martes, 15 de junio de 2010

Homilía: "creer en la promesa" (Domingo II de Cuaresma)

Hace varios años salió una película para chicos, y no tan chicos, que se llamó El Rey León, supongo que la mayoría la vieron. En la que Simba, uno de los leones, era el heredero natural al trono de su padre, rey entre todos los animales. Sin embargo después de una serie de hechos y vicisitudes que suceden en la película, termina huyendo y abandonando el lugar que le corresponde. Su padre muere, otro león, su tío Scar toma el trono y él empieza a dedicar su vida a otra cosa, olvidando aquello para lo cual había sido llamado o elegido, para lo cual había nacido. Y allí en su nuevo hogar y con sus nuevos compañeros Timón y Pumba, comienza su nueva vida. Pero llega un momento, cuando Simba ya es más grande, en que las cosas en su manada, pueblo, no sé cómo llamarlo, no son como se esperaba, y de casualidad lo encuentran. Y se le acerca el mono, Rafiki, el vidente, diciéndole que él lo va a llevar a encontrarse con su padre. Rafiki empieza a correr, simba lo persigue, hasta que de pronto, Simba, llega y se encuentra frente a un lago en el que ve su rostro. En un primer momento piensa que es el rostro de su padre al que ha encontrado y después se da cuenta que no, que es su rostro. Obviamente no acepta lo que le quiere explicar y decir Rafiki, pero al final el vidente, el mono, le hace mirar el cielo, y le pide que observe las estrellas y le hace recordar la promesa que él tenía desde chiquito. La promesa que su padre también le había mostrado de pequeño haciéndole mirar el cielo y las estrellas diciéndole que ahí estaban justamente todos sus antepasados, todos los que habían sido reyes, que lo acompañaban, lo guiaban, le iban mostrando el camino. Y ahí, recordando en lo profundo de su corazón, levantando nuevamente la cabeza pudo redescubrir su deseo y lo que se le había prometido.
Y hoy escuchamos como también a Abraham en un momento difícil de su vida, ya mayor, sin descendencia, no había podido tener hijos también se le muestra el cielo. Y Dios le promete que su descendencia va a ser más grande que todas las estrellas del cielo. Dios le hace una promesa que va mucho más allá de lo que nosotros podemos pensar o razonar. Cualquier persona cuerda diría, no, eso es imposible. No tuve, no creo que tenga, el deseo de mi corazón se ha apagado. Pero se le pide que crea en esa promesa. Porque la promesa para Abraham es algo grande. Aun cuando parece que todos los caminos se acabaron, se terminaron, cuando ya no hay esperanzas Dios le dice que crea. Le pide solo una cosa: ponte en marcha: ve. Y Abraham desde su corazón va a tener que decidir si quiere soltar aquello que aunque no era lo que quería para su vida ahora es lo que le da seguridad, lo que conoce. Abraham vivió muchos años en Ur, estuvo mucho tiempo ahí, tenía todas sus cosas, su familia, lo que le habían dado, sus posesiones y llega un momento donde Dios le dice, deja todo. Y va a tener que preguntarse en el corazón, escuchando esa promesa si cree en eso o no. Y si se quiere poner en camino. Ahora, Abraham no se está poniendo en camino pensando: “bueno que sea lo que Dios quiera”. No se pone en camino para terminar a donde los vientos lo lleven. Se pone en camino porque hay Alguien que le promete algo grande. Y porque en lo profundo de su corazón todavía quiere algo grande. Porque aun cuando estuviera apagado su deseo descubre que su corazón todavía anhela algo más. Y eso es lo que Dios tiene guardado para todos nosotros.
Creo que todos nos hemos preguntado, por lo menos todos los que estamos acá que somos cristianos, qué es lo que Dios quiere de nosotros muchas veces. Y no sé cuál es la respuesta, ya que cada uno tendra que encontrarla dentro de su corazón. Pero lo que es seguro es que quiere algo grande. Y lo que nos dice también a cada uno de nosotros es que miremos el cielo. Que la promesa, sea descendencia, sea tierra, sea lo que fuera, es grande. Y como la promesa de Dios es grande y es inabarcable se nos invita a ponernos en camino.
