martes, 29 de junio de 2010

Homilía: "'¿Cuál de los dos lo amará más?" (Domingo XI tiempo ordinario)

En la primera temporada de Lost, serie de moda ahora que acaba de terminar, hay una imagen en la que Jack y Kate están mirando hacia el mar desde la playa, después de varios días en esa isla perdidos, donde ya habían pasado varios momentos duros, difíciles, intensos. Después de un tiempo en que se fueron conociendo, ella le quiere abrir el corazón. Para los que no la vieron, cuando comienza la serie en la que iban en el avión que se iba a perder en esa isla, Kate es llevada como prisionera, la están llevando hacia Los Ángeles, y esta con esposas. Ella nunca decide contar esto, y Jack es uno de los pocos que lo sabía porque la había visto esposada. Entonces en ese momento, después de haber entrado en confianza, ella le quiere abrir el corazón, y decide contarle por qué estaba presa. Jack le contesta que no es necesario, ella le insiste en contárselo. Hasta que Jack le termina diciendo: “Mira, en la vida es bueno que todos podamos volver a empezar”.
Justamente pensaba como esto es, muchas veces, lo que nosotros queremos en la vida. En general, cuando las cosas no han salido como uno quería, uno luego desea lo que es volver a tener una oportunidad, volver a empezar, querer hacer algo de otra manera. Lamentablemente, todos sabemos que para atrás no podemos volver, eso no es posible. Entonces, eso siempre se tiene que dar en la vida, el poder decir: “esto quiero que cambie en mi”. Ahora, para que esto sea posible, para que yo pueda volver a empezar, tengo que tener un deseo profundo de cambiar, tengo que tener un deseo profundo de que quiero que las cosas se hagan de otra manera, o quiero que las cosas en mi vida se hagan de otra manera, porque muchas veces tenemos el deseo vano de que eso suceda, pero es como que todavía no nos chocamos con la verdadera realidad. Vamos a poner ejemplos: me está costando estudiar, me va mal en el colegio… y uno dice “tengo que estudiar, tengo que estudiar” y uno lo dice, pero los libros siguen ahí cerrados, no tengo ganas, no tengo ese deseo, porque todavía no me he encontrado realmente con ese deseo, porque si verdaderamente yo quisiera eso (y no digo que no me cueste) pero pondría los medios para poder intentar que eso cambie. A veces tenemos que llegar a extremos para decir que me quiero poner las pilas: diciembre, marzo, o cuando ya no quedan más chances.
Y lo mismo nos pasa en nuestra vida. Muchas veces, aun en lo más grandes, o en los vínculos, o en ciertas cosas, uno dice: “Yo quiero otra cosa”. Por ejemplo, el que yo quisiera cambiar de trabajo, pero, ¿realmente quiero cambiar de trabajo? O estoy cómodo, acá por lo menos zafo, no es de lo que más me guste pero no mando ningún curriculum a nadie, no quiero una cosa distinta, quiero que me caiga del cielo, me pegue en la cabeza. Lo mismo en la relaciones, en los vínculos: muchas veces hay cosa que nos duelen, que nos cuestan, pero hasta que no nos duelen verdaderamente, o hasta que no nos chocamos con la realidad (muchas veces dura) de que el otro no está más con nosotros, de que busca otros caminos, uno hasta ahí no reacciona. Por eso lo bueno es poder siempre tener esa capacidad de reflexión en el corazón que me ayude a no tener que chocarme contra una pared para reaccionar.
Porque no siempre nos va a pasar como a David en la Primera Lectura. Tal vez para poner un poquito en contexto, al final del texto, David, que como rey tenía muchas mujeres, le gusta alguna, quedo flechado, tenía ganas de estar con una mujer, con Betzabé. Está con ella, que era esposa de otro hombre, Urías. Y como se da cuenta de lo que hizo, y la mujer queda embarazada, busca las mil maneras de solucionar esto, hasta que termina haciendo que lo maten a Urías, para poder salvarse de eso, una cosa lo va llevando a la otra. Natham, el profeta, se le acerca y le pone un ejemplo: “imagínate que dos personas en un ejemplo muy distinto, muy injusto, en esta misma situación”. Y David le dice que se le traiga inmediatamente a esa persona, que a esa persona hay que castigarla, y Natham le termina diciendo que esa persona era él mismo. Y ahí David cae en la cuenta de lo que hizo. Ahora, no siempre nos pasa que nos ponen frente a nuestra realidad, caemos en la cuenta. Uno puede decir que David la metió hasta acá arriba, no solo estuvo con una mujer que era de otro hombre, sino que lo mando a matar a este hombre… pero por lo menos tuvo la grandeza de reconocer esto en el corazón. Porque muchas veces, cuando nos ponen cara a cara frente a nuestra realidad, nosotros nos quejamos. David podría haber dicho: “Yo soy el rey, hago lo que quiero, a mí no me interesa lo que piensan ustedes”. No, por lo menos tuvo esa grandeza, a pesar del error grave, de decir que había hecho mal. Y el problema es que, si no tenemos esa grandeza, no podemos cambiarlo. Como muchas veces nos pasa que nos ponemos a la defensiva, ponemos excusas de lo que hicimos, o atacamos al otro diciéndole “como que vos nunca lo hicieras”, y no terminamos de hacernos cargo de la situación, de lo que nos pasa a nosotros.
