martes, 15 de junio de 2010

Homilía: "Dios hace fiesta" (Domingo IV de Cuaresma)

En la película “Ser digno de ser” que alguna vez hablamos hay una escena que es muy llamativa, que es para ponerlos en contexto. La película trata de la vuelta de los israelitas a Israel, después de que se creó el estado de Israel, a todos los judíos los hacen volver al estado de Israel. Y empiezan de distintos lugares, hasta que en un momento hacen volver a los que están en Etiopia lo cual crea un problema grande más que nada por la raza. Los etíopes eran negros y eso hace que haya bastantes problemas en Israel con este tema. Y uno de los que vuelve, en realidad es un niño cristiano que la madre muere, lo adopta otra madre cuyo hijo había muerto recién, lo hace pasar como propio, esa madre muere también en el viaje, así que pobre niño se queda dos veces sin madre en pocas horas. Luego es adoptado por una familia israelita y comienza toda su adaptación a ese nuevo mundo, desde no entender una palabra de lo que se le decía en hebreo hasta tener que ir creciendo y conociendo las costumbres. Su nombre Schlomo en hebreo, Salomón para nosotros. Y en un momento estando en el colegio se acerca el director del colegio a la madre del niño, esta madre que lo había adoptado, que también tenía sus problemas en la casa por esto, y de manera directa pero rencorosa, más o menos le va explicando que no lo quiere más al niño en el colegio. Le dice que los padres están preocupados por las enfermedades, por lo que pueda pasar, bueno empieza a dar todo un discurso y le madre se da rápidamente cuenta de lo que le está diciendo y pidiendo. Entonces, era la salida de un colegio pueden pensar acá en San Isidro que tenemos varios, y la madre grita, le pide a todos atención, escuchen, miren, miren, este es mi hijo, les dice. Y empieza a darle besos, besos, besos, y no contenta con eso, y para que se dieran cuenta empieza a lamerlo a su hijo, a Salomón, lo cual a uno lo conmueve y al mismo tiempo como que le causa algo raro en el corazón ver todo lo que la madre es. Y después les dice que escuchen, que es tan sano como cualquiera de sus hijos y tiene tanto derecho como cualquiera de sus hijos a estar ahí. Y dice, si alguno tiene algún problema puede buscar otro colegio. Bueno y a uno le llama mucho la atención ese amor esa entrega que la madre tiene por este niño. Que no era su hijo biológico, que recién iba conociendo, que hasta le habría traído muchos problemas pero que ella amaba con todo el corazón. Y pensaba en esta imagen cuando me imaginaba la imagen del padre de esta parábola saliendo corriendo a buscar a su hijo que había vuelto. El cual, a veces uno pierde la magnitud del hecho, pero llama la atención un padre de familia, un gran dueño de una hacienda que corre, como muchas veces decimos los que corren son los niños, no lo adultos, que ni escucha al hijo, y que lo besa, lo abraza, lo viste y hace fiesta. Yo pensaba, ¿qué es lo que estará pensando la gente que está ahí? ¿Qué es lo que pensaremos nosotros también cuando escuchamos la parábola también? Porque como que no pega, uno espera otra cosa. Y esto es porque Jesús, de una manera tal vez casi única en todo el evangelio, con este texto nos quiere mostrar el corazón del Padre. Y cuando uno muestra un corazón abierto, tan entregado, tan que se da, y uno no puede quedar indiferente. Uno casi que tiene que tomar partido. O por el hijo menor, o por el hijo mayor, o por el que fuera, pero uno tiene que como comprometerse en eso. Y cuando trae algo nuevo tan grande como nos trae Jesús en esta muestra del Padre también nosotros tenemos que responder frente a eso. Pero volvamos un poquito más atrás y miremos un poquito la parábola en la cual este padre que tiene dos hijos recibe a este hijo menor que le pide una parte de la herencia que le corresponde. Que le corresponde. Como ustedes saben, en esa época no les correspondía nada a los hijos menores, con suerte se le daba algo, la herencia era para los hijos mayores. Pero el padre se la da, no le dice nada le podría haber dicho muchas