martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "'Lo que yo recibí y les he transmitido" (Cuerpo y Sangre de Cristo)

Hace varios años salio una película muy conocida, “Titanic”, que supongo que la vieron la mayoría, o por lo menos conocen la historia, que comienza con un buque que buscaba fortunas, y que hace año estaba buscando un medallón, una esmeralda en medio del Titanic. Recorriendo lo en las profundidades del océano encuentra un dibujo de una persona con este medallón. Este descubrimiento lo pasan en la televisión, y aparece esta persona que todavía esta viva: Rose, quien tiene 101 años. Va con la hija hasta el buque y empieza ahí toda la historia. Ella empieza a contarles todo lo vivido en el Titanic, y toda la historia de lo que paso en ese tiempo. Simultáneamente les cuenta su historia de amor con Jack, este chico que conoce en el barco. Después de que termina toda la historia, en la cual Jack da la vida para que ella siga con vida y la salva, aparece de nuevo la imagen con ella contándole a los hombres, en el tiempo real, lo que había sucedido y les dice: “Él me salvó, pero en todas las formas en las que alguien puede ser salvado”. Es decir, no solo esa salvación de aquel que dio la vida entregándola para que ella pudiera seguir viviendo, sino aquel que dando su vida cambio la suya para siempre. En la película queda muy claro ese cambio de vida que ella hace, donde se anima a soltar aquello que no le gustaba, y a seguir lo que verdaderamente quería en el corazón, y al haber sido salvada y animarse a algo nuevo a partir de ese momento, a vivir de una manera distinta, a cambiar según los deseos que encuentra en su propia vida y en su corazón.
Creo que si nosotros miramos nuestra propia vida, seguramente encontremos momentos de distinta intensidad en las cuales nos hemos sentido salvados. Alguna persona, desde los vínculos más profundos, marido o mujer, hijos, amigos, hasta tal vez alguna persona desconocida, pero que estuvo conmigo en un momento importante, que supo ser para mi un momento de sostén, en un momento donde no encontraba el camino, en un momento donde estaba mal, en un momento donde me encontraba perdido, donde había perdido la confianza, donde tal vez tenía miedo. Tal vez un dialogo, un gesto, una palabra. Seguramente encontremos distintos momentos en los cuales podemos decir “esto a mi me ayudó”. Y seguramente encontremos, tal vez, esa persona que a mi me invitó y me hizo vivir de una manera distinta, aquella persona que me hizo descubrir qué era lo que yo quería, o cómo podía caminar de una manera nueva. Y cuando uno se siente verdaderamente salvado, y no con algo pequeño, generalmente eso hace que en mi corazón no solo sienta, en primer lugar, agradecimiento con la persona que me ayudó y me salvó, si no también que eso me invite a vivir de una manera diferente. Uno en general cuando siente que tiene otra oportunidad dice: “bueno esto lo tengo que aprovechar, esto me tiene que ayudar, esto lo tengo que cambiar”. Y si no me invita a cambiar, después veremos si lo podemos hacer o no, la gran pregunta es si verdaderamente eso fue importante para mi o no. Porque generalmente, ese deseo de hacer las cosas distintas muestra que yo verdaderamente descubrí que esto me cambió en la vida.
