder hablar con sus familias en Estados Unidos, sin saber qué va a pasar con ellos, y a este matrimonio, a Joe, le empieza a crecer un cargo de conciencia. Hablando con uno de sus compañeros, le dice que está muy preocupado por Kathy, por su mujer, porque está ahí por culpa de él. Y él contesta: bueno, ella lo eligió. Y él le explica que no, que hace varios meses, cuando empezó a crecer este conflicto, “ella me pidió que volviéramos a casa, que empezáramos de nuevo, que buscáramos otro camino, y yo le dije todo el tiempo que no, insistí con que nos quedásemos. Solamente lo hice por mi propio interés, lo hice por quedar bien con mi jefe, porque iban a hablar muy bien de mí, y esto me iba a ayudar a crecer en mi tarea laboral. Ahora por esa tozudez, hoy me puedo quedar sin nada y sin lo que más quiero.”
Creo que esto de múltiples formas y maneras nos sucede también a nosotros a lo largo de la vida. Muchas veces nos damos cuenta y valoramos lo que tenemos, o cuando lo perdimos, o cuando estamos cerca de perderlo. Cuando nos damos cuenta que aquello que valoramos, que queremos, que amamos, queda como muy frágil, muy endeble, porque yo me empecé a preocupar por otras cosas y dejé de lado aquellas cosas centrales - como es en este caso este matrimonio, este vínculo del amor. Por pensar solamente en mí, y no ponerme a la escucha de lo que el otro busca y necesita, de lo que es bueno, en este caso, para los dos. Y es por eso que una de las cosas más difíciles en la vida es tener el corazón puesto en lo central y en lo esencial. Es descubrir qué es lo que es importante para cada uno de los momentos de nuestra vida. Es más, esa pregunta nos resuena muchas veces en el corazón, ¿qué es central? ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que busco? ¿Qué es lo más importante en mi vida? ¿Qué es lo que quiero cuidar? Sobre todo cuando descubrimos que nos hemos perdido un poco del camino.
Esta misma pregunta es la que le hacen hoy a Jesús en el evangelio cuando se acerca este escriba. Como ustedes saben, los escribas eran los doctores de la ley, los que más habían estudiado la ley, y le preguntan a Jesús cuál es el más importante de los mandamientos. El pueblo judío tenía toda su ley religiosa y política unida, por eso tenían más de 600 leyes. Y lo que le preguntan a Jesús es qué es lo más importante, a qué le tenemos que prestar mayor atención. Por eso es acá donde Jesús recita el Shemá, esta oración de los judíos que aún hoy los más ortodoxos siguen haciendo tres veces al día. Esta oración que este hombre ya había rezado esa mañana. “Escucha Israel. El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.” Eso es lo central. Y lo primero que dice es que lo central es escucha. Ponete a escuchar; una de las virtudes o una de las consecuencias del amor es aprender a escuchar al otro. En un mundo donde tenemos tantos ruidos, en un mundo donde muchas veces a algunos nos cuesta quedarnos callados, no interrumpir al otro cuando está hablando, no completar su frase; dejarle terminar la idea aun cuando nos dimos cuenta de qué es lo que nos está diciendo, prestarle la atención que el otro se merece y necesita. Jesús dice que lo primero y esencial es abrir nuestros oídos, para aprender a escuchar al otro, para poder aprender a escuchar nuestro corazón, para aprender a escuchar a Dios. Esta oración que tal vez tan de largo le pasaba y por eso Jesús le pide que preste esta atención. Esto que es lo primero y básico de la vida; porque cuando uno nace no habla, y aprende a escuchar, aprende a hablar porque escucha. Uno va aprendiendo en la vida, se va educando, cuando tiene esa capacidad de atención. Es más, esto lo podrían explicar mejor los papás y las mamás, pero uno también aprende a escuchar a ese niño, cuando presta atención y lo escucha con suma atención. Por eso los padres pueden distinguir los distintos llantos y saber si tienen hambre, sueño, etc., cuando para un extranjero estos llantos son exactamente iguales. Presta atención porque conoce y ama a esa criatura a la que le dio vida. Y ellos van creciendo, se van conociendo en ese aprender a escucharse, en ese amarse, y prestarse atención. Por eso, el amor nace de un corazón que quiere escuchar al otro, que le presta atención, que quiere comunicarse y dialogar. Y ese es el amor en que, también en todas las facetas, Jesús le invita a crecer a este hombre, ese amor a Dios, con el amor al prójimo. En eso se resume todo, dice Jesús, en aprender a querernos y amarnos. Y este hombre le dice que sí, que él ha descubierto en su vida que tiene razón Jesús, que esto es lo que tenemos que hacer, que esto es en lo que tenemos que crecer, que de esta manera tenemos que aprender a dar pasos.
Creo que si nos preguntasen a cualquiera de nosotros qué es lo más importante en la vida, y seguramente la mayoría diríamos: amarnos. Ahora, saberlo no significa vivirlo. Y muchas veces hay una distancia muy grande entre lo que sé y lo que voy aprendiendo. Entre el camino que busco y el camino que recorro. Entre lo que se me invita a hacer y lo que yo realizo. Y es por eso que continuamente tenemos que volver al centro de nuestras vidas. Más hoy, cuando nos sentimos tan exigidos por el mundo. En general uno se siente tan exigido, los chicos desde el colegio, que llegan muy cansados a casa, cuando vuelven unos de la facultad, otros de su trabajo, desde las familias, amigos, distintos lugares, que a veces perdemos lo central. Y cuando nos cansamos en general perdemos las ganas de hacer aun aquello que más queremos. Y cuando estamos tan exigidos vamos perdiendo el foco, y nos vamos alejando de aquello que verdaderamente nos da vida. Y cuando queremos volver muchas veces es imposible, porque nos hemos alejado tanto de ese centro, de eso importante en la vida, que el camino para recorrer es tan grande, es tan lejano, que es muy difícil volver. Por eso creo que esto es una exigencia que todos tendríamos que tener, como animarnos a frenar, y decir bueno, ¿qué es lo central en mi vida? ¿Por qué es lo que quiero luchar? ¿Dónde quiero poner la mayoría de mis fuerzas y energías? Y debería ser en el amor. Y ese amor implica que yo tenga esa capacidad de abrirme al otro, y uno de los gestos del amor, es escuchar.