Uno tiene que tener esa grandeza de descubrir que esto está mal, y hasta que no me anime a ponerle carteles, y con todos los colores decir “esto está mal”, no lo voy a cambiar. Recién cuando caiga en la cuenta, voy a poder dar ese paso. Un ejemplo de esto es, tal vez, el Evangelio que acabamos de escuchar, donde se da esta situación un poco rara, porque Jesús va a comer invitado a la casa de un fariseo. Nosotros estamos acostumbrados a eso, en general Jesús con los fariseos se está peleando todo el Evangelio, le están diciendo que eso no es lo que quieren, que esa no es la manera, Jesús los pone como mal ejemplo, pero en este caso es invitado a esta casa, a la casa de Simón. No sabemos por qué, no sabemos la razón: tal vez estaba un poquito sorprendido porque era Jesús, tal vez le parecía importante que vaya a su casa, quería conocerlo un poquito más. Sin embargo, gracias a una mujer (siempre son las mujeres las más impulsivas en esto) que se anima a hacer algo donde ella tendría que terminar mal parada, va a quedar mal parado este hombre. ¿Por qué se anima a hacer algo? Porque esta mujer no era deseada en esa casa, no estaba invitada seguramente a esa casa. Sin embargo, por Jesús se anima a ir hasta ahí. Fíjense la primera reacción de este hombre de decir que sí Jesús fuera verdaderamente profeta, sabría quién es esta mujer y lo que ella es. Ahora, Jesús sabe muy bien quién es esta mujer, y esa actitud va a hacer que Simón de a poco vaya quedando mal parado frente a esta situación, en la cual Jesús pone como ejemplo una parábola: “Había 2 hombres que debían. Uno debía 500 denarios, el otro 50 denarios (para que se den una idea, 1 denario era el salario de un día). A ambos se le perdona la deuda, porque ninguno podía pagarla, ¿quién amará más a esa persona?” La respuesta es fácil, a Simón le cuesta un poco decirlo, pero al final dice: “Al que se le perdonó más”. Bueno, esto es lo que hizo esta mujer: “Desde que entré acá, me mojó con sus lágrimas mis pies, los secó con sus cabellos, los besó. Mire todos los gestos de cariño que tuvo, y sin embargo tu no los tuviste”. Es curioso esto porque Jesús no está diciendo a quién se le va a perdonar, Jesús está diciendo que a ambos se les perdonó: a Simón se le perdona, y a la mujer pecadora se le perdona. El gesto que tiene Jesús va con todos, el problema es, acá, quién está abriendo el corazón a ese perdón. Y Jesús está condicionando, de alguna manera, el perdón al amor que tengamos al otro. Uno podría decir que esto es difícil, pero también esto es fruto de lo que experimentamos todos los días, porque cuando nosotros no amamos, es muy difícil perdonar. Podemos decir que el amor y el perdón están intrínsecamente vinculados, van juntos. Solo en la medida que yo ame voy a animarme a perdonar, y solo en la medida que yo perdone voy a crecer en ese amor, van caminando siempre de la mano y juntos.
