martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "'¿Quién dicen que soy yo?" (Domingo XII tiempo ordinario)

Hace varios años salió la película “City Hall”, en la que Al Pacino hace de alcalde de Nueva York (John Pappas es el nombre), y cuando comienza la película, sucede un hecho en el que matan a un chico de raza negra (James), y el caso se hace muy mediático. John está reunido con sus asesores, su secretario personal Kevin, y le asesoran que no vaya, que ahí no tiene que ir, porque lo van a recibir mal. Pero él dice que no, que ese es su lugar, que tiene que estar ahí, y va al velorio que están celebrando, a ese responso. Después de que habla el pastor, él pide la palabra, pasa adelante a orar y comienza diciendo esto: “A mí me dijeron que no viniese acá, que no me ponga detrás de este ataúd, que no dé la cara, que no me convenía. Pero eso no va a cambiar lo que paso con James, con este niño”. Y empieza a hablar de lo que significa tener una ciudad distinta, de lo que uno espera generalmente de las autoridades, y lo que muchas veces no encuentra. Y delante del ataúd termina diciendo: “Yo a James le fallé, yo no pude hacer nada por él. Pero no estoy dispuesto a renunciar por esto, si no que quiero luchar, quiero hacer algo distinto”, y sigue hablando, era un brillante orador, y esto que había comenzado casi como una inquisición mirando lo que iba a hacer, termina con un gran aplauso y una gran ovación por lo que él había dicho. Y toda la gente estaba admirada de lo que él hacía y decía, incluso este secretario Kevin. Sin embargo, en la medida que avanza la película, Kevin empieza a descubrir que este hombre no es solamente lo que dice: su manera de hablar en público, de relacionarse, de orar. Y a partir de ahí, empieza a desilusionarse, empieza a descubrir que no es tan limpio o brillante como parece, sino que tiene un montón de cosas más turbias, y empieza a investigar, desempolvar distintos asuntos. John, el alcalde, le dice que no lo haga, pero él continúa en ese camino por que quiere descubrir verdaderamente quién es el otro, para poder ver si a partir de eso, lo quiere seguir y entregar su vida en ese trabajo o no.
Ahora, esto que le sucede a Kevin como secretario de John, en el cual a lo largo de la vida y de su trabajo va descubriendo algo distinto, nos sucede muchas veces a nosotros. Muchas veces cuando empezamos algo, sobre todo algo que nos guste o que elegimos nosotros, lo hacemos muy ilusionados: muy ilusionados por un trabajo (al principio vemos generalmente todo lo bueno), muy ilusionados por una amistad, por un vínculo, por un noviazgo, muy ilusionados por un hecho (tal vez con una Selección que recién empezó y hace las cosas bien). Sin embargo, nosotros sabemos que tenemos que recorrer un camino, y que solo a lo largo de ese camino podemos ir conociendo verdaderamente al otro. Ahora, solo en la medida que yo me dé tiempo para estar con el otro, y que quiera verdaderamente profundizar en aquello que hago, podré descubrir verdaderamente si eso es lo que yo quiero o no. Ahora, eso necesita inexorablemente de tiempo, necesita que yo me dé tiempo a mí, y que le dé tiempo a los demás: tiempo para conocerme, y tiempo para conocer al otro. Y a partir de descubrir al otro, si poder decir “yo me quiero entregar a vos”, yo quiero vivir, y revivir, y dar mi vida por esta causa o por esta persona, pero en la medida en que yo este seguro, o con bastante certeza de aquello que creo. Porque muchas veces nos pasa que nos vamos entregando con todo el corazón en muchas cosas, que tiene mucho de bueno el entregarse y darse de todo corazón, pero que no terminamos de conocer todavía, y como no terminamos de conocer, nos vamos defraudando durante el camino, vamos teniendo que cotejar con la realidad, y eso descubrimos que nos va angustiando, nos va alejando, nos va quitando las fuerzas. Por eso solo en la medida que yo sepa con quién estoy, quién es el otro, y lo pueda descubrir, podre entregarme de una manera más plena, de una manera más confiada.