Esta es la experiencia que tienen los discípulos con Jesús, en el cual se han sentido salvados, tocados de tal manera con Jesús que esto los invita a vivir de una manera nueva. Empezando por Pablo, en esta segunda lectura: “Lo que yo recibí, y ahora les doy a ustedes, lo que les transmito es esto, es lo siguiente”. Podría decirlo de otra manera: “Lo que a mi me cambió la vida, lo que a mi me salvó y quiero que a ustedes les cambie la vida y también los salve, es lo siguiente”. A nosotros nos cuesta tal vez un poco entender esto porque para nosotros es como que nuestro cristianismo es “algo más” en nuestra vida, casi que uno siente muchas veces en la vida que puede seguir viviendo creyendo en Jesús o no, estando cerca o no, y puedo seguir trabajando, estudiando, con mi familia, estando de novio, hacer mi vida como casi aparte de Jesús. Y tal vez Jesús le da un plus a mi vida, y por eso como lo inserto, también lo elijo, obviamente que uno sabe, en lo profundo del corazón, que uno tiene que ir configurando la vida con Jesús. Pero muchos, y tal vez a veces nos pasa a nosotros, vivimos esto como si fuera algo más. Sin embargo esto en el judaísmo es imposible, no hay manera de que esto se viva así. Habría que ver hoy, pero en la época de Jesús no hay forma, porque desde lo religioso esta legislado todo lo que uno tiene que hacer. Por ejemplo, qué se puede comer, qué no se puede comer, cómo me tengo que vestir, cómo no me tengo que vestir, con quién me puedo encontrar y juntar, con quienes no me puedo encontrar ni juntar, qué tengo que celebrar y festejar, qué no tengo que celebrar ni festejar, por qué territorios puedo pasar, por qué territorios no puedo pasar, o cuando entro en duda con lo que tengo que hacer en mi vida, tengo que ir a un maestro y preguntarle ¿qué es lo que tengo que hacer? Es decir, para un judío vivir su judaísmo implica vivir en todo según lo que es ser judío. Entonces, encontrarse con Jesús, y empezar a vivir de una manera nueva es un cambio total, y por eso les cuesta tanto, y por eso escuchamos que de pronto discuten si se puede comer cierto alimento o no, se puede juntar con esta persona o no, porque la nueva realidad en Cristo es una realidad tan nueva, que nos lleva a vivir totalmente de una manera distinta. Esto es lo que descubrió Pablo, esto es lo que descubrieron los apóstoles, esto es lo que los guió a los discípulos, la salvación de Jesús en ellos pasa por vivir de una manera totalmente distinta todo lo que hacen, les cambia la vida.
Escuchamos en el Evangelio como Jesús esta hablándole a la gente, y se ve que tenía una palabra que llegaba al corazón de la gente y les cambiaba la vida, como sanaba a la gente, y sabe que también eso les cambiaba la vida. Pero no se queda solo en eso, si no que también los alimenta, les da de comer. Pone otro gesto, un gesto curioso porque es el único gesto, el único milagro que tenemos en los 4 evangelios. Se ve que llamó la atención de tal manera este gesto que Jesús hizo, que todos los evangelistas lo transmitieron, o algunos hasta por duplicado como Mateo y Lucas, todos ponen este gesto ahí, este alimentar de Jesús, porque se ve que en eso encontraron algo más. ¿Por qué en esto encontraron algo más y en los otros gesto tal vez no? Porque tal vez acá descubrieron lo que Jesús quería hacer en su vida, y lo que quería hacer con cada uno de ellos.
Cuando nosotros nos reunimos a celebrar no lo hacemos como que Jesús hizo algo en un momento para recordarlo, si no lo hacemos porque creemos que Él se hace presente, y porque creemos que también toca y sana nuestras vidas. Pero si tenemos esta certeza es porque otros los vivieron primero, y lo transmitieron. Como dijo Pablo: “Lo recibieron y lo llevaron”. Esto es todo lo que dice el Evangelio, le dicen: “Despide a la multitud”, Jesús les dice: “Denle de comer ustedes mismos”, “No hay posibilidad” le contestan los discípulos. “Bueno, háganlos sentar, de a 50”, así hace el gesto, el milagro, “denle lo que yo les dí, repártanlo”. Seguramente cuando ellos recordaron este gesto, recordaron lo que tenían que hacer con la vida de Jesús. No era solamente Jesús el que se daba, si no que también los invitaba a ellos a que compartan lo que Jesús hace. Los discípulos sentían que no tenían nada para darlo a la gente. Y es en la fe donde lo único que podemos dar es lo que no tenemos. Siempre para dar algo tenemos que tenerlo, pero en la fe es Jesús el que da, y lo único que nos pide es que seamos nexos, seamos instrumentos, lo llevemos a Él a los demás. No tenemos para darle de comer, no sabemos como hablarle, no sabemos que decirle, pero Jesús nos dice: “No se preocupen, vayan”. Esto lo entendieron, esto lo vivieron, esto lo compartieron, y de esa manera lo recibimos nosotros. Esto es lo que tenemos hoy, a este Jesús que se no dio, no solo que se nos dio, si no que se nos da.
En un ratito, en esta mesa, se va a hacer presente su cuerpo y su sangre, porque vamos a hacer esto “en memoria de Él”, porque creemos que Él se hace presente, porque no solo nos deja un testamente, si no que nos deja un alimento, algo que quiere que día a día nos acompañe, nos de fuerza, para que siempre recordemos aquello que recibimos.
Así como recibimos a Jesús, y recibimos el anuncio a los demás, animémonos, como lo hicieron muchos, a poder llevarlo y transmitirlo.
(Cuerpo y Sangre de Cristo, lecturas: Gn 14,18-20; Sl 109; 1Cor 11,23-26; Lc 9,11b

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