Por eso, Jesús nos invita a nosotros a abrir el corazón, a tener esta grandeza. Este hombre seguramente era un hombre justo, Jesús dice que debía menos en realidad, es decir, no tenía tantos pecados. Por otros contextos del Evangelio, podríamos decir que el problema de los fariseos era que se creían buenos, y justamente, se creían superiores a los demás, y de esta manera se andaban comparando, y en vez de descubrir ellos en que tenían que cambiar, miraban qué era lo que el otro tenía mal. Y creo que en primer lugar, muchas veces no puede pasar esto, creer que “yo hago las cosas bastante bien”. Ahora, Jesús nos dice: “Yo me contento con que ustedes hagan bastante bien las cosas”, nos dice: “Yo quiero que ustedes sean perfectos”(ahora vamos a ir a qué es esto). Ahora, tal vez no nos pasa esto, tal vez no nos creemos superiores a los demás, pero creo que muchas veces lo que nos pasa es que hemos relativizado las cosas, no las miramos con la misma lupa, o de la misma manera. En primer lugar, pareciera que la palabra “pecado” es mala palabra hoy, no se puede decir que alguien cometió un pecado, cuando en realidad es de lo más normal, a todos nos pasa, y en realidad el Evangelio nos dice que tenemos que descubrir nuestro pecado para que Dios nos pueda dar todo su amor: regalarnos todo su perdón. Y en este mundo que aprende a relativizar, nosotros nos hemos tentado con decir “yo hago las cosas bien, intento ser bueno, a veces me sale mejor, a veces no me sale tan bien”. Sin embargo, tengo que intentar pedirle a Dios que me ayude a descubrir cuáles son las cosas en las que debo cambiar y crecer, cuál es mi pecado, porque sé que en la medida en que no descubra esto, no voy a poder crecer en el amor. En general el amor se estaciona por esto, no porque no somos buenos, porque creo que en general intentamos ser buenos, sino porque no descubrimos aquello en lo que obramos mal, lo relativizamos, lo dejamos de lado, lo escondemos. Y Jesús nos invita a decir: “Saquen esto de debajo de la alfombra, porque de la única manera de crecer es descubrir eso”. Generalmente nos pasa que, cuando amamos más, más miramos en el corazón nuestras debilidades, más las vemos, van unidas. Y solo vamos a amar más, en la medida que nos animemos a descubrir eso en el corazón.
Jesús nos dice que tenemos que ser perfectos. Obviamente que no lo vamos a llegar a ser, pero cuando nos dice esto, se refiere a que tenemos que amar más. El camino de la perfección es animarse a amar más, y para esto, yo tengo que animarme a mirar en el corazón, y decirle: “Jesús te pido perdón por esto”. Ese es el acto de grandeza, y eso es lo que nos enseña a crecer.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención en la vida de los santos cuando las leo, es que ellos se sentían que eran los más pecadores. Cuando uno lee la vida de la Madre Teresa, Santa Teresita de Licié, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Francisco de Asís, San Juan Bosco, los santos que nos dejaron sus escritos, estos santos que nos dejaron sus secretos son los que más pedían perdón continuamente. Ahora, ¿hacían esto porque eran malas personas? Yo creo que no, que ese no era el problema. Al contrario, hacían eso porque eran muy buenas personas, y esa grandeza de corazón les hacía tener una sensibilidad distinta, se daban cuenta cuando habían obrado mal. A veces pareciera que tenemos que meter la pata hasta acá arriba, embarrarnos totalmente como David para reconocer en la cosas que me equivoqué, y no, tal vez, el tener una sensibilidad distinta: aprender que no siempre escuchamos, que no siempre le damos la atención que el otro merece, que no siempre somos generosos con lo que tenemos, con nuestro tiempo, con lo que Dios nos da, que muchas veces prejuzgamos, que muchas veces no perdonamos, no abrimos el corazón al otro, que muchas veces no nos cuidamos, que muchas veces nos desbarrancamos. Creo que hay muchas cosas de todos los días que podemos aprender a mirar. Y en la medida que tengamos esa sensibilidad distinta, como esos santos, aprenderemos a amar y caminar de otra manera.
Esto es lo que descubrió Pablo: no es cuestión de la ley, es cuestión de la gracia. La gracia transforma al corazón, la ley solo me dice lo que está bien y lo que está mal, y frente a eso tiendo a dejarlo de lado. El amor me cambia, el amor hace algo distinto en el corazón, y me invita a ser mejor. Y esta mujer en el Evangelio tubo ese gesto, se animó a eso, a pedirle perdón a Jesús, y Él le dijo: “Tus pecados son perdonados”. También nosotros tenemos que hacer lo mismo, para que Él nos pueda perdonar, y para que, como hizo esta mujer, cuando le dijo: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”, también Él nos pueda decir a nosotros, después de perdonarnos los pecados, “Vete en paz, tu fe te ha salvado.”
(Domingo XI Tiempo Ordinario, lecturas: 2Sam 12,7-10.13; Sl 31; Gál 2,16.19-21; Lc 7,36-8,3)

No hay comentarios:

Publicar un comentario