martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "De muchas maneras se apareció Jesús" (Ascensión del Señor)

Hace muchos años, si no recuerdo mal en el ’77, se estrenó la primera parte de una larga serie de películas, que es “Star Wars: la guerra de las galaxias”, en realidad no es la primera parte, es la cuarta, pero eso es solamente un dato para los fanáticos. Apenas empieza, hay una escena en que Luke Skywalker, esta con su tío Owen charlando luego de arreglar los robots, muy famosos en la película. Luke le dice a su tío: “Ya termine de arreglar los robots, ahora voy a arreglar otras cosas, y te voy a dejar todo listo para que cuando llegue el verano yo me pueda ir a la escuela”. Luke quería ser piloto, y quería irse, para prepararse, para aprender, para que le enseñasen a ser piloto. Pero el tío Owen le contesta que no: “Te pido que este año te quedes conmigo para la cosecha, para lo que hay que hacer, el año que viene te voy a dejar”. Luke se enoja y le responde: “Pero es la tercera vez, todos los años me decís lo mismo, siempre es un año más, un año más…”. A lo que su tío contesta: “Pero esta vez te prometo que va a ser en serio, tenes que quedarte…” le termina respondiendo su tío. Luke, que era joven, se enoja, se levanta ofendido, enojado, angustiado a hablar con 3PO, uno de los robots, diciéndole: “Nunca me voy a ir de acá, me voy a morir estando acá, nunca me va a dejar hacerlo que quiero”.
Y, más allá de ese pequeño hecho, uno tiene experiencia de lo que cuesta muchas veces en la vida, dejar ir al otro, de lo que cuesta tomar distancia aun sabiendo que es bueno para el otro. Tal vez un ejemplo muy concreto de esto es cuando los chicos empiezan el jardín o el colegio, que cada vez las adaptaciones son más largas, donde van los padres, los chicos están ahí, y cuando los padres se van, sufren porque dejan solos a los chicos, y los chicos se ponen mal, y en realidad uno sabe que es bueno para ellos, que lo que mejor que puede hacer es tomar esa distancia para que el otro crezca. Sin embargo, a las dos partes les cuesta tomar distancia, dejarlo de a poquito, irse del otro, a uno le cuesta en el corazón. Desde eso que es lo más normal en la vida, hasta otras cosas que se viven en la adolescencia… tomar esa distancia les cuesta a todos, desde los adolescentes hasta los padres, hasta cuando llega el momento de irse de la casa. Todos los momentos donde uno tiene que dejar ir al otro, le cuesta. Todos los momentos que uno tiene que vivir esa distancia, en general para el que se queda, es como un dolor en el corazón, nos cuesta aprender a desgarrar de a poquito, o dejar ir al otro. Pero no solo nos cuesta dejar ir al otro, también nos cuesta a nosotros también en nuestra propia vida: dejar ir las cosas, dejar que las cosas vayan cambiando. Desde lo que uno hace, como la gran queja que tenemos con los políticos que siempre están los mismos, que nunca cambian, nunca dejan pasar o que pase el otro. Pero no solo la política, también nos pasa muchas veces en los trabajos, también nos pasa muchas veces en la Iglesia, no saber cuándo llego el momento en que yo le tengo que dejar lugar al otro, que para que esto crezca, que para que esto funcione, yo tengo que dejar un lugar, tengo que dejarlo partir. Hasta con cosas de la propia vida: darse cuenta que uno ya no tiene más 10 años ni 20 ni 30 ni 40, muchas veces cuesta, y por mas cirugía plástica que uno se haga, que uno ve en televisión o lo que fuera, las cosas ya son distintas, puedo “parecer” pero no “ser” de 20 años, de 30 años. Y el problema no es hacerse una cirugía plástica o no, sino que el problema es con qué edad yo vivo, sí me quede anclado en esos 20, 30 años, o sí vivo lo lindo que me toca hoy, el desafío de lo que me toca hoy. Es aprender a dejar atrás aquello que tiene que quedar atrás, aun en las cosas buenas como los ideales que uno tiene en la juventud, que creo que todo va a ser distinto, que puedo cambiar el mundo, y que después nos damos cuenta que no lo podemos cambiar ni nosotros solos, o a nosotros mismos. Uno tiene que aprender a aceptar eso, y no porque uno dice “Que malo que fui, que mal que no pude hacer esto”, sino ser más realista, y vivir con alegría lo que nos toca vivir en cada momento. Creo que eso es siempre la dificultad más grande del corazón: aprender a dejar ir las cosas, aprender a irse retirando, aprender a dejar que el otro vaya haciendo camino.
Esto es lo que celebramos hoy. Hoy celebramos que Jesús se va. Este Jesús, que había estado mucho tiempo con los apóstoles, llega a un momento de su vida que hasta les dice: “Les conviene que yo me vaya”. Una frase muy fuerte, que Jesús les diga eso, uno dice ¿dónde puede convenir esto? Sin embargo, Jesús se da cuenta que ya cumplió su tiempo.