Ahora, lo primero para ponernos en camino es soltar nuestras seguridades. Todos tenemos cosas que nos aferran, buenas o no, en las cuales nos sentimos cómodos. Pero para poder llegar a aquello que se nos promete, tenemos que ponernos en camino. “Ponte en marcha” le dice Dios a Abraham. También nosotros tenemos que ponernos en marcha. Puede ser que sea cuando estamos como Simba con Timón y Pumba, cosas cómodas que no sirven para nada, pero que aún así nos cuesta dejarlas. O cosas buenas pero que no son las que queremos para nosotros. Cuántas veces descubrimos deseos grandes en nuestro corazón, cuántas veces descubrimos que queremos algo más pero no nos animamos a soltar lo que tenemos. Pareciera que nos conformamos con poco. Pero si no nos animamos a soltar lo que tenemos, nunca podremos abrirnos a la promesa. Y si nos animamos a soltar lo que tenemos, la promesa se va a cumplir. De una u otra manera. No sabemos cómo. Pero la certeza que nos da Dios es que si nos ponemos en camino la vamos a encontrar. Y por eso, lo segundo es ponerse en marcha, ir. Y en medio del camino seguramente va a haber problemas. No va a ser fácil. A Abraham se le dice que deje todo. Sin embargo sabemos todos los problemas que tuvo en medio del camino, que no siempre encontró lo que buscaba, que se la tuvo que rebuscar. Bueno, los caminos son arduos. No dice que el camino es fácil, pero dice que al final del camino hay una promesa para nosotros.
Lo mismo que se les prometió a los discípulos: “síganme, Yo los haré pescadores de hombres”. Sin embargo en medio del camino escuchamos este evangelio, la transfiguración, en donde Jesús se les revela de una manera grandiosa, majestuosa. ¿Por qué? Porque los discípulos están dudando. Lo que nos pasa a nosotros un montón de veces. En medio de un camino matrimonial, en medio de un noviazgo, en medio de una amistad, en medio de nuestro trabajo, de nuestro estudio, de nuestra vida de fe. ¿Esto es lo que quiero?, ¿esto sirve? En medio del camino vienen las dudas, en medio del camino vienen los problemas. Y es por eso que en el medio del camino Jesús les tiene que mostrar algo de hacia dónde van. Les tiene que hacer levantar la cabeza. Fíjense, se lleva a Pedro, a Santiago y a Juan. Se los lleva, no puede dejarlos con los demás, porque muchas veces las voces, los ruidos, la música, no nos dejan ver claro. No nos dejan encontrar aquello que buscábamos en el corazón. Lo vamos tapando. Y por eso les tiene que decir: vengan, caminen. Como se camina en las montañas, en silencio, algo que fui aprendiendo en este último tiempo. Necesita que caminen y lleguen a la cima, y ahí en lo alto, les tiene una sorpresa. Pero para eso necesita algo más, que levanten la cabeza. Porque en medio de los problemas no podemos ver, estamos como ciegos. Lo que les pasa a los discípulos es que se están preguntando si creen en Jesús, si confían en Jesús. Nosotros creemos que las dudas en el camino de fe nos vienen a nosotros nada más. Bienvenidos al club. Porque les paso a Pedro, Santiago, Juan, nombren a todos los discípulos y les muestro la duda que tuvieron en el evangelio.
Jesús acaba de decir en el evangelio por primera vez que va a morir en la cruz. Y los discípulos que ya no lo entienden a Jesús están pensando hasta acá llegamos. Si no es lo que esperábamos de vos. Los discípulos siguieron a Jesús porque encontraron en El una promesa. Algo grande. Pero no la encontraron como ellos querían y esperaban. Van a encontrar algo mucho más grande. Pero para eso van a tener que recorrer el camino. Por eso, cuando Jesús se da cuenta que esto ya no da para más, que si los deja así los discípulos abandonan, Jesús les muestra algo de lo que tiene reservado para ellos, y ahí se transfigura. Lleva a los líderes, podríamos decir a los más representativos y les pide, vean esto. “Escúchenlo”, les pide Dios Padre. Los discípulos no podrían escuchar. Habían cerrado los oídos, habían cerrado los ojos, habían cerrado el corazón. Hasta acá lleguamos.