Esto es lo que de alguna manera, les pasa a los discípulos con Jesús. Jesús viene caminando con ellos, lo han ido conociendo a lo largo de este tiempo, y no solo lo han ido conociendo, sino que han escuchado que otros hablaban de Jesús. Entonces lo primero que les pregunta es: “después de tanto tiempo, yo quiero saber qué es lo que ustedes piensan, o mejor primero, qué es lo que escuchan que dicen los demás”. Nombran a Elías, un profeta que hizo grandes signos prodigios; nombran a Juan el Bautista, que los llamó a la conversión; a otros profetas. Sin embargo, Jesús les dice que no basta con lo que ellos escucharon, si no que quiere saber “la experiencia que ustedes tienen de mí”. Y es ahí cuando Pedro le contesta: “Tu eres el Mesías”. Ellos han ido conociendo a Jesús, y lo han ido descubriendo. Sin embargo, no basta con este primer paso, porque sabemos cómo sigue esto, cuando Jesús después les explique que el Mesías luego va a sufrir, va a ser condenado a muerte, va a morir en la cruza, ellos no van a querer que el Mesías haga eso, es decir entonces, que van a tener que seguir profundizando en Jesús, para ver de qué manera entregarse al otro, van a tener que irlo conociendo. Pero para eso van a tener que profundizar, y para eso van a tener que permanecer. El problema es que, hoy en día a nosotros nos cuesta mucho permanecer. Generalmente el mundo nos invita a cambiar, a hacer siempre cosas distintas, no solo a ser distintos de los demás como muchas veces escuchamos, si no que tenemos que estar siempre buscando nuevas experiencias, nuevas emociones, nuevas sensaciones, nuevos cambios. El problema es que, todos descubrimos que solo en la medida que nos animamos a permanecer, podemos crecer, y que en la medida que vamos cambiando todo el tiempo y que, solamente por cambiar, eso nos va angustiando, eso no termina de saciar nuestro corazón, y por eso cada vez buscamos experiencias más fuertes, sensaciones más fuertes, y menos nos comprometemos con el otro, pero tampoco termina de saciarnos. Lo único que sacia verdaderamente el corazón, es descubrir al otro, conocer al otro, conocernos a nosotros, y poder profundizar en eso, pero en toda la verdad del otro.
Hace un poquito atrás, me vino a visitar un amigo mío, muy amigo, que casé hace menos de 1 año, y venía a contarme que se estaba separando después de menos de 1 año. Creo que su matrimonio no llegar a cumplir la garantía que tendrían que tener de estar juntos más o menos, pero como era muy amigo mío, tenía la libertad como para animarme a hablar. Entre las cosas que le decía yo, le preguntaba “qué es lo que hicieron ustedes durante tantos años, ¿se conocieron? ¿sabían lo que estaban haciendo? Porque la verdad que yo puedo entender que a veces las cosas nos salgan mal, que a veces las cosas no den para más y uno se tenga que separar, ¿pero tan pocos meses? Acá hay algo que falló, acá hay algo que no se hizo bien, o algo que nosotros no transmitimos bien, ¿de qué manera ustedes crecieron y profundizaron en este vínculo para animarse a dar este paso, para animarse a entregarse? Con todo lo grandioso, y con todo lo que uno tiene que seguir creciendo, pero animarse a conocerse, no solamente estar, sino profundizar en el otro”
Eso es creo que lo que muchas veces nos falta hoy: animarnos a descubrir que tenemos que profundizar en el otro. En primer lugar porque necesitamos del otro. Jesús nos dice: “El que quiera salvar su vida, la perderá.”, y lo primero que a uno le resulta es como chocante esto, porque uno dice que quiere salvar su vida (creo que ninguno de nosotros quiere condenarse en ese sentido de la palabra), pero no es esto lo que está diciendo Jesús. Lo que está diciendo es la forma de vivirlo, la forma de vivir las cosas no es “me quiero salvar yo”, primero porque yo no puedo salvarme por mi mismo, creo que la experiencia más profunda real que uno hace es que él que lo salva a uno son los demás, que él que lo ayuda a crecer a uno son los demás, él que le da sentido a la vida de uno son los demás, él que lo ayuda a caminar a uno es el otro, incluido Jesús, él es el que nos ayuda a vivir de una manera distinta. Y el perder nuestra vida es justamente, descubrir que necesitamos del otro, que tenemos que estar al servicio del otro, y que es el otro el que me