martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "todos los oían hablar en su propia lengua" (Pentecostés)

En el 2006 salió una película que se llama Babel, basada en la historia de la torre de Babel, pero modernizada, donde se cuentan varias historias. Y todo comienza con un rifle, que le vende un japonés a un marroquí, en una aldea perdida en Marruecos. En un momento que este hombre de su casa, sus dos hijos l, que eran chicos chiquitos, van y se llevan el rifle a practicar y a disparar a las rocas. Pero se aburren y van hasta la ladera de una montaña, y ven que se acerca un micro. Entonces, por hacer una travesura, deciden dispararle al micro, con tanta mala fortuna que esa bala hiere a una mujer norteamericana que iba adentro. No solo el susto de todos los que están en el ómnibus al no saber lo que está pasando, sino también el problema frente a esta situación. No hablan la misma lengua, no se entienden, ni pueden comprenderse unos a otros. A esta mujer la llevan a la aldea, a un pequeño pueblito que había ahí perdido. No había ningún lugar para atenderla, empiezan a llamar a la embajada que no le da respuestas, se comunican con un helicóptero, pero nadie puede llegar en el tiempo necesario. . No se entienden, no se comprenden, se enojan unos con otros, los del micro que no quieren estar en ese lugar y se quieren ir, este hombre que pide que lo esperen, que no lo dejen solo. La mujer empieza a desangrarse, a correr riesgo su vida, y, en ese momento, empiezan a aparecer varias historias paralelas, que están relacionadas, algunas más o otras menos directamente. En una de ellas, la señora que trabaja en la casa, que está atendiendo a las hijas, se las lleva a México a un cumpleaños porque no tiene noticias de ellos. . La mujer cruza con los hijos, y cuando quiere volver de México, no la dejan entrar a Estados Unidos. Uno ve la película y cada vez pareciera que están más divididos y distanciados distintos mundos muy cercanos. Nadie se entiende, nadie se comprende. Se ve claramente la distancia que hay entre unos y otros, las barreras que se ponen, el miedo que se engendra. Y un atisbo de luz será cuando Richard y Susan, Brad Pitt y Catherine Blanchett, dejan que un curandero, un médico del lugar le atienda la herida. Cuando no tienen más esperanza, cuando ya saben que no va a llegar el helicóptero, que no pueden hacer nada rápidamente, acceden a que otro los ayude. Y ahí aparece un atisbo de luz, cuando alguien que no parecía poder hacer nada, le termina salvando la vida. Ahí aparece algo nuevo.
También nosotros podemos pensar y ver, como alguna vez hemos hablado, como hoy en el mundo vivimos cada vez más distanciados de los demás. En vez de engendrarnos confianza al otro, muchas veces nos genera desconfianza. No solo desconfianza en donde vivimos o en la inseguridad, sino en muchos lugares: en nuestro trabajo muchas veces tenemos miedo de lo que otro hace, el otro piensa; a veces hasta en nuestras propias familias, desconfiamos del otro, de los demás. Muchas veces tenemos miedo, no solo de lo que nos pueda pasar, como decía antes, por la seguridad, sino miedo de nosotros mismos. Se supone que vivimos hoy en un mundo pos-moderno, o pos-pos-pos-moderno, nose como se llama ahora, en el cual hay total libertad, uno puede hacer lo que quiere, es plumiforme, nos toleramos unos a los otros. Pero, ¿verdaderamente nos animamos a ser quienes somos frente a los demás? ¿Verdaderamente nos animamos a abrir el corazón, a decir lo que pensamos, a ser transparentes, a decir la verdad? ¿O muchas veces no podemos terminar de ser quien somos? No terminamos de mostrarnos, y demostrar lo que somos y queremos, aun muchas veces con los más cercanos, no digamos con los más lejanos, sino hasta con los de nuestra propia casa, los vínculos más estrechos. Pero descubrimos que eso no nos ayuda, eso no nos sana, que eso no nos da fuerza. El miedo y la distancia siempre son malos consejeros, nadie quiere vivir aislado de los demás, ni vivir con miedo del otro. Pero para eso tenemos que animarnos a dar pasos, para eso tenemos que animarnos a romper barreras.