No sé si recuerdan, pero el domingo pasado a Jesús le acercan un ciego, Bartimeo. Y Jesús cuando se lo acercan, le dice ¿qué quieres que haga por ti? Y uno dice, perdoname, pero Jesús es medio tonto, porque a ver es obvio lo que quiere. Quiere que lo cure. Sin embargo, Jesús le pregunta. Es el otro el que tiene que decir qué es lo que necesita, Jesús no da por supuesto qué es lo que el otro quiere. Y por eso le pregunta, aun lo que pareciese más evidente. Cuando el otro expresa su necesidad, ahí Jesús cumple y hace ese milagro.
Ahora, creo que muchas veces nos pasa a nosotros que damos por supuesto qué es lo que el otro quiere de nosotros, qué es lo que necesita, y no le preguntamos. Estaría bueno muchas veces preguntarle: ¿qué es lo que querés? ¿Qué es lo que buscás? ¿Qué es lo que necesitás? ¿Qué es lo que te está pasando? Es más, a veces nos pasa que en cualquier vínculo, con un hijo, con un padre, con un amigo, esposo, esposa, novio, novia: pero si yo te doy esto, hago esto por vos. ¿Y vos me preguntaste qué es lo que yo quería de vos? ¿Vos estás al tanto de lo que a mí me pasa en el corazón? Y es por eso que el amor implica esa apertura, implica descentrarme de mí mismo y abrirme al otro. Por eso es tan esencial en la vida, y por eso muchas veces es difícil. Porque cuando me canso, cuando me alejo, cuando no busco lo esencial, voy perdiendo esa capacidad de tener esa escucha, esa generosidad, esa apertura hacia el otro. Esto es lo que fue haciendo Jesús a lo largo de su vida, ir creciendo, madurando, llevando a plenitud ese amor que el Padre le había enseñado.
Uno escucha en el evangelio por ejemplo, por ahí que dice: Jesús se retiró para estar a solas. Y cuando quiere estar a solas, está lleno de gente, y tiene que igual seguir escuchando, atendiendo al otro, al que se le presenta. Bueno, ese es el camino que les enseña a los discípulos. ¿Quieren seguirme? Aprendan a amar. Aprendan a amar a Dios, y aprendan a amar al otro. Esto nos dice a nosotros. Y a veces nos podemos preguntar, ¿cómo es esto? Amar a Dios, amar al otro, ¿a quién primero? En Jesús se acaba esta división, porque Jesús es hombre, y es Dios. Cuando aprendo a amar a Jesús, aprendo a amar a los hombres, y aprendo a amar a Dios, y por eso cuando amo a Dios, crezco en el amor a los demás, cuando amo a los demás, crezco en el amor a Dios, y no los puedo separar. Es más, esa encarnación de Jesús, hace que Jesús también diga que cuando yo hago algo por los demás, lo hago por Él; que cuando yo amo al otro, lo amo a Él. Ese es el paso que Jesús nos pide, esto es lo central de la vida.
Para ir terminando, Jesús no dice cuando le preguntan qué es lo más importante, que lo más importante es ir a misa, no dice eso. Tampoco dice, lo más importante es rezar. Nadie dice que eso no sea importante. Si no, yo sería medio tonto, celebro misa todos los días, rezo. Jesús dice, lo central es aprender a amar. Entonces si queremos seguir a Jesús, tenemos que empezar por querer abrir el corazón a Dios y al otro, ese es el camino. Y por valorar lo que tenemos, por no perderlo, cuidarlo.
Para terminar, les cuento un cuentito muy cortito que dice que había un hombre que tenía una casa muy linda en los Alpes. Como estaba cansado y necesitaba la plata, decidió ponerla en venta. La había puesto en venta durante un tiempo y no la había logrado vender, entonces llamó a un amigo, que tenía mucha capacidad de escribir, que era poeta, y le dijo: ¿Por qué no me ayudas y hacemos un anuncio más marketinero así yo puedo vender la casa? Entonces él agarró y escribió un anuncio muy lindo que decía algo así como: Vendo una espléndida casa a orillas de las montañas, donde uno puede amanecer escuchando los pájaros, donde uno puede alegrarse con el ruido de las aguas que caen de la nieve…, y así siguió escribiendo muy poéticamente, como para poder vender esa casa. Un tiempo después este amigo llamó al dueño de la cas para saber qué es lo que había hecho. Y le dijo, “No, no, la vendí.” – “Uh, ¿no sirvió mi anuncio?” Y le contesta, “No, después de leerlo varios días, dije ¿qué estoy haciendo? Estoy vendiendo aquello por lo que trabajé toda la vida, y estoy por perderlo.”
Bueno, hay cosas mucho más importantes que las casas, y muchas veces las vendemos por poco precio, las perdemos por pocas cosas. Pidámosle a Jesús que nos enseñe siempre a cuidarlas y valorarlas.

Lecturas:
*Deut 6, 1-6
*Sal 17, 2-4. 47. 51ab
*Heb 7, 23-28
*Mc 12, 28b-34

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