cosas. Le da la herencia y deja que se vaya. Es decir, le da libertad. Le dice, bueno si vos crees que este es tu camino, hacelo, vivilo, fíjate que es lo que tenés. Y en esto lo primero que me llama mucho la atención es la libertad que Jesús muestra con la que se mueve el padre con los otros, la libertad que Dios nos da a nosotros. Que a veces nos cuesta, nos cuesta descubrir esa libertad. Dios no quiere personas que están obligadas en la fe. A veces me vienen a charlar a mi madres, generalmente madres preocupadas porque los hijos no van a misa, porque no viven la religión, a ver que se puede hacer. Lo primero que les pregunto es qué edad tiene su hijo, su hija. Y no, tiene 20 años, 18 años. Y bueno mi mamá a mí a los 12 años no me dijo más o no me llevó más a misa. Tan mal no salí. Pero porque no es obligando, sino dando testimonio. Porque el mismo Dios nos muestra esa libertad que nos quiere dar. Y aun cuando eso sea irte lejos Dios prefiere que uno lo viva y lo descubra, antes de estar obligado. A veces nosotros confundimos obediencia con obligación. Dios no obliga y no quiere que obliguemos, podemos ir educando que es otra cosa. Pero nos va animando a que busquemos el camino. Y este hijo en libertad se va. Todo lo que conocemos, se va, deja a su familia, después pierde su plata, cada vez va peor, seguramente perdió los pocos amigos que tenía habiendo hecho con la plata, pierde su lengua, su país y baja lo más bajo que puede bajar. Porque cuando ya ha perdido todo lo mandan a cuidar cerdos, y no es como Cristina que utiliza los cerdos para otra cosa, los judíos con los cerdos es lo peor que lo pueden dar, es lo más impuro que existe para un judío. Y el cayó hasta ahí, hasta lo más bajo que uno puede caer. Tan así cayó que le dicen que ni si quiera le daban de comer las bellotas que comían los cerdos. El otro día escuchaba que decían, ¿qué hubiera pasado si le daban las bellotas? Porque tal vez con eso mínimo se contentaba, como decíamos el domingo pasado, Dios quiere algo grande para nosotros pero a veces nos contentamos con poquito y en eso nos acomodamos y no queremos soltarlo. Bueno, tal vez gracias a Dios no se le dieron esas bellotas, y el volvió. Pero volvió porque tenía hambre, nada más que por eso. Como tenía hambre dijo, bueno, en la casa de mi padre comen. Puedo volver ahí. Aunque sea le quedó ese deseo en lo profundo del corazón. Y no es que volvió arrepentido, buscando el perdón. El había renunciado a su filiación, había dicho yo me quiero ir de esta casa. Y le pedía al padre que haga lo mismo, no le dijo bueno perdona. Le dice bueno no me trates más como padre, que es estoy acá porque me corresponde, trátame como un jornalero, como un peón. Lo más bajo de las haciendas. Yo trabajo, y vos pagame. Bueno, pensó una linda frase como hacen los chicos cuando tienen que llegar de todo el camino a la casa y decirle algo a los padres, y cuando llegó a la casa, encontramos esta escena de la que hablaba al principio, el padre que de lejos lo está esperando, lo ve se conmueve, corre lo abraza, lo besa, fíjense todo lo que hace el padre por la alegría de que el hijo esta. No le importa nada. El hijo volvió y eso basta. Eso es lo que le basta a Dios. Que nos acerquemos. Casi porque queremos ver, porque nos quedamos afuera mirando la misa, no sé por lo que sea. Dios se alegra por eso. Ésa es la alegría de Dios. Y no sabemos qué es lo que hizo el hijo menor. Se debe haber llevado una sorpresa, pero después no sabemos si al otro día le pidió de nuevo herencia, si al otro día se fue, lo que sabemos es que el padre se alegró porque estuvo y eso le basta. E hizo fiesta. Y mató lo mejor que tenía para vivir y celebrar la fiesta. Porque cada vez que uno de nosotros nos acercamos, Dios se alegra, Dios hace fiesta. Muchas veces nos preguntamos qué es lo que Dios va a pensar, va a decir. Lo que va a pensar y hacer es correr, abrazarnos, besarnos, hacer fiesta. Ése es Dios. Ése es el Padre que tenemos. Pero la parábola no termina ahí, tenemos al hijo mayor, con el que a veces nos sentimos más