martes, 15 de junio de 2010

Homilía: "Dios mueve nuestros corazones" (Domingo III de Cuaresma)

En la película “Prueba de fuego, una película no muy conocida, muy linda si quieren verla, Caleb Holt es un capitán de bomberos en un pueblo de Estados Unidos. Era bastante bueno y en un momento salva a una persona y se convierte en el héroe del lugar. Sin embargo se da como una contradicción entre como lo admira toda la gente y el problema muy grande que está viviendo con Catherine, su mujer, en una grave crisis matrimonial. Caleb no entiende qué es lo que le pasa, y no se siente comprendido, ni valorado dentro del hogar. Y es por eso que en un momento la mujer le pide el divorcio: “quiero divorciarme, separarme de ti”. Y él se enoja, se pone duro de corazón por eso que está pasando, por no sentirse querido, valorado, respetado. Y habla con su padre por teléfono, el cual lo va a visitar. Se descarga, descarga todo lo que está viviendo en el corazón. Le dice lo que le está pasando, le dice que no entiendo como afuera se lo valora tanto y adentro de su casa tan poco. Y entonces el padre, tal vez con otra madurez lo invita a mirar la cosa desde otro lugar. Lo invita a mirar qué es lo que él está haciendo. Y le pregunta y le pide una sola cosa, y le dice, ¿hay algo en tu corazón, que todavía te invite a querer rescatar tu matrimonio, cambiar esto que estás viviendo? Solo te pregunto eso. Entonces yo te pido una cosa, te pido 40 días. Y entonces le dice te voy a enviar un cuaderno con unas instrucciones día por día de lo que tenés que hacer y lo que te pido es que pongas el corazón y te animes a vivir lo que día a día se te invita ahí. Y después las cosas no van, toma la decisión que tienes que tomar, pero que primero te animes a vivir eso. Bueno como siempre, ese es el tráiler así que sigan viéndola si quieren saber más. Pero lo central y lo importante era como el necesitaba una óptica distinta. Necesitaba alguien que venga y que lo sacuda. Alguien que no solo lo consuele sino que le haga ver también que muchas veces no terminamos de ver toda la realidad. Y también nosotros muchas veces necesitamos en la vida que vengan y que nos digan algo. Aún cosas que muchas veces no nos gustan, o que nos duelen, o que no nos terminan de convencer. Cuantas veces una palabra de aliento o un consuelo o alguien que nos dijo algo aun cuando no nos gustaba nos ayudó a crecer. Cuantas veces también nosotros hemos necesitado de alguien que venga y que nos sacuda, que venga y que nos pregunte qué es lo que nos está pasando o por qué estás haciendo esto. O por qué estás viviendo eso. Porque en la vida muchas veces es necesario que los otros nos ayuden a ver de una manera distinta. ¿Por qué? Porque lo necesitamos. Porque no tenemos siempre todas las respuestas, y porque necesitamos que el otro muchas veces nos ayude a enderezar el camino. Y eso sucede también en la fe. Porque también necesitamos que Dios de alguna manera toque nuestros corazones. Dios de alguna manera nos mueva y nos invite a caminar de una manera distinta. Estamos también viviendo la cuaresma que son 40 días justamente. Y tal vez podríamos decir que son 40 días donde Jesús tal vez también nos podría dar un cuaderno en el que nos dice, bueno hace esto, esto, esto, esto. Aprende a respetar a los demás, pone una sonrisa, trata bien al otro. Tal vez nosotros podríamos empezar a pensar cosas día por día que podríamos hacer. Ahora para eso lo primero que tendríamos que descubrir es un Dios que viene también a movernos, a sacudirnos, como sucede en la primera lectura. Moisés, todos conocen la vida de Moisés tenía un deseo en el corazón, liberar a su pueblo, que se quedó truncado, que no lo pudo vivir cuando él quiso. Y que por eso se fue y se olvidó. Creo que tal vez la vida de Moisés es la vida más cercana a lo que es el hijo pródigo, que se va, se aleja de su lugar. Como nosotros que vivimos en un mundo posmoderno que tiene mucho de esto, me voy, vengo, tomo un avión, un barco. Pero ahí irse era perderlo todo, dejarlo todo. Moisés dejó todo lo que tenía y se fue a otro lado. Y perdió hasta a su dios por estar en otro lado. Y ahí, cuando tal vez estaba viviendo su “plan B” de su vida porque el “plan A” que él tenía no había salido, Dios vino y lo movió. Lo sacudió. Y le dijo, Dios tiene otra cosa para vos. Y vos esperas otra cosa de vos. Y por eso Dios se le aparece por medio de este ángel de una manera especial. Y se ve que algo todavía como en Caleb, como en ese hombre que el padre le preguntaba, ¿todavía hay algo que quieras rescatar? Moisés tenía en el corazón. Porque en una zarza ardiendo, es