martes, 15 de junio de 2010

Homilía: "demos testimonio con alegría" (Domingo III de Adviento)

Hay una canción de Fito Páez que dice:
Y dale alegría, alegría a mi corazón,
es lo único que te pido al menos hoy.
Y dale alegría, alegría a mi corazón,
afuera se irán las penas y el dolor.
Y ya verás,
las sombras que allí estuvieron no estarán.
Y ya verás,
que no necesitaremos nada más.
(Y más adelante continua)
y ya verás, como se transforma el aire de lugar.

Esta canción, que sobre todo en los más grandes resuena en la voz de Mercedes Sosa, nos muestra la experiencia del autor, de cómo cuando hay quien vive y comparte la alegría, eso se transmite eso se contagia. Desde lo más simple, cuando alguien se empieza a reír, y uno no sabe de qué se está riendo el otro, y como uno también se empieza a reír porque es como contagioso, nos contagia lo que al otro le está pasando. Y si no nos causa gracia tal vez la risa del otro, le preguntamos ¿pero de qué te reís? Compartínoslo, decilo. Compartí eso que es motivo de risa para vos. Pero no solamente eso, si no, como a veces cuando no hemos tenido un buen día y vemos la cara de alguien alegre que viene, eso también me cambia a mí un poco el día. El poder compartir la felicidad y la alegría del otro me transforma y me cambia a mí. Y muchas veces no se necesita nada más. A veces pareciera que en la vida necesitamos grandes cosas como para que todo se transforme. Pero a veces el poder compartir con el otro y vivir esa alegría, poder reírse un rato, compartir la vida ya basta. No importa qué es lo que hay de por medio. Importa que uno pueda estar compartiendo con el otro y disfrutando de aquello que comparte. Y creo que esto es central para todos nosotros en todas las áreas de nuestra vida. Hace unos días hablaba yo con el obispo y con algunos de los sacerdotes, que me preguntaba el por qué creía yo que no había tantas vocaciones sacerdotales, religiosas, lo que fuera. Como ustedes saben hemos decaído todo este último tiempo en las vocaciones, es más, parecía que el año que viene no iba a entrar nadie. Bueno después de que le ofrecimos spa, menos años y varias cosas parece que alguno entra, pero más allá de eso yo decía, bueno, ¿qué es lo que pasa que no atrae tanto esto? Y uno podría buscar un montón de escusas, de cosas que pasan afuera, pero me parecía que lo central era pensar en nosotros. Y charlábamos algunos amigos sobre este tema y una cosa de las que nos planteábamos era ¿qué transmitimos nosotros? ¿Qué les transmitimos a los demás? ¿Qué es lo que le transmitimos a los jóvenes? En primer lugar nos preguntábamos si justamente dábamos testimonio de Jesús. Y si ese testimonio de Jesús justamente se transmitía con alegría. ¿La gente nos ve felices? No preguntábamos a nosotros los sacerdotes. Porque si no nos ven felices si no nos ven contentos con lo que hacemos, no creo que a nadie le atraiga eso. Es verdad que esto tiene mucha más profundidad y que Dios trabaja en el corazón de las personas, pero es verdad que Dios se basa en las mediaciones también de nosotros. Entonces, lo primero era descubrir cómo nosotros tenemos que transmitir a ese Jesús con una alegría diferente. Y decíamos si los otros ven que una persona está cansada, siempre agobiada, ocupada, a veces de mal humor, que trata mal, que muestra que la Iglesia en vez de querer abrirse al otro cada vez se cierra más, eso no transmite a nadie. En cambio sí de a poquito, más allá de que hagamos más o menos cosas podemos transmitir que vivimos una alegría en lo profundo del corazón creo que eso sí, puede llevar al otro a preguntarse si eso también no le atrae a él. Ese es el testimonio que podemos hacer nosotros que obviamente hasta ahí llega, y después dependerá de los demás. Pero creo que lo central es vivir en felicidad aquello que ha encontrado. Y transmitir esa alegría que uno vive. Podríamos tomar otra área. El área de los matrimonios que muchas veces ha entrado en crisis durante este último tiempo. A veces vemos que los chicos tardan más en casarse, que se van a vivir juntos, que otros no quieren casarse. Y la primera pregunta más allá de que no se quieren comprometer, que tal cosa, que tal otra es, bueno ¿qué transmite uno como matrimonio? ¿Uno transmite la alegría de lo que vive? ¿Uno demuestra la felicidad de aquello que está compartiendo con el otro? O en primer lugar este mundo que nos hace estar a mil, que casi no nos da el tiempo para el otro, nos hace estar siempre cansados, agobiados, no poder compartir con el otro, no mostrar esa alegría de lo que uno cree estar compartiendo con la otra persona. Bueno, así podríamos preguntarnos con casa cosa, ¿transmitimos la alegría de lo que estamos viviendo? Porque si no podríamos hablar un montón, pero eso no podría terminar de cerrarle a ninguno de nosotros. Y esto es también lo que nos pide Jesús que transmitamos en el Evangelio. Creo que muchos de los que estamos acá tienen la experiencia de haber transmitido con alegría algo de lo que vivieron. Y eso transmite