identificados que con el hijo menor, en el cual cuando llega a la casa se sorprende, porque hay una fiesta, se ve que no era lo más común y llama a uno de los servidores para preguntarle qué es lo que está pasando por ahí. El servidor muy simple y muy concreto le dice, tu hermano volvió, está vivo, estamos haciendo fiesta. Y él no puede compartir esa alegría. No puede vivirla. Y por eso el padre tiene que ir y hacer lo mismo que hizo con el hijo menor. Salió por el hijo menor, sale por el hijo mayor. Va al encuentro de ambos. Y en ese encuentro, busca también de alguna manera y ahora es charlando, no abrazando, mover el corazón de su otro hijo. Y el hijo se queja, yo he estado contigo siempre, y nunca me diste nada. Esta contraposición es fabulosa, por tu hijo menor matas lo mejor que hay, por mí ni siquiera un cabrito matas. Nada. Casi como diciendo, de qué sirve el servicio largo, duradero, triste casi podríamos decir, durante tanto tiempo. Se queja. Se queja por lo que él siente que no es justo. Acá habría muchas cosas tal vez para ver, como al principio dice les repartió sus bienes, no dice solamente al hijo menor. Pero bueno no nos vamos a meter en eso. El padre dice, hijo, todo lo mío es tuyo. Fíjense, busca reconstituir el vínculo. Con el hijo menor fue devolverle la dignidad vistiéndolo. Con el hijo mayor, que nunca dice en la parábola, mi padre, mi hermano, él le dice hijo. Tiene que volver a acercarse para que el hijo mayor recapacite. Y ahí le dice, todo lo mío es tuyo. Pero no es esa la discusión, lo que pasa es que tu hijo volvió, estaba muerto, ha vuelto a la vida, y por eso hacemos fiesta. Y por eso lo invita también a pasar. Bueno así como no sabemos cómo reaccionó el hijo menor al otro día, tampoco sabemos qué es lo que hizo el hijo mayor. Lo que sí sabemos es lo que hace Dios. Que es que nos busca, que es que sale al encuentro. Que es que busca que de una manera nueva abramos el corazón. Lo que dice Pablo en la segunda lectura, déjense reconciliar con Dios. Yo creo que si Pablo escuchó este evangelio, el evangelio se escribió después, pero si alguna vez lo escuchó, el se debe haber sentido identificado con el hijo mayor. Yo fariseo intachable dice Pablo, pero en Jesús descubrió algo nuevo. Y por eso nos dice ya no, caminen, sean justos, sino déjense reconciliar con Dios, abran el corazón de una manera nueva. Descubran a este Dios que de una manera nueva viene a nosotros. Bueno eso es lo que Dios busca en la cuaresma. Mostrarnos algo nuevo. Abrir nuestros corazones, abrir nuestras mentes, salir al encuentro. ¿Para qué? Para que la fiesta sea completa. Seguramente si el hijo mayor no entró a la fiesta, la alegría no fue completa. Porque el padre quiere a todos en la fiesta. Eso es lo que nos mostró Jesús. La palabra comenzó diciendo que Jesús comía con pecadores y publicanos. Con los más alejados, con los hijos menores. Y que al costado murmuraban los fariseos, los escribas. Lo que les está diciendo Jesús es, en vez de murmurar, siéntense. Vivan la fiesta, compartan la fiesta. Sabemos cómo respondieron los fariseos y los escribas en general. Y siempre me pregunte, ¿por qué puede ser que ellos que eran los más religiosos, no entendieron, no abrieron el corazón? Y creo que justamente porque estaban cómodos. Habían armado la religión a la manera de ellos, no a la manera de Dios. Y lo tenían todo calculado. Y no podían dejarse convertir, convencer por algo nuevo, que era lo que traía Jesús. Bueno, a nosotros nos puede pasar eso muchas veces en la vida y Jesús siempre viene a que abramos el corazón a que descubramos lo nuevo, a que nos dejemos reconciliar con su Padre. Para eso dice la parábola. Para que nosotros nos acerquemos. Pidámosle entonces en este tiempo de cuaresma que abramos el corazón, que descubramos a este Padre que de una manera nueva nos llama, que nos invita a estar con Él, que lo encontremos y que lo anunciemos a los demás. (Cuaresma, Domingo IV, lecturas: Jos 5,9ª.10-12; Sal 34; 2Co 5,17-21; Lc 15,1-3.11-32)

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