puede salvar, el OTRO con mayúscula (Dios), el otro con minúscula (Todos los demás). Ahora para eso tengo que animarme a descentrarme, no solamente mirar mis propias necesidades, si no también abrirme al otro, descubrir al otro, y descubrir lo que el otro tiene para darme. Ahora, esto solamente lo voy a poder hacer, en la medida que me vaya descentrando (como les decía antes), y en la medida que vaya confiando en el otro. Muchas veces lo que nos pasa es que, en el mundo de hoy, queremos tener todo controlado. Una de las cosas que a mí más me llama la atención es, vieron cuando ven en la televisión la gente que tiene mucha plata o muchas cosas, es como que siempre buscan más, no solamente buscan más para ellos, sino que dicen que tienen que asegurar su vida, la de sus hijos, casi que dicen la de sus nietos, bisnietos, tataranietos y ya no se ni como sigue. Y en el fondo es, yo quiero controlar todo, yo quiero no solo tener, si no que descubrir que todo esto ya está, listo. Pero en la medida que yo quiero controlar todo, yo me quiero salvar por mí, y no quiero dejarme salvar por el otro. Y la única forma de crecer en eso, es confiar, que como alguna vez hablamos es, justamente, contrario a controlar: cuando yo quiero controlar algo, es porque no confío, cuando yo quiero controlar al otro, quiero saber a dónde va, qué hace (y no es solo por querer cuidar al otro, y para que ustedes chicos no les digan a sus papás que no los controlen más), si no es porque yo quiero muchas veces, tener la vida del otro controlada. Y yo lo que tengo que aprender a lo largo de la vida es cómo confío, cómo voy soltando, cómo voy largando, cómo confío en el otro, y cómo hago para que también el otro confíe en mí. Y esto cada día más, y en la medida que crecemos, es más importante, en todo ámbito, en todo lugar, y la confianza justamente muestra ese deseo, y esa necesidad que yo tengo del otro, para que me ayude a crecer, para que me ayude a caminar.
Esto es lo que los discípulos descubrieron de Jesús. Cuando Jesús les pregunta, los interpela, y les dice, “¿Quién dicen ustedes que soy?”. Y hoy nos dice a nosotros lo mismo: ¿quién dicen ustedes que soy yo? Tal vez, podríamos tomarnos un tiempo esta semana en algún momento, y pensar quién decimos que es Jesús para nosotros, qué experiencia tenemos de Dios hecha en nuestra vida, y no solo la experiencia del librito (decir que Jesús es el Mesías, que Jesús es el Hijo de Dios), no, verdaderamente, qué es lo que yo he experimentado de Jesús, qué lugar ocupa en mi vida, cuánto lo necesito a él, y qué es lo que experimento cuando estoy con él, qué sentimientos, me alegra, me gusta, me consuela, me trae paz, en qué momentos más los he experimentado. Descubrir quién es este Jesús, y descubrir que mi alma, mi vida, todavía necesita de Él. Como dice el Salmo: “Tiene sed de Él”.
Los discípulos, cuando Jesús dijo que tenía que dar la vida, no entendieron, es claro que no entendieron. Pero descubrieron que necesitaban de Jesús, que deseaban a Jesús, y que tenían sed de Jesús, y por eso siguieron caminando con Él, no quisieron controlar a Dios, quisieron confiar en Dios, aun cuando no entendieron ni comprendieron, y eso era cargar con su cruz. No era solamente, tal vez, esa cruz grande que en algún momento de la vida aparece, sino cargar con su cruz día a día, muchas veces caminar detrás de lo que no entiendo, no comprendo, de lo que ordinariamente me toca y me cuesta: estudiar, trabajar, acompañar al otro, estar presente.
Eso es lo que nos invitó Jesús, eso es lo que nos invita a nosotros. Ahora, solo podremos caminar con Él, detrás de Él, en la medida que sintamos sed de Él. Sino diremos “hasta acá llegó”, y nos dedicaremos a otra cosa. Ahora, Jesús tiene el deseo de que nosotros caminemos siempre con Él, de que nuestra fe cada día se fundamente más en Él, y que descubramos nuestro camino en Él.
Animémonos entonces en estos días, a responder esta pregunta, quién es Jesús para nosotros. Animémonos a descubrir cuanta sed tiene nuestra alma, nuestra vida de Él, y de qué manera queremos seguir caminando detrás de él, siguiéndolo, y entregando nuestra vida.
(Domingo XII Tiempo Ordinario, lecturas: Zac 12,10-11; 13,1; Sl 62; Gál 2,26-29; Lc 9,18-24)

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