Como ustedes saben, Lucas tiene dos obras: una es el Evangelio, la otra es Hechos de los Apóstoles. El Evangelio es todo el camino de Jesús, un camino que Jesús hace hacia ese centro que es Jerusalén. Pero Jesús se da cuenta que después de haber vivido ahí lo más importante de su vida, su pasión y su muerte, y la gloria que el Padre le regala resucitándolo, esa plenitud de esa historia y ese amor que vivimos ahí, llega a un momento en que se tiene que ir. ¿Por que? En primer lugar, porque se da cuenta que para que los otros crezcan, Él tiene que dejar un lugar, Él tiene que dar un paso al costado. La única manera de que los apóstoles salgan, se hagan testigos, maduren en su fe, es tomando distancia. Creo que es fuerte decir esto, pensar que si para nosotros era necesario que Jesús tomara distancia… nose que otra cosa podemos decir que es necesario e indispensable que este siempre, nose que se puede comparar con Jesús. Sin embargo, Él mismo nos dice “Llego el momento de que yo tome distancia, y de que ustedes tomen protagonismo”. Jesús aprendió el momento en que Él tenía que dar el paso al costado. Los discípulos tuvieron que aprender que Jesús también iba a dar un paso al costado, tal vez porque en algún momento les iba a tocar a ellos. Pero eso no significa “no estar”, sino estar de una manera diferente, lo cual también nos cuesta a nosotros.
La Primera Lectura comienza diciendo “De muchas maneras, se apareció Jesús a sus discípulos para que vieran que estaba vivo”. Muchas de las cuales escuchamos estos días: se apareció a los 12, o a los 11 y Tomas no estaba, por lo que fue al siguiente fin de semana; se aparece a los discípulos de Emaús; se aparece a María Magdalena. Muchas apariciones de Jesús. Y esto les cuesta a los discípulos, porque estaban acostumbrados a que Jesús estaba todos los días con ellos. Y llega un momento en que Jesús ya está de una manera distinta: a veces esta, a veces no, se aparece cuando Él quiere, ya no lo pueden tener de la misma forma. Cuando no pueden acostumbrarse a esto, llega un momento en que Jesús les dice: “Me voy al cielo, parto”. Y tienen que acostumbrarse a tener a Jesús ya de una manera totalmente diferente. Ese es el camino que los discípulos tuvieron que aprender a hacer en el corazón. Y es el camino que nosotros también tenemos que aprender a hacer en la vida y en la Fe. En la Fe, aprender a descubrir las diferentes maneras con las que Jesús se nos hace presente. Cuando somos chiquitos, nos dicen que Dios y Jesús existen, y en general uno lo cree y le parece evidente; después les puede costar un poquito más o no vivir la Fe, pero no cuestionamos tanto. Cuando uno crece un poco más, es joven o adolescente, empieza a cuestionar un poco si Jesús existe o no, hasta que uno lo descubre de pronto presente, y descubre que Jesús esta, que le llena el corazón, que uno lo siente mucho. Hasta que en un momento uno dice, típica frase de algún joven que viene a mí: “yo no siento tanto a Jesús hoy en el corazón”, que es lo más normal, es lo que nos pasa a todos, y entonces tengo que ver sí lo aprendo a descubrir de una manera diferente. No es un problema no sentirlo igual, el problema es no descubrirlo presente, y así a lo largo de la vida, tengo que aprender a descubrir un montón de presencias que, de diferentes formas, Jesús hace en mi vida. Y si me quedo anclado en la nostalgia de lo que fue antes, nunca doy ese paso: “pero yo antes… pero yo antes lo vivía… pero yo antes lo sentía…” No. Nunca me animo a mirar hacia adelante. Podríamos decir que el riesgo de estas dos cosas es mirar siempre el pasado: “yo no quería que te fueras… yo no quería que te pasara esto… yo no quería vivir esto… yo quería que vos estés de otra manera…” Y si nos quedamos ahí, por más que hasta fuera bueno esto, no podemos crecer, no podemos caminar. Tal vez por eso Jesús cuando se va, asciende, para que aprendan a levantar la cabeza. Aunque después les va a tener que decir que la bajen un poquito, porque se quedaron mirando hacia arriba y se olvidaron que seguían acá. Pero para poder ser testigos, tienen que mirar hacia adelante. ¿Con qué? Con la experiencia del pasado. Obvio que el pasado es importante, pero si nos lanza al futuro. Eso es lo que aprendieron los apóstoles, aprendieron a dejar ir a Jesús, aprendieron a vivirlo de otra manera, y aprendieron a ser sus testigos.
Eso es lo que se nos invita a nosotros. Aprender en cada momento que Jesús se va yendo, nos va apareciendo de nuevas maneras, pero que la única manera de estar con Él es la de ser su testigo. Tal vez lo que nos invitan en estos días a nosotros es, a descubrir qué es lo que tenemos que dejar ir, qué es lo que nosotros tenemos que dejar partir para crecer, para renacer de una manera nueva, para poder ser testigos de este Jesús, que en pocos días nuevamente, nos va a enviar su Espíritu. Para que de esa manera, como los apóstoles, como muchos a lo largo de la historia, mirando hacia adelante, podamos hacer camino anunciando a Jesús.
(Ascensión del Señor, lecturas: Hch 1, 1-11; Sl 46; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53)

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