lunes, 6 de diciembre de 2010

Homilia: "Preparen el corazón a este niño que los conducirá" 2º Domingo de Adviento


Hace un tiempito salio una película no muy conocida de cine independiente que se llama “Ten ítems or less” (que traducida seria “10 artículos o menos”, que seria acá como la caja rápida de los supermercados), en la que Morgan Freeman hace de un actor de venido a menos, que hace tiempo esta sin trabajo y por eso acepta una oferta del cine independiente, y se va a un barrio obrero de Los Ángeles para ver justamente cómo trabaja el gerente de un supermercado, que era lo que le habían pedido. Va hasta ese lugar, lo llevan, se queda ahí para mirar y cuando esta observando, se queda admirado por el trabajo de una de las cajeras que se llama Scarlet, y más que el gerente, era ella la que manejaba todo ese lugar (Scarlet era una inmigrante española que trabaja ahí de cajera justamente en esa caja). Y empieza una relación amistosa, a dialogar con ella, hasta que pasa el día y nadie lo va a buscar, nadie se preocupa por él, él no sabe ni un número de teléfono como para llamar a alguien para que lo vengan a buscar, y esta mujer Scarlet le dice que lo lleva hasta donde vive (la otra punta de Los Ángeles), y ahí comienza toda una relación entre ellos, en un vínculo donde se empiezan a ayudar mutuamente.
En un momento Scarlet le cuenta que tiene que ir a una entrevista pero que no se anima, que tiene miedo, y después de charlarlo un poquito, él le dice: “Ya se qué es lo que te pasa, tenes 25 años pero estás tan vieja como yo en mi último cumpleaños. Tenes un matrimonio fracasado ya a esta edad, tu trabajo para vos es una porquería, no te gusta, crees que no podes tener hijos y que por eso tu marido se alejó, y a pesar de que le volves a insistir, en tu corazón no crees que nada nuevo o bueno te pueda esperar, e intentas no convencerte de eso pero te aferras a esto y a estas inseguridades y no te animas a buscar aquello que te espera, y lo se porque es también lo que yo he vivido”. Es decir, este actor descubre que a pesar de la corta edad de esta mujer, como ha pasado por algunas desilusiones en la vida, no puede esperar nada nuevo, y aparte tiene miedo de lo que pueda llegar a pasar. Por eso aunque no este feliz ni contenta, se aferra a aquello que tiene, se queda en eso. Ha perdido la esperanza, ha pedido la ilusión, ha perdido el deseo de luchar por algo más.

Cosas que también nos suceden a nosotros a menudo, más allá de la edad que tengamos. Muchas veces frente a desilusiones que pasamos en la vida, frente a nuestro país y las cosas que suceden, frente al mundo y las cosas que suceden, frente a problemas familiares, frente a problemas amorosos, escolares o en la facultad, tendemos muchas veces a desilusionarnos. A veces la desilusión es pasajera (que debería ser lo más normal), pero muchas veces es como que nos queda en el corazón, y nos cuesta creer que Dios tiene una promesa más grande para nosotros, nos cuesta esperar en algo mejor para nosotros, nos cuesta confiar que Dios tiene algo bueno para cada uno de nosotros, y nos vamos acomodando a lo que tenemos sin luchar ni esperar algo más.

