martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "'La esperanza de ustedes no será defraudada" (Santísima trinidad)

A principio de año salió una película muy buena que se llama “Un sueño posible”, con Sandra Bullock, basada en un hecho verídico, que cuenta historia de un chico joven, Michael, que va pasando de familia en familia adoptiva. En cierto momento se va de su última familia, y se encuentra caminando por la calle en un noche lluviosa. En ese momento un chico que él conocía por su colegio, le dice a sus padres: “Uh mira ahí está Big Mike (le decían así porque era enorme). Su madre le pregunta a Michael: ¿tenés dónde dormir?” “Si, si, quédense tranquilos” y sigue caminando bajo la lluvia. Hasta que esta mujer, decide volver a buscarlo, da la vuelta, se baja y empieza a hablar con Michael. Se da cuenta de que en realidad no tenía donde dormir, entonces se lo lleva a su casa. Cuando están allí, después de hacerlo dormir, lo primero que siente la familia, al despertar al día siguiente, es miedo, empiezan a pensar si les habrá robado. Pero ven que estaba todo armadito, la ropa sobre el sofá donde había dormido, y que este chico se estaba yendo. Esta mujer, Leigh Anne, va, lo busca, y decide dejarlo en la casa. Un tiempo después, le prepara el cuarto de huéspedes para él. Entonces, ella va toda contenta a mostrarle el cuarto, y le empieza a decir “Acá tenés el sofá, este es el escritorio, esta es la mesita de luz, esta es la lámpara, acá tenés el despertador, esta es tu cama”, y cuando termina, Michael le dice: “Nunca tuve uno”. Ella lo mira y le dice: “¿Qué, un cuarto propio?”. Y Michael le responde: “No, una cama”. Ella se queda perpleja, rápidamente sale del cuarto y se va, conmovida por lo que acaba de escuchar. Tenía un corazón muy grande y generoso, pero darse cuenta hasta lo poco que el otro tenía, lo hace como pasar a otra dimensión, como a ver algo nuevo, algo que no esperaba. Y ella tiene que abrirse, como les decía recién, a todo un nuevo mundo. Empezar a descubrir algo totalmente distinto que lo que ella imaginaba. Una mujer que se daba a los demás, pero que encuentra todavía gente mucho más pobre o necesitada, aún en su mismo barrio, de lo que ella creía. Y Michael nace también a una vida nueva, que es a tener ahora una esperanza. Esta persona que casi no podía estudiar, que no tenía donde vivir, que cada vez iba de mal en peor, de a poquito va encontrando una familia y una esperanza para poder ir caminando. Ahora, para que esa esperanza fuera posible, alguien le tuvo que abrir la puerta, alguien lo tuvo que ayudar. Tener lo que no recibió en la vida (lo que la mayoría de nosotros hemos recibido, como es una familia, amigos, una educación). Que haya alguien que se lo proporcione, alguien de alguna manera le devuelva esa esperanza.