Esto es lo que sucede en el Evangelio que acabamos de escuchar. Dice que los discípulos se encontraban reunidos por temor a los judíos. El día de Pentecostés, los discípulos tenían miedo, los discípulos no querían salir. Jesús había resucitado, Jesús estaba de alguna manera con ellos, porque hacía poquito había ascendido a los cielos. Sin embargo, no se animaban, por lo que sucedía en el mundo, por lo que sucedía alrededor. Y es en ese mismo momento donde se les hace presente el Espíritu, donde el Espíritu entra en sus corazones. Podríamos preguntarnos qué es lo que hace el Espíritu, porque en realidad, el Espíritu es como el gran olvidado en la vida de los cristianos. Tal vez podríamos pensar en el solo hecho de rezar: en general cuando pensamos en Dios, pensamos en general en Jesús, Jesús que murió, resucitó, dio la vida, le rezamos a Él; cuando no le rezamos al Hijo, le rezamos al Padre, aún sin darnos cuenta, al rezar un Padre Nuestro, a veces no sabemos ni a quien le estamos rezando, pero le estamos rezando al Padre pidiéndole que nos ayude, que nos acompañe, que nos dé el pan de cada día, que este con nosotros; si no le rezamos al Padre, le rezamos a María, por todo el lugar que ocupo en la historia de la salvación, pidiéndole que esté con nosotros, que interceda. Pero el Espíritu, ¿nos acordamos del Espíritu alguna vez? Parece que pareciera casi imperceptible. Le rezamos al Espíritu, tal vez antes de un examen si no estudiamos, pero mucho más que eso no. Sin embargo, descubrimos que ese Espíritu actúa. Descubrimos que ese Espíritu nos hace sentir cosas diferentes. Cuando este Espíritu pasa por nuestras vidas, parece que algo pasa, porque cuando pasó por la vida de los apóstoles y de los que estaban ahí reunidos, algo paso. Podríamos decir ¿el Espíritu cambio a los que estaban afuera? “El Espíritu lo que hizo fue, que a todos los que están afuera de este recinto los cambió para que los apóstoles puedan salir tranquilos, para que la sociedad sea diferente, para que no tengan miedo” “Trátenlos bien - dijo el Espíritu- a estos apóstoles, pobres pibes” No es eso lo que transforma. Entonces podríamos preguntarnos qué es lo que hacen esos hombres y mujeres, y esos pocos que estaban reunidos, ¿los cambió? Supongo que Pedro siguió siendo Pedro, que no los cambió. Aunque parte si los cambió, algo hizo. ¿Les dio nuevos dones? No, siguieron teniendo los que tenían, bueno tal vez algunos dones también les dio. La pregunta es ¿qué es lo que hace? ¿qué es lo que pasa ahí? Creo que lo que pasa ahí es que hay algo distinto en el corazón, algo distinto que se siente, algo distinto que uno percibe, y que es difícil de explicar. Creo que tal vez lo más cercano a esto es, cuando uno ama a alguien, ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que me animo a decir, mostrar, hacer, que antes no me animaba? “Yo voy a estar siempre con ustedes” dicen los amigos ¿no? Hasta que me ponga de novio… nunca lo dicen cuando están en grupo pero después cuando se ponen de novios: “No, este cambió, ya no está más con nosotros, ya no es más así”. También en las chicas, no se crean que son muy diferentes, pasa lo mismo: “Vamos a estar siempre juntas, nada nos va a dividir”, salvo excepción. No es que no quiero estar con el otro, es que a mí me pasa algo diferente. Como hablamos alguna vez, yo tengo a mi hermano que es adolescente y de un día para el otro empezó a vestirse bien, se lava los dientes, se baña, nose qué pasó por su vida, o mejor quién pasó su vida. Por lo menos es más sano para todos nosotros. Entonces ¿qué es lo que hace el Espíritu? Y creo que es justamente, que uno pueda percibir lo que Dios nos ama. Muchas veces no nos damos cuenta que Dios está en nuestra vida, muchas veces no lo percibimos. Sin embargo, cuando Él pasa por nuestro corazón, algo nos abraza, alguien nos abraza, alguien nos dice de una manera distinta que nos ama. Creo que eso es lo que les paso a los apóstoles, y por eso salieron. Uno rompe el caparazón, uno rompe las puertas, uno rompe las barreras, cuando hay algo que lo sostiene. Y lo que nos sostiene es el amor, lo que nos da fuerza es el amor, lo que nos ayuda a ser algo diferente es el amor, eso es el Espíritu. El Espíritu es el amor de Dios, que rompe barreras, que rompe instancias, hasta la Mesopotamia, hasta Arabia, hasta Egipto, hasta el mundo conocido, en todos lados se rompieron las barreras. Este texto no es como el Arca de Noé, que estaban todos los animales, todos los hombres de distintos países, este texto dice que los apóstoles se animaron a ir a todos lados. ¿Cuándo? Cuando el Espíritu actuó en ellos, cuando lo dejaron actuar. Y empezaron a anunciar algo distinto en el mismo mundo de antes. Y hoy somos muchos más celebrando eso, que otros salieron.