normal en un desierto que algo arda, todo arde en el desierto, descubre algo, algo distinto. Y aunque sea por curiosidad se acerca, y ahí Dios lo zarandea. “Quítate las sandalias. Recuerda quién soy. Yo soy tu Dios, Yo soy el Dios de tu pueblo”. Lo tiene que volver a poner en camino Dios, lo tiene que hacer mirar para adelante, ya no para atrás. Y Moisés va a poner excusas, pero Dios una tras otra se las va a ir tranquilizando para que se anime a hacer lo que tiene que hacer. ¿Por qué? Porque Dios lo necesita, porque Dios escuchó y vio a su pueblo. Y como Dios escucha y ve lo que nos pasa quiere actuar. No creemos en un Dios que esta indiferente en el cielo, que bueno tal vez un día con suerte lo veremos ahí y le haremos preguntas de cosas que no entendemos muchas veces acá. Sino que creemos en un Dios que se compromete, en un Dios que se hace presente en la historia, por eso lo envía a Jesús. No es un Dios que se quiere quedar afuera. Es un Dios que entra, es un Dios que se hace presente, es un Dios que actúa. Es un Dios que ve y escucha y como no permanece indiferente nos busca a nosotros. Nosotros somos aquellos por medio del cual Dios se hace presente en la vida de los demás. Los hombres. El mismo Dios se hizo hombre. Y así actúa. Y así va y donde ve que hay sufrimiento intenta llevar otra cosa. Eso hizo con su pueblo cuando Moisés escuchó y se dejó movilizar por Dios. Eso hace con cada uno de nosotros. Es la segunda parábola que escuchamos en el evangelio, ¿para qué con esta tierra que no da fruto, con esta higuera? Dejámela un año más, pide Jesús, yo la voy a mover. Yo la voy a mover y esperar a ver si da frutos. Nosotros muchas veces tendemos a querer dejar las cosas, esto ya no sirve ¿no?, como no sirven las cosas que las cambiamos porque se rompen o porque ya pasan de moda, autos, computadoras, televisores. Bueno con nuestra vida muchas veces pareciera que fuera así. Y Dios nos dice no, no, dejámela remover, déjame mover el corazón. Y en la cuaresma Dios quiere hacer eso, mover la tierra, nuestra tierra, nuestro corazón. Para que de fruto. Para que de fruto nuevo. Y por eso se compromete con nosotros. Este Dios nos muestra en la historia a lo largo de su historia y en Jesús que quiere estar cerca de nosotros. Y que quiere ayudarnos a descubrir aquello en lo que tenemos que crecer. Para eso se hizo presente en la vida de Moisés. Para eso mueve la tierra. Para eso nos invita a convertirnos. No es un Dios que queda afuera, no es un Dios que castiga. ¿Acaso creen que esos galileos que Pilato mató fue porque eran culpables? De ninguna manera. Porque muchas veces no hacemos las cosas como los hombres las tienen que hacer. En este caso Pilato. ¿Acaso creen que cuando se desplomó esa torre y murieron todos esos hombres era porque eran culpables? De ninguna manera. Dios no castiga. No es la manera de actuar de Él. Dios se da, Dios se entrega. Nosotros tendemos muchas veces a creer eso. Yo pensaba, lo primero que pensé cuando leí este texto fue nuestros hermanos chilenos. ¿Qué pensarán estos días pobres, con todo lo que vivieron, con todo lo que les pasó? Con todo esto que como accidente son inexplicables. La certeza es que Dios no quiere eso, que Dios quiere otra cosa para nosotros. Y por eso viene y por eso se da. Y por eso mueve nuestros corazones, por eso nos llama a la conversión. A que nosotros nos comprometamos. Moisés dio su respuesta cuando le tocó y se comprometió. Ya no pensó en lo que pasó antes sino en lo que podía pasar después. Y eso es a lo que se nos invita a nosotros. A no pensar en lo que pasa antes sino a mirar para adelante. Eso es convertirse. Convertirse es mirar en el corazón dónde estoy hoy y cómo puedo crecer yo. No como pueden crecer los demás, sino yo. Cómo Jesús está moviendo mi tierra, qué es lo que me está invitando a hacer. A qué me está llamando. Esa es la respuesta que todos podemos dar. Eso es caminar hacia la Pascua. Caminar hacia la Pascua es comprometerse a querer crecer, en querer darse, en querer entregarse. Eso fue lo que fue haciendo Jesús. Eso es lo que nos invita a descubrir a nosotros. Pidámosle entonces a Jesús en este tiempo, a aquel que mueve nuestro corazón, a aquel que abona nuestra tierra, que también nosotros encontremos a Jesús. Que sintamos todo lo que nos da, que la dejemos abonar, que crezcamos con El en la oración, en la caridad, en el amor en este tiempo, y que creciendo podamos mostrar también a los demás a este Jesús que se nos hace presente.
(Cuaresma, Domingo III , lecturas: Ex 3,1-8ª.10.13-15; Sl 102; 1Cor 10,1-6.10-12; Lc 13,1-9)

No hay comentarios:

Publicar un comentario