martes, 15 de junio de 2010

Homilía: "quien soy yo para que vengas a visitarme" (Domingo IV de Adviento)

En la película Cars, una película para chicos y no tan chicos como yo, Rayo McQueen, uno de los autos está en el estrellato ganando todas las carreras. Al final del campeonato termina empatado con 2 otros autos y tiene que ir a definir la Copa Pistón a California con ellos. Y cuando va de camino hacia ese lugar, aparecen una serie de hechos fortuitos por los cual cae en un pueblo perdido que se llamaba algo así como “Radiator Springs”, y lo que era todo un viaje tranquilo se transforma en una odisea bastante larga. Y en ese pueblo en donde al principio, él, quiere solo irse rápidamente y desaparecer, comienza a crecer, madurar y a forjar de a poco unas amistades con los autos que habitaban en ese lugar. Y es ahí donde conoce a Sally, uno de “las” autos. En un momento cuando empieza a asentarse y a estar con su corazón más puesto en ese lugar y en los habitantes de ahí, Sally lo lleva a recorrer lo que eran los antiguos caminos. Hace que frene de pronto y le muestra todo lo que es el Gran Cañón del Colorado, la vista que hay desde ese lugar. Y Rayo McQueen se admira de lo que ve y dice ¿cómo no me di cuenta de esto? ¿Cómo la gente no ve esto? Y Sally le contesta que es porque ahora con esta nueva ruta los autos pasan en dos minutos por acá y rápidamente llegan a su lugar. Pero ¿cómo? Hay que hacerlos saber, la gente tiene que saber que puede tener esta vista, que puede contemplar esto. Y ella le dice, lo que pasa es que antes los autos no salían solamente para pasar rápido sino también para pasarla bien. Y Rayo que era el auto más rápido de la época o de ese momento, le contesta es bueno frenar de vez en cuando. Porque en ese frenar el descubrió un montón de cosas. No solo esa vista grandiosa y majestuosa de ese lugar y no que no se valía por sí mismo, sino que no era solamente él el centro del mundo sino que podía ayudar a los demás, encontrarse consigo mismo y que los demás lo ayudaran a él.
Pero para eso tuvo que frenar un poco, porque cuando uno anda como esos autos y nos pasan la vida a 300km por hora nos cuesta ver lo que pasa a nuestro alrededor. Y no es solamente aquellos que vemos que están en el estrellato y muchas veces no ven lo que sucede a su alrededor o no les importa mucho, sino que también nos pasa a nosotros muchas veces en la vida. Porque estamos a mil porque no nos damos cuenta de la gente que tenemos a nuestro alrededor, no lo percibimos, no podemos frenar, vemos que hay cosas que suceden, que pasan de las que no tenemos tiempo de ser parte, vemos que muchas veces las cosas pasan como si fueran por una ruta y nosotros no podemos percatarnos de todo lo que va sucediendo. Pero esto en algún momento de la vida termina como cansando, agotando el corazón, porque no nos permite encontrarnos con los demás, darnos un tiempo gratuito para poder crecer es esos vínculos y en esas relaciones. Ni hablemos si eso significa algo más, como un traslado o tener que acercarse a alguien que está un poco más lejos, y ya no cerca de nosotros. Yo pensaba en estos días, en esta semana que estuve un poquito más tranquilo, me propuse, intenté visitar a varios enfermos que me habían pedido que visite en las casas. Y como la gente cuando la visité en esta semana, en vez de decirme Padre hace como un mes, dos semanas, tres semanas que venga a casa, se alegraba, se ponía contenta de que ¡Uy Padre por fin vino! Y yo pensaba, fue una cosa muy pequeña, no es que hice nada de otro mundo, fui a la casa, los escuché un rato, estuve con ellos, alguno se confesó, y después ellos vivieron la alegría de ese encuentro. Y justamente pensaba, con que poco uno puede alegrar la vida del otro. Con solo detenernos un poquito cuando uno no está a 300km/h como me pasaba hace unas semanas. Imponía tiempo para encontrarse, para estar, para dedicarle un ratito al que lo necesitaba. Y también pensaba como no solo uno puede alegrar la vida de los otros, sino como los otros alegran nuestra vida también cuando el otro se detiene y se encuentra con nosotros. Es más, podríamos mirar y pensar bueno, ¿cuáles son las personas que con una visita, con caer en nuestra casa de improviso, aunque muchas veces no nos guste que caigan así de pronto, que nos desarreglen los horarios y que no estábamos preparados puede cambiar nuestro día, nos pueden alegrar? ¿Cuáles son esas personas que desearíamos que nos visiten, que estén con nosotros? Y al mismo ponernos a pensar cuáles son esas personas a las que nosotros les podemos alegrar la vida, a las que nosotros visitándolas, podamos cambiarles, darles ese ratito, ese momento de felicidad. Que a veces no podemos porque tenemos muchas cosas, que a veces no podemos porque está muy lejos, que a veces no podemos porque es una fiaca o por lo que fuese. Como ese encontrarse con el otro puede alegrar nuestra vida y la vida de los demás. ¿Y por qué esto? Porque esta es la dinámica del Adviento. La dinámica del Adviento es la de aquel que sale al encuentro del otro. Es prepararse para alguien que viene, alguien que viene a visitarnos. Alguien que quiere estar con nosotros, que es Jesús. Y por eso este texto, que podría ser un texto muy normal, muy sencillo, muy de lo común, nos muestra justamente el sentido y la profundidad de este tiempo. María va a visitar a su prima Isabel. Y aparece un texto bastante largo de lo que es la visita a su prima Isabel. Lo más común del mundo, que una parienta vaya a visitar a otro. Es más, tal vez habría cosas más importantes que nos gustaría saber que no están