Hoy estamos celebrando Pentecostés también. Creo que también lo que necesita la Iglesia es eso, un nuevo Pentecostés. Ya no por temor a los judíos, sino por un temor a un montón de cosas que nosotros tenemos y no nos animamos a romper.
Esta semana como ustedes saben tuvimos la reunión de los sacerdotes, el Clero, y en una de las charlas que tuvimos el lunes, uno de los sacerdotes decía que en la Argentina, solamente el 3% de los católicos va a misa, es un estudio hecho. Entonces decíamos qué es lo vamos a hacer, o nos seguimos preocupando y estando en la trinchera del 3% que somos, o vamos a ir a buscar a los otros que no viven la fe de esta misma manera, que no han tal vez profundizado en este camino. Uno de mis amigos, que estaba al lado mío, me decía: “Mira, yo no doy abasto, así que espero que baje al 2%, al 1%, porque así no llego”. Más allá de las vocaciones, esto no es solo para nosotros, esto es para todos, qué queremos ser una minoría, y no por cantidades, no porque queramos, sino porque queremos, porque queremos ser algo importante. ¿O no es que tenemos algo importante? La pregunta es ¿tenemos un tesoro o no tenemos un tesoro? ¿Tenemos algo valioso o no? Y tal vez sea el momento de volver a romper puertas, barreras, distancias, no tener miedo. Creo que el problema de la Iglesia hoy, empezando por la Iglesia Institución y no nosotros, es que tenemos miedo. Tenemos miedo de un mundo distinto, de un mundo diferente, de un mundo que ya no nos escucha de la misma forma y manera, pero la única manera de ser fiel al Espíritu es romper esas barreras, salir al encuentro y encontrarse con los que piensan diferentes, con los que viven diferentes, y animarse a ir a ellos, y así descubrir de qué manera hoy la Iglesia tiene que anunciar el evangelio, de qué manera la Iglesia se tiene que ayornar, de qué manera tiene que vivir como el mundo hoy necesita que viva para poder anunciar a Jesús.
Las tensiones siempre son diferentes en la vida, pero la única manera de poder anunciar a Jesús es siendo fiel a Jesús, y siendo fiel a los hombres. Creo que el problema de hoy es que por creer que somos fieles a Jesús, nos olvidamos de los hombres y de las mujeres, y si nos olvidamos de uno de los lados, terminamos siendo fieles a los dos. Hoy Jesús nos pide que salgamos al encuentro del otro, del distinto, ¿alguien más distinto que los que les tuvieron que anunciar los discípulos había en el mundo? Creo que bastantes más cercanos somos nosotros, aun en pensamiento. Entonces, lo que nos pide el Espíritu es que nos animemos a eso: que busquemos nuevos caminos, nuevas formas de vivir la Fe, y de transmitirla.
Pidámosle al Espíritu, aquel que abrazó el corazón de esos hombres para que se animaran a algo más, a que también nosotros nos animemos. Que sintiendo que este Espíritu quema en nuestro interior, sintiendo que alguien nos ama de una manera distinta, no podamos hacer otra cosa que transmitirlo, que llevarlo a los demás. Pidámosle a Jesús, aquel que envió ese Espíritu sobre los apóstoles para que formaran su Iglesia, que también hoy nos lo envíe sobre nosotros, para que también de nuevo formemos la Iglesia.
(Pentecostés, lecturas: Hch 2, 1-11; Sl 103; 1Cor 12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23)

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