Porque todos nosotros, gracias a Dios, creo que las cosas más necesarias de la vida las tenemos. Sin embargo, sabemos que hay mucha gente que no tiene esa posibilidad. Y cuando las puertas se nos van cerrando, uno va perdiendo esa razón para vivir, y va perdiendo la esperanza de que las cosas pueden ser de una manera diferente. Ahora, esto no es exclusivamente de gente que económicamente no la está pasando bien, o de una baja clase social, también nosotros muchas veces vamos perdiendo la esperanza. A veces la esperanza en nosotros mismos, porque nos deprimimos, porque estamos bajoneados, porque nos pasa algo, aún cosas que no queremos, porque no entendemos que es lo que nos va ocurriendo, porque nos hemos frustrado muchas veces en muchas cosas. A veces por cosas exteriores: el país nunca va a cambiar, siempre son los mismos los políticos, mi equipo de futbol, la mayoría son de Boca y de River y van para atrás (bueno, eso uno tiene la esperanza de que cambie ahora con los técnicos), en el Mundial a dónde vamos a llegar (vamos a ver qué pasa dentro de poquito). Pero más allá de esas cosas malas, muchas veces vamos perdiendo la esperanza, como les decía, en cosas más profundas, que es en nuestra propia vida. Y también a veces en nuestra relación con los demás, en nuestro vínculo con los demás, ya casi no esperamos nada del otro. Aún no solo no esperamos nada, sino que a veces no nos dejamos sorprender. Pero eso va como apagando nuestro corazón, apagando nuestras vidas. Todos tenemos momentos difíciles, y todos tenemos momentos en los que necesitamos que alguien nos dé un tirón, y nos ayude. Pero tal vez el mejor reflejo de eso es cuando uno ve en alguien que ha ido apagando la vida, cuando uno ve en alguien que ha cerrado todas las puertas, que ya no espera nada, que a todo le dice que no, que siempre está de malhumor, que siempre está preocupado. Si somos nosotros mismos, tenemos un doble problema, como se dice. Pero a veces, lo percibimos mucho mejor cuando eso sucede en el otro. Y a veces tenemos ganas de sacudirle y decirle: “Mira, hay cosas por las que vale la pena pelear, luchar”. Hasta a veces nos tendrían que decir a nosotros, sacudirnos un poquito, o decirnos las cosas a nosotros que es lo que más nos cuesta. Sin embargo, siempre se nos invita a levantar la mirada, y a aprender a descubrir que en pequeñas cosas, (en este caso una cama, tener mi cama) uno puede recuperar la esperanza. Pero eso es si se anima uno a mirar de una manera diferente, a mirar de una manera nueva.
Esto lo fueron descubriendo de a poco los apóstoles, los discípulos, en su propia vida. Ellos fueron caminando con Jesús, de a poquito lo fueron conociendo, de a poquito lo fueron anunciando. Sin embargo, eso que parecía tan simple, tan lindo, tan bello al principio, se fue complicando. Algunas personas cerraban la puerta, no les creían, no aceptaban su mensaje. Otros los rechazaban, otros los flagelaban, y otros se empezaban a morir. Y ahí fue la pregunta de: ¿esto vale la pena? ¿Vale la pena ser cristiano? ¿Vale la pena vivir esto?, o ¿tiene esperanza vivir esto ?. Y es ahí, a una comunidad que está perdiendo la esperanza, donde Pablo le dice en esa carta, esta frase que pusimos acá, como diciéndoles que se queden tranquilos: “La esperanza de ustedes no será defraudada”. Pablo las había pasado difíciles, no le fue fácil en la vida. No sólo tuvo que cambiar de vida, y eso le hizo dejar todo atrás, sino que hasta fue rechazado muchas veces por los otros cristianos, no lo entendían, no lo encontraban, no lo comprendían. Sin embargo, él descubre que su esperanza está anclada en Jesús, que hay alguien en el que puede esperar, y tiene la certeza en el corazón de que esa persona no lo va a defraudar, que a pesar de muchas veces vivir esta experiencia, en Jesús él se puede quedar tranquilo. Y es la misma esperanza que invita a tener a su comunidad, es la misma esperanza que nos invita a tener a nosotros, que él confía en nosotros, que él cree en nosotros, y que nos invita a vivir de una manera diferente.
Hoy estamos celebrando la fiesta de la Santísima Trinidad, este misterio de que Dios es uno en tres personas, un poco difícil de explicar, bastante complicado. En las dos misas anteriores que estuve, dije que si alguien lo entendía, a salida de misa me lo contara para que yo lo pudiera explicar acá. Lamento, pero nadie me lo explicó todavía, así que nos quedamos cortos. Pero creo que, tal vez una razón por la que Dios es uno, o tres en uno, es porque justamente quiso animarse a darse al otro. Descubrió que necesitaba una alteridad para poder darse, para poder entregarse. Pero no solo para esto, si no para poder esperar. Cuando yo me encuentro con alguien, tengo razones para esperar. Cuando yo amo a alguien, también espero algo del otro. Y Dios descubrió en esta dinámica del darse y del recibir, del entregarse y del esperar, aquello que quiere que nosotros vivamos. Como eso seguramente colmó el corazón de ellos, quiso que otros lo vivieran. Por eso nosotros vivimos. Por eso nos dio a su hijo, para que descubriéramos lo que quería darnos. Por eso celebramos el domingo pasado, que nos da su Espíritu, para que descubramos que hay alguien que nos acompaña, y camina con nosotros. Porque quiere que sepamos que hay algo, o alguien en quien esperar. La esperanza puede ser en cosas, pero esa esperanza pasa, es flaca, se queda corta. Pero cuando uno tiene alguien en quien esperar, el corazón está lleno, el corazón tiene algo diferente, aún en lo poco.
