miércoles, 23 de junio de 2010

Homilía: "'El que me ama será fiel a mis palabras" (Domingo VI tiempo pascual)

En el 2000, salió una película de la que ya hablamos, Titanes, que trata sobre la integración racial en los colegios en EE UU. En la escuela Williams, en Virginia, Arizona, se busca lograr esa integración entre los blancos y los negros. La película empieza con el clásico entrenamiento de pretemporada del equipo de futbol americano, donde al entrenador le cuesta mucho lograr integrar a estos dos grupos de personas que hasta ese momento se mantenían distanciados. Hasta que llega el momento en el que empiezan las clases. Todos entrando para el primer día de clases, y la imagen es muy llamativa, porque de un lado están todas las personas de raza negra junto a sus padres, y del otro lado están todos los padres de raza blanca con un montón de pancartas que dicen: “Padres en contra de la integración racial”. Muestran a Gerry el capitán del equipo de futbol americano con su novia Emma (ambos de raza blanca) y llega Julius compañero del equipo de raza negra. Quien le dice: “Esto es una locura”. Contesta Gerry: “¿Que esperabas?”. No se, pero no esperaba que sucediera esto”, le responde Julius. En ese momento Gerry se da cuenta que no le presento a su novia y los presenta. A lo que Emma reprueba con un gesto y se va. Entonces Julius mira a Gerry y le dice: “Se terminó el campamento ¿no? Bienvenido al mundo real”.
Es muy dura la frase, es como decir que se terminó la ilusión, lo que nosotros creíamos que tenía que ser, lo que nosotros pensábamos, lo que nosotros buscábamos… La vida real es esto. Nos odiamos, nos mantenemos distanciados, no nos queremos.
A nosotros nos puede parecer distante esto de que hombres de raza negra, blanca, o cualquier color, no puedan integrarse, pero también muchas veces en el idealismo: ¿Qué pensaríamos nosotros si de pronto chicos o chicas de diferentes clases sociales, o de manera diferente de pensar, o de otro país estaría junto con nuestros hijos en esos colegios? Tal vez podríamos pensar con cuales nos costaría, con cuales nos costaría integrar. O en que situaciones nos cuesta a nosotros integrarnos en lo distinto. Porque lo que tenemos que pensar lo sabemos todos. Pero aquello que vivimos en el corazón, ¿Qué es lo que nos pasa? Porque el ideal lo tenemos claro, pero sin embargo cuando llegamos a la realidad, “Bienvenido” como decía Julius, esto no lo vivimos así. Nos cuesta mucho más, si nos cuesta hasta con los que somos parecidos, que pensamos igual y nos queremos, imaginémonos cuando pensamos distinto, o los vemos distintos. Tanto en nuestra vida, como también en nuestra fe. Muchas veces ese ideal con la realidad, cuando lo vamos cotejando, vamos descubriendo lo distinto que es y la diferencia. Y es por eso que tenemos que trabajar para intentar achicar la brecha, la brecha con el que pensamos distinto, con los que somos diferentes.
Esto que nos sucede en muchas circunstancias a nosotros, sucede desde siempre, tanto en la vida como en la fe. Podemos hoy tener un discurso distinto, pero vivirlo siempre provoca angustia en el corazón, dificultades y tensiones, las mismas tensiones que escuchamos que viven las primeras comunidades frente a lo distinto, hacia adentro y hacia afuera.
En la segunda lectura, en el Apocalipsis, escuchamos que se le dice que se viene una Ciudad Santa, que va a bajar la nueva Jerusalén. ¿Por qué se le dice eso a la gente? ¿Por qué le ponen una mirada en el futuro? Porque la están pasando bastante mal, por ser distintos los cristianos en ese caso, por ser diferentes, por ser nuevos, están siendo perseguidos: no les dejan practicar su religión, no los aceptan, los echan de las familias y de los trabajos, los terminan matando y mueren mártires. ¿Por que? Porque la cultura piensa distinto, porque el mundo es distinto, y eso no lo acepta. Entonces desde el comienzo sienten esa persecución, y ese tener que ir buscando como poder anunciar aquello que creen y viven, aun frente a esa dificultad. Pero no solo hacia el exterior, sino también hacia el interior.
En la Primera Lectura escuchamos que se plantea este gran primer problema en la Iglesia: los cristianos provenientes del paganismo, es decir, casi todos (porque no eran muchos los provenientes del judaísmo y de donde casi todos nosotros descendemos) ¿hay que aceptarlos o no? Hay que aceptarlos. Ahora, ¿se tiene que circuncidar o no? ¿Se tiene que vivir este rito o no? Y hoy nos parece simple, nosotros sabemos que no nos circundamos los varones porque no pasamos por eso, pero eso que parece tan simple no es tan simple. Es más, puede haberse llevado una desunión de la Iglesia: los que piensan que si por este lado, los que piensan que no por este otro lado. Sin embargo, se reunieron, se juntaron, e intentaron dialogar, e intentaron descubrir aun pensando distinto, ¿qué era lo que Dios les suscitaba, que era lo que Dios les invitaba a vivir en ese momento? Y a partir de ese momento descubren que eso no se tiene que vivir así, esto se tiene que vivir de otra manera hoy. Y eso que era una tradición durante siglos del