más de lo que uno pueda decir, explicar. Desde los más chicos que van a Pascua Joven y vuelven re contentos, copados, es lo más, no sé. Y le dicen al otro, mira no tengo mucho para explicarte pero tenes que ir no te lo podes perder. Y ese entusiasmo transmite. De los que han ido a misionar en la fe y también van a otros y le dicen, ¡es buenísimo! ¿y qué es misionar? Y no sé, es dormir en el piso, comer mal, pero anda igual que te va a gustar. No es lo que haces. Es lo que uno transmite. Es lo que uno vivió. Y así podríamos pensar con cada una de las áreas de la fe. De qué manera transmitimos la catequesis, de qué manera transmitimos la esperanza de seguir a Jesús, como hablábamos hace poco. Jesús quiere personas felices que vivan la alegría de seguirlo y que eso lo transmitan con alegría. Y eso es lo que nos dicen las lecturas de hoy. Fíjense, en la primera lectura el profeta Sofonías le dice al pueblo, griten de alegría. Muéstrenles a los demás lo que están viviendo. No le dicen transmítanlo así nomás. Griten, que todos escuchen lo que ha pasado por ustedes, como Dios se ha hecho presente en la vida de ustedes. Como Dios tocó sus vidas, como Dios transformó sus vidas. Grítenselo a los demás. Y que los demás puedan ver y escuchar la alegría que ustedes tienen porque Dios pasó por sus vidas. Dios los perdonó. Ahora ustedes grítenlo de alegría. En la segunda lectura, Pablo le pide a la comunidad de Filípos, alégrense en el Señor, vuelvan a insistir, dice, alégrense, por si no les quedó claro. Que ustedes hayan encontrado a Jesús tiene que ser un motivo de alegría. Bueno vívanla y transmítanla. Que los demás puedan contagiarse por ese testimonio que ustedes dan de alegría. Porque lo demás viene después. Muchas veces uno cree que faltan cosas. Falta enseñar más, falta hacer tal cosa, falta. Lo primero que falta es dar testimonio de que a mí esto me llena el corazón. Lo demás vendrá después. Y será parte de un camino y de un proceso en la fe. Y sé que muchas veces todos nos preguntamos de qué manera podemos dar testimonio de Jesús, de qué manera podemos anunciar. Creo que la primera manera es vivir la alegría de lo que uno ha encontrado en Jesús. Para que el otro también se pregunte, ¿bueno yo quiero vivir esto? ¿A mí me llama la atención esto? ¿Por qué el otro puede ser feliz por esto y yo no puedo ser feliz de esta manera? Creo que algo de esto es lo que transmitía Juan el Bautista. Porque la gente se acercaba a Juan, encontraban algo distinto en Juan. Y aún en un Juan que los invitaba a cambiar en un montón de cosas ellos se acercaban. Escuchamos el domingo pasado como los invitaba a convertirse, a cambiar. Y el no solo seguramente seguiría predicando eso, sino que la gente se la acerca y ya se ve que transformado un poco por Juan le dice, bueno ¿qué tengo que hacer? Decime. Y cada uno de ellos le va preguntando. Fíjense. Primero la gente ¿qué tenemos que hacer nosotros? Bueno compartan. El pan, la comida, lo que todos tenemos, ropa. Se acercan los que recaudaban los impuestos, ¿qué tengo que hacer? Bueno sé justo. Cobra lo justo no de más. Se acercan los soldados. Bueno, conténtate con lo que tenés. Fíjense a cada uno le dice según lo que está viviendo. Según lo que le está pasando. Y no le dice convertirse es hacer un cambio como si fuésemos Pablo que nos caemos del caballo para atrás y se transforma nuestra vida totalmente. Lo que les dice es, fíjense las pequeñas cosas en las que ustedes pueden transformarse. Bueno yo, como no soy Juan el Bautista, soy Mariano, no les voy a decir qué tienen que hacer. Así que no me lo pregunten, bueno pregúntenmelo si quieren. Si no los invito a ustedes a fijarse qué es lo que Jesús los invita a hacer. Creo que todos tenemos camino en la fe acá recorrido. Y todos muchas veces hemos dejado que esta pregunta resuene en nuestro corazón. Bueno, ya vamos caminando en el adviento. Ya la corona nos muestra que queda prender una vela, quedan 10 días hasta la Navidad. Queda poquito tiempo. Y Jesús quiere que la vivamos con alegría. Jesús quiere que el nacimiento sea motivo de alegría. Cuando alguien se embaraza, está embarazado transmite esa alegría. Y los demás viven y comparten esa alegría. Bueno nosotros tenemos acá un nacimiento que es alegría para todos, que es la alegría de que Jesús viene. Y tenemos tiempo todavía para preparar nuestro corazón para esta venida. Bueno, miremos, dejemos resonar esta alegría en el corazón y miremos en nuestra vida cotidiana, en la de todos los días, en lo que hoy nos toca, qué es lo que Jesús puede transformar. Y no solo dejemos que El transforme nuestros corazones para vivir esto de otra manera sino que vivámoslo con alegría. Y que esa alegría pueda ser testimonio para los demás. Pidámosle a Jesús, a Aquel que vivió la alegría de lo que el Padre le enviaba a María, la que se alegró porque Dios había obrado en ella, que también nosotros podamos vivir la alegría de los que Dios hace en nosotros.

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