Y cuántas veces en nuestras promesas, en nuestros proyectos nosotros sentimos que hasta acá llegamos. Pero el “hasta acá llegamos” no puede ser en la primer ocasión difícil, o a la primera de cambio, o en el primer problema. Tenemos que animarnos a tolerar y a lucharla, a descubrir que el camino es arduo. Fíjense si Pedro, no solo hoy sino varias veces, hubiera dicho hasta acá llegué. Uh lo negué a Jesús, hasta acá llegué. Uh Jesús me dijo vete detrás de mí Satanás, hasta acá llegué. Bajo la cabeza, fue humilde, descubrió que ese era el camino, que eso era lo que quería, anhelaba y siguió caminando detrás de Jesús. Pero para eso tuvo que frenar. Tal vez el mejor ejemplo que nos muestran los discípulos es que antes de tomar una decisión tenemos que frenar, tenemos que darnos tiempo, tenemos que descubrir si esto es lo que queríamos. No preguntarnos si es difícil o no, sino si es lo que buscamos en el corazón. Y si es lo que queremos, animarnos a caminar detrás de esa promesa. Animarnos a caminar detrás de Él. Después la promesa se va a dar. No sabemos de qué manera. No sabemos de qué forma. Peor Jesús nos la va a regalar. Y eso es lo que hoy nos promete.
Estamos caminando hacia la Pascua, y la Pascua significa justamente caminar hacia una promesa. La cuaresma no tiene sentido en sí. Sino en una promesa que Dios nos hace: hay vida en la Pascua. Por eso caminen, por eso anímense. Por eso busquen, por eso luchen, les dice. El caminar en Abraham solamente tiene sentido porque hay una promesa detrás: descendencia y tierra. Tal vez anecdóticamente para contarles, ¿saben cuál fue la promesa de Abraham que se cumplió? Descendencia. Un hijo tuvo. Uno solo. Isaac. Bueno Ismael es un problema así que no lo toquemos. Isaac. Un hijo. Le prometió el cielo Dios. Le dijo te voy a dar una tierra, ¿saben lo que tuvo cuando terminó su vida? Una parcela para enterrar a su mujer, a Sara, nada más. Caminó detrás de esa promesa. ¿Dios fue mezquino? o le podríamos preguntar a Abraham, ¿se sintió colmado? ¿Se sintió que Dios le daba lo que quería? Su descendencia fue el cielo, es enorme la descendencia de Abraham. Pero tuvo que esperar. Imagínense si Dios hubiera abortado su plan para nosotros todas las veces que las cosas no iban bien. Se hubiera acabado esa promesa. A Jesús también Dios le hace una promesa. Escúchenlo, le dice a los discípulos. Y Jesús que quiere dar vida también va a tener que creer en una promesa. Pero como muchas veces hablamos si fuera por lo que Jesús vivió, morir en la cruz, parece que se acabó la promesa. Sin embargo confió en esa promesa de Dios. Esa promesa de Dios también dio vida. Hoy estamos acá, celebrándola.
También nosotros podemos animarnos a caminar detrás de esa promesa. Y seguramente, si nos animamos a caminar detrás de esa promesa de Dios, llegarán momentos que además de lo arduo que muchas veces tiene el camino, nos pasará lo que le pasa a Pedro en el evangelio, “que bien estamos acá”. Y tal vez nosotros también podremos decir “qué lindo es acá, que hermoso es vivir esto”. Esa es la promesa de Dios. Y lo que tenemos que aprender es que la promesa de Dios siempre es grande. Dios no es mezquino. Dios es un Dios que se da. Se dio en Jesús y se nos quiere seguir dando día a día. Lo que nos pide a nosotros es que nos pongamos en marcha. Esto es la cuaresma, caminar por el desierto. Así es la vida, animarse a caminar detrás de promesas. Pidámosle a Jesús, a Aquel que es el depositario de nuestras promesas, a Aquel que nos dice hoy que nos pongamos en marcha, que hay una promesa para nosotros, que nos animemos a confiar en Él, que es lo que hicieron los discípulos. Y que confiando en Él aun cuando muchas veces no entendamos o comprendamos o vislumbremos el final, nos animemos a caminar detrás de esa promesa que tiene para nosotros.
(Cuaresma, Domingo II , lecturas: Gn 12,1-4; Sal. 26,1.7-9.13-14; Fil 3,17-4,1; Lc 9,28b-36)

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