Esto le sucedió muchas veces al pueblo de Israel, y es por eso que Isaías en la Primer Lectura que acabamos de escuchar hoy, le pide al pueblo que crea que algo nuevo pueden hacer, “nacerá un retoño nuevo, un bástalo nuevo en medio de ustedes que traerá algo que ustedes no conocen, tan novedoso que hasta los animales que más se enfrentan estarán el uno con el otro”. Sin embargo tal vez para sorpresa de todos los que escuchan, les dice: “Un niño los conducirá”. Lo primero que uno piensa es cómo un niño nos va a conducir, uno siempre, cree o sabe por experiencia (los padres) cómo uno tiene que conducir a los niños, cómo uno tiene que mostrarles el camino, y acá hace data la primera paradoja que Isaías plantea.
En la Segunda Lectura, Pablo le pide a su comunidad que “esperen en el Señor”, y que esa esperanza en el Señor tendría que verse en la constancia de su obrar: “Obren como Jesús obró, vivan como Jesús vivió, tengan los mismo que Jesús tuvo los unos con los otros”, es decir, vivan de una manera nueva, caminando detrás de Jesús.
En el Evangelio aparece Juan el Bautista, un profeta querido y aclamado por el pueblo de Israel, y le pide a su pueblo que se prepare, que se convierta, es decir, que cambie, ¿por qué? Porque alguien esta por venir, porque algo esta por pasar, pero no dice: “bueno, vayan y vean qué pasa”. Fíjense, uno se admira cuando lo escucha a Juan porque escucha que hay otros hombres como los fariseos y los escribas que se acercaban, se bautizaban, y en vez de decirles ‘que bueno que vinieron acá’, Juan les dice “raza de víboras” o cualquier otro insulto, ¿y esto por qué? “Porque ustedes lo hacen por apariencia nada más”. Y como nos dice Isaías, “Ese niño mirará el corazón, no la apariencia. Ustedes vienen acá porque los demás hacen lo mismo, porque no quieren que el pueblo piense distinto de ustedes, pero no cambian en lo profundo del corazón, y viene alguien que es tan grande que implica un cambio rotundo”. Es más, llama la atención esta diferencia porque Isaías nos dice “Un niño nos conducirá”, y Juan Bautista (tal vez la persona más importante de esa época) dice: “Yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, es decir de hacer el trabajo de esclavo. Parece que es un niño con la sencillez, con simpleza que tiene todo niño, y al mismo tiempo alguien grandioso, que es tan grande en el cual yo no puedo hacer nada al lado de Él. Y eso es muchas veces la dificultad que tenemos todos de encontrar en Jesús.

Estamos caminando hacia la Navidad, estamos intentando preparar nuestro corazón y renovarnos en la esperanza, como hablábamos la semana pasada. Pero lo difícil es renovar la esperanza en un niño, volver a creer en algo pequeño, volver a creer en algo sencillo, poder creer que nosotros también tenemos que preparar el corazón para que un niño nos guíe. Y tal vez podríamos centrar la atención en lo que hacemos en Navidad.
En estos días he estado pasando por algunos grupos, algunos de catequesis y otros grupos que obviamente están trabajado la Navidad, y una de las cosas que se les pregunta es cómo van a pasar la Navidad, y uno escucha que dicen: “vamos a pasarla en familia”, “nos vamos a encontrar con gente que hace mucho tiempo que no vemos”, o que algunos cuentan anécdotas de lo que sintió, de lo que pasó, de lo que vivió, y uno cuando escucha eso piensa que en la Navidad uno intenta (no siempre lo puede) volver a lo central y a lo esencial, y tanto uno intenta volver a central y lo esencial que goza de las alegrías que tiene y también vive la tristeza de las ausencias que uno tiene, porque uno deja de lado todas las cosas que muchas veces embellecen y puede volver a lo central del corazón, y aprender a descubrir en eso lo importante de los vínculos, lo importante del otro en mi vida, lo importante del que esta a mi lado, y esto en el fondo lo hacemos por Jesús.

A uno le llama la atención a veces todo lo que se celebra en la Navidad, y al mismo tiempo todo lo que muchas veces perdemos del foco de la Navidad y de lo central de la Navidad que es Jesús, es decir algo tan sencillo y tan simple que es por quien lo celebramos. A veces me gusta decirle a los mas chiquitos que es tan importante el cumpleaños de Jesús que todos recibimos regalos, Jesús nos hace regalos a todos, pero lo hago justamente para intentar llevar a los chicos, desde lo que vivimos hasta lo central, a quién es aquel que nos espera. Tal vez nosotros tenemos que volver a descubrir en esta Navidad quién viene a nosotros, y volver a descubrir esta promesa de Isaías: hay un niño que se acerca, hay un niño que va a nacer, hay un niño que nos va a conducir, “Déjense guiar”. Y para eso como nos dice Juan, “Preparen el corazón, abran el corazón a este niño”.

Pongamos entonces la mirada en este niño que quiere volver a hacerse presente en medio nuestro en esta Navidad. Pidámosle que vaya preparando nuestro corazón, que nos ayude a descubrir lo central y lo esencial en nuestras vidas para que descubriéndolo, podamos como Jesús tener los mismos sentimientos que Él, y llevarlos a los demás


Primera Lectura: Isaias 11, 1-10
Salmo: 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17
Segunda Lectura: Romanos 15, 4-9
Evangelio: Mateo 3, 1-2

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