en la biblia, sin embargo se le da bastante lugar a esto. Es más, debe ser uno de los textos que más conocemos todos nosotros. Creo que debe ser justamente porque nos muestra esta dinámica del Adviento. Mará acaba de tener uno de los anuncios más grandes de toda la historia de la Salvación. Tal vez el más grande de su vida que es que va a dar a luz al Hijo de Dios, que va a dar a luz a Jesús. Y se podría haber quedado en el estrellato, o pensando en eso o haciéndose mil preguntas y en vez de quedarse en eso va a visitar a su prima porque también se entera que Dios acaba de pasar por la vida de ella. Sale de sí misma y va a visitar a la otra. Se encuentra con la otra. Justamente la otra, Isabel, aquella que también acaba de tener tal vez el anuncio más importante de su vida. Isabel no podía tener hijos, ya era mayor, se le dice que va a dar vida, puede percibir en la otra, en María, algo aún mucho más grande. Tal vez en vez de decirle “felicítame”, lo que sería lo más normal, le dice y se alegra porque María vino, ¿quién soy yo para que vos vengas a visitarme? Y justamente esa dinámica de visitarse, del descubrir el misterio de Dios en el otro, es lo que los hace grandes, y lo que nos alegra. Lo que les cambia la vida. Lo que muestra algo distinto. Es salir de uno para encontrarse con el otro. Es el ir y descubrir ene l otro que el otro tiene algo para mí. María fue a visitar a Isabel, porque Dios se había hecho presente en la vida de Isabel. Isabel descubre como Dios se hace presente en la vida de María. Tal vez es una pregunta para nosotros, ¿podemos descubrir al Dios que se hace presente en la vida del otro? ¿descubrimos el Dios que se hace presente en los que tenemos cerca, en lo cotidiano de todos los días, en nuestros familiares, amigos, trabajo, en la gente que pasa a nuestro alrededor? Porque esta es la dinámica del reino. ¿Cómo recibimos la fe todos nosotros? ¿Quién nos anunció a Dios? ¿Quién nos mostró a Dios? La mayoría nuestras familias, amigos, catequistas, sacerdotes, los demás nos mostraron a Dios a lo largo de nuestra vida. Ese misterio de Dios lo fuimos recibiendo por otros. Y también seguramente nosotros fuimos canales, parte de ese Dios que los demás descubrieron. Entramos en esa dinámica. Ayudamos a que otros se encuentren con Dios. Nos hicimos parte de ese misterio. Y es por eso que lo primero que tendríamos que descubrir es abrirnos al misterio de Dios, de ese Dios que se hace presente en los demás. Y que cuesta verlo. Porque María podría haber visto en Isabel algo común, un nacimiento. Isabel podría haber visto en María algo sencillo, está embarazada. Y no dice, uh que bueno estás embarazada. Dice feliz de ti por haber creído, descubre lo que hay en lo profundo de María logra pasar, traspasar aquello que era lo más normal de ver. Logra ver en lo sencillo algo muy profundo. Y este es el misterio del Adviento, descubrir lo sencillo de nuestras vidas, de la vida de los que nos rodean a ese Dios que se hace presente. Muchas veces queremos que Dios se haga presente de manera majestuosa, de formas brillantes, enormes, y Dios se hace presente en lo cotidiano y en lo sencillo. Es lo que vamos a vivir en la Navidad, Dios se hace presente en un pesebre, en un establo. Dios se hace presente en nuestras vidas. Eso es lo primero que tenemos que descubrir. Dios se hace presente en nosotros. Isabel le dice a María, feliz de ti por haber creído. Por haber creído que Dios podía pasar por tu vida. María le podría haber dicho lo mismo a Isabel, feliz de ti por haber creído, por haber esperado con paciencia. Isabel y María también nos pueden decir a nosotros si nos animamos a abrir el corazón al misterio de Dios, felices de ustedes por haber creído. Por haber creído que Dios se hace presente en sus vidas. Por haber creído que podían llevar a Dios a los demás. Esa es la misión del Adviento. En primer lugar todos creemos que el Adviento es el tiempo de la espera, algo se está gestando, algo está naciendo. Pero María no se quedó solamente esperando. María salió, como decimos naturalmente como misionera al encuentro de los demás, a llevar a ese Dios que tenía. Y tal vez nosotros estamos esperando un montón de cosas de Dios. Estamos esperando que venga, que cambie cosas, que nos ayude, que nos acompañe. Pero no solo tenemos que quedarnos esperando. Tenemos que ser portadores de ese Dios. Tenemos que llevar a ese Dios al otro. Animarnos a anunciar con lo que tenemos y somos. María no llevó nada raro, llevó su vida. Y en su vida los demás descubrieron a Dios. Nosotros tenemos que llevar nuestras vidas, pero para eso tenemos que salir de nosotros. Para eso tenemos que animarnos a romper barreras, tenemos que animarnos a frenar, tenemos que animarnos a encontrarnos. Y en ese encuentro yo voy a hacer, seguramente, mucho más de lo que esperamos. Este fue el encuentro de dos parientes. María e Isabel, dos mujeres embarazadas y fíjense todo lo que pasó. Nosotros podemos pensar que nuestros encuentros son de lo más corriente, de lo de todos los días, pero si nos animamos a poner a Dios en el medio, algo mucho más grande va a suceder. Si nos animamos a ser parte de ese misterio de Dios, Él lo devuelve mucho más siempre. Animémonos entonces a descubrir a este Jesús que en esta Navidad quiere venir en los demás a nosotros, abramos el corazón a ese encuentro, creamos en ese Dios que se hace presente en nuestra vida, animémonos también a llevarlo y a anunciarlo a los demás.
(Adviento, Domingo IV , lecturas: Miq 5,1-4ª: Sl 79; Hb 10,5-10; Lc 1,39-45)

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