Ahí terminando, hace unos años, varios estaban en el seminario, y fueron a misionar a Misiones, valga la redundancia. Estábamos misionando varias casas, y después de haber caminado 10 km preguntamos si quedaba alguna casa por este camino, ya que no hay mapa, no hay calles, no hay nada. Nos dijeron: “Mire, si sigue ahí, pasa los pastizales, seguís y seguís, vas a encontrar a un señor, pero es muy hosco, la verdad que muy parco”. “Vayamos hoy, así no tenemos que volver mañana, que es un tirón enorme hasta acá”. Entonces fuimos hasta esa casa, entramos con la chica que me acompañaba ese año en la misión: el hombre, Don Víctor, no era hosco, era parco, era mudo, casi no hablaba, no había manera de entrarle, no encontrábamos la forma de entrar en comunicación. Y nos volvimos un poquito frustrados, no entendíamos si nosotros éramos muy acelerados por ser de la ciudad, o que esperábamos, pero la razón es que nos costó mucho entrar en él. Pero ese día, al igual que los demás días, teníamos misa donde invitábamos a la gente del lugar, y de pronto apareció él al fondo de la misa. Yo estaba por adelante, era seminarista del cura, y en un momento escucho que dos de las señoras que venían siempre a misa, comentan: “Mira, ahí está Don Víctor, hace como 20 años que no viene a misa, cuanto hace”, bueno, chusmeaban un poco, el deporte favorito de ellas. Después de terminar la misa, fuimos con mi compañera a saludarlas, y dijimos “Mira lo que logramos, que venga a misa”, y nos dimos cuenta que para algo sirvió eso. Fuimos a saludar al hombre: “Don Víctor, ¿qué hace por acá?”, esperando que nos diga que nos vino a visitar, que nos vino a acompañar. Y nos contesta: “Vine a agradecerle a mi Madre” “¿Cómo?” le preguntamos, “Si, si, vine a agradecerle a María que me envió a alguien que me visitara”. Es decir, él esperaba algo simple, que alguien pasara por su casa, no un montón de cosas. Y eso le bastó para que fuera agradecido, se caminara esos 12 km bajo el sol, para ir a agradecerle a su Madre, por eso que había vivido, por eso que había esperado.
A veces nosotros estamos esperando grandes cosas en nuestra vida, como salir campeón del mundo. Y a veces por esas cosas, aún en nuestra vida concreta, vamos perdiendo las sencillas, las pequeñas, las cosas que nos hacen esperar todos los días lo que vivimos, y vivirlo con alegría.
Jesús viene a nosotros porque nos quiere renovar en la esperanza, porque nos quiere dar una nueva esperanza, y porque quiere que eso lo transmitamos. Muchas veces me preguntan, qué es lo que más tenemos que hacer hoy como cristianos. Yo les digo, lo que creo es que tenemos que ser hombres y mujeres de esperanza. Y me repreguntan si no es más importante la Fe. Yo les digo lo que yo creo, y creo que en el mundo de hoy, justamente lo que falta, más que Fe, es esperanza, es gente que muestre algo diferente, gente que le diga a los demás que vale la pena esperar, que hay alguien en quien podemos esperar, hay alguien que puede traer algo distinto, y cambiar las cosas. Eso es lo que hiso Jesús de estos discípulos, eso es lo que quiere hacer Jesús de nosotros, que le transmitamos a los demás que la esperanza en Jesús nunca defrauda.
Pidámosle a aquel, que siempre nos hace esperar contra toda esperanza, que descubriendo esto en nuestro corazón, podamos llevarlo a los demás.
(Santísima Trinidad, lecturas: Prov 8,22-31; Sl 8; Rm 5,1-5; Jn 16,12-15)

No hay comentarios:

Publicar un comentario