mundo judío, no pasa el mundo cristiano, y no se le pone tampoco esa carga. Es más, se dice al final “les daremos pocas cargas, algunas que tienen que ver con los alimentos, y otras más que después van a cambiar también”. ¿Cómo pueden descubrir eso? Porque van a lo esencial, van a Jesús. Ahora, el problema no es si uno se tiene que circuncidar y seguir la ley de Moisés o no. Acá lo que se está jugando es algo mucho más profundo que es “quien salva”, ¿por quien pasa el centro de la vida? No pasa por un rito, el rito podía estar o no. El problema que ellos descubren es que si empiezan a circuncidarse y seguir la ley de Moisés, se empiezan a desviar. Empiezan a creer que la Salvación pasa por cumplir una ley, y no por ser salvado en Jesús. Ese es el problema de fondo, y para llegar a este, tiene que animarse a compartirlo, y no solo esto, sino también orar y pedirle al Espíritu que los ilumine. ¿Para qué? Para ser fiel a Dios, para ser fiel a su palabra, para descubrir que es lo que Dios les pide en esa situación. Y en cada situación uno tendrá que descubrir si esto es así, o no es así. Ahora, en la mirada frente a lo distinto, aun en lo que está mal, siempre en el Evangelio hay misericordia. Creo que Jesús fue muy claro con el adulterio, Él dijo que el adulterio está mal, no se tiene que vivir esto. Pero también fue misericordioso con el adulterio. Tenemos numerosos ejemplos, lo leímos hace poquito en el Evangelio. Una cosa no quita la otra, y la mirada de ser fiel a Dios era ser rígido con esto, pero vivir también el amor y la misericordia en eso. Entonces, este es el camino que se nos invita a nosotros, como comunidad y como Iglesia: aprender a abrir el corazón a Jesús, aprender a descubrir qué es lo que nos está pidiendo, aún en lo distinto, aun en lo diferente, aun en lo que no comprendemos ni entendemos. Vivirlo de una manera nueva, dialogarlo, charlarlo, aprender a abrir el corazón, aprender a descubrir que es lo que Dios está invitando.
Frente a estos dos problemas, tanto hacia afuera como hacia adentro, la Iglesia tenía dos opciones: o se cerraba y seguía viviendo lo mismo, o levantaba la cabeza y vivía de una manera nueva. En la Primera Lectura levantaron la cabeza y dijeron: “Esto no se vive más así”. En la Segunda Lectura, frente a las persecuciones, les dijo: “Miren hacia arriba, no se sientan perseguidos. Dios viene, viene a ustedes”. El camino del cristiano es siempre mirar hacia adelante, siempre es abrir nuevos caminos. No es quedarse anclado atrás, sino descubrir que es lo nuevo que se nos suscita, como serle fiel al Evangelio, y como vivirlo. En el fondo eso se juega la relación con Dios: “El que me ama será fiel a mis palabras”. Es paradójico esto porque el Domingo pasado Jesús dijo: “Mi palabra, mi mandamiento es: ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Es decir, que amar a Dios es ser fiel a la palabra, es decir que amar a Dios es ser fiel al amor. Es abrir el corazón, es lo que nos descentra, es lo que nos hace vulnerables, es lo que nos quita las seguridades. Porque cuando yo sé lo que tengo que hacer, cómo cumplir algo o no, se dónde estoy parado: acá, y el otro esta allá, y cumple o no cumple, y está adentro o está afuera. Pero cuando yo tengo que amar, tengo que descentrarme, tengo que soltar mis seguridades, y tengo que ir al otro, y tengo que dejar amarme por el otro, y tengo que dejar que el otro también me haga vulnerable. Y eso nos cuesta, pero esto fue lo que nos mostró Jesús. Él se hizo vulnerable en nosotros, y por eso da la vida, por eso abre nuevos caminos, una nueva Iglesia, una nueva manera de vivir la fe, una nueva manera de relacionarse, una nueva manera de ser.
Hoy es ese nuestro desafío. Hoy como Iglesia tenemos que aprender cómo podemos ser una comunidad de puertas abiertas, cómo podemos hacer una Iglesia de puertas abiertas. Tal vez con quiénes están más en el borde, quiénes nos cuestan hoy. Porque cuando leemos en el evangelio, y vemos que Jesús comía con los publicanos, las prostitutas, estos no eran muy bien vistos en esa época. Sin embargo comía, y los integraba; los amaba, y los invitaba a vivir de una manera nueva. Entonces, ¿quiénes están más hoy en el borde con nosotros? ¿Quiénes son los que quedan afuera? ¿Quiénes son los que no integramos? ¿Quiénes son los que excluimos? ¿Dónde tenemos que abrir nuevos caminos? Para eso viene el Espíritu, para eso vendrá el Espíritu de nuevo dentro de 2 semanas en Pentecostés: para abrirnos el corazón, para que aprendamos a vivir de una manera nueva, integrando lo distinto, lo diferente, lo que nos cuesta. No cerrándonos, sino descubrir de qué manera podemos vivirlo.
Pidámosle entonces hoy a Jesús, de poder también nosotros amarlo siendo fiel a su Palabra, es decir dialogando, escuchando, abriendo el corazón. Para que de esa manera, encontrándonos, integrándonos, viviendo lo distinto, podamos encontrar nuevas sendas y nuevos caminos que el Espíritu nos invite a recorrer.
(Tiempo Pascual, Domingo VI, lecturas: Hch 15, 1-2.22-29; Sl 66; Ap 21,10-14.22-23